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Así es si así os parece… Las proyecciones psicológicas

COLOMA

Todos los seres vivos, independientemente de sus diferencias de forma, tamaño o función, se defienden para sobrevivir, para afirmarse, para preservarse y mantener el statu quo que los define como individuos característicos. Se defienden también para seguir existiendo como seres particulares, como grupo y como especie.

Hay una enorme cantidad de recursos defensivos en los seres vivos en relación con el medio ambiente en que se desenvuelven, las distintas especies con que están ligados y con otros individuos de su misma especie.

En el hombre, los mecanismos de defensa alcanzan gran complejidad porque están mediatizados por las características de su mundo interior.

La psicología psicoanalítica se ocupa preferentemente de los mecanismos psíquicos. Estos se emplean para defender al sujeto de todo aquello susceptible de amenazar la existencia psíquica en general o un aspecto de la misma, para preservar las identificaciones que establecemos, subrayar algunos aspectos de nosotros mismos en detrimento de otros, afirmar nuestros valores o seguir actuando según nuestras necesidades, intereses y motivos.

Los mecanismos de defensa se usan para mantener el equilibrio de la persona, aun a costa de su conciencia y de la restricción de sus capacidades y posibilidades, a fin de evitar el sufrimiento, la ambivalencia, la angustia y, en definitiva, todo aquello susceptible de causar malestar.

Cada ser humano, en función de su experiencia, tiene una constelación defensiva característica, que, si es muy rígida, además de distorsionar y dificultar el acceso a la verdad, es indicadora de conflictos psíquicos y, por tanto, de una mayor o menor psicopatología.

Uno de estos mecanismos defensivos, quizá el más básico, es el de la proyección, y a él nos vamos a dedicar seguidamente.

¿Qué es la proyección?

Un viejo refrán español sentencia que «cada cual ve la feria conforme le va en ella». Otro refrán dice: «Nada es más fácil que ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio». También está el que indica: «Cree el ladrón que todos son de su condición». Y es a Ortega y Gasset a quien pertenece esta máxima: «Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira». Por su parte, cierto cuento budista narra la dificultad de tres ciegos al describir un elefante, teniendo en cuenta, además, que cada uno palpaba una parte distinta. Cada uno de estos dichos y ejemplos puede sernos de utilidad para aproximarnos al mecanismo de proyección. Este consiste en la tendencia del ser humano a percibir y sentir en el exterior según los propios contenidos del mundo interior.

Como un ser humano sólo puede entenderse a sí mismo y a lo que le rodea a partir de su propia estructura perceptiva, sensorial y cognoscitiva, que es la que nos faculta para captar, sentir, pensar y comprender las cosas en el modo en que lo hacemos, tenemos que concluir que la lectura que hacemos en realidad, interna y externa, es exclusivamente humana y válida únicamente para nosotros. Si aceptamos que tendemos a percibir el mundo a partir de nuestras propias características, nuestro especial modo de ser y nuestros propios presupuestos, tendremos que admitir que el acercamiento que hacemos a las cosas se convierte en un asunto bastante subjetivo.

Y esto no es solo una cuestión humana: cada animal, de acuerdo con sus sentidos, su psiquismo, su nivel evolutivo, su adecuación ambiental y sus intereses, percibe lo que le rodea de un modo característico a su particularidad, que lo define y lo diferencia frente a otros seres. Si pudieran informarnos de sus perspectivas personales, obtendríamos, con seguridad, una cosmovisión radicalmente distinta a la nuestra, perspectiva que si bien introduce variedad a la hora de pretender saber en qué mundo estamos y quiénes son los seres que lo habitan, no es muy esperanzadora en cuanto al grado de aproximación a la verdad que podamos obtener; pero nos brinda la posibilidad de un ejercicio de humildad frente a nuestras ínfulas, expectativas y deseos, generalmente bastante pretenciosos.

Así pues, mediante el mecanismo de proyección, entendido en sentido amplio, leemos la realidad, e incluso construimos teorías que nos ayudan a orientarnos en esa realidad y nos permiten suponer que entendemos el mundo. Desde este punto de vista, podríamos afirmar (muy de acuerdo con ciertas filosofías orientales) que «todo es proyección» y que lo que nos rodea es como creemos que es porque así nos lo parece.

Como mecanismo psíquico de defensa, la proyección es un intento de expulsar del interior todo aquello que se relaciona con nuestros motivos, impulsos, sentimientos, pensamientos y deseos, y atribuirlos a las personas y las cosas del exterior, para reaccionar después frente a ello. La proyección implica y supone, por otra parte, la pretensión de librarse de elementos que de una forma u otra nos afectan, generalmente inquietantes o amenazantes, y que, de conseguirse, ya no estarían en uno mismo sino en los otros; y por otra, pretende «investir el mundo» según el color de nuestros afectos, el matiz de nuestras necesidades, el filtro de nuestros deseos, el tinte de nuestras ideas; y conforme a la cualidad, el alcance y la mayor o menor profundidad de nuestro pensamiento. La proyección es un mecanismo primitivo dentro del desarrollo psicológico humano, puesto que comienza a actuar a raíz de las primeras vivencias y de la experiencia temprana, y es uno de los principales enemigos de la razón, de la objetividad y de la verdad. Implica también, como ya se ha señalado, la dificultad de reconocer el mundo y a los otros seres en toda su diferencia.

Aprendiendo a conocernos

según nuestras proyecciones. Algunos métodos

Fundándose en esta particularidad del mundo interno humano están los llamados «test proyectivos»: cuestionarios, dibujos, láminas, etc. Estos test pretenden presentar estímulos «neutros» y recoger la respuesta del examinando para estudiar y evaluar la parte de sí mismo que ha depositado en la prueba. En el caso de los test en los que interviene el dibujo (proyectivos gráficos) se le pide al sujeto al que se pretende evaluar uno o varios dibujos: una persona, una familia, un árbol o una casa, por ejemplo. Luego, se estudian según diversas pautas, entre las que están las características del grafismo, su forma, o el contenido y el simbolismo del dibujo.

Si es un cuestionario, este contiene una serie de preguntas en relación con los aspectos de la personalidad a evaluar; y si se trata de láminas, estas pueden presentar una serie de situaciones estructuradas de la vida ordinaria como estímulo base para la proyección (una persona hablando con otra, un niño abriendo una puerta, etc.) o consistir simplemente en una serie de manchas que admiten múltiples posibilidades significativas, y además se basan en la particularidad de la mente humana de «organizar significativamente las cosas», es decir, darles forma, coherencia y significado. Estos últimos test están baremados, codificados y recogen una amplia gama de factores a estudiar, como son los posibles conflictos interiores del sujeto, sus mecanismos de defensa, su carácter, su modo de percepción del mundo o su dinámica interior. Algunos test de este tipo (caso del Rorschach, que es el más conocido) permiten entrever, además, la modalidad de la inteligencia y las posibles aptitudes creativas del sujeto.

Puede que los anteriores métodos no estén a nuestro alcance, pero podemos conocer también las proyecciones a través de la comunicación oral, en el ámbito de lo que se dice en cualquier circunstancia de intercambio humano, ya surja de los otros o salga de nosotros mismos. También podemos captarla mediante los actos, la conducta observable a nuestro alrededor y en relación con nosotros, sobre todo atendiendo a las reacciones emocionales que nos provoquen, ya que, si nos afectan o nos molestan demasiado, puede ser una señal de que ese defecto, rasgo, cualidad o actitud esté en nosotros. La investigación de las proyecciones de una persona es básica en todas las psicoterapias de corte psicoanalítico en las que se pretende abordar el mundo interno, su estructuración y su dinamismo a fin de promover la mejora y el cambio.

Aunque suponga alterar nuestra tranquilidad, conocer nuestras proyecciones y poder hacernos cargo de ellas es una forma de mejorar nuestras relaciones, de potenciar la objetividad de nuestro conocimiento. Es una manera de aprender a discriminar y a respetar a los otros reconociendo quiénes son al aceptar sus diferencias. Es un método para hacernos más fuertes, al permitirnos ser quienes somos y hacernos cargo de nuestros elementos internos en particular y de nuestra vida en general y, por supuesto, es un modo de crecer, de madurar y de evolucionar mediante el ensanchamiento de la conciencia. Es una vía, por tanto, que permite hacernos más humanos.

Seguramente podemos reconocer tanto en la pintura como en la novela y la poesía elementos íntimos del autor, ya sea en dibujos que recogen muchos de sus rasgos o en argumentos literarios que filtran algo de la propia historia de su creador, sus principales problemas o preocupaciones. Pero también en la morfología de las rocas, en el supuesto diseño de las estrellas en el cielo o en la forma de las nubes desplegamos nuestra facultad proyectiva, en cuanto que pensamos o decimos que “esto que contemplamos se parece a…”, puesto que tal elemento evoca en nosotros una forma, una figura, una escena ya conocida o un estado de ánimo determinado.

En ocasiones, efectivamente, una roca puede tener una marcada forma de elefante y así reconocerlo el observador común, pero otras veces “ese gigante que parece amenazarnos” lo vemos solo nosotros, es un producto de nuestra proyección y en ella aparecen depositados nuestros miedos.

Posiblemente, si a un grupo de personas que contemplan un atardecer se les solicita que nos cuenten qué aspecto tiene cierta nube en el cielo, uno de ellos nos puede decir que podría ser una niña en un prado de flores, a otro la disposición de la nube se le asemejaría a un tanque, y quizás a un tercero le recuerde una tarta de chocolate. Posiblemente, si pudiéramos profundizar en tales observaciones en relación con los sujetos que las han emitido, veríamos que responden a estados de ánimo momentáneos o a rasgos más estables de su personalidad. Incluso, si afinamos más aún, sería posible obtener más datos en este sentido atendiendo no solo al contenido de lo que les ha parecido percibir, sino al porqué (la forma, la textura, etc.) o a partir de qué elemento de la nube (la totalidad, una parte de la misma, etc.) les ha podido servir como sugerencia. Así, cada una de estas respuestas son proyecciones y obedecen a motivos inconscientes.

Proyectamos cuando al relacionarnos con alguien, si le encontramos más abstraído que de costumbre, y sin reflexionar en sus posibles motivos particulares que quizás nada tengan que ver con nuestra persona, pensamos que está enfadado con nosotros. Proyectamos también cuando nos inhibimos en nuestros actos o relaciones por el “qué dirán” los demás, porque probablemente los otros tendrán o no sus opiniones particulares sobre nuestro modo de conducirnos, pero los primeros que opinamos y además nos censuramos somos nosotros mismos.

Un caso concreto de proyección dentro de la dinámica intrapsíquica:

Cierta persona que no se siente muy a gusto consigo misma, tiende a ver inconvenientes en todo lo que le rodea. Según su opinión, “nada en este país funciona como debiera”: si hace un encargo, lo recibe muy posteriormente a la fecha prevista “porque todo el mundo va a lo suyo”; si requiere un operario para que repare algún electrodoméstico de su propiedad, “aparece cuando a él le apetece” (y, por supuesto, dando por seguro que le va a engañar); si viaja en un transporte público, se suele encontrar muy frecuentemente a alguien que fuma a su lado: “¡…, con lo que me molesta el humo!”; si está por la calle al comienzo de la noche, se siente inquieta porque “nunca se sabe lo que puede pasar con la inseguridad ciudadana que hay ahora” y teme que podrían atacarla de un momento a otro. Hasta de las tormentas se siente temerosa, por si no dejara de llover a tiempo y sobreviniera una inundación.

Esta persona está situando en el mundo sus propios conflictos. Leyendo la proyección, nada funciona bien en su mundo interno: siente que no marcha como debiera, que no está integrada, y así como no confía en sí misma no puede confiar en los demás. Además, al tiempo que proyecta hacia el exterior esta desconfianza, selecciona las ocasiones en que, efectivamente, alguien no ha respondido como esperaba, con lo que, hecha la justificación, comprueba que no puede confiar “en nadie” y así el círculo se cierra y el mecanismo se recicla y se refuerza. Más aún, su propia vulnerabilidad le hace temer el daño y la agresión de los otros. No se siente segura de sí misma ni “de lo que pueda pasar con sus propios elementos internos”. Teme la irrupción de sus propias fuerzas naturales, al tiempo que siente que el mundo es un lugar hostil y ni siquiera la Naturaleza puede contenerla.

La persona de este último ejemplo padece insomnio crónico porque abandonarse al sueño supone “bajar la guardia”, con el riesgo de que la invadan las emociones. Por otra parte, teme su propio descontrol y que la agresividad sin freno la posea y le haga cometer un acto violento contra sí misma (tirarse por la ventana) o contra otros (matar a un hijo); con lo que nos está informando, de paso, de que su agresividad es muy intensa y/o está muy reprimida.

No debemos olvidar que la proyección siempre suele estar vinculada a otros mecanismos defensivos. Por ejemplo, y sobre todo en los primeros momentos de nuestra existencia, está muy unida a la introyección o a la incorporación, justo el mecanismo contrario, que consiste en introducir, en hacer nuestros elementos, vínculos, vivencias y experiencias de nuestro entorno. Proyección e introyección, así considerados, se convierten en un interjuego dinámico entre el hombre y el mundo, y constituyen los “ladrillos o sustratos del psiquismo”.

Por otra parte, el grado de fluidez, así como la riqueza y variedad de los mecanismos defensivos de que disponga un ser humano, es un índice claro de madurez, de fortaleza psíquica y de salud mental. Un uso preponderante y mayoritario de este mecanismo, tal como pudiera suceder con otros, puede ser índice de conflicto psíquico; en este caso, grave, puesto que indica el grado de individuación y objetividad alcanzado por el sujeto.

Notas:

  • El material bibliográfico empleado para este artículo es exclusivamente el obtenido a partir de la práctica profesional.
  • Todos los ejemplos expuestos son reales, alterados únicamente para preservar la privacidad de los sujetos.
esmeralda

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