Sobre los mitos
Autor: M.ª Dolores F.-Fígares
Se hace necesario precisar lo que entendemos por la palabra mito, pues la utilizamos de manera equívoca: como palabra con contenido que remite a una determinada realidad, aunque no sea la cotidiana, sino engrandecida por lo simbólico, y como todo lo contrario, un mito es una mentira, algo que no significa nada, un engaño, una falsa creencia. Sin olvidar el antiguo enfrentamiento u oposición entre el mithos y el logos, lo cual apunta a una diferencia de matiz entre dos formas de conocimiento
Homero comienza a utilizar el término mythos en relación con la palabra persuasiva, con la retórica, con la elocuencia, pero con referencia a los dioses, como herencia de la concepción arcaica del mito como palabra sagrada (hieroi logoi).
Los filósofos presocráticos plantean el mythos como símbolo, no se proponen persuadir, al modo homérico, sino formular verdades. De ahí el apeiron de Anaximandro, o el «todo está lleno de dioses» de Tales.
Platón dedica interesantes reflexiones sobre el asunto en el libro segundo de la República, cuando dice que hay discursos verdaderos y discursos falsos y critica a los poetas como Homero y Hesíodo porque inventaron fábulas falsas que presentaron a los dioses y a los héroes «no como realmente son sino a la manera como los diseñaría un pintor que no reflejase el parecido del modelo en sus obras». La norma que debe regir un relato mítico es que se muestre al dios tal como es, ya se le haga aparecer en una epopeya, en un poema lírico o en una tragedia y la primera regla a la que deberán acomodarse los que compongan las fábulas es que «la divinidad no es causa de todas las cosas, sino tan sólo de las buenas».
Platón hace referencia al relato en sí al hablar de mitología. Introduce la palabra logos y la utiliza en diferentes ocasiones como si significase lo mismo que mythos, haciendo ver que hay dos modos de hablar de los seres divinos y de los dioses: el logos y el mythos, que pueden estar unidas en el mismo relato. Así, Sócrates dice en el Fedón: «después de haber hecho este poema al dios, caí en la cuenta de que el poeta, si es que se propone ser poeta, deberá tratar en sus poemas mitos y no razonamientos. Yo empero no era mitólogo»…
En el Renacimiento, Pico de la Mirándola plantea la necesidad de buscar una verdad primordial, una filosofía secreta, perdida a través de sus huellas, que serían los mitos antiguos. «He querido decirlo para que se sepa cuál ha sido mi fatiga, cuál mi dificultad para sacar de la maraña de los enigmas, del velo de las fábulas, los significados de la secreta filosofía».
Y también: «Orfeo revistió los misterios de sus dogmas con el velo de la fábula y los disimuló con alegorías poéticas, de modo que quien lee sus himnos puede creer que no pasan de fabulillas y divagaciones juguetonas». Los artistas del Renacimiento veían en las imágenes míticas una poderosa energía transformadora y subrayaron la interpretación moral de las alegorías clásicas.
Frente a la palabra mythos, en su acepción griega, que alude a una cierta vivencia de lo sagrado, la acepción moderna y latinizada de la palabra mito parece significar una «esencia que en su tiempo fue accesible y ahora ya no lo es», como dice Furio Jesi. (ver «Mito», Ed. Labor. Barcelona, 1976).
En el siglo XIX, el filólogo alemán Creuzer, afirma que los sacerdotes que elaboraron las primeras doctrinas religiosas de la humanidad vistieron los símbolos con ropajes mitológicos y que «las ideas constitutivas de las doctrinas religiosas brotan de los símbolos como un rayo que llega de las profundidades del ser y del pensamiento».
Helena Blavatski, por su parte, al hablar de la palabra mythos, se refiere a los autores antiguos que afirmaban que significa Tradición. Y la palabra latina fábula es algo sucedido en los tiempos prehistóricos, no una invención. La tradición envuelve en alegorías las enseñanzas de los misterios: la inmortalidad del alma, la doctrina pitagórica de que Dios es la mente universal, difundida por todas las cosas, la cosmogonía del universo, o el mundo ideal preexistente. Esas son las enseñanzas que guardan los mitos, un saber secreto, transmitido de manera velada, un saber transformador.
Bachofen, cuarenta años más tarde diría: «las palabras finitizan lo infinito, los símbolos conducen al espíritu del mundo finito a la esfera del ser infinito». Para él el símbolo era una realidad objetiva que descansa en sí misma, que no remite a otra cosa sino a su propia esencia.
Para los evolucionistas del siglo XIX los mitos eran expresión de un esfuerzo intelectual por explicar el mundo y también como manifestación de un pensamiento confuso, primitivo, irracional, embrionario.
K. G. Jung descubre con su psicología de las profundidades que la mente humana conserva muchos rastros del pasado de la especie. Surge con él la psicología imaginal (término acuñado por Hillman) que, en lugar de utilizar los mitos para explicar realidades psíquicas, como había hecho Freud, plantea el proceso contrario, pues entiende que la base misma de la psique es poética o mitopoética. Considera que los símbolos son intentos naturales para reconciliar y unir los opuestos dentro de la psique.
Jung establece un vínculo entre mitos primitivos o arcaicos y los símbolos producidos por el inconsciente, y que encontramos en los sueños. Los ejemplos de Jung son evocadores: el del mito del héroe, cuya función esencial es desarrollar la conciencia del ego individual, dándose cuenta de su propia fuerza y debilidad. Jung también se refiere al mito de la iniciación, como rito de paso acompañado de la muerte simbólica, y posterior renacimiento y la lucha entre el ego y el sí mismo, entendido este como conciencia de la psique como totalidad. Es un proceso de renovación interior. Con sus tres fases: separación, marginación y agregación, sus pruebas y rituales de acceso.
Deja una respuesta