Un diario montañés se hacía eco de la beatificación del padre Pío de Pietrelcina el domingo 2 de mayo del año 1999.
Este capuchino fue un sencillo monje de gran carácter, nacido el 25 de mayo de 1887 y muerto en olor de santidad en 1968, en pleno corazón de Italia.
Nuestro interés por conocerlo se acrecentó una vez que supimos que el Santo Oficio había cercenado toda comunicación escrita con sus directores y dirigidos.
Esta líneas son nuestro sentido homenaje a un ser humano especial que puso luz en nuestro penoso y dolorido siglo XX a pesar de que muchos se empeñaran en apagar su lámpara.
¿Cuál es el detonante que hace volver los ojos del mundo hacia su persona? Las llagas. Su cuerpo reprodujo durante los últimos 50 años de su vida las llagas de Cristo en mano, pies y costado, heridas que durante todo ese tiempo estuvieron sangrando con una sangre roja y limpia, en ningún momento infectada. La duración de los estigmas del Padre Pío es la más larga de todas las conocidas. Comenzó el 20 de septiembre de 1918 y solo cesó, sin dejar huella, con su muerte, 50 años después, el 23 de septiembre de 1968.
Nos encontramos ante un hecho excepcional. No se ha encontrado explicación natural a este fenómeno. No faltan los escépticos que aseguran que los estigmas son producto de la psicopatía, la adicción a la magia y la superstición, o simplemente una farsa. El Provincial de la Orden mandó fotografiar manos, pies y costado y envió estos documentos al Vaticano, pero además le hicieron ser reconocido por numerosos especialistas que le sometieron a profundos exámenes médicos. Las heridas estaban ahí, sangrando ligera y casi continuamente. El Padre Pío usaba de día medios guantes de lana oscuros para ocultar sus manos. Las manchas de sangre no se ven y la lana las absorbe. Por la noche usa guantes de algodón blanco que al amanecer están empapados en sangre. Él los lava y acondiciona su celda. La herida del costado también sangra de continuo. Lleva una ancha venda arrollada al pecho que renueva dos o tres veces al día. Las heridas de los pies son de las mismas características que las de las manos. Cuando baja del altar para dar la comunión a los fieles su paso es incierto, lento, vacilante, como haciendo un esfuerzo de dolor contenido. Tras el suceso de las llagas, su vida ordinaria continuó externamente como si nada hubiese ocurrido. Acude al coro, come en el refectorio con los demás religiosos, hace largo rato de oración y atiende confesiones por horas y horas, con un estilo propio, carismático, vertical, al punto de ser llamado el misionero fuera de serie. El resto de los religiosos se admiran de su resistencia física, aquejado como estaba de tantos dolores, no solo las llagas sangrantes, sino también numerosas enfermedades que los médicos de su tiempo no lograban curar.
¿Milagros?
Pío de Pietrelcina acudía a Dios solicitando favores para sus hermanos dolientes. Al parecer, hubo una gran cantidad de sanaciones que se operaban a través de la intervención del humilde capuchino.
Se le atribuyen también numerosos desdoblamientos, pues encerrado en el convento como estaba, se le podía ver actuando favorablemente en circunstancias comprometidas de numerosas personas, como así se atestigua.
Con esa llaneza que lo caracteriza, cuando dos meses antes de morir alguien le sugiere la posibilidad de viajar a Lourdes, el Padre Pío responde: ¡Vaya, qué cosa! ¡A Lourdes! ¡En Lourdes he estado yo tantas veces…! Sorprendido, su interlocutor le pregunta cómo podía ser aquello si nunca le había visto salir para nada del convento, y el Padre Pío contesta: ¡Bah!, ¿pero es que a Lourdes se puede ir solo en auto o en tren? También se puede ir de otras maneras.
Así poco a poco y en torno a un convento desolado en lo alto del monte Gárgamo, el llamado «espolón de la bota» italiana, sobrevino un centro de muy intensa espiritualidad con una afluencia cada vez mayor de peregrinos. Las gentes venían no solo de Italia, sino de la mayor parte del mundo atraídos por milagros reales o imaginarios que se contaban realizados por mediación del fraile de los estigmas, de tal modo que no era fácil distinguir lo verdadero de lo meramente fantástico.
Pero los especialistas del Santo Oficio no perdían detalle de los hechos ocurridos. Así, estudian, debaten, prueban, interrogan. En las Curias eclesiásticas el nombre y el «caso Padre Pío» eran considerados «tabú» y oficialmente se le miraba con enorme recelo. El acoso del Santo Oficio no se hizo esperar. En 1922 le llega la orden de abstenerse de todo trato, incluso epistolar, con su director espiritual. En julio de 1924 llega la exhortación para que los fieles se abstengan absolutamente de visitarle o de tratar con él de cualquier forma que sea; asimismo se le prohibía responder a cualquier carta que le fuese dirigida. Posteriormente, en 1931, llega la prohibición máxima que redujo al Padre Pío al aislamiento más completo. Se le prohíbe toda clase de visitas, se le prohíbe ejercer la función ministerial de la confesión y solo se le permite celebrar misa en la capilla privada del convento acompañado únicamente del acólito.
Retrato humano
La nota característica de la personalidad del Padre Pío se podría definir así: «Era un hombre sincero y veraz a carta cabal, a pesar de su enorme carga temperamental». Dice de él uno de los doctores que lo visita: «En su conjunto, sobre todo en las líneas de su rostro y mirada, la persona del Padre Pío revela un algo de sencillo, de bueno, a veces hasta de infantil, que inspira verdadera simpatía y ofrece la impresión de una enorme sinceridad. Humildad y modestia son las dos características que adornan su fisonomía y constituyen una de las prerrogativas más atractivas de su vida».
Era extremadamente sensible a la más insignificante cortesía. Con una gran sensibilidad intuía a distancia los deseos de los demás y los correspondía con exquisita delicadeza.
Sentido del humor
Se dice que toda alma grande manifiesta un marcado sentido del humor. Pues bien, Padre Pío gozaba de un magnífico sentido del humor que chocaba, más si cabe, en el contexto de un hombre orante y sufriente, de salud muy quebrantada y que sufrió a lo largo de su vida numerosas enfermedades.
Lo vemos, sin embargo, ingenioso, humorista, brillante y ocurrente conversador, capaz de captar intuitivamente auditorios grandes y pequeños.
En plena guerra mundial un soldado alemán se planta ante su presencia apuntándole con la pistola y en un mal italiano le pregunta: ¿Quién va a ganar la guerra? El Padre Pío le repite sereno varias veces, cada vez en un tono más fuerte: Te digo con toda seguridad que uno de los dos. Te digo con toda certeza que uno de los dos ha de ganar. Y como se lo repetía con tanta energía como si le comunicara la más impresionante novedad, el soldado quedó confundido y se fue.
Sobre los políticos
Los políticos eran otra clase de personajes que no le merecían la menor simpatía. Qué derecha ni qué izquierda, respondía malhumorado, el mundo debe caminar siempre adelante. Y lo que importa es que camine siempre recto, derecho, hacia delante, hacia Dios, sin desviarse ni a la derecha ni a la izquierda. Los políticos se deshacen en palabras; son unos halagadores, pero no se sabe cuándo nos señalan el camino recto o el tortuoso. Estamos en este mundo de paso y debemos caminar siempre por el camino recto, el de la Verdad. ¡Siempre recto y adelante! ¡Esa es la verdadera política!
Sus obras
El centro de sus desvelos fue la Casa alivio del Sufrimiento (Casa Sollievo della sofferenza), una clínica hospital para unas 1.500 camas que consiguiera poner en marcha en medio de aquel lugar solitario, frío y rocoso, sin agua y carente de todo, y en donde habrían de ser atendidos los enfermos de la región, destinados como estaban a morir en sus casas, sin atención y en las condiciones más lamentables que se puede imaginar.
Persecución
Esa extraordinaria capacidad de hacer surgir algo grande de la nada le acarreó en los últimos diez años de su vida una gran persecución a causa de las múltiples envidias que levantaba.
Corre 1960, había cumplido ya sus 73 años. Pío XII le había declarado anteriormente administrador absoluto de su obra, para la que de todas partes del mundo llegaban de continuo limosnas a su nombre. Era, por tanto, responsable tan solo ante el Pontífice. La misma disposición la mantuvo Juan XXIII. Sin embargo, los responsables de finanzas de la Orden Capuchina italiana pasaban por momentos apurados. Se hallaban en quiebra y miraban las reservas del Padre Pío con ojos ansiosos. Como quiera que aquel se mantenía firme para sacar adelante su obra, muchos religiosos lo consideraron poco amante de la Orden, desobediente, sospechoso en lo relativo a su carisma y comenzaron a maquinar sorprenderle en algo que pudiera hacer su actuación reprobable.
