En las ciudades mediterráneas, los otoños ya fríos regalan escenas atemporales algunas mañanas soleadas de los días de descanso. Son momentos para la observación de las gentes, que se reúnen de manera aleatoria en las plazas, al pie de los nobles monumentos, buscando la tibieza de los rayos del sol, dorados y fugaces, que atraviesan las altas copas de los árboles, ya sin hojas, tras los días de viento.

Un  poco de recogimiento nos ayuda a ver en la extraordinaria variedad de las escenas que presenciamos una metáfora de la diversidad humana, que tan bien armoniza con una unidad esencial, que se subraya de manera repentina. Tal me ocurrió a mí, una mañana de sábado, cuando hizo su aparición en la plaza un muchacho delgado que  producía enormes pompas  con un ingenioso artilugio, que sumergía en agua jabonosa y  exponía según la dirección del aire. Ni que decir tiene que los niños que había en la plaza, en pocos minutos, se congregaron en torno de aquel habilidoso encantador y se afanaban en perseguir aquellos frágiles balones y explotarlos apenas con un toque de sus traviesas manitas.Filosofía en la calle

Pero había pompas que lograban escapar del acoso de los niños y ascender, casi hasta la altura del segundo piso de los edificios. Entonces, los adultos, casi tan sorprendidos como los niños, dábamos de lado  a conversaciones y lecturas de periódicos y nos dedicábamos a gozar por unos breves  instantes de la transparencia irisada de las pompas de jabón, del reflejo en su brillante superficie de las fachadas de los monumentos, elevándose por encima de nuestras cabezas.

Aquellas esferas translúcidas eran la metáfora de lo invisible que se presenta ante nosotros como manifestación de lo maravilloso. No suelen ser largos esos instantes, esas ocasiones que nos permiten mirar hacia el otro lado de la realidad. O más bien, no tienen medida en el tiempo, sino impacto en nuestra conciencia, como un estímulo  para nuestra tarea de filósofos.

Ante tal experiencia dejaban de tener importancia los afanes de la vida de cada día, pues contemplar algo bello que se eleva ante nuestros ojos  parece como si nos recordara que es el movimiento natural de nuestra conciencia: hacia arriba, hacia la luz, hacia la libertad.