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Conforme avanza la civilización, el Hombre ha ido sufriendo un progresivo aislamiento de la Naturaleza. Desde que salió de las cuevas y comenzó a construir casas, y después ciudades, ha llegado a un punto en el que, en algunos lugares, solo se pisa el asfalto y se respira el aire contaminado. Quizás la costumbre de vivir con «mascotas» y plantas en pequeñas macetas, o las excursiones domingueras, no sea más que la expresión de la añoranza de ese contacto perdido con la Madre Naturaleza.
Pero en la historia de la Humanidad se produjo una ruptura entre el hombre y su entorno en el momento en el que se produjo su aislamiento conceptual: Dios se convirtió en un ser todopoderoso y caprichoso separado de su creación, y el Hombre en una creación aparte y preferente, con poder sobre el resto de los seres vivos. El aislamiento conceptual del Hombre respecto a la naturaleza condujo al desconocimiento y la ignorancia durante toda la Edad Media: del mismo modo que no se podía conocer a Dios o a sus designios, la naturaleza creada por Él era también incognoscible.
Sin embargo, a partir de los siglos XII y XIII, por influencia de la traducción de los textos clásicos realizados por los sabios musulmanes, la ciencia empieza a despertar en Europa. Roger Bacon instaba a la Iglesia a utilizar en provecho propio el poder que confiere la ciencia experimental para luchar contra los infieles y conjurar la amenaza de la venida del anticristo. Pero la relación del hombre con el mundo natural se había roto, y el conocimiento resurge fragmentado: Dios por un lado, la ciencia por otro y el hombre por un tercero.
La Ciencia y la Técnica avanzaron a partir de ahí rápidamente, con una aplicación militar directa: casi todos los científicos Renacentistas fueron también grandes ingenieros que renovaron el armamento de los mecenas. El avance de la ciencia y la idea del «progreso continuo» llegan hasta el conocimiento más íntimo de las partículas que constituyen a los seres inertes y vivos. Se conoce la energía atómica y se descifra el código genético humano. El dominio de la materia parece absoluto, aunque eso no parece, precisamente, llevar hacia la felicidad…
La idea del Progreso Lineal y de la Naturaleza como herramienta, que conduce a la Revolución Industrial, tiene como primeras consecuencias la explosión demográfica y la expansión y dominio mundial de la cultura europea.
Pero también provoca una serie de importantes alteraciones en el medio natural que muy pronto empiezan a afectar a la salud de las personas y a la economía de los estados, como el agotamiento de los recursos naturales (con su consecuente aumento de precio) junto con la creciente demanda de todos ellos. La caza indiscriminada llevó hasta la extinción a varias especies animales y puso en peligro a otras muchas. El abuso de los combustibles fósiles provoca una serie de alteraciones muy importantes, que llegan a traspasar los límites fronterizos y se convierten en globales: el smog, con efectos desastrosos para la salud, o el incremento del CO2 y el efecto invernadero, provocando el ya evidente cambio climático. Los CFC destruyen la capa de ozono, permitiendo el paso a los nocivos rayos UV, aumentando el cáncer de piel. El agua pierde su potabilidad y se hace más escasa. La basura inunda, no solo los núcleos urbanos, sino que llega hasta el mismo Everest… Las grandes obras de ingeniería y de obras públicas afectan a los cauces de los ríos y a la estabilidad de las laderas, provocando inundaciones, deslizamientos, induciendo terremotos y aumentando peligrosamente la erosión. Los terremotos y deslizamientos de tierras afectan a núcleos cada vez más poblados…
Daños que luego tienen que compensar económicamente los propios gobiernos.
La Tierra se rebela ante este despotismo del hombre que intentó someterla.
Ante los problemas que el abuso de la naturaleza le crea al Hombre, éste reacciona y siente la necesidad de volver a ser parte de ella.
El conocimiento biológico, centrado en un principio en el individuo y sus partes, pasa a ocuparse posteriormente (quizás movido por las ideas de la Evolución y de la selección natural…) hacia las poblaciones, las comunidades y los ecosistemas, naciendo así la Ecología, en la que los objetos de estudio son las relaciones entre los individuos y sus congéneres, entre éstos y las demás especies que comparten su espacio, y entre todas ellas y el propio espacio que ocupan. Comienzan a verse las íntimas interrelaciones entre todo lo vivo y su propio medio.
Se puede pensar que la lenta reacción de los gobiernos se produce como respuesta a la creciente sensibilización de las masas por los ecologistas, aunque también debemos considerar una causa de tipo económico: los países gastan cada vez más en combustibles fósiles, en gastos sanitarios y en sufragar los desastres naturales inducidos.
En este ambiente de reacción surge la Hipótesis GAIA, que introduce la idea «sistémica», de «autorregulación», y de «finalidad consciente» en la Biosfera, que se constituye en SER consciente y activo.
Vuelta la mirada del Hombre hacia el exterior del Planeta, las investigaciones sobre la posibilidad de vida en otros planetas fueron las que evidenciaron las peculiaridades de nuestra atmósfera. Los estudios sobre la atmósfera terrestre, con su composición en gases tan reactivos fueron los que apuntaron hacia la idea de que la Vida no se había producido en la Tierra porque su atmósfera lo permitía, sino al revés: la atmósfera era apta para la Vida porque la propia Biosfera la mantiene en ese estado.
El ecosistema se entiende no como una agrupación de seres, sino como un ser en sí: un sistema en el cual cada parte interacciona con las demás y tiene su propia función. Es un organismo, con sus órganos y tejidos que funcionan como unidad.
Gaia, además, tiene el poder de autorregularse: cuando se producen desequilibrios en su interior, es capaz de cambiar para compensarlos. Su equilibrio no es estático, sino dinámico: como un termostato; y cuando ese equilibrio se desplaza por alguna causa (enfermedad en Gaia) ésta cambia para adaptarse a la nueva situación. Son numerosas las extinciones y cambios climáticos y geográficos que ha sufrido la Biosfera a lo largo de su historia, pero después de la crisis, siempre se ha recuperado.
Además, parece que Gaia evoluciona hacia la complejidad, que sabe lo que se propone, que hay una finalidad consciente en la Evolución de la Biosfera que la dirige hacia la permanencia y la complejidad.
Gaia (nombre griego de la diosa de la Tierra) se erige de nuevo en la diosa inmortal, que sobrevivirá al hombre, empequeñecido de nuevo ante su poder.
Así llegamos al final del Milenio y la constitución de una nueva mentalidad, una nueva cultura, más humanística y global.
Al final del siglo XX y del milenio, se configura una nueva mentalidad, una nueva cultura, que se ha dado en llamar la «Era de Acuario». Partícipes de ella son el paradigma Gaia y el paradigma Holográfico.
Desde las cátedras de las universidades surgen científicos heterodoxos que se enfrentan directamente al oficialismo de la ciencia ortodoxa y materialista. Rompiendo con su dogmatismo y su prepotencia, cuestionándola y señalando sus limitaciones, ofrecen soluciones más abiertas, introduciendo el valor de la imaginación junto a la razón, y revalorizando la mística.
El Hombre ya no es un ser aparte y especial de la Creación, sino que está imbricado e implicado en ella. De nuevo forma parte de la Naturaleza, y todo lo que le ocurra a Ella, tendrá consecuencias ineludibles para él. Por otra parte, como refleja el paradigma holográfico (reminiscencia del Hermetismo antiguo), el Todo está en cada una de las partes, y el Hombre vuelve a ser el Microcosmos en el que se refleja el Macrocosmos. Se establece así una mentalidad global, planetaria, donde no caben racismos ni fronteras (que no se ven desde el espacio), donde el rayo no es un enemigo, sino un amigo necesario, donde la Vida Una lo impregna todo, y la muerte no es más que una fase de desintegración tras la cual el ciclo de la vida genera un nuevo ser….
La revalorización de la Imaginación y la Mística vuelven a hacer del Hombre un ser completo: este será el Hombre Nuevo, de la nueva Era, que ya anunciaba el fundador de Nueva Acrópolis, el profesor Livraga, hace más de 30 años, y que nos complace compartir con científicos de la talla de los citados.
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