Metaponto, (Magna Grecia), Italia en la actualidad; c. 500 a. de C.
Algunas fuentes apuntan que fu él, el autor del famoso «Teorema de Pitágoras» que paradójicamente no lleva su nombre sino el de su maestro.
Se cree que fue quien probó la existencia de los números irracionales, en un momento en el que los pitagóricos pensaban que los números racionales podían describir toda la geometría del mundo. Hipaso de Metaponto habría roto la regla de silencio de los pitagóricos revelando en el mundo la existencia de estos nuevos números. Eso habría hecho que ellos lo expulsaran de la escuela y erigieran una tumba con su nombre, mostrando así, que él estaba muerto.
Los documentos de la época dan versiones diferentes de su final. Parece ser que murió en un naufragio de circunstancias misteriosas; algunos dicen que se suicida como autocastigo, dejando en libertad a su alma para ir a buscar la purificación en otro cuerpo.
En su momento, sintió mucha admiración por su maestro Pitágoras, a quien llamaba «el gran hombre». Dentro de los pitagóricos, se crearon dos grupos: el de los matemáticos, que eran los que realmente conocían la doctrina pitagórica, y eran dirigidos por Pitágoras, y el grupo de los acusmáticos, que solo conocían los rudimentos de la doctrina, y eran dirigidos por el propio Hipaso de Metaponto.
A Hipaso se le acredita la construcción de un dodecaedro como aproximación a una esfera y el descubrimiento de la inconmensurabilidad (filosofía).
Se cree también que Hipaso de Metaponto fue también maestro de Heráclito de Efeso, y como este, pensaba que el «arché» o principio de todas las cosas, era el fuego, metáfora del cambio, a diferencia de los pitagóricos, que situaban ese principio de todo en los números. Además de los trabajos sobre matemáticas, que incluyen el descubrimiento de la irracionalidad de la raíz de 2, hizo estudios sobre acústica y resonancia, pero pocos de sus trabajos originales han llegado hasta nuestros días, aunque se tiene constancia de experimentos suyos con discos de bronce del mismo diámetro, pero de diferente grosor (el grosor del primero era un tercio mayor que el del segundo, una vez y media mayor que el del tercero, y el doble que el del cuarto disco), que al ser golpeados sonaban con cierta armonía.
Extraído de Vida de filósofos ilustres
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