Desde el siglo XVII muchos investigadores habían tratado de interpretar los jeroglíficos que se hallaban a la vista de todos, grabados en templos y tumbas, pero que guardaban celosamente su secreto; tanto que entre los mismos egipcios estaba extendida la superstición de que encerraban eternas maldiciones para quien intentara descifrarlos. A lo largo de los siglos, alguno de estos signos, como la serpiente, habían sido incluso mutilados para evitar su supuesto efecto maléfico.
Tenía doce años cuando su primo, el capitán Champollion, le muestra una de las dos copias en tinta de la Piedra de Rosetta que llegaron a París por orden de Napoleón. Y este hecho orienta para siempre el destino de Jean François, encaminando su vida entera al descifrado de esta escritura.
Resulta asombrosa su capacidad para aprender idiomas. A los trece años, además del griego y el latín, que eran obligatorios en la escuela, aprende árabe, hebreo, sirio y arameo. Pero el estudio de estas lenguas tiene una finalidad: Egipto. Todas estas lenguas eran necesarias para entender lo que había en ese momento de la historia egipcia.
A los 18 años se traslada a París y aprende el persa y sobre todo el copto, ya que está seguro de que esta lengua es una supervivencia de la antigua lengua egipcia. Decía: Quiero saber el egipcio como el francés. Hablo copto yo solo, ya que nadie me entendería.
La piedra de Rosetta ha sido la clave para entender la civilización egipcia. Es una losa de basalto negro que fue hallada en 1799 cerca de la aldea de Rosetta por las tropas de Napoleón durante la ocupación de Egipto. Se trata de un fragmento de estela, fechada en el 196 a.C., que reproduce un decreto de Ptolomeo V (208 – 180 a.C.), en el que aparecen tres inscripciones diferentes: los primeros catorce renglones en caracteres jeroglíficos (utilizados en Egipto en los monumentos y templos), los treinta y dos centrales en escritura demótica (una escritura simplificada y popular empleada en Egipto desde alrededor del año 1000 a.C.) y los cincuenta y cuatro restantes en griego.
No vamos a dar cuenta de todo el proceso que siguió, pero si conviene resaltar la magnitud de su empresa al enfrentarse con una escritura que contaba con tres tipos de signos: fonéticos, de palabras y de ideas, que había evolucionado a lo largo de 3000 años; y que hay que leer de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o de arriba abajo según la época a que pertenezca.
Años de laborioso y continuado esfuerzo, sin aparente fruto, terminan por minar la salud y el bolsillo de Champollion. Presa del pesimismo y la desolación, teme que alguien se le adelante y le robe finalmente la gloria de descubrir la clave de los jeroglíficos; ese alguien era Thomas Young.
Champollion, al comparar las inscripciones entre sí, consigue finalmente demostrar que la escritura cursiva es en realidad una mera simplificación de la jeroglífica. A su vez, los caracteres demóticos no son sino la última degradación a la que, con el paso del tiempo, llegaron los signos originales. Acababa de descifrar la piedra.
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