HERNÁN SÁNCHEZ BARROS
Los tres procesos poéticos
Relacionando las tres etapas del desarrollo del conocimiento humano y entendiendo que la poesía es una forma sublime del conocimiento, bien podríamos establecer tres formas o procesos determinados por las categorías que propone Plotino.
A la opinión, que se da a través de la percepción sensorial, corresponde el proceso de la poesía romántica. Transmite la sensación individual clara y vívidamente, para que sea aceptada como algo sensible por el lector.
A las ciencias, cuyo instrumento es la razón, corresponde el proceso de la poesía inteligible. Transmite a cada emoción o sensación una prolongación metafísica o racional, de manera que sea inteligible y gane inteligibilidad por la prolongación explicativa.
A la iluminación, hija de la intuición, corresponde el proceso de la poesía clásica. Elimina de la sensación o de la emoción todo lo individual, extrayendo y exponiendo tan solo lo universal.
Es nuestra intención en este artículo acercarnos a la poesía sigilosamente, con la levedad que de ella misma emana, con el respeto que contienen las cosas que no terminan de ser del todo de este mundo. Definirla categórica y racionalmente es tratar de encerrarla en una jaula cuyas rejas se esfuman al contacto de su esencia. A pesar de que su realidad, como todo lo simbólico, reviste una dualidad abstracto-concreta, lo visible no alcanza para enmarcar sus profundísimas motivaciones ni sus infinitas reverberaciones.
El poder del poema y el poder del poeta
La poesía ha sido utilizada desde los más remotos tiempos para explicar los sucesos que se experimentaban dentro del hombre mismo, con relación a sí mismo y a los otros. Es la imposibilidad de una explicación racional (no por limitaciones del hombre antiguo sino del mismo raciocinio) lo que permite el surgimiento de la imagen simbólica, raíz de la poesía.
Tal como lo conciben los ocultistas, la poesía es la esencia misma del lenguaje. Según cierta creencia milenaria, ser capaz de “nombrar” –dar nombre a algo– implica poder y control sobre ese mismo objeto y permitiría a la poesía convertirse en un verdadero instrumento de poder. Las palabras –afirma Court de Gebelin– tienen una energía en sí mismas, no son el producto de una convención. Por lo tanto, originalmente existió una sola lengua común a toda la humanidad. Esto nos recuerda el carácter sagrado de la poesía, ya que el mismo uso de la palabra revestía este carácter sacro. No en vano está escrito que en el comienzo fue el verbo, porque el verbo es acción, vibración, lo que provoca el desarrollo de la creación y el paso del estado de latencia y de quietud primordial al de la constitución y especialización del universo material.
Vicente Huidobro afirma que el poeta es un pequeño dios. El carácter sagrado lo adquiere también la poesía por su función de representación simbólica y por su condición esotérica. Recordemos que un símbolo está dentro de nuestra realidad perceptual, pero su sentido es representar y expresar una realidad metafísica superior.
Una de las cualidades de los símbolos es la de traducir, de alguna manera, esas ideas puras o arquetípicas. En esencia, las artes, en este caso la poesía, evocan a través de su expresión en el mundo de las presencias algo o mucho del mundo de las esencias. Aquí radica el poder y la función comunicadora de la poesía. Si la poesía es comunicación, tal como muchos críticos afirman, lo es fundamentalmente con uno mismo, con el ser, con el espíritu. Quienes crearon los símbolos primeros fueron seres excepcionales, que mantuvieron de alguna forma un cierto contacto con lo divino. Dado que no podían transferir ni referir una experiencia que solo es comprensible a través de la vivencia, dan a luz el símbolo como posibilidad, camino y enseñanza, y es entonces cuando nace la poesía.
Esa capacidad de evocar y hacernos sentir ese mundo invisible recrea la propia experiencia y posibilita la intuición, que, según Plotino, es la forma más elevada de conocimiento.
El poeta asciende por su propio camino interior y regresa trayéndonos el fruto de su elevación. El poeta procede de acuerdo a un ritmo, y su escala tiene una forma, un diseño, que es la diagramación del poema. El poeta puede ascender por esa escalera hasta las cumbres inefables de su inspiración, pero primero tendrá que “fabricar” dicha escalera, y como buen carpintero deberá hacerse experto en el oficio.
Cuando un poeta nos transmite sus vivencias en el momento de mayor inspiración, es portador de un estado muy similar al que refieren santos e iluminados. Recordemos que para la cultura romana “vate” es sinónimo de poeta, y vate en latín significa vidente, vaticinador, profeta. Apoyando este concepto, Elliot afirma que la poesía es un anhelo por descubrir el punto de intersección de lo intemporal con el tiempo, lo que hace al poeta un indagador de dimensiones ajenas al común de los humanos.
Inspiración y oficio
A través de la inspiración el poeta rescata el “material sensible” que se halla en sí mismo o en la esencia de las cosas. Cuando un poeta mira un paisaje, no ve únicamente el aspecto material, sino que siente algo que el paisaje le transmite. El creador se convierte en este sentido en un procesador, decodificador y recodificador de los aspectos sensibles de sí mismo y de la naturaleza para transformarlos en poesía. Él genera el tránsito de lo sensible a lo concreto y expresable. Lo sensible, y aun lo inteligible, “pasa” por el poeta, este lo procesa, y luego lo “descarga” en el poema. El poeta es un procesador de esencias. A este proceso capaz de atraer las esencias y ponerse en contacto con ellas llamamos “inspiración”. Esta fuerza penetra en el poeta por sus estímulos emocionales. De ahí que podamos definir la inspiración como una “emoción educada”.
Si la inspiración es el tránsito de la esencia a la emoción, el oficio es el que permite el tránsito de la emoción a la hoja de papel a través de las palabras. La “sangre” de la poesía, aquello que verdaderamente transporta la esencia, es la imagen poética, y esta se forma en su mente. La transmutación del plano de lo vivido al plano imaginario se da a través de cierta objetivación alquímica de lo emocional en el oro puro de la representación mental, pero no de una mente especulativa, sino de la mente pura, el “Manas” de los Vedas.
Estimular la sensibilidad es un problema de educación de la personalidad. A medida que la educamos le vamos dando más capacidad y más fuerza. Cuanto más sensibles somos, más fuerza tenemos de tracción de las esencias hacia la emoción.
No debemos confundir sensibilidad con sensiblería. Tampoco hay que “llenarse de emoción”, sino saber descargarla. De ahí proviene la raíz poieis “sacar de, expresar”.
Catarsis y catarsis poética
La catarsis puede definirse como la liberación de la presión que genera una emoción. Esa presión emocional debiera ser provocada idealmente por un estado psicológico relacionado con el contacto con las esencias. Lo que ocurre es que, al estar tan poco acostumbrados al contacto con la esencia de las cosas, normalmente nuestra emoción se carga de otras influencias, a veces no muy agradables, y descargamos o hacemos catarsis a través de conductas asimiladas del medio ambiente. Teniendo en cuenta el estado del medio ambiente, es fácil deducir que la mayoría de las veces canalizamos la emoción en forma marcadamente negativa y agresiva. Producimos catarsis inadecuadamente también por prejuicios religiosos, los mismos que han generado desde la Edad Media la represión, que provoca finalmente una descarga descontrolada y su posterior autorrecriminación culposa. La poesía sirve para canalizar en forma armoniosa una emoción contenida. En este sentido, se convierte en una verdadera terapia. Recordemos a Platón definiendo el arte como “educación sentimental”.
Debemos tener en cuenta, en todo caso, que uno puede “escribir” sus catarsis, pero eso no garantiza una buena poesía. Por mucho que nos “inspiremos”, si no completamos el ciclo, es decir, no formamos el símbolo mental y lingüístico por desconocer el oficio de poeta y la disciplina de la estética, que como tal se aprende, igual que cualquier otro oficio, jamás crearemos auténtica poesía. Una mínima participación en el contacto con las esencias garantiza inspiración por años. Sin embargo, sin trabajo, sin disciplina, no se obtienen resultados. El genial Shakespeare dijo: uno por ciento de inspiración, y noventa y nueve por ciento de transpiración.
Existe una llamativa vinculación entre poetas y alquimistas. Quizás porque en el fondo el poeta termina alterando su propia realidad y la de quienes le rodean, por una nueva realidad arquetípica, más bella, dentro de un proceso muy similar al de los magos.
Decían los alquimistas: “El arte, en su acción, debe imitar a la Naturaleza”. Y siglos más tarde diría el célebre Vicente Huidobro: lo que hay que copiar a la Naturaleza son sus leyes de creación, para recordárnoslo en su Arte poética: Por qué cantáis a la rosa, ¡oh poetas! Hacedla florecer en el poema”.
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