La técnica de embalsamar alcanzó en Egipto las más altas cotas de perfección, totalmente comparables a las realizadas en nuestra Medicina, con toda su parafernalia técnica y científica. La gran diferencia estriba en el carácter ritual, sagrado y mágico que motivaba al pueblo egipcio y más concretamente a la alta casta sacerdotal, a llevar a cabo tan sofisticado método.
Cuando un hombre de consideración moría, las mujeres de la casa se cubrían con lodo la cabeza y el rostro, se descubrían el pecho y, ciñendo su traje con un cinturón, se golpeaban y recorrían la villa acompañadas de sus parientes. El hijo del difunto, después de purificarse y colocarse una piel de pantera, presentaba al sacerdote un quemador de perfume para incienso y un hacha de hierro llamada nu, instrumento curvo con mango de marfil, necesario para la última ceremonia de la apertura de la boca y el vientre.
La esposa e hijas del difunto desempeñaban el papel de gemidoras como Isis y Neftis. Se celebraba un festín en el que se sacrificaban un toro, una gacela y un ganso. Se dice que los encargados de embalsamar pertenecían a una profesión que se trasmitía de padres a hijos.
La entrega del cadáver se hacía en la denominada “Cabaña de Dios” o “Lugar puro de la Casa Buena” o “Casa de la Vitalidad”. El embalsamamiento se llevaba a cabo en presencia del “Embalsamador de Anubis) (Dios negro) y de los “Cancilleres de Dios”, que eran los encargados de manipular los objetos sagrados y de valor. Se enseñaban a la familia los distintos modelos de embalsamamiento, así como modelos de muertos en madera, pintados al natural. Se dice que el mejor era del de Osiris, siguiendo el proceso de embalsamar que llevó a cabo su hermana-esposa Isis. Una vez elegido comenzaba todo el ceremonial de embalsamamiento.
Es de notar que en los tiempos de decadencia, los cadáveres de mujeres jóvenes y bellas se entregaban a los tres o cuatro días, para evitar el ultraje del cuerpo. Eran los Ierodulios (legos o aprendices) los que transportaban el cadáver al necrio o depósito; el cuerpo era colocado en una mesa especial de madera con forma humana. Allí se lavaba exhaustivamente el cadáver de manera ritual, con antisépticos, salvo la boca, los ojos y los oídos.
Se perfumaba el cuerpo, quedando debidamente preparado para que el Escriba o Grammata señalara la incisión que era necesario practicar en el costado izquierdo del cadáver, de unos diez a quince centímetros de largo, y el acceso necesario para extraer el cerebro del cráneo, que normalmente se practicaba a través de la nariz, una vez levantada la parte carnosa, para lo cual se utilizaban unos ganchos curvos especiales que maceraban la víscera, ayudados a su vez por drogas que introducían en la cabeza. En determinadas momias, la extracción del cerebro se hacía a través del Foramen Magnum, también por el Foramen Laceratum o incluso por un agujero artificial.
Cuando era necesario desarticular el cráneo, se fijaba posteriormente una varilla metálica. Inmediatamente entraban en acción los denominados Parachistas o incisor, que utilizando una especie de cuchillo hecho de un material llamado Piedra de Etiopía, abren la incisión marcada por el Grammata. Realizado este acto, el Parachista huye a toda prisa, perseguido por los parientes, que le arrojan piedras, sin ánimo de hacerle daño, profiriendo imprecaciones como para atraer sobre él, desde el cielo, la venganza por este crimen. Los Parachistas eran proscritos y no se mezclaban con otras clases. Reunidos los embalsamadores alrededor del cuerpo, extraen a través de la incisión las vísceras del cadáver, exceptuando los riñones, que quedaban intactos, y el corazón, si bien sobre este órgano hay algunas dudas, ya que algunos opinan que se extraía y en su lugar era colocado un escarabajo de piedra, cerámica u otro material, emblema de la vida humana y de las transformaciones del alma, y que debía ser consagrado con una fórmula mágica escrita entre sus patas.
