El alma y la filosofía
Autor: Juan Carlos del Río
“Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la dolencia del alma” (Epicuro).
«Ciencia sin conciencia no es más que la ruina del alma» (F. Rabelais).
El término “alma” tiene numerosos significados de carácter religioso, teológico, filosófico, psicológico, etc. En la actualidad, “alma” es usado preferentemente en contextos religiosos y teológicos, pues tanto la psicología como la filosofía usan términos como “psique” o “mente”, debido a las connotaciones derivadas de las tradicionales disputas acerca de la relación entre el alma y el cuerpo.
Vemos necesario, en primer lugar, aclarar qué entendemos por alma, y cuál es el enfoque filosófico de este término. Seguiremos, principalmente, las definiciones de otro filósofo español contemporáneo, José Ferrater Mora, en su Diccionario de filosofía.
A lo largo de la historia del pensamiento han destacado tres concepciones clásicas del alma:
Un soplo, aliento o hálito, equivalente a la respiración; cuando falta tal aliento, el individuo muere.
Una especie de fuego; al morir el individuo, este fuego –que es el calor vital– se apaga.
Una sombra, presentida o de algún modo entrevista durante el sueño.
En el mundo clásico, la primera interpretación de alma como ánima es la más común, aunque la segunda comparte con ella ese concepto de “principio de vida”, y es, por lo tanto, similar en su significado. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo se impone en las especulaciones filosóficas el concepto de un doble propio de cada uno de los hombres, que puede salir incluso durante el curso de la vida.
Posteriormente, posiblemente por influencia oriental, se pensó que hay en cada hombre una realidad de orden divino, la cual ha preexistido al cuerpo y perdurará tras la muerte y corrupción de este. Representantes de esta nueva tendencia son el orfismo, Pitágoras o Empédocles. El alma puede entrar en el cuerpo y salir de él, sin identificarse nunca completamente con este, que puede ser concebido como una especie de cárcel o sepulcro del alma. La misión del hombre es liberar su alma por medio de la purificación o de la contemplación.
Platón recogió estas ideas, defendiendo un dualismo casi radical del cuerpo y el alma. El alma aspira a liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino y vivir entre las ideas, en el mundo inteligible. El conocimiento es reminiscencia, pues el alma recuerda las ideas que había contemplado en su vida anterior.
Para Aristóteles el alma es la causa o fuente del cuerpo viviente: si el ojo fuera un animal, la vista sería su alma, pues la vista es la sustancia o forma del ojo. El alma es el ser y principio de los seres vivientes. En el caso del alma humana, el modo de operación principal es la razón, que distingue esta alma de otras en el reino orgánico.
En el cristianismo se tendió a una espiritualización y a una personalización del alma. Para los cristianos el alma es el aspecto espiritual de la persona. San Agustín rechaza la concepción del alma como entidad material y subraya su carácter pensante. Todas las funciones del alma (voluntad, memoria, etc.) lo son de una función principal, de una realidad espiritual indivisa que se manifiesta por medio de lo que san Agustín llama “la atención vital”.
Con la incursión del cristianismo en la filosofía occidental terminamos el repaso a las consideraciones filosóficas acerca del alma, para pasar a ver cómo este vocablo ha huido de las elucubraciones filosóficas, debido quizá a que la religión se apropió de él y a la disociación entre filosofía y religión.
El alma en el siglo XX
El término “alma” ha resultado esquivo para la filosofía del siglo XX, siglo en el que han predominado las teorías materialistas por un lado y existencialistas por otro, pero en ambos casos, lejanos de los conceptos de trascendencia o metafísica. Parece como si las ideas del siglo XVIII de La Mettrie (1) todavía siguiesen calando, dos siglos después, en el XX.
El vocablo alma ha sido usado de nuevo por varios autores contemporáneos (Jaspers, Scheler, Ortega y Gasset) en un sentido distinto de cualquiera de los tradicionales. Tales autores han distinguido entre la vida, el alma y el espíritu. Mientras el alma es concebida como la sede de los actos emotivos, de los afectos y sentimientos, el espíritu es definido como la sede de ciertos actos racionales. El alma es subjetividad, en tanto que el espíritu es objetividad. El alma es inmanencia, mientras que el espíritu es trascendencia.
Así, podemos hablar de una corriente de pensamiento que trata de volver a las raíces clásicas, huyendo del aplastante racionalismo. Ortega, por ejemplo, en el ensayo Corazón y cabeza, afirma que hemos progresado enormemente en el repertorio de hechos y noticias sobre el mundo que manejamos mentalmente. Hemos mejorado técnica y científicamente, pero hemos desatendido el cultivo de otras zonas del ser humano que no son intelecto, cabeza. “Al progreso intelectual ha acompañado un retroceso sentimental; a la cultura de la cabeza, una incultura del corazón”.
Esta tesis respecto a la falta de interés de la filosofía y la ciencia de nuestro tiempo por los problemas fundamentales del hombre ha sido también destacada por el cristianismo postconciliar. Sean un ejemplo estas palabras de Karol Wojtyla: El hombre ocupa el centro de muchas declaraciones, programas o manifestaciones, y también de numerosas ciencias y filosofías. Nuestro conocimiento del hombre ha progresado en muchos aspectos; conocemos de modo más preciso el cuerpo humano, el metabolismo y el sistema nervioso, los procesos psíquicos y el subconsciente. Pero ni la ciencia ni la filosofía tienen la audacia de tomar el espíritu humano como objeto de su investigación y de hablar, por tanto, directamente del alma.
Hubo otros intentos al final de siglo para hacer avanzar conjuntamente ciencia y humanismo. Podemos destacar, por ejemplo, al pensador y escritor Vintila Horia. Encuadrado dentro de la corriente de postmodernidad (2), el hilo conductor de su pensamiento era la muerte del materialismo (en sus versiones liberal y marxista) y el resurgimiento de la espiritualidad.
Además de los filósofos ya mencionados, debemos remontarnos al último cuarto de siglo, cuando una especie de revolución medio hippie, medio burguesa, llamada Nueva Era, no se avergonzó de recurrir a temas espirituales como el alma u otros como los ángeles, la unión con el cosmos, la canalización de las energías, etc. Aparte de esto, no ha habido ningún tratamiento serio del concepto del alma.
Filosofar en España
Es conocida la afirmación de María Zambrano respecto a que habiendo filósofos no haya existido la filosofía en España. Parece que no hemos tenido nunca una filosofía sistemática como la germana. Esto no significa que no tengamos nada que comunicar ni pensamientos que ofrecer; sencillamente, no hemos construido grandes escuelas filosóficas; nuestros sentires se han mostrado a través de individuos. España no ha tendido a fundar escuelas. Las escuelas han venido del norte, no del sur.
España no ha tenido como base el conocimiento racional. Con alma poética, nunca ha renunciado a vivir, a la vida, al misterio o al sacrificio, y nuestros sentires y saberes no pueden ir encajados dentro de un sistema filosófico. España ha expuesto todo su pensamiento, todas sus vivencias, a través de otros géneros, como son la pintura, la novela y –su forma más vivencial– la poesía. España no ha pensado, salvo raras excepciones. Los filósofos, como se han entendido en el resto de Occidente, se han dado de manera aislada, pero se ha trasmitido su saber a través de otros medios. Ejemplos claros son todos nuestros novelistas, poetas y pintores: san Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, Calderón, Cervantes, Zurbarán, Machado o Miguel de Unamuno.
La novela, la poesía y otras nobles artes han representado nuestro pensamiento. España, poblada de catedrales, no ha hecho catedrales de conceptos; sus castillos no han sido de pensamientos.
Mientras Europa y, con ella, sus filosofías basadas en el absolutismo de la razón pretendían hacer constantemente renacimientos del hombre, el español siempre pretendió desnacer, seguir la estela de la tradición oriental, buscar un tiempo unitario, un tiempo sin interrupciones, total. Y a esto se llega mediante la quietud, que es el deseo del poeta, del hombre tocado por la gracia. Quietud que ha sido expresada de manera muy gráfica en el arte del toreo: el arte de torear es de profunda cultura: citar, templar y mandar; la quietud no es otra cosa.
El alma en Unamuno
El pensamiento de Unamuno, muy influido por Kierkegaard, supone una reacción contra el cientifismo y contra el racionalismo. Unamuno concibe la vida como conflicto permanente entre el sentimiento de la inmortalidad y de Dios y la razón que lo invalida a cada paso.
Unamuno centra su filosofía en la idea y el alma de España, como se refleja en La vida de don Quijote y Sancho, en contraposición a la idea de la europeización de España. La independencia y el voluntarismo de don Quijote representan el alma española rechazando la lógica para seguir su propia fe y visión personal.
Para Unamuno la filosofía española no está en los textos de los escolásticos, sino en las obras de los místicos y en las grandes figuras de la literatura. La esencia del pensamiento español es, como decía Séneca, esa tendencia que subraya “la grandiosidad del acento y del tono” frente a la originalidad del análisis.
En lugar de avalar la razón, Unamuno legitimó el dolor existencial de la duda. Atribuía a la verdad una condición pragmática: verdad es lo que se cree de todo corazón y con toda el alma. ¿Y qué es creer algo de todo corazón y con toda el alma? Obrar conforme a ello… Verdad no es algo en sí sino lo que en cada hombre está siendo de modo transformador. Dentro de este orden, la inmortalidad sería la recompensa por el encuentro personal con la verdad.
El alma en Ortega y Gasset
Según explica Ortega en su teoría del conocimiento, las raíces de la cultura están en el corazón. El conocimiento proviene de la fijación de las imágenes o la concentración en los objetos que observamos. Esta toma de conciencia es fruto de la atención o concentración en un objeto. La atención no es otra cosa que una preferencia anticipada, preexistente en nosotros, por ciertos objetos. En una campiña, la intención innata de un cazador, un pintor y un labrador tiene focos muy distintos, sin que vean cosas distintas. El conocimiento del mismo objeto por los varios sujetos será, por lo tanto, diferente. Aparte de este tipo de atención prefijada, hay otra atención que debe su origen a la novedad, al cambio, al contraste con las condiciones del entorno. Es lo que hace fijar nuestra atención en un estruendo en medio del silencio, o en un punto luminoso en medio de la oscuridad.
Por lo tanto, es incorrecto el punto de vista estrictamente racionalista o sensitivo, puesto que todo lo que conocemos está basado en una atención previa de nuestra alma a ello. Hay que darle tanta o más importancia al corazón, al alma, que a la cabeza, a la razón.
En otro de sus textos esenciales, Vitalidad, alma, espíritu, Ortega se opone al materialismo filosófico que suele criticar aquellas ideas que tradicionalmente se asocian a la metafísica. Defiende los valores del hombre mediterráneo frente al idealismo del norte, y reivindica el catolicismo frente al protestantismo, del que el idealismo europeo es fruto. Ortega no reivindica la materia frente o contra, sino junto al espíritu: lo uno y lo otro, dirá Ortega.
El alma en María Zambrano
María Zambrano es la menos conocida entre los mencionados. Sin embargo, su vocación poética y mística complementa su saber filosófico y su conocimiento de los clásicos.
Zambrano insiste en las ideas ya vistas anteriormente. Afirma que nuestra época está llena de ciencia y de técnica, pero es pobre, inmensamente pobre de todas las formas activas, activantes del conocimiento. Y entendemos por activas las que nacen del anhelo de penetrar en el corazón humano, las que se encargan de difundir las ideas fundamentales para hacerlas servir como motivos de conducta diaria del hombre vulgar, que no es, ni pretende ser, filósofo ni sabio.
Sigue diciendo Zambrano que lo más lamentable de la cultura moderna es la falta de transformación del conocimiento puro en conocimiento activo, que alimente la vida del hombre que lo necesita… Mientras la vida se llenaba de instrumentos técnicos, de maravillas mecánicas, de cachivaches de todas clases, el alma y el corazón quedan vacíos, y las horas, al ser liberadas del trabajo opresor, transcurren más oprimidas todavía, porque están sujetas a la terrible opresión de la vaciedad de un tiempo muerto.
María Zambrano también adopta una posición conciliadora entre corazón y razón. La pasión sola, nos dice, ahuyenta la verdad, y la sola razón no acierta a encontrarla. Pero pasión y razón unidas pueden alcanzar la verdad. Aquí nacerá su más valiosa contribución a la filosofía, la llamada “razón poética”, porque solo la poesía puede ofrecer las respuestas que la filosofía se plantea.
La cultura moderna, desde Descartes y posteriormente Leibnitz, Hume, Locke o Kant, se ha preocupado solo del pensamiento del hombre. Del alma solo se ha preocupado la psicología en su vertiente más científica. La razón se ha preocupado de la naturaleza o del yo del hombre, pero no de su alma. La naturaleza y las fuerzas cósmicas rodean al hombre, son los límites que el hombre ha tratado de conocer y dominar mediante la ciencia. Pero hay un saber que va más allá de lo racional, un saber poético del cosmos, de la naturaleza no dominable.
En el siglo XIX el hombre vive en la conciencia romántica de lo irresistible a la Naturaleza. Para el romántico la Naturaleza es inmensa, inabarcable, infinita, es el espejo donde puede ver reflejada su alma, de quien la razón aplicada a la ciencia nada le decía. Los fenómenos naturales pueden ser reducidos por el hombre a fórmulas matemáticas, pero de esas fórmulas trasciende algo innombrable, irreductible, que deja al hombre asombrado ante el misterio de su presencia y lo impresionante de su belleza. De ahí el alma del hombre romántico, que se busca a sí misma en la expresión poética.
Zambrano no es optimista respecto al siglo XX. La falta de creencias, de ideas claras, de ese conocimiento activo del que hablábamos antes, ha provocado el abandono de la cultura por el hombre medio. Y con esto ha llegado la subversión intelectual carente de convicciones. El hombre ha perdido su puesto en el cosmos debido a la carencia de ideales integradores. Y ha estallado el furor de las masas desamparadas contra el pensamiento en su forma más alta. Por eso “se ha reducido el arte a la propaganda, la filosofía a la simple metodología de la ciencia, y la ciencia misma a la persecución de lo útil”.
La filosofía en el siglo XXI
A la vista de algún que otro libro de filosofía en las listas de los más vendidos, podríamos pensar que la filosofía está de moda en este nuevo siglo. El libro de Lou Marinoff, Más Platón y menos Prozac, parece una especie de vademécum para atinar en la vida o una suerte de manual de autoayuda en busca del equilibrio mental y de la autoestima perdidos. También Alain de Botton con Las consolaciones de la filosofía parece tener el mismo objetivo, aunque la crítica haya sido más benévola con él.
No es extraño que en estos tiempos obsesionados por la salud, la filosofía se convierta en terapia para ahuyentar los males del alma, y la lectura de los clásicos de la filosofía en vía para eludir la depresión, el miedo a la pobreza o las amarguras del fracaso amoroso. La filosofía ha sido desde sus orígenes griegos sabiduría de vida, búsqueda de la salvación en un mundo inhóspito. Platón, Epicuro, Séneca, Agustín y tantos otros nos ofrecen sabios consejos para orientarnos en la vida y alcanzar el sosiego, la serenidad y, tal vez, un poco de felicidad.
Pero creo que enfocar la filosofía de forma utilitaria no es lo más adecuado. En primer lugar, la filosofía no solo ha de ser práctica, sino que ha de practicarse. Esta aclaración, que seguramente sería obvia para los filósofos de la Grecia clásica, es necesaria ahora, después de las corrientes excesivamente racionalistas que convirtieron a la filosofía en una elucubración teórica, propia de juiciosos eruditos encerrados en su biblioteca. La práctica de la filosofía debe reflejarse no solo en esa obsesión terapéutica, sino en un estilo de vida más equilibrado y alumbrado por una finalidad atemporal, estableciendo contacto, como dice María Zambrano, con un pensamiento último, revelador. En segundo lugar, en contraposición a esa obsesión individualista del siglo XX, y sin menospreciar los métodos de autoayuda y autoperfeccionamiento, creo que, dado el carácter social del ser humano, es necesario también aprender a convivir con filosofía y a compartir la búsqueda filosófica.
Es la filosofía, dada la incapacidad de la ciencia o el enfoque sesgado de las religiones, quien debe ocuparse de devolver al alma al lugar que debe ocupar entre cuerpo y espíritu. Esperamos que este breve estudio haya servido para que reconozcamos la importancia de la sabiduría del alma, de la filosofía de los valores y de la razón poética, que deben ocupar el destacado lugar que se merecen en este errático comienzo de milenio.
Nota 1.- Julien Offray de La Mettrie (1709-1751), en su Tratado del alma, fue más allá que Descartes, ampliando a los hombres las ideas expresadas por aquel referentes a los animales. La Mettrie sustentaba que en el hombre todos los estados de lo que se ha llamado el alma son completamente dependientes del cuerpo y correlativos a las funciones fisiológicas de este.
Nota 2.- El postmodernismo, en contraposición al modernismo, rechaza los dogmas del primado de la razón y del progreso ilimitado.
JUAN CARLOS DEL RÍO
Muy bueno, me sirvió muchisimo y me dejó con ganas de leer más acerca del tema.