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Realizar una aproximación al juego del ajedrez, implica en cierto modo, preguntarse por su permanencia a lo largo de los siglos, y si ésta es meramente casual o responde a toda una concepción filosófica escondida tras el velo de un simple juego.
«Contempla, ¡oh, maestro!, La poderosa hueste de los hijos de Pandu, compuesta por multitud de expertos e intrépidos guerreros, al mando de tu antiguo discípulo, el astuto y sagaz hijo de Drupada. Contempla a los guerreros enemigos en los carros de combate. Sus nombres son sinónimos de valor, fortaleza y astucia. Y en nuestro bando están reunidos a mis órdenes los más insignes guerreros de nuestro pueblo, heroicos, valientes y experimentados, blandiendo sus armas favoritas y todos adictos a mi persona y causa, y anhelosos de dar su vida por mí.»
Intentaremos pues, desvelar y descubrir que el ajedrez es el propio hombre y su lucha consigo mismo por lograr las vivencias y estados más profundos del espíritu.
Explicaremos que esta concepción esotérica del juego, ha estado presente en India, Irania, en la civilización árabe y en el medioevo europeo, y que las distintas alteraciones que ha sufrido son solo adaptaciones a las diversas idiosincrasias, permaneciendo en lo esencial un esquema inalterable.
Analizando la expresión «jugar al ajedrez», quisiéramos rescatar de esta palabra el sentido francés del término «jouer», que significa «actuar», «interpretar». Cabe preguntarse, si esta concepción filosófica del ajedrez es válida para el hombre actual. En este sentido, su significado se entiende de dos formas:
Es un juego normado, en la medida en que está condicionado por unas reglas, pero a la vez apreciamos en él otras cualidades que hacen que sea utilizado en: psicología aplicada como » test de atención”; y en cibernética, donde se toma como punto de referencia para la consecución de una algoritmia, reflejo del pensamiento de un ajedrecista. Puede ser aplicado a una máquina “pensante”, en una tentativa de añadir la capacidad de pensar a la materia. Como por ejemplo, el caso del autómata del ajedrez, de nombre Mephisto, ideado y construido por un fabricante de prótesis médicas: Charles Gumpel en 1878. De este autómata, que incluso llegó a ganar un torneo en Londres, nadie supo nunca cómo se pudo realizar su manipulación a distancia.
A pesar de la diversidad de opiniones al respecto, nos inclinamos por pensar que es un juego originario de la India. Ajedrez procede etimológicamente del árabe «as-satrany», y éste del sánscrito “chaturanga”. La palabra chaturanga designaba al ejército hindú tradicional, compuesto de cuatro angas: elefantes, caballos, carros y soldados. Esta consideración nos lleva a pensar que el ajedrez entraña un simbolismo guerrero entendido como una «escuela de gobierno y defensa». A pesar de estar dirigido a la casta Kshatriya (casta guerrera de la India), el ajedrez es de origen brahmánico debido al carácter eminentemente sacerdotal del diagrama ocho por ocho (conformación de las 64 casillas en cuadrado perfecto) y su sentido pedagógico, ya que mediante este juego los brahmanes instruían a los Kshatriyas en los tiempos de paz en el arte de la estrategia en la guerra.
Este mismo sentido guerrero está latente en la teoría que algunos autores sostienen, según la cual el rey Eubea crea el juego para los soldados griegos en el largo asedio de Troya, sobresaliendo uno de ellos por su dominio en el juego: Thérsites. que es citado por Homero en la Ilíada. Aunque nos sirva para corroborar su origen brahmánico, no creo que el ajedrez sea originario de Grecia, sino que guarda más relación con el sentido filosófico hindú.
Este juego es un fiel reflejo de la estructura jerárquico-social de la India:
Todo esto nos lleva a la conclusión de que el juego del ajedrez encierra todo un contenido filosófico del mundo hindú. Así Alfonso X el Sabio recoge en su manuscrito: «Juegos diversos de Acedrex, dados y tablas» (1.213), que un rey de la India quiso saber si el mundo obedecía a la inteligencia o a la suerte. Dos sabios le dieron respuestas contrarias; para el primero la inteligencia primaba sobre la suerte y tomó como ejemplo el ajedrez y el otro le trajo unos dados. El historiador árabe Al-Mas’Odi’ (siglo IX), al que se le atribuye la descripción más antigua que del juego poseemos en su libro «Las praderas de oro»; también nos cuenta que el rey Balhit fue el que posiblemente codificó el juego, ya que lo prefería porque en él prevalecía la inteligencia sobre la ignorancia.