Desacreditado de este modo, le arrebatarían la administración de la Casa Sollievo, con todos los fondos destinados a su nombre. El incidente resultó de lo más grave: la maquinación invadía el terreno, delicado y sagrado, del secreto de confesión. Y fue más doloroso para el Padre Pío por cuanto en ello intervinieron sus hermanos religiosos, entre seis u ocho de su propio convento, comenzando por el Superior e incluyendo al encargado de cuidarlo, aquel que le ayudaba y le atendía como anciano e inválido que era; precisamente alguien que conocía muy de cerca sus llagas y cuanto tenía en la intimidad de su habitación y que le traicionó descaradamente.
Los insidiosos organizaron un sistema de control, colocando micrófonos en los lugares donde el Padre Pío tenía sus conversaciones más intimas; su celda, una sala de la portería, dos confesionarios, uno de hombres y otro de mujeres, y en dos o tres lugares más. Desde estos micrófonos, muy sensibles, llegaban los sonidos conectados a una centralita donde se registraba todo en cintas magnetofónicas.
Hasta 37 llegaron a grabarse a lo largo de unos cinco meses que duró el complot. El Padre Pío solo tuvo conocimiento de estos hechos cuando personas dignas de todo crédito le comunicaron que las confesiones que atendía y los consejos que daba se comentaban públicamente y hasta en las oficinas vaticanas. La trama, muy bien urdida, hacía llegar las transcripciones a los dirigentes de la conspiración en Roma, quienes una vez leídas y seleccionadas, las pasaban al Santo Oficio.
Tras todo ello, se toman contra el Padre Pío drásticas medidas que suponen su claro encarcelamiento dentro del convento: se le prohíbe hablar con personas ajenas a la comunidad, se le cronometra la duración de las confesiones a no más de tres minutos, bajo la atenta mirada de un religioso vigilante con la obligación de interrumpir sin más la sagrada conversación. Y para que ese aislamiento fuera total se delimitaron con una verja metálica los lugares que tenía que recorrer camino del confesionario; incluso se declaró la sacristía lugar de estricta clausura.
En encarcelamiento continuó hasta la llegada al Papado del cardenal Montini de Milán, Pablo VI, quien en 1964 va levantando poco a poco las disposiciones dadas en el periodo de su antecesor para que se le conceda la libertad ministerial de que gozaba anteriormente.
Su muerte
La muerte viene a liberarlo de sus amarguras en la madrugada del 23 de septiembre de 1968. Las personas que atienden al difunto atestiguan que han desaparecido las heridas, tanto de las manos como de los pies y del costado, completamente, sin dejar señal ni huella de cicatrices. Fenómeno suficientemente fotografiado, que aumentó más si cabe el halo de misterio alrededor del Padre Pío. Así, atestigua el padre superior del aquel entonces: Las llagas del Padre Pío comenzaron a cerrarse y a reducir la afluencia de sangre dos o tres meses antes de su muerte, hasta que el día de su defunción se cerraron de tal forma que no dejaron ni el menor vestigio de cicatriz.
Llama la atención el ciclo redondo de su vida. El día 20 de septiembre de 1968 se cumplían 50 años desde que recibiera los estigmas. El domingo 22, el convento de San Giovanni Rotondo es rodeado por una muchedumbre entusiasta de los Grupos de Oración que él mismo fundara, que se disponen a celebrar allí su Congreso Internacional con motivo del 50 aniversario de la impresión de las llagas del Padre Pío. Tras bendecir a aquella multitud que lo aclama enardecida, fallece en la madrugada del día 23. Su ciclo vital se cierra con un broche de oro.
Conclusión
Resumir en pocas líneas la vida de un hombre extraordinario que vivió en el seno de la Iglesia por más de 80 años es peregrino. Sin embargo, cuando la prensa diaria dedica páginas enteras a las noticias de un mundo convulso del que poco podemos enorgullecernos, quisimos también en nuestra medida hacernos eco del perfil humano de un hombre especial, no como se admira una pieza de museo, sino como el corazón vivo que supo ascender lentamente cada uno de la peldaños de su vida interior, hasta lograr hacer de toda ella un acto místico. ¿Hubo misterio en todo a la persona del Padre Pío? Solo podemos decir que habiendo caminado el Sendero, «todo lo demás se dio por añadidura».
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