Tiana, Capadocia, finales del s. I a. de C., c. Éfeso, s. I d. de C.
Decía descender de los antiguos fundadores de Tiana y llevado a la edad de catorce años a estudiar con Eutidemo, profesor de retórica en Tarso, sintió tal disgusto al ver la relajación de costumbres de aquella ciudad, que consiguió de su padre le permitiera trasladarse a un pueblo vecino. A ejemplo de Pitágoras, cuyas doctrinas había abrazado; era de vida muy pura y austera.
Su género de vida y su lenguaje sentencioso y oscuro hicieron tal impresión en el vulgo, que no tardó en verse rodeado de numerosos discípulos, de todas las clases sociales y lugares. Enseñó en Hierápolis, en Éfeso, en Esmirna, en Atenas, en Corinto y en otras grandes poblaciones de la Grecia. Apolonio visitó los templos, corrigiendo las costumbres y predicando la reforma de todos los abusos. En Roma, a donde, según su expresión, había ido para ver qué especie de animal era un tirano, condenó el uso de los baños y hasta se dice que hizo milagros.
Un día, la multitud aterrada presenciaba un eclipse de sol acompañado de una fuerte tormenta. Apolonio miró al cielo y dijo en tono profético: «Algo grande sucederá y no sucederá». Tres días después cayó un rayo en el palacio da Nerón y derribó la copa que el emperador se llevaba a los labios. El pueblo creyó ver en aquel incidente el cumplimiento de la profecía de Apolonio.
Vespasiano, que le había conocido en Alejandría, le miraba como hombre divino y le pedía consejo, que el filósofo le daba con la misma libertad que había usado ya en muchas ocasiones. El rey de Babilonia le pedía un medio de reinar con tranquilidad. Apolonio se limitó a contestarle: «Ten muchos amigos y pocos confidentes».
En el reinado de Domiciano, Apolonio fue acusado de magia y encerrado en un calabozo. Desterrado después por el mismo emperador, murió al poco tiempo, lo cual no fue obstáculo para que, a su muerte, se le erigieran estatuas y se le hicieran honores divinos. Éfeso, Rodas y la isla de Creta pretenden poseer su tumba, y Tiana, que le dedicó un templo, obtuvo en memoria suya el título de ciudad sagrada, lo que le daba el derecho de elegir magistrados.
Lampridio asegura que el emperador Alejandro Severo tenía en su oratorio entre los retratos de Cristo, Abraham y Orfeo, el de Apolonio; y Vopisco (Vida de Aurelio), que hace de él grandes elogios, dice que debe honrársele como ser superior a la humanidad.
Hasta el siglo V, la reputación de Apolonio se mantuvo viva aun entre los cristianos. Prueba de ello es que León, ministro del rey de los visigodos, invitó a Sidonio Apolinar, obispo de Auvernia, a que le tradujera la vida del filósofo escrita por Filóstrato. El obispo escogió el ejemplar más correcto y sobre él hizo su traducción, que remitió al ministro con una carta en que ensalza las virtudes del filósofo; diciendo que solo le faltaba para ser perfecto haber sido cristiano.
Según parece, a lo que debe su descrédito es a sus mismos discípulos, que queriendo realzar sus grandes méritos le han presentado como un impostor, atribuyéndole milagros y profecías que lamentablemente, le colocaban para algunos, a la altura de los embaucadores vulgares.
La vida que posteriormente escribió Filóstrato está tomada de otra realizada por uno de los compañeros de Apolonio, llamado Damis. De sus escritos auténticos el único que nos queda es la «Apología», conservada por Filóstrato (VII, 7).
Extraído de Enciclopedia Hispano-Americana
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