Esto, en cierto modo, se relaciona con la concepción hindú del Destino; no responde a un azar, sino la existencia de una ley que lo ordena, la Ley del Karma: toda causa tiene un efecto. Esta ley tiene un reflejo en el ajedrez, en cada fase del juego el jugador es libre de elegir entre varias posibilidades, pero cada movimiento traerá consigo una serie de consecuencias ineludibles. Desde este punto de vista el movimiento de las piezas supone la sabiduría, el conocimiento de las posibilidades con un límite: el tablero. Fuera de él, el hombre es un esclavo de su destino, mientras que dentro podrá acceder al conocimiento de la Verdad.
No solo en la civilización india se perciben estas relaciones, sino también en las distintas culturas donde arraigó este juego, como fueron la árabe y el sistema feudal del Medioevo.
Hay que tener en cuenta los cambios que el ajedrez ha ido sufriendo, así el elefante sobre una torre fortificada, pieza utilizada en la India, pasa a ser con los árabes el alfil (Al-fil, en árabe significa elefante), pero en representación esquemática en manuscritos medievales fue tomado como un birrete de bufón o una mitra, de ahí su significado en Francia «Fou» (bufón), y en Inglaterra «bishop» (obispo). Pero el cambio más importante es el del consejero en India por la Dama o Reina en la época medieval.
Parece ser que existió una confusión entre el término persa «fer-san», que en castellano se convirtió en «alforza», y el antiguo francés «pierce» que significa virgen. Sea lo que fuere, lo que sí es cierto es que en este cambio influyó la mentalidad caballeresca transmitida por los árabes y persas, que también trajeron a Occidente la heráldica y las principales reglas de caballería.
La contraparte del caballero es su dama; este cambio formal del consejero por la reina, nos hace pensar en la importancia de la Dama en esta época, como consejera y ayudante del caballero; y por otra parte sobre la dualidad cuerpo-alma, que más adelante trataremos.
Para profundizar en este apartado, ciertamente el más difícil, primeramente debemos hacer unas consideraciones. El ajedrez tuvo originariamente una estructura con cuatro bandos de piezas, cada una con su propio rey, en un tablero de 64 casillas. Parece ser que todas estas casillas eran del mismo color, ya que el tablero chino, también originario de la India, no cuenta con la alternancia de colores; se cree, por tanto, que el tablero bicolor proviene de Persia.
Esta variante de los cuatro bandos es recogida por Alfonso X el Sabio, con el título «El juego de las cuatro estaciones», de modo que las piezas están dispuestas en las cuatro esquinas del tablero, avanzando en sentido rotatorio. Las piezas tienen los colores: verde, rojo, negro y blanco, correspondiendo a los cuatro elementos aire, fuego, tierra y agua representando así a Dios en su aspecto transformador (Shiva). El movimiento rotatorio de estos cuatro campos, análogo a la marcha del sol, simboliza la transformación cíclica.
En su actual aspecto, el tablero implicaría la imagen del mundo en su dualismo fundamental, purusha y prakriti, materia y espíritu, espacio y tiempo, yin y yang.
La cualidad geométrica del tablero, expresa el espíritu y su extensión cuantitativa en las 64 casillas, la materia que conforma el Mandala (tablero).
Este sentido cíclico y cosmogónico también queda reflejado por Al-Mas-Odi cuando dice que: «Los indios dan un sentido misterioso a la progresión geométrica efectuada en las casillas del tablero, estableciendo una relación entre la causa primaria que domina todas las esferas y a la que todo conduce, y la suma del cuadrado de las casillas del tablero».
Para el historiador árabe, esto guarda relación con la famosa leyenda según la cual el inventor del juego pidió al monarca que llenara las casillas de su tablero con granos de trigo, colocando uno en la primera, dos en la segunda, cuatro en la tercera, y así sucesivamente hasta la casilla 64, lo que da un total de 18 trillones 446.774 billones 073.709 millones 551.616 granos, que no se poseían en todo el Imperio, para producir tal cantidad, habría que producir 76 veces todos los continentes de la tierra.
