Murcia, 1644 – 1745
Acusado de judaizante y procesado en 1725, estuvo preso en la cárcel de la Inquisición de Cuenca. Anteriormente ya tuvo que ver con la Inquisición de su ciudad natal, lo que le impidió examinarse por el Real Protomedicato. A pesar de estos incidentes, no quedó mermado su prestigio y vivió protegido en Madrid sin cumplir la sentencia de destierro que le había sido impuesta.
Zapata, considerado como uno de los protagonistas más significativos de la renovación científica española durante los primeros lustros del siglo XVIII, fue en su juventud adicto a las ideas galénicas y desde ellas rebatió al veronés José Gazola en su primera obra, titulada Verdadera apología de la Medicina racional (1690), que le ayudó a ascender socialmente en la Corte. Con este motivo, atacó también a Juan de Cabriada. Su actitud, típica del galenismo tardío más reaccionario, le llevó a negar la doctrina de Harvey sobre la circulación de la sangre. Más tarde, el propio Zapata se arrepintió de su primera obra, en frases que hacen notar ciertas presiones. La evolución experimentada por Zapata, de la que no debieron de ser ajenas las influencias recibidas en las «tertulias» madrileñas, le llevó a convertirse en uno de los más apasionados defensores de las ideas innovadoras.
Su activa participación en la Regia Sociedad de Sevilla, institución que abrió una etapa radicalmente nueva en el panorama científico español al servicio de las ideas modernas, culminaron con la redacción de un folleto en 1701, por encargo de la Sociedad, titulado Crisis médica sobre el antimonio. Traducido al francés, fue el origen de una gran controversia por la resistencia de los médicos galenistas a utilizar los remedios químicos. Zapata aboga por su utilización, esgrimiendo tanto argumentos iatroquímicos como opiniones favorables de autoridades médicas tales como Luis Mercado, Pedro Miguel de Heredia o Gaspar Caldera de Heredia. Para reforzar todo ello recurre finalmente a la experiencia.
Los Diálogos filosóficos en defensa del atomismo del teólogo Alejandro de Avendaño (1716) iban precedidos de una extensa «censura» de Zapata de 72 folios que tuvo tanta importancia como el resto de la obra, por su hábil defensa de las nuevas corrientes filosóficas. El médico murciano opone a la filosofía natural aristotélica la nueva física, separándola a su vez de la metafísica. Le interesa una filosofía natural con mayores consecuencias prácticas, y llega en su crítica a una clara demolición del edificio aristotélico al considerar inútiles las formas sustanciales.
Para apoyar sus propias opiniones recurre al propio Aristóteles, no al deformado por los tomistas según Zapata, atribuyéndole la visión de los modernos sobre la materia. También hace referencia en el mismo sentido a autores contemporáneos como Miguel Jiménez de Melero. Para Zapata, la constitución y los cambios de los entes naturales deben ser explicados partiendo sólo de sus elementos materiales (en el sentido moderno del término) y su doctrina es el atomismo. Como Avendaño y Tomás Vicente Tosca, se inclina más al atomismo de Emanuel Maignan que al de Pierre Gassendi. La física de Zapata continúa siendo filosofía natural, aunque en abierta ruptura con los principios clásicos.
La Disertación médico-teológica (1733) es una obra de Zapata que tiene interés porque refleja la introducción de los nuevos procedimientos obstétricos. Se encuentran también en ella cuestiones deontológicas y de medicina legal, pero, sobre todo, constituye una apasionada defensa de las nuevas técnicas obstétricas como la cesárea y otras. Contiene una abundante bibliografía, sobre todo de la escuela francesa.
Su obra fundamental, el Ocaso de las formas aristotélicas, aunque incompleta, apareció como obra póstuma el mismo año de su muerte. Redactó esta obra en respuesta al libro de J. M. Lessaca que intentaba impugnar los Diálogos de Avendaño. Su actitud frente a las diferentes cuestiones planteadas en el Ocaso es un fiel reflejo de su eclecticismo, que intenta conciliar lo que juzga más conveniente de las distintas doctrinas (galénica, iatromecánica, iatroquímica, etc.), teniendo siempre como criterio básico la propia experiencia. Acepta sin reservas el esquema harveyano de la circulación de la sangre, pero en cuanto se refiere a la textura de este líquido, aunque lo describe apoyándose en Raymond Vieussens y Robert Boyle, trata luego de probar con Galeno «la diversidad de las partículas de la sangre». Subraya también la incompatibilidad entre la aceptación de la circulación de la sangre y la práctica de la sangría, que carece de fundamento anatomofisiológico, sobre todo, en el caso de la sangría revulsiva. Aunque Zapata no tuvo vinculación universitaria, ejerció de hecho en su época un magisterio extraordinario.
Extraído de Biografias y Vidas
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