Sabios de Al Andalus
Autor: José Ruiz
Las causas que se atribuyen nos hacen ver que este fenómeno histórico está entremezclado en estructuras humanas, sociales y religiosas que forman una compleja trama difícil de desenredar. En estas líneas me gustaría resaltar la dimensión humana, el perfil de aquellos que se llamaron sabios andalusíes, su formación y su quehacer, tan sólo en una humilde aproximación a un tema del que aún queda mucho por descubrir.
La primera característica que destacaría es que el interés por el conocimiento en la cultura musulmana está fundamentado casi como una de las obligaciones que todo musulmán tiene consigo mismo y con el resto de sus semejantes de enseñar al que no sabe. La avidez por conocer y comprender todo el caudal de conocimientos que la antigüedad legó, fueron asimilados en parte por el pueblo musulmán a la par que conquistaba los restos de aquellas culturas tanto occidentales como orientales. Esto nos ha dado la frecuente impresión que el papel de la civilización musulmana sólo desempeñó un papel de mero transmisor. El efecto de dicha transmisión, sobre todo en lo que se relaciona con la cultura europea occidental de siglos posteriores, serí a a mi entender, un efecto secundario. Pues los sabios musulmanes, pudieron llegar a niveles de originalidad y avance científico, por ejemplo, tan sólo alcanzado por la cristiandad europea tres o cuatro siglos más tarde. Serían muchos los ejemplos que ilustrarían este asunto.
Pero nos interesa saber más del factor humano, de quienes sustentaron esa sabiduría específica. Son muchos los datos que han perdurado. La preocupación constante por la transmisión del conocimiento, de hasta dónde se remontaban los conocimientos que los sabios musulmanes enseñaban, les hizo establecer unas cadenas de transmisión maestro-discípulo, plasmadas en obras que se parecen mucho a lo que hoy conocemos como diccionarios biográficos. En ellas se pueden extraer infinidad de personajes, agrupados por fechas, zonas geográficas, y en donde básicamente se dice quién es el sabio, con quién estudió, a qué extracción social pertenecía, qué obras escribió, qué viajes realizó y qué discípulos tuvo. Estos compendios han sido útiles para reconstruir el ambiente cultural del periodo andalusí.
De paso podríamos añadir que la cultura andalusí tuvo como soporte una lengua común, el árabe, en la que estaba escrito el Corán, y su aprendizaje constituyó un poderoso instrumento de civilización y unidad espiritual. Además, hay autores como Ribera, que resaltan que la utilización de la técnica de fabricación de pasta de papel, aprendida de los chinos, abarató los costes del soporte escrito, lo que permitía su cotidiana utilización. Todo ello unido a que la escritura árabe era lo más parecido a la moderna taquigrafía, permitió que fuese relativamente fácil copiar rápidamente textos y libros completos. Las profesiones de calígrafo y de copista fueron de las más solicitadas y mejor remuneradas. Estas condiciones materiales facilitó que la compra y posesión de libros no fuera algo excepcional, y que cualquier sabio podía enorgullecerse de tener una amplia biblioteca privada a su disposición.
El término utilizado para definir al sabio en general era de «ulema», que viene a significar «erudito», «doctor», «conocedor»… La principal categoría de saberes comprendía las ciencias relacionadas con la religión, la exégesis y comentarios del Corán y diversas tradiciones proféticas, además del «fiqh» o derecho islámico. Los sabios especializados en éste último, tanto en lo relacionado a su enseñanza como a su aplicación, recibían también el nombre de «alfaquíes».
El resto de ciencias, tanto la medicina, las naturales, la filosofía o las esotéricas (astrología, alquimia…) fueron consideradas como de menor importancia. Pese a que fueron muchos los sabios de Al-Andalus figuras principales que destacaron en la práctica de muchas de estas ciencias, casi siempre las ejercieron como un complemento a su medio principal de vida. La condición de ulema no estaba asociado a ningún estatus económico. Salvo excepciones, como algunos médicos, el cultivo de la ciencia no estaba remunerado. En Al-Andalus es sabio aquel que había destacado por la extensión y profundidad de sus saberes, independientemente de que su oficio fuese el de artesano, comerciante o agricultor.
En cambio aquellos que se habían dedicado al estudio de las ciencias religiosas y del derecho islámico sí que podían encontrar varias oportunidades relacionadas con sus conocimientos. Principalmente el derecho permitía ocupar trabajos que iban desde secretario del juzgado a juez o cadí, notario, o empleado en alguna mezquita. Esta circunstancia permitió que el estudio del «fiqh» fuese más frecuente que otros, y que con el tiempo se estableciese un poderoso grupo de presión constituido por juristas alfaquíes, seguidores de Malik, llamados «malequitas», que ejercieron un férreo control casi inquisitorial, pues establecieron una interpretación casi literal de los textos legales, que asfixió el ambiente cultural. Se llegó al extremo de que muchos otros sabios fueron censurados públicamente en las mezquitas, quemados sus libros, y mostrados temerosos de salirse del estrecho corsé más allá de lo permitido por los ulemas malequitas.
Para el sabio había otra salida natural que era la enseñanza. En este caso distinguimos aquella que uno mismo se imponía como deber pío de enseñar al que no sabe, como consecuencia natural de sus vastos conocimientos sobre cualquier ciencia, de aquella otra que sería un modo de sustento. En Al- Andalus , tan sólo tardíamente, no puede afirmarse que hubiese una intervención estatal en la enseñanza. El califa Al-hakam II subvencionó algunas escuelas públicas, pero más como un acto de redención como consecuencia de haber superado una grave enfermedad, que como resultado de una política planificada a largo plazo.
La educación entraba dentro de la esfera privada, un contrato legal entre el profesor y el padre de los alumnos. Contrato que especificaba desde el sueldo, horario, forma de pago, vacaciones, y la garantía de unos resultados por parte de los alumnos. Estos contratos se referían a lo que hoy conoceríamos como enseñanza primaria, y quedan muchos ejemplos que hacen pensar que el oficio de maestro de niños era un oficio duro y mal remunerado. En este periodo la base de la enseñanza era el aprendizaje correcto de la lengua a través de la lectura y memorización de los pasajes más sencillos del Corán, además de la recitación de muchas poesías. Religión y humanidades eran los dos pilares fundamentales de la enseñanza musulmana. El aprendizaje de la lengua árabe y su correcto uso uno de sus primeros objetivos, pues una correcta lectura permitiría una correcta compresión del Corán.
Es interesante seguir, aunque sea brevemente, los diversos periodos de formación de un sabio o ulema. Partiendo del principio de que el conocimiento es un deber casi religioso, aquellos que tuvieran la fortuna de encontrar su vocación en el estudio, sabían que iniciaban un camino que no acabaría nunca, pues no se contemplaba que hubiese límites exactos para culminar una ciencia. La mayoría de los sabios andalusíes provinieron de familias en que los padres y familiares cercanos lo fueron. Es en la familia, junto a las mujeres de la casa y a los primeros preceptores donde se aprenden las primeras letras.
Más tarde se iniciaba un periodo de profundización según los intereses del alumno. No hay reglas fijas que marquen si se debe seguir un tipo u otro de ciencia. No era raro ver a muchachos de 13 o 14 años poseedores de unos amplios conocimientos especializados en cualquier materia. Todo iba a depender de las características y valía personal del estudiante. También de su buena memoria. La enseñanza era muy individualizada, pues lo propio, salvo excepciones, era que los maestros contasen con pocos alumnos. Era fundamental estar presente en el acto de la enseñanza, escuchar directamente la enseñanza del maestro, y obtener su reconocimiento de que había estudiado con provecho bajo su tutela. Esto se hacía mediante un «certificado» escrito que justificaba que el discípulo conocía las enseñanzas del maestro y estaba cualificado para repetirlas a otros. Para ello era fundamentar oír al Maestro, no sólo haber leído sus obras, era fundamentar escucharlas de sus labios. Pese a que la cultura musulmana se fundamentó en los soportes escritos, la transmisión oral siempre fue la clave para poder asegurar una correcta transmisión de conocimientos.
Según este esquema, lo más importante era acudir a los maestros que tenían mejor fama y pedir entrar en su círculo de discípulos. El número mayor o menor de alumnos era, de alguna manera, el criterio de si un maestro tenía más o menos éxito. Pues la condición de sabio se adquiría de este modo, por el reconocimiento de sus contemporáneos.
La asistencia a los centros culturales más importantes de Al-Andalus constituyó pronto una costumbre definitoria del sabio. La experiencia académica se completaba con las peripecias de un viaje en busca de saberes que podía durar varios años. Es interesante resaltar que los sabios andalusíes pronto salieron hacia tierras lejanas, aprovechando el deber que todo musulmán tenía de peregrinar a la Meca al menos una vez en su vida, el sabio aprovechaba este viaje para visitar a los principales maestros de laépoca, completar su experiencia , ampliar sus conocimientos y volver a al-Andalus cargado de fama, libros, diplomas y conocimientos que luego se encargaría de transmitir aquí.
Cuando Al-andalus destacó como uno de los principales focos de poder y sabiduría, comenzó un flujo inverso de sabios que venían a oír a los maestros andalusíes. Ibn Hazm jamás salió de Al-Andalus, y su fama traspasó todas las fronteras del mundo musulmán conocido. También muchos de los ulemas orientales vinieron atraídos por la magnanimidad de califas como Abderraman III y su hijo Al-Hakam II, que siempre demostraron un especial interés hacia los sabios cualesquiera fuese su especialidad.
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