Pero en realidad, la creencia de los hindúes estaba en el simbolismo cíclico del ajedrez, que reside en el hecho de expresar el despliegue del espacio según el cuaternario, es decir, el cuadrado central es el núcleo, el principio del cual irradia todo en Brama, génesis creadora.
Limitando con este cuadrado central se encuentra el octonario de las direcciones principales. A medida que nos alejamos de este centro el proceso creador se va densificando, hasta llegar a las 28 últimas casillas donde encontraremos las divinidades más próximas al hombre: devas y asuras, (ángeles y arcángeles del cristianismo).
El sentido estratégico del jugador de ajedrez por el dominio del centro implica una victoria segura; quien posee el centro poseerá el verdadero conocimiento.
A su vez el tablero sintetiza los dos grandes ciclos complementarios del sol y de la luna, los doce signos zodiacales y las 28 mansiones lunares.
Por otra parte el número 64, suma total de las casillas, es un submúltiplo del número cíclico fundamental 25.920 que mide la precisión de los equinoccios.
Así es como este Mandala simboliza a la vez el Cosmos visible, el mundo del espíritu y la divinidad en sus múltiples aspectos.
Por todo ello, soy consciente de que esta concepción del tablero como Mandala es incompleta, puesto que el Mandala constituye un símbolo vivo que roza algo que nuestra comprensión no alcanza a racionalizar; es un símbolo de transformación que al referirse a un elemento desconocido, se proyecta sin posibilidad de comunicación, como una experiencia directa de algo real carente de verdaderos signos que limitan y determinan su significado (Jung). Es un símbolo, es decir, «Una abstracción sintética que nada dice al profano y todo lo revela al sabio» (Mario Roso de Luna).
El Mandala proyecta contenidos de la totalidad, en sánscrito significa Círculo mágico. Es fácil observar esta característica del tablero como círculo, no solo porque al girarlo nos da esta forma geométrica perfecta, sino también por la construcción de lo que clásicamente se llamó la cuadratura del círculo.
Esta construcción mandálica está estrechamente relacionada con el I Ching y sus 8 trigramas fundamentales, y con sus 64 hexagramas que por falta de espacio aquí no trataremos.
La transmisión de la heráldica por persas y árabes trajo consigo además el Mandala del Ajedrez a través de los estandartes y pendones medievales, símbolo de la verdad que se muestra a todos, especialmente este damado o escaqueado también se representaba en los escudos conformando cuadros llamados puntos que nunca podían ser inferiores a 20 puntos.
Las piezas heráldicas ajedrezadas debían tener como mínimo dos órdenes (la orden o tira es una fila de puntos). Las águilas, leones, y demás símbolos, también podían ser ajedrezadas evidentemente el simbolismo variará según se utilice en el escudo, en el pendón o en el estandarte, pero esencialmente nos da a entender la idea de combate, de «guerra santa» que el caballero tenía contraído ante las injusticias.
Desde un punto de vista guerrero el ajedrez representa la lucha de los devas y los asuras disputándose el tablero del mundo; así, la alternancia del negro y del blanco adquiere gran valor e importancia, es la lucha de los pares de opuestos, luz y tinieblas, bien y mal.
En la interpretación cosmogónica anteriormente esbozada, apuntábamos la batalla figurada en el tablero entre dos principios complementarios. Pues bien, esta característica tiene también su reflejo en el hombre, es la misma lucha que nos reproduce el Bhagavad Gita. Iniciemos la relación hombre y ajedrez con el simbolismo de las distintas piezas.
La principal interpretación que se puede establecer entre estas dos piezas es con la dualidad Cuerpo – Alma. El rey representa el alma encarnada, la dama o consejero la materia. El rey se desplaza un solo paso en cualquier dirección, simbolizando, así, su difícil reconocimiento en la materia, su «prisión» es la materia. De esta manera necesita el rey de la dama, que puede moverse en todas direcciones, para desenvolverse.
Esta interpretación sigue siendo válida, aun cuando en el Renacimiento se le dio mayor movilidad a la reina, y al rey la posibilidad del enroque, perdiendo así algo de su carácter estratégico, para pasar a ser algo más abstracto y matemático. Es pues. un dualismo complementario.
El rey como vehículo para la manifestación del Espíritu, poder viviente Universal del origen de toda la Vida, necesita al resto de piezas que son, a su vez, la manifestación del Alma. Sus diferentes movimientos corresponden con distintas maneras de realizar las posibilidades cósmicas en el tablero: movimiento axial de las torres, diagonal de los alfiles y combinado de los caballos. La marcha axial es cortante y viril, representa lo masculino, mientras que la marcha diagonal corresponde a una continuidad existencial, y por tanto femenina.
La posición inicial de las fichas reproduce un sistema jerárquico: los peones como piezas de choque, las torres, los caballos, los alfiles y por último en el centro lo más valioso.
De esta misma forma el hombre también se compone de varias partes en estructura jerarquizada: su eterofísico, su componente energético y sus emociones estarían representados en los peones. Como ente ordenador esta la mente, que la tradición hindú desglosa en Mente egoísta perecedera, representada en las torres y su movimiento en cruz, y mente Pura eterna (la continuidad existencial del movimiento del alfil).
El hombre necesita una cierta quietud en sus cuerpos inferiores para poder activar su raciocinio, de la misma manera que las torres necesitan para actuar una disminución de peones.
El hombre también posee, según la filosofía hindú, un vehículo intuicional (Budhi) representada en el tablero por los caballos con ese movimiento tan complicado (cualquiera de sus movimientos puede resultar inesperado). En la cúspide de la Pirámide el Rey (Atma) expresión primera y pura.
Como indicábamos supra, se plasma en el ajedrez la Ley Universal de Causa y Efecto, la ley del Karma. Esta ley ha sido desvirtuada y mal interpretada, entendiéndola como un determinismo. El ajedrez es un gran ejemplo para aclarar esta cuestión: el jugador, al igual que el hombre, es libre de mover sus piezas, de actuar, pero ese movimiento traerá consigo unas consecuencias en los anteriores desenlaces del juego, por tanto, el destino, reflejado en la partida puede ser alterado si el jugador se sobrepone a las adversidades, por la fuerza de su Voluntad.
Cada partida de ajedrez es distinta a cualquier otra, representando así, una multiplicidad de acciones y circunstancias de la vida. Los dos primeros movimientos (salida blanca y respuesta negra) dan lugar a 400 posiciones distintas, el tercer movimiento (el segundo blanco) origina 5362 situaciones y la segunda respuesta negra gira en torno a las 71850 variantes.
El Bhagavad Gita, gran libro sagrado, es posiblemente la fuente de la que emana este juego, la lucha interna del hombre. En la primera Estancia del libro contemplamos el campo de batalla con los dos bandos: los Kuravas y los Pandavas, la doble naturaleza del hombre enfrentaba lo sensible y lo inteligible. En un lugar principal del campo de batalla se encuentran Krishna y Arjuna, el consejero y el príncipe Arjuna.
Arjuna tiene miedo a la muerte y a la propia naturaleza de las huestes con las que se tiene que enfrentar, pero para superar este miedo tiene a su lado a Krishna, su fiel aliado, que le anima a la lucha para conseguir la victoria deseada, la ciudad de Hastinapura, símbolo de la Sabiduría. Esta victoria es dura de conseguir, porque supone dolor para Arjuna pero Krishna le muestra las claves de superación: la acción y el conocimiento. Cuando la acción es recta se traduce en Sabiduría y solo ésta se manifiesta en Recta acción. Con estas armas conseguirá la victoria y la unión con el Ser, el no vencer supondrá un «volver a empezar» una necesidad de una nueva experiencia terrenal. No hay nada peor que la inacción dice Krishna, porque incluso de las derrotas acumulamos un aprendizaje siempre válido.
La extrapolación de valores que podemos extraer de este texto sagrado es muy rica. El campo de batalla, Kuru, es el tablero , las dos huestes enfrentadas, los dos bandos de fichas: blancas y negras. El Rey representa a Arjuna y Krishna el consejero. El fin: la conquista de Hastinapura, la gran meta.
Encontramos también afinidades entre la tradición medieval y el ajedrez. El Rey Arturo, el mismo que antes fuera un heroico triunfador lo encontramos más tarde como un rey enfermo y decrépito a causa de un extraño sortilegio, que le obliga a vivir en una actitud latente (el alma encarnada) . EL Gran Merlín, consejero inseparable del rey y sus caballeros. Su misión: «Quien es jefe que sea puente” es decir el «jefe» es el que debe establecer la vinculación entre las dos orillas, los mundos humano y divino.
Sus caballeros, sintiendo la tragedia de su Rey herido, tienen la necesidad de actuar para volver a restaurar a su Rey a su primitiva situación, haciendo que el que estaba herido cure, que aquel que olvido recuerde su origen y retorne a la isla de Avalon, este retornar es lo que se conoce esotéricamente como el plantear la pregunta. Este retorno a la ciudadela del sol, a la isla blanca es en definitiva la ciudad de la Sabiduría, la Hastinapura del Bhagavad Gita.
Como indicábamos anteriormente, el ajedrez fue ideado para ser utilizado por los guerreros en tiempos de paz para desarrollar en éstos el arte de la estrategia. Estrategia viene del griego “estrategos” la ciencia del general o caudillo. En este sentido el jugador de ajedrez se siente el general de sus tropas y debe conducir a sus huestes conforme al plan de campaña que establezca. No obstante lo anterior, el ajedrez presenta dentro de la estrategia militar algunas particularidades para tener en cuenta, son las reglas del juego: Queda delimitado el comienzo de la batalla eludiendo el factor sorpresa, el número de fuerzas está igualado y está delimitado el campo de batalla. Asimismo las combinaciones estratégicas están en un primer momento supeditadas a las fichas que cada jugador tenga, así las blancas en un primer momento realizarán las combinaciones ofensivas y, dependiendo de estos las negras deberán supeditar sus combinaciones defensivas que vienen impuestas por las circunstancias del caso.
Antes de entrar en una somera explicación de estas combinaciones estratégicas, enunciamos algunas máximas estratégicas aceptadas en el ajedrez moderno:
Las partidas de ajedrez, desde un punto de vista estratégico pueden dividirse en partidas abiertas y partidas cerradas. Las primeras, de mayor interés bajo mi modesta opinión, se exponen las piezas a los ataques del enemigo para poder atacar a su vez, intentando debilitar el campo contrario que de buscar posiciones sólidas y seguras en el propio que serían las partidas cerradas.
Las partidas abiertas responden dentro de la estrategia militar a dos principales combinaciones ofensivas que se entremezclan entre sí:
En las partidas abiertas principalmente las blancas comienzan con el movimiento de peón de rey a e4, respondiendo las negras con igual salida. A partir de este momento se pueden dar tres grandes subdivisiones : El caballo de rey blanco a f3 (partidas de caballo) apertura española. El alfil de rey a c4 (partidas de alfil) y el gambito de rey, peón de alfil de rey blanco a f4.
Las aperturas de partida cerrada tienen dos variantes :
Todas estas modalidades muy estudiadas hoy día, sirven para utilizar una apertura que es muy conocida al jugador para intentar una ventaja posicional o un cambio ventajoso.
Tras las formas, tras la mera apariencia de un simple entretenimiento hemos intentado demostrar que subyace toda una concepción de lo sagrado, de lo divino que ha permanecido civilización tras civilización con un contenido que sigue latente, que solo hace falta la intención el deseo y la voluntad de aplicarlas a uno mismo.
Que ese silencio, que esa atmósfera que aún se respira en las partidas de ajedrez, son todavía hoy signos inequívocos de algo que va más allá de un simple deporte.
Que todos, absolutamente todos estamos en nuestra vida inmersos en una partida de ajedrez, en esa «otra partida » que significa nuestra vida, y que poseemos dentro de nosotros mismos al Consejero que todos llevamos, pero que tanto trabajo cuesta escuchar, y que está dispuesto a potenciar nuestra voluntad para actuar porque:
«Ni puede nadie, ni aún por un instante permanecer en realidad inactivo, porque inmediatamente le impelen a la acción las cualidades dimanantes de la Naturaleza».
Que el ajedrez es el perpetuo anhelo del hombre por «ser más ser» por dominar bajo el imperio de su voluntad todos sus actos. Hasta que la victoria, «el jaque mate a las pasiones » no llegue seguiremos prisioneros del tablero (espacio – tiempo), como dice Borges en su poema sobre el ajedrez:
«Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino,
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Ornar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?»
Lisardo García Rodulfo
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