Siros, Grecia, c.540 a. de C.
Según Teopompo y Cicerón, él fue el primer griego que escribió del alma y de los dioses.
Decía a los lacedemonios, según refiere Teopompo en su libro «De las cosas admirables», que «no se deben honrar el oro y la plata»; que esto se lo había mandado decir Hércules, el cual mandó también la misma noche a los reyes obedeciesen a Ferecides en ello. Algunos atribuyen esto a Pitágoras.
Escribe Hermipo que, como hubiese guerra entre los efesinos y magnesios, y desease venciesen los efesinos, preguntó a uno que pasaba «de dónde era», y respondiendo que de Éfeso, le dijo: «Pues llévame de las piernas, y ponme en territorio de Magnesia; luego dirás a tus paisanos me entierren en el paraje mismo donde conseguirán la victoria». Manifestó aquél este mandato de Ferecides a los ciudadanos, los cuales, dada la batalla al día siguiente, vencieron a los magnesios, y buscando a Ferecides, lo enterraron allí mismo, y le hicieron muy grandes honras.
Algunos dicen que se precipitó él mismo del monte Coricio caminando a Delfos; pero Aristóxenes, en el libro «De Pitágoras y sus familias», dice que murió de enfermedad y lo enterró Pitágoras en Delos.
Habiendo ido Pitágoras a visitarlo, y preguntándole cómo se hallaba, sacó por entre la puerta un dedo y dijo: «Conjetura de aquí el estado del cuerpo».
Andrón Efesino dice que hubo dos Ferecides, ambos de Siros, el uno astrólogo y el otro teólogo, hijo de Badio, de quien Pitágoras fue discípulo. Pero Eratóstenes afirma que de Siros no hubo más que un Ferecides, pues el otro, escritor de genealogías, fue ateniense. De Ferecides nos ha quedado un libro, cuyo principio es: «Júpiter y el tiempo y la tierra fueron siempre una misma cosa. La tierra se llamaba terrena después que Júpiter la hizo honores».
En la Isla de Siros se conserva un heliotropio (parece sería algún instrumento matemático, o máquina para observar la declinación y regreso del sol en los trópicos) de Ferecides.
Duris, en el libro segundo «De las cosas Sacras», dice que se le puso este epitafio:
«Da fin en mí sabiduría toda;
y si más a Pitágoras se debe,
es por ser el primero de los griegos».
Extraído de Vida de filósofos ilustres
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