La música relaciona el mundo visible y el invisible
Jinarajadasa explica que todas las modalidades del arte nos conducen primero a los tipos y después a los arquetipos. Cuando la verdadera música expresa tristeza, no representa la tristeza de un individuo particular, sino de un tipo total de individuos. Hay en la música una cualidad abstracta superior que trasciende nuestra condición, algo que expresa profundas emociones que no se pueden describir con palabras. Nos acercamos a estos arquetipos en la medida en que comprendemos el arte.
Como expresa la escritora Delia Steinberg, en el mundo de los arquetipos existe una Belleza ideal. Podemos captar algo de ella y tratar de reproducirla sobre la materia. A esa plasmación material de una belleza ideal llamamos arte. Pero las leyes del arte no provienen de la materia, sino del mundo ideal donde reside la Belleza. Por eso, no todos los llamados artistas son tales. No podemos denominar de la misma forma a quienes se apoyan en la materia pero se inspiran en arquetipos superiores que a aquellos otros que se apoyan y se inspiran en la misma materia. Para poder descubrir las leyes que pertenecen al mundo arquetípico, los artistas deben haber despertado como hombres: deben haber desarrollado un mucho de sus sentimientos más nobles, una buena dosis de inteligencia, de intuición y de voluntad para plasmar.
La forma –dice el filósofo Jorge Ángel Livraga– no es material aunque lo creamos; la forma es invisible y solo se hace visible cuando se refleja en lo material. Pero esa forma existe, se refleje o no en la materia; por eso el artista, en su creación interior, oye, escucha, siente, percibe esa armonía de la Naturaleza y simplemente la plasma de una manera visible. De algún mundo donde hay más armonía, más verdad, más belleza, llegan las formas armónicas que se presentan acabadas, y el artista las recibe, las rellena de materia.
Quintiliano, filósofo griego de los primeros siglos de nuestra era, viene a decirnos que en todo cuanto tiene ser se reproduce el mismo orden cósmico, un orden armónico; conforme mayor es la presencia de la materia, más oscuro y alejado aparecerá ese orden. El Demiurgo armonizó todo este mundo visible con artes invisibles, fabricó con total perfección cada alma con las razones de la armonía y, habiendo puesto fin a la multiplicidad y disparidad de los entes, los mantiene reunidos en uno con lazos indisolubles.
La ventaja de la música reside en la incorporeidad de su materia: la música está hecha con sonidos, que son movimientos ordenados, números. La idea-música se manifiesta en la organización de los sonidos. La música refleja de primera mano las leyes musicales que constituyen el universo entero, por lo que el estudio de las relaciones intrínsecas que rigen el arte musical permitirá extraer esas leyes universales.
El bien específico de la música, a diferencia de las demás artes, es que tiene la capacidad para introducir orden y belleza de forma perfecta en las acciones y en la vida. El arte musical, al ofrecer esa imagen del todo, se convierte en un arte educativo, práctico.
Krause dice: «La música es una imitación inconsciente de las leyes eternas del mundo, reflejadas en el alma humana».
La música atrae hacia la esfera de los valores morales
Platón define la música como el arte educador por excelencia que, penetrando en el alma por medio de los sonidos, sabe inspirarnos el gusto de las virtudes.
Por eso pone especial empeño en que se enseñe aquella en la que todos los componentes estén cuidados de tal manera que no puedan transmitir otra cosa que lo que se acerca a la virtud.
Platón habla de tres elementos en la música: las palabras, la armonía y el ritmo. En cuanto a las palabras, deben ser imitaciones de las cualidades que conviene adquirir: valor, templanza, grandeza de alma y todas aquellas del mismo género; no deben imitarse ni la bajeza ni ningún otro vicio, porque cuando la imitación empieza en la infancia y se prolonga durante mucho tiempo, se torna en hábito y llega a ser una segunda naturaleza que cambia el cuerpo, la voz y el pensamiento. Del mismo modo, existen armonías y ritmos que permiten imitar las voces de los moderados y valientes y otras a desechar, quejumbrosas y aptas para la molicie y la pereza.
El lenguaje correcto, el equilibrio armonioso, la gracia y el ritmo perfecto son consecuencia de la disposición de carácter y de ánimo en que la bondad y la belleza se compenetran.
La falta de gracia, de ritmo y de armonía se hermanan con el lenguaje grosero y con el mal carácter.
Por eso Platón propone supervisar la labor no solo de los poetas, sino también de los demás artistas, y forzar en sus poemas imágenes de buen carácter; la imitación de lo malicioso e intemperante es perniciosa, porque es de temer que los jóvenes formados en medio de las imágenes del vicio recolecten y se nutran diariamente de ellos, llegando a fuerza de dosis pequeñas pero repetidas a engendrar sin darse cuenta una gran corrupción en su alma.
Así, los jóvenes recibirán por ojos y oídos saludables impresiones que les induzcan insensiblemente desde la infancia a amar e imitar lo bueno y a establecer entre esto y ellos mismos un acuerdo perfecto.
Concluye Platón que la música es la parte esencial de la educación a causa de que el ritmo y la armonía son especialmente apropiados para adentrarse en el alma y conmoverla.
El joven educado debidamente, impulsado por un sentimiento que no estará en su mano contener, alabará con entusiasmo cuanto encuentre hermoso, dándolo cabida en su alma, haciendo de ello su alimento y formándose de este modo en lo bello y en lo bueno.
Por el contrario, sentirá un desprecio y aversión invencibles por todo lo feo, y esto desde la edad más temprana y antes de poder darse cuenta, con ayuda de la razón, con la que, por cierto, apenas llegada, se sentirá unido con un lazo tanto más fuerte cuanto mayor haya sido la influencia que la educación musical haya ejercido en él.
La música educa las emociones
Para Jinarajadasa toda cultura es un intento de hallar en lo transitorio y mudable lo inmutable y eterno. Si en este proceso empleamos tan solo nuestra mente, tardaremos muchísimo tiempo en llegar a la verdad, porque debemos proporcionarle material para su trabajoso análisis y colocarlo externamente a ella: primero debemos examinar los hechos desde el exterior y después llegar a la generalización.
Pero hay en nuestro interior otra facultad que nos capacita para abreviar este proceso de la mente: la intuición. La función del arte es llevarnos a la esencia de las cosas y esa esencia es eterna y no temporal.
La música posee una sutil cualidad de síntesis que influye en la imaginación y educe nuestras latentes intuiciones. Por eso, la construcción del carácter puede apresurarse familiarizando cada vez más la mente y las emociones con la música.
López-Quintás afirma que la contemplación del arte nos procura un equilibrio espiritual que fomenta la creatividad. Sostiene que el hombre desarrolla cabalmente su personalidad cuando sabe convertir en íntimas las realidades externas y ajenas.
Para ello explica lo que él denomina objeto y ámbito. Ambos están delimitados materialmente, pero el ámbito es fuente de posibilidades y origen de iniciativas. Un libro, como objeto, es material, pesa y puede romperse. Un libro, como obra literaria, expresa sentimientos, incentiva la imaginación, transmite conocimientos, es decir, constituye un ámbito de realidad. La verdadera magia del arte consiste en que nos permite transfigurar los objetos en ámbitos.
La actitud de dominar y poseer sólo es posible respecto a objetos y los objetos se hallan inevitablemente fuera del hombre; no pueden nunca llegar a serle íntimos. Es esta la razón por la que la actitud posesiva y dominadora nos induce a ver los pares de opuestos como dilemas (esto o aquello): libertad-norma, autoafirmación-solidaridad, dentro-fuera. La gran clave de la formación humana es que la actividad creadora convierte estos esquemas en contrastes, pares de opuestos que se complementan entre sí (esto y aquello).
López-Quintás pone como ejemplo la Novena Sinfonía de Beethoven, en la que el análisis de la partitura atestigua que la melodía está sometida a un cauce estricto, pero la audición nos sumerge en un discurso musical extraordinariamente ágil y flexible. He aquí cómo la experiencia estética nos muestra que de hecho la libertad y la norma encauzadora de la energía creativa no se oponen, no forman un dilema; se complementan porque constituyen un contraste. Estar obligado a algo no quiere decir en principio hallarse coaccionado por ello, sino relacionado, ligado de forma nutricia.
La música impulsa la formación estética
Juan Llongueras, defensor de la Rítmica de Dalcroze como herramienta de educación moral, sostiene que la música penetra directamente en nuestros centros nerviosos y ordena de una manera rápida e inmediata la división del tiempo y del espacio.
Es muy conveniente –expone– recordar esto para poder reconocer la importancia que tienen las disciplinas del ritmo en la ordenación y coordinación de los movimientos infantiles, y cómo estos movimientos, reflejándose en el espíritu, despiertan en el niño el sentimiento y la visión de la forma, aportando una preciosa cooperación a su educación artística y a su formación estética.
Quintiliano mantiene que la música es el arte de lo conveniente, pues conveniencia es la comunicación a las cosas del orden y de la consonancia que provienen de las realidades bellas y valiosas. El concepto de lo conveniente asociado con la música expresa la unión entre ética y estética, la identificación entre el bien y la belleza.
En la cultura griega clásica, la música tenía su papel específico, pero estaba englobada por una visión filosófica del mundo y del hombre. La vida, el universo, eran contemplados como algo perfectamente regido por leyes inmutables que se reflejaban en todas las escalas de la manifestación. El hombre, filósofo por naturaleza, capaz de inquirir el porqué de las cosas, había de buscar la sabiduría, amar el conocimiento y descubrir la proporción y el ajuste a las leyes naturales para elevarse en su condición humana.
La filosofía así entendida es búsqueda de la perfección, y un motor que sigue siendo hoy tan válido como hace veinticinco siglos. Solo a través de una visión global de la vida podemos descubrir el lugar que ocupa el hombre en la Naturaleza, su destino y su mejor manera de actuar para hacer surgir lo más elevado que lleva en su interior. Solo a través de una formación humanística se puede fundamentar cualquier otro conocimiento, y solo a través de una verdadera moral se solidifica la personalidad humana. El arte, la música, es una faceta más dentro de ese camino de superación que se le ofrece.
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