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Homenaje a Don Quijote

JOSEFINA J. PERDOMO

Pasan los años, y el dilema del Quijote sigue vivo. Todo el mundo conoce ese personaje; sin embargo, muchas son las interpretaciones que se le atribuyen: que si era un loco, un soñador, un pobre y ridículo viejo… y hay también quienes, completamente al contrario, lo ven como un verdadero forjador de ideales.

Todas estas concepciones van a variar siempre conforme a la época en que se realice el estudio. Por ello, consideramos más importante el preguntarnos cuál fue la real intención de Cervantes al escribir su obra, y qué es lo que ha hecho que esta pasara a lo largo del tiempo, constituyéndose en el culmen de nuestra literatura.

El éxito de cualquier creación por parte del hombre radica siempre en que este haya podido captar aquellos arquetipos, verdades y realidades que le son inherentes, para que, al revestirlos de una nueva forma, sea esta pictórica, literaria, etc. (ahora ya podemos hablar también de cinematográfica), lleguen al inconsciente del ser humano, y este reconozca algo en esa obra que le haga identificarse con ella. Son literatura y cine simbólicos. Así, podemos decir que el Quijote es una obra simbólica que nos habla de una realidad del hombre. Tiene tantos planos de interpretación como aparentemente los tiene el mundo, porque si realmente Cervantes deja esa dualidad en entredicho sobre la naturaleza del Quijote, es porque para el mundo tanta validez tiene la una como la otra. Somos los seres humanos los que conformamos el mundo, y a pesar de que desde pequeños se nos ha educado pensando que “el mundo es así”, el gran secreto que descubrió el Quijote, aquel que le dio fuerzas para enfrentarse a gigantes y villanos, fue el descubrir que es el hombre el real dueño de su destino, de manera que podemos llegar realmente a transformar una campesina en una dama, y una bacía de barbero en el yelmo de Mambrino, si realmente soñamos con ello.

La filosofía que propone Cervantes es esa, e incluso podemos llegar a afirmar que su obra es un verdadero manual para el filósofo y el aventurero, aquel que sueña con cambiar el mundo viejo de hierro en uno de oro. Recordemos también ese viejo mito de hace más de dos mil años que nos decía que todos los seres humanos estamos encadenados dentro de una caverna, tomando por realidad las sombras y disfraces de ciertos objetos que nos ponen delante de las narices aquellos extraños seres llamados “amos de la caverna”. Ciertamente, el Quijote llamaba a esa presencia oculta, El Gran Encantador, Flestán o Flestón el Mago. Un ser oscuro que tiene encantado al mundo, haciéndole creer que es vil y ruin, que los caballeros que salen a combatir el mal son ridículos, que no puede haber en el mundo nada noble y grande porque no existe. Así, también el filósofo de la caverna se da cuenta del engaño y es ridiculizado por sus compañeros cuando trata de hacerles ver la verdad. Ellos no ven las cadenas de su ignorancia.

Don Quijote no puede ser considerado como un ser humano corriente, sino como una potencia, una fuerza que habita dentro de cada uno. Es aquel que se da cuenta de que hay algo que no va bien en este mundo, como si nos hubieran estafado y dado gato por liebre. Aquel que, entonces, no conformándose, decide salir al mundo real a ver qué es lo que está pasando y luchar contra ello. Es aquel que ve gigantes transformándose en molinos cuando uno ya le ha arremetido, aquel que le da a las cosas el valor que realmente tienen porque ve más allá de las apariencias, aquel a quien nadie puede derrotar mientras su inquebrantable fe le guía. Aquella fuerza, en fin, que ha levantado todos los imperios y obras del mundo que el hombre ha hecho, la que construyó Roma e inspiró el valor de todos los héroes casi invencibles que ha tenido la Humanidad, porque, nadie lo dude si lo intentan engañar, existieron realmente y alcanzaron la gloria.

Ahora, ha llegado el tiempo en que ya no hay héroes, sino que somos todos villanos. Los caballeros andantes son cosa del pasado y ya no tienen cabida aquí. Ya no hay magia, y lo poco de maravilloso y extraño, aquellas cosas reales que nos hacen vibrar, se relegan a los cuentos para niños que leemos a nuestros hijos por las noches. El mundo nos tiene encadenados al trabajo y a una sociedad consumista que nos exprime la vida (tal como refleja muy bien la película de Matrix), mientras Flestán, El Gran Encantador, se divierte a nuestra costa. Nos han vuelto a engañar, no lo dudemos. Y aquel que se atreva apenas a rechistar es un loco, del cual todo el mundo se ríe, un sectario del que hay que apartarse, o algo peor. No, hay que sacar de dentro de todos el espíritu quijotesco, y no dejarse amedrentar por los gigantes que se nos presenten porque se convertirán en molinos inevitablemente. Cambiar, aunque sea en pequeñas cosas lo poco que podamos, y sobre todo, atreverse a pensar y cuestionarse aquellas cosas que siempre nos han hecho creer, sin temor, con valentía, convirtiéndonos en un pequeño filósofo, cual Quijote, valiente, noble, y tenaz.

esmeralda

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