Laodicea (antiguo Imperio Seléucida), Turquía, c. 299 -225 a. de. C.
Varón elocuente y muy apto para la enseñanza de los niños. Decía que «a los niños debía injerírseles el pudor y deseo de honores como se aplica a los caballos el látigo y el freno». Consta su fecundidad y elegancia en el decir y explicar las cosas; por esto cuentan que Antígono dijo de él: «Así como el buen olor y belleza de una manzana no se puede trasladar a otra parte, así en este hombre se deben mirar las cosas que decía como las manzanas en el árbol».
Pero en el escribir no se parecía a sí mismo. A los que se dolían de no haber aprovechado el tiempo en los estudios y desearían que volviese el tiempo perdido, los burlaba diciendo que «mostraban arrepentirse mucho de un ocio ya irremediable o incorregible». A los que obraban sin consejo les decía que «estaban tan faltos de razón como los que quieren explorar la rectitud de la Naturaleza con una regla torcida; o a los que se miran el rostro en agua turbia o en un espejo inverso.
Era muy contrario de Jerónimo el Peripatético.
Sus consejos fueron en varias ocasiones muy importantes a los atenienses. En su vestir era sumamente curioso y aseado, como dice Hermipo. Hacía también mucho ejercicio, y disfrutaba perfecta salud corporal.
Tan sabiamente dispuso todas las cosas acerca del estudio y erudición, que incluso en su testamento dejó ver su mucho saber y prudencia, de manera que en esto también debe ser imitado.
Extraído de Vida de filósofos ilustres
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