Este sugerente título pertenece a una curiosa exposición en el Museo Arqueológico de Madrid y que previamente pudimos contemplar en Valencia, en el centro Cultural La Beneficencia.
Cuadros, joyas, objetos de culto, libros y piezas arqueológicas se reúnen en una misma exposición; son el reflejo del universo de ideas y creencias de quienes los concibieron. Y es precisamente eso que no se ve lo que hacía que fueran especialmente apreciados por aquellos que podían ver, más allá de la estética formal, el significado profundo que se les otorgaba.
Del magnífico catálogo editado para la ocasión, queremos destacar la brillante exposición que el doctor en Historia del Arte y licenciado en Filosofía D. Javier Morales Vallejo hace sobre el tema: La estética oculta. Arte y símbolos herméticos, en el que nos invita a profundizar en el estudio de la historia del arte teniendo en cuenta no solo el autor, el estilo o la época de la obra, sino también los motores ocultos que llevaron a su realización, como las ideas filosóficas, religiosas, astrológicas o alquímicas.
Nos dice: “Existe un racionalismo latente propio de nuestra época, obviamente laica de teologías y filosofías, que impide comprender adecuadamente lo mejor del arte occidental hasta el siglo XIX”. Refiriéndose al arte contemporáneo dice: “El arte ha dejado de ser una estética oculta quizás porque la sociedad ya no tiene ideas que contemplar (…) El arte, a partir del siglo XIX, con la excepción de algunos grupos simbolistas, es fruto de unas tendencias que precisan de abundante literatura adicional para justificarse y, desde luego, no responde a ideas o creencias que organicen la vida mental y requieran espacios o puntos de meditación de la armonía y de la belleza oculta”.
Nos acercamos, de esta forma, a la idea platónica de la belleza, que resultaría del toque que lo Bello impone a la materia, especialmente, cuando esta se deja penetrar por esa esencia sutil y superior que solo los grandes artistas son capaces de concebir.
La exposición está dividida en dos espacios diferenciados: El triunfo del hombre y El triunfo de la razón. Veremos cómo los cambios de mentalidad que han ido sucediéndose a lo largo del tiempo se reflejan en los objetos expuestos. Determinadas creencias que en un momento dado eran comúnmente aceptadas, con el paso del tiempo son consideradas chocantes e incluso nos hacen sonreír.
Un retrato de Ana Mauricia de Austria, pintado por Juan Pantoja de la Cruz en 1602, refleja el temor de la época ante la elevada mortalidad infantil. La infanta porta, junto con una cruz y dos relicarios, otros elementos protectores, como un colgante con representación de la higa (imagen de una mano colocando el pulgar entre el dedo índice y el corazón), para ahuyentar el mal de ojo, un colgante de coral, que garantizaba la salud del recién nacido, otro de cristal de roca, que favorecía el buen estado de la leche materna, y un colmillo de jabalí, para favorecer una sana dentición.
Como exponente del arte grecorromano encontramos una Herma Bifronte del siglo I procedente de Sagunto. Originalmente estas representaciones se colocaban en los límites de las fronteras o para delimitar los caminos. Anualmente se realizaba una ceremonia por la cual se adornaba al dios Jano con guirnaldas y otras ofrendas para conseguir que la frontera de campos, ciudades o reinos, no fuera objeto de litigio. También de la época clásica se expone una bulla, especie de colgante con forma de caja en la que se introducían hierbas, piedras o escritos de carácter protector. Los llevaban los niños, quienes cuando llegaban a la adolescencia, los ofrecían a los dioses lares o a Hércules, y las niñas a la diosa Juno.
La Edad Media fue depositaria de una serie de tradiciones ocultas en manos de determinadas élites. Muestra de ello es el facsímil del Lapidario de Alfonso X el Sabio, que enumera las propiedades de las piedras preciosas y su relación con determinados signos zodiacales.
En aquella época era común la creencia en el mítico unicornio, al que ya citan autores grecorromanos como Claudio Eliano en su Historia de los animales. Pero además de la aureola de leyenda y de misterio que rodeaba al mítico animal, su cuerno era muy apreciado desde el punto de vista terapéutico. Era un buen remedio antiepiléptico, sudorífico y sobre todo alexifármico (podía contrarrestar o prevenir la acción de los venenos). Hasta hace poco tiempo era frecuente encontrarlo en las boticas, utilizándose como emblema de las farmacias en algunos lugares de Alemania, como podemos contemplar en una caja del siglo XVI con la representación de un unicornio.
Continuando con nuestro recorrido, creemos encontrar al auténtico unicornio en una de las vitrinas, pero las explicaciones nos indican que ese impresionante cuerno que mide 1,76 m, en realidad es el diente de un narval (orden de cetáceos), aunque hasta el siglo XVIII se creyó que pertenecía al mítico animal.
La gran cantidad de dolencias que no tenían cura en los siglos XV, XVI y XVII hacía que se recurriera a métodos un tanto extravagantes para nosotros. Uno de los remedios para todo era la piedra bezoar, concreción calcular que se formaba en el estómago de algunos rumiantes. Su tratamiento se prescribía para enfermedades como la peste, el tabardillo, la solitaria o la epilepsia. Se dice que Carlos V la tomaba para combatir la melancolía. También era costumbre de la época el ingerir barro rojo. Se pensaba que tenía propiedades alucinógenas y curativas. Mucho de esto junto con amuletos y demás panaceas son un reflejo de supersticiones y creencias que quizá fueran un resto degradado de algo que en un tiempo tuvo consistencia.
Entrando ya en época ilustrada, la enciclopedia de Diderot y D´Alembert es el exponente de todo un movimiento de pensamiento, encabezado por el grupo de los mal llamados filósofos, que pusieron en duda las creencias hasta entonces admitidas. Objetos procedentes de los antiguos gabinetes y colecciones particulares, que posteriormente pasarían a formar parte de los actuales museos, son los indicios de todo un mundo de interrogantes a los que se tratará de dar respuestas razonables: fósiles que dejarán de ser considerados ensayos de la naturaleza, fragmentos de oro y plata procedentes de América, meteoritos que habían sido relacionados con seres celestiales y divinidades. Todo adquiere una significación distinta bajo la mirada de una mentalidad que eleva lo empírico a la categoría de dogma y que dará lugar a la visión utilitaria que impregna nuestra época.
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