Esta invocación era: “¡Oh corazón mío, corazón que tengo de mi madre, corazón que necesito para mis transformaciones, no te levantes contra mí!”. En caso de que por accidente el corazón no se encontrara, se realizaba la sustitución por el escarabajo de manera obligatoria. La cavidad abdominal y torácica se lavaba y se limpiaba y acto seguido se rellenaba a base de aceite de cedro, resina de una especie de mimosa, áloes, jugo o extracto resinoso de aloe perfoliata, canela, corteza de laurus cinnamonius, corteza de laurus cassia, resina líquida de pinus cedsens, betún de bitumen judaicum del Mar Muerto, mirra pura quebrantada y machacada, serrín y cinamomo, cera fundida y especies. Nunca usaban incienso. Cosida la incisión se volvía a lavar el cuerpo con aceites aromatizados y se entregaba a los Tarichentas, que eran los salitrores o saladores y que en la operación de embalsamamiento contraían la impureza legal, de la que se libraban mediante abluciones y ciertas fórmulas mágicas.
Se introducía el cadáver en un recipiente especial lleno de natrum o natrón, líquido viscoso que mana de ciertas montañas en la provincia de Fayun, compuesto al parecer por una mezcla de carbonato, sulfato y muriato de sosa y que había de secarse para convertirse en natrón seco. El tiempo de duración de esta fase era de 70 días (duración de la ocultación de la estrella Sirio), para que el cuerpo se volviera incorruptible. Con el fin de evitar que se pelasen los dedos de las manos y los pies, se enrollaba una fibra de lino, cobre u oro alrededor de una incisión hecha a partir de la raíz de la uña, cubriendo con un dedal los pulpejos de los dedos, en los cuales iba grabado un escarabajo para indicar la vida nueva. Bajo las extremidades se introducía barro o arena para que conservaran su forma natural redondeada.
Las vísceras eran lavadas concienzudamente con vino de palmera y especias y se llenaban de mirra, anís o cebollas. Debidamente envueltas, eran dispuestas ritualmente en los cánopes o vasos canópicos realizados en distintos materiales: tierra cocida, alabastro o piedra granítica (diorita), y llenados de betún hirviendo hasta los bordes; luego se cubrían con tapas de los mismos materiales en los cuales se encontraban grabadas las imágenes de los cuatro Genios funerarios, hijos del Dios Horus u Horo, a saber:
Estos Genios eran la representación de los cuatro Elementos, las cuatro Fuerzas, y se colocaban en una arqueta, separados y en posición vertical. De esta manera el muerto era secundado por cinco Genios, cuatro encerrados en los vasos y el que había en el féretro que se fijaba en la momia. El sexto Genio, que se relacionaba con Osiris, era el que ayudaba al doble, el Ka, a escapar del encierro a través de la puerta falsa de la tumba.
El séptimo Genio era el más esotérico, jamás se le nombraba, y tenía una misión específica en el peso del corazón ante el Tribunal de Osiris, en la Sala de la Verdad-Justicia. Pasados los 70 días rituales, el cadáver era retirado del recipiente de natrón y mostraba una integridad tan perfecta, que hasta las pestañas y las cejas permanecen intactos, cambiando muy poco el aspecto del cuerpo. Se le trenzaba el cabello y le ponían ojos esmaltados; se lavaba el cuerpo con natrón líquido y lo embadurnaban con óleos perfumados. Recubrían el cadáver con resina fundida y teñían los dedos con alheña; ya estaba todo preparado para la complicada ceremonia ritual del vendaje. Anubis era la Divinidad psicopómpica que presidía los embalsamamientos y la conservación de las momias, guía de los caminos y de la barca en que el Sol recorre los senderos celestes. Él es quien introduce al “muerto” en el Tribunal de Osiris y el que saca el corazón para su pesaje en la balanza de la Justicia.
Se dice que Anubis había enseñado a los egipcios el arte de envolver a sus muertos en vendas y que esto era esencial en el proceso de la momificación. Todo el ritual del vendaje seguía una estricta normativa de carácter Mistérico. La operación de colocar las vendas era complicadísima, y necesitaba el concurso de embalsamadores y sacerdotes que debían recitar oraciones y encantamientos y realizar exorcismos. Se reunían las vendas hechas con tiras cortadas de tela de lino, que debían ser de una forma especial, que cubrieran la parte del cuerpo a cada una destinada, debían comprarse en determinados lugares y llevar escrito en jeroglíficos su destino. Se necesitaban de doscientas a trescientas para envolver un cadáver. Las telas eran en general de color blanco, tomando con el tiempo un gris muy marcado. Las había también de color rosa o encarnado, que solían emplearse para cubrir la cabeza. Las vendas se untaban con aceites de varias especies, mieles, diez clases de aromas, flores, hierbas y gomas que purificaban y perfumaban el cuerpo del difunto.
Cada venda recibía su nombre, dependiendo del lugar donde se aplicaba. Se comenzaba el vendaje por los miembros superiores. La cabeza y la boca llevaban vendas Harmajis, la venda de la Diosa Nejet se ponía en la frente, la venda de Hathor, señora de On, sobre la cara, la venda de Thot sobre las orejas, la venda de Nebt Hotep sobre la nuca. Todos los ligamentos de la cabeza eran vigilados por los superiores de los Misterios para comprobar su exacto trabajo. La venda de Sejet, la grande y amada de Ptah, compuesta de dos piezas, era para la cabeza del difunto. Para las orejas la llamada Venda Acabada; para la nariz dos piezas llamadas Nehay y Smen; para las mejillas dos vendas llamadas “que viva”; para la frente cuatro piezas llamadas “brillante”; para la parte superior de la cabeza dos piezas. Veintidós piezas a derecha e izquierda de la cara, pasando sobre las orejas del cadáver. Para la boca cuatro vendas, dos dentro y dos fuera; para la nuca cuatro piezas grandes. Una vez colocadas las vendas con una banda ancha de dos dedos, se untaba la cabeza con aceites y se tapaban los orificios con aceite espeso.
El sacerdote rezaba entonces sus oraciones. Al vendar su mano derecha, debía ponerse en uno de sus dedos una sortija de oro, llamado Anillo de la Justificación (tal vez preludio del óbolo griego), para hacer justo al finado ante el tribunal de los muertos; en épocas tardías este anillo se sustituyó por bronce y cerámica azul. Las uñas de las manos eran pintadas o doradas. La piel de las plantas de los pies se arrancaba, ya que los egipcios la consideraban impura, y la sustituían por sandalias de papiro, cartón o lino real, en las cuales pintaban a veces unos ojos para que no dieran un paso en falso, ni volviesen a andar en la Tierra; estas sandalias se colocaban debajo de las vendas. Las dos piernas eran atadas y vendadas como si fuesen una, adoptando la posición osiriana. Realizado todo el proceso del vendaje, se procedía a cubrir con elementos rituales distintas partes de la momia, con el fin de obtener la debida protección que el difunto esperaba de los Dioses de la muerte. Estos elementos eran cuatro: máscara, collar, peto y sandalias, o todos juntos, en forma de tapa a guisa de caja. En el decorado de estas piezas entraban todos los Dioses funerarios.
La pierna izquierda era protegida por la serpiente Buto (el Norte y Bajo Egipto); la pierna derecha era protegida por una cabeza de buitre (el Sur y el Alto Egipto). El cuello era protegido por dos categorías de collares y amuletos de seis filas. En el pecho se colocaba un collar funerario llamado Ousekh, con inscripciones sagradas, que terminaba en un escarabajo que se cosía a la momia por pequeños anillos. Estos elementos impedían que el cuerpo siguiera al alma. Los miembros eran colocados en actitud legal o de rito. Las mujeres, cruzadas las manos sobre el pecho; a los hombres se les dejaba las manos a lo largo del cuerpo o bien se hacía que la mano izquierda se apoyara en el hombro derecho. Sobre sus brazos y rodillas colocaban hojas del Libro de las manifestaciones a la Luz, conocido también como Libro de la Oculta Morada y vulgarmente como Libro de los Muertos. Sobre la cabeza se colocaba una corona de paja, símbolo de la verdad, para que el difunto pudiera pronunciar el Ma-Kheru, la palