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Del mismo modo que el faro, al iluminarse, es un poderoso auxilio para el barco que ha perdido el derrotero, asimismo, en un mundo violento y sin dignidad, un hombre íntegro y justo es un faro inapreciable para los demás.
Y sus palabras, decenas de años después, siguen resonando y siendo vigentes; necesitamos de serenidad y consejos para entender el mundo empezando por nosotros, buscando en nosotros las raíces del misterio que se llama Vida. Buscamos la esencia de sus enseñanzas, lo que les permitió existir, ser, en medio de la crisis. Ser estoico es vivir de acuerdo con la Naturaleza.
Vivir de acuerdo con la naturaleza humana, no significa levantarse con el sol, bañarse en el río, comer lechuga, ser animalitos, porque somos seres humanos, naturalmente. Es vivir de acuerdo a la razón, al Logos que está presente en el Universo, en la Naturaleza. Para el griego la razón es luminosa.
Los estoicos explicarían que el hombre está compuesto de dos naturalezas perfectamente distintas: de un cuerpo que nos es común con los animales y de un espíritu que nos es común con los dioses. Pero unos tienden hacia el primer parentesco, y otros al segundo. En lo que a mí respecta, se pregunta un estoico, ¿qué soy? Un pobre desdichado, pero hay algo en mí mucho más noble; ¿por qué, apartándome de tan alto principio, doy al cuerpo tanta importancia? He aquí la pendiente por la que se dejan resbalar la casi totalidad de los hombres, y por qué se encuentran en ellos tantos monstruos, tantos lobos, tantos leones, tantos tigres y tantos cerdos. Ten cuidado pues y procura no aumentar el número de los brutos.
Parece ser que la doctrina materialista de dar importancia a lo que tengo, no a lo que soy o lo que hago, no es una exclusividad de estos últimos siglos. Algunas descripciones son bastantes irónicas. Dice Epícteto:
¡Qué no hará un banquero para examinar el dinero que le dan! Afina todos sus sentidos: la vista, el tacto, el oído. Y no contento con hacer sonar la moneda una o dos veces, a fuerza de estudiar sus sonidos se vuelve casi músico. Pues bien: todos somos banqueros en aquello que nos interesa. Pero si se trata de nuestra razón, de examinar nuestros juicios y opiniones con objeto de evitar la mentira, entonces nos volvemos perezosos y descuidados como si eso no nos interesara; y es que no sabemos apreciar los daños que semejante descuido nos causa.
Cuidarse de nuestra razón es olvidarse de los deseos, pues el deseo y la felicidad no pueden existir juntos, porque el deseo, la obsesión por conseguir algo o alguien, produce dolor, angustia. Los deseos no corresponden a nuestra Naturaleza, los deseos no nos dejan ser libres, nos atan, cada deseo es un lazo que nos lastra. Imaginad una cadena de hierro con sus argollas que nos restringen nuestra libertad, estamos en prisión, encadenados. Ese lastre puede sacar de nosotros lo peor; para ejemplificarlo utilizaban situaciones cotidianas, decían: ¿Habéis visto esos perros que están jugando? Diríase que son los mejores amigos del mundo, a juzgar por sus fiestas, sus caricias, su bullicio y sus lametones, ¿no es cierto? Pues echa en medio de ellos un hueso y verás lo que ocurre. Esta suele ser la amistad entre hermanos y parientes. En cuanto se ofrece un motivo de disputa: dinero, tierras, una amante, ya no hay padre, ni hijo, ni hermano.
Otros de los motivos que descuida nuestra razón siguen siendo los deseos, en plural, porque no tenemos ni uno, ni dos, ni cinco, sino muchos. Fijémonos en esta imagen: un niño introduce su mano en un frasco de dulces de abertura estrecha, y da tal modo y tantas coge, que luego le es imposible sacarla, viéndose precisado, entre lágrimas, a soltar la mayor parte para conseguirlo. Tú eres ese niño, deseas mucho, y no puedes obtenerlo; desea menos, modera tu ambición y verás colmados tus deseos.
A lo largo de la vida nos enseñan que la felicidad consiste en obtener lo que deseamos, en que las circunstancias se avengan a nuestra opinión, voluntad y querer, pero parte de la educación que recibimos son falsos prejuicios acerca de la vida. Así, cuando somos mayores, siempre queremos ver cumplidos nuestros deseos, si nos contradicen, rabia, si no nos aman, depresión, si no nos ascienden, frustración, en lugar de pensar a quién puedo yo amar, qué méritos puedo demostrar…
Hay cosas que dependen de mí y cosas que no dependen de mí: la fortuna, la riqueza, tener o no tener dinero (sí puedo ganarlo pero lo puedo perder, o me lo pueden robar, o depreciarse la moneda); tampoco depende de mí el cuerpo ni la fama, pero hay cosas que sí dependen de mí: mis juicios y opiniones, mis deseos, mis inclinaciones y aversiones, es decir todos nuestros actos, mi bien y mi mal.
Y el deseo no es físico sino mental, es aquello que nos crea preocupación, que nos condiciona, por eso los estoicos pensaban que alcanzaríamos la libertad si cambiásemos nuestras ideas acerca de la realidad.
Epicteto fue el que dijo: No nos hacen sufrir las cosas, sino las ideas que tenemos de las cosas. Pensad en una visita al dentista, en realidad nos sentamos, nos duerme la muela, y no sentimos dolor, pero el sufrimiento está en lo que suponemos antes de ir. Séneca se preguntaba: ¿de qué sirve que nos retiremos y huyamos si nuestras inquietudes pasan los mares con nosotros? ¿Qué antro tan oculto existe donde no pueda entrar el miedo? ¿Qué vida podemos vivir donde no haya dolor?
Si hay una idea traslúcida tras las palabras y enseñanzas de los estoicos es, sin duda, el requerimiento sereno, pero imperioso de libertad. Por ella se filosofa, se lucha, se trabaja, por esa libertad que significa no ser esclavos de ninguna necesidad, de ningún azar. Está la posibilidad de conseguir que las convicciones personales estén libres de las opiniones de las modas y que el alma esté libre de las ataduras del cuerpo.
Libre es quien vive como quiere, dice Epicteto, pero los animales no son libres, pues no pueden elegir su modo de vida, sólo pueden seguir sus impulsos e instintos. El ser humano puede no ser esclavo de los impulsos.
La verdadera libertad es interior, me lo pueden quitar todo, me pueden obligar a decir que lo blanco es negro y lo negro blanco, pero jamás me podrán obligar a pensar que lo blanco es negro.
Y así pueden insultarnos, perseguirnos con maldiciones, calumnias. ¿Qué importa esto para que mi pensamiento permanezca puro, prudente, sensato y justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar agua potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, y se librará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguiremos una fuente perenne? La respuesta de Marco Aurelio: si cuidamos de ser a todas horas libres, con benevolencia, sencillez y discreción.
Los hombres nos fijamos nuestro precio alto o bajo, según mejor nos parece, y nadie vale sino lo que hace. Tásate, por lo tanto, como libre o como esclavo, ya que en tu mano está.
Podemos decir que hoy ya tenemos libertad, que nada tiene que ver la situación social de los estoicos con la que vivimos nosotros, pero bien mirado, lo que hoy tenemos es libertad de expresión, podemos decir lo que queramos, pero ¿tenemos libertad de pensamiento? ¿Realmente pensamos y creemos y soñamos lo propio? ¿O nuestras opiniones siguen las proyecciones de los medios de comunicación, de lo que es correcto socialmente? ¿Vivimos nuestra vida o la de las películas, la de las series televisivas, la de los famosos? ¿Hay libertad?
La libertad empieza en el pensamiento, sólo es libre quien puede desprenderse, quien es generoso, el egoísmo es una cadena que nos esclaviza a las cosas. Al sol no hay que suplicarle para que dé a cada uno su parte de luz y de calor. Del mismo modo, haced todo el bien que de vosotros dependa sin esperar a que os lo pidan.
Es libre quien entiende que el patrimonio de la verdad a nadie le pertenece, porque los fanatismos no sólo han esclavizado a las personas, sino que cierran las puertas de la mente, tapian las ventanas del entendimiento; es la esclavitud de la oscuridad.
Para el estoicismo existe un Destino, una Finalidad que rige a todos los seres, a todo el cosmos, una razón universal que lo gobierna todo, que es la causa de todo acontecer y produce un encadenamiento inexorable de causas y efectos. Nos puede parecer una paradoja: buscar la libertad afirmando que estamos predestinados, pero detengamos nuestro pensamiento en esta afirmación: es libre quien libremente obedece lo que necesariamente sucede.
¿No es cierto que en la naturaleza hay leyes? Por ejemplo: la gravedad, las estaciones, las reacciones químicas. Si conocemos su mecanismo y lo respetamos, podremos conseguir nuestros objetivos, Si lo contradecimos no logramos libertad sobre los condicionantes externos; si digo: en un matraz voy a hacer reaccionar nitrógeno e hidrógeno para obtener lejía; no lo consigo, a lo sumo podría obtener amoniaco.
Así, si obedecemos las leyes naturales, lo que necesariamente sucede, seremos libres, eso sí, hay que obedecer libremente, porque nos da la gana. En verdad es libre quien libremente obedece lo que necesariamente sucede. ¿Y qué es lo que necesariamente sucede? ¿Qué es lo que sucede en la vida necesariamente?
A veces, la muerte se nos aparece tan lejana -aunque quién sabe si la muerte está lejana, no es la edad lo que determina el fin de la vida?- que nos acostumbramos a no mirarla, a tenerla velada ante nuestros ojos, a vivir como si fuéramos inmortales, a olvidar la única certeza que tenemos al nacer: que moriremos. Pero morir es una de las reglas del juego, por este motivo los estoicos aprendían a mirar a la muerte cara a cara. Decían: Hay que aprender a vivir a lo largo de toda la vida y lo que tal vez nos sorprenda más, hay que aprender a morir a lo largo de toda la vida.
Marco Aurelio, filósofo estoico y emperador de Roma, escribió un diario que ha llegado a nuestros días con el título de Meditaciones. En él hay diversas reflexiones sobre la muerte, a veces desde un punto de vista físico: la ve como un acontecimiento fundamental de la naturaleza y de la vida. Decía que la muerte es una disolución o disgregación de los elementos constitutivos de un ser. A pesar del esfuerzo por inteligir la muerte, su sentido último se escapa: La muerte como el nacimiento es un misterio de la naturaleza.
La muerte tiene un sentido ético: la vida consiste en servir de preparación para la muerte. Y poder responder con seguridad afirmativa a la pregunta: ¿La vida merece la pena ser vivida? O mejor: ¿Merecemos haber vivido? El sí está en función de nuestra línea de conducta coherente, equilibrada. Es de los estoicos la reflexión de que somos actores en una obra de teatro, corta o larga, cuyo autor nos ha confiado un papel determinado. Y ya sea este papel el de mendigo, príncipe o cojo o de simple particular, debemos procurar realizarlo lo mejor que podamos. Porque si ciertamente no depende de nosotros el papel a representar, sí el representarlo debidamente.
Séneca, en una carta a Lucilio, le aconseja emplear bien todas las horas, pues cuanto mejor trabaje el presente, menos necesitará del porvenir. El tiempo es lo único que nos dio la naturaleza pero es tan ligero y resbaladizo que nos lo puede quitar cualquiera.
Imaginemos un banco en el que tenemos una cuenta con 86.400, pero este banco es especial: nos regala este dinero, pero cuando termina el día lo que no hayamos gastado desaparece. ¿Qué haríamos? ¡Retirar todo el dinero y usarlo! Y al día siguiente otra vez… 86.400 segundos porque este es el banco: el tiempo, cada día nos ofrece su dádiva, que no se puede acumular, ni se pueden pedir préstamos, hay que vivirla.
Y que no puedan decir de nosotros: Aquí yace fulanito que existió por tantos y más años y vivió 7.
¿Por qué usar el estoicismo hoy en día? Cuando investigamos los secretos de la Naturaleza, cuando tratamos de las cosas divinas, atendemos a nuestra alma para liberarla de sus debilidades, y por consiguiente fortalecerla. Y no para evitar los reveses de la fortuna, porque sus dardos vuelan por todas partes, sino para soportarlos con valor. Podemos ser invencibles pero no inatacables, la vida trae sus pruebas, sus batallas, sus dolores, no se pueden evitar, pero sí podemos vencer.
Decían: Así como un maestro de gimnasia, ordenándome levantar pesos y hacer toda clase de ejercicio, endurece y desarrolla mis músculos, que tanto más se vigorizan cuanto más acato sus órdenes, tal me ocurre con quienes me maltratan y me llenan de improperios, pues desarrollan mi paciencia, mi dulzura y clemencia.
¿Por qué debemos ser invencibles? ¿Y sobre qué se alcanza la victoria? No son las victorias en los negocios, ni en los juegos, ni las que se alcanzan en los campos de batalla, éstas no traen al hombre la felicidad; las únicas que tal logran son las que se alcanzan sobre sí mismo. Los defectos y los contratiempos son los verdaderos combates. ¿Has sido vencido una vez, dos, tres…? Sigue combatiendo. Si al fin sales vencedor serás feliz para toda tu vida, cual si hubieras vencido siempre.
La filosofía estoica transforma a los hombres: Procura reunir en ti diversas cualidades. Desde luego, eres hombre, ciudadano del mundo, hijo de los dioses y hermano de todos los demás humanos. Además de todo esto puedes desempeñar algún otro cargo, ser joven o viejo, padre, hijo o esposo. Pues bien: medita detenidamente a lo que cada uno de estos títulos te obliga y procura no deshonrar ninguno.
No tienes que librar a la Tierra de monstruos porque no naciste Hércules ni Teseo; pero puedes imitarlos librándote tú mismo de los monstruos formidables que llevas en ti. En tu interior hay un león, un jabalí, una hidra; pues bien, procura dominarlos. Procura dominar el dolor, el miedo, la codicia, la envidia, la malignidad, la avaricia, la pereza y la gula. Y el único medio de vencer a estos monstruos es tener siempre muy presentes a los dioses, serles afectos y fiel y obedecer sus mandatos.
Contaban la historia del senador Helvésio, al cual el emperador Vespasiano ordenó que se abstuviese de asistir al Senado: Puedes despojarme de mi cargo, pero mientras no lo hagas, no dejaré de concurrir. – Pues no olvides, si asistes, permanecer mudo. -No preguntes mi opinión y no despegaré los labios. -Es que si estás presente tendré que preguntarte tu parecer. -Y yo no tendré más remedio que contestarte lo que sea justo. -Entonces me veré obligado a matarte. -¿Te he dicho acaso que soy inmortal? Haremos pues lo que está en nuestras manos, ambos. Tú, ordenar mi muerte, yo soportarla sin quejarme.
Y así fue, pero como dijo Epicteto: Hagas lo que hagas conmigo, lo más que llegarás será a ser dueño de un cadáver; pero sobre mí no tienes ni tendrás nunca poderío.
Como dijo Heiddeger: hay la existencia impropia (los que viven vanamente), frente a la existencia propia (los que viven una vida auténtica). Cuando alguien nos dice tengo 40 años, en realidad nos referimos a 40 años que ya no tiene. La vida es fugaz, el tiempo no es nuestro, no lo poseemos, nos lo prestan para usar, entonces grabemos en el ánimo: Es necesario morir, sí pero ¿cuándo? Poco importa porque hoy tenemos vida. Hay que vivir cada día como si fuera el primero (por la ilusión, entusiasmo) y el último (aprovecharlo). Pues según Epicteto: …cuando dices que te corregirás mañana es como si dijeras que quieres hoy ser deshonesto, libertino, cobarde, colérico, envidioso, injusto, interesado, pérfido, etc… ¿Por qué no corregirte hoy mismo? No lo dejes para mañana, que, si lo dejas, mañana volverás a aplazarlo.
Cuando se echa a los muchachos higos y avellanas, todos se golpean y empujan por recogerlas; pero los adultos no hacen de ello el menor caso. En cambio distribuyen gobiernos de provincias, reparten pretorías y consulados, y se vuelven niños por atrapar lo que, bien mirado, no vale más que aquellos higos y avellanas. En cuanto a mí, si por casualidad ha venido a caer algo entre los pliegues de mi vestido, lo cojo y me lo como. No lo desprecio; pero ni he de empujar a nadie ni tan siquiera inclinarme para recogerlo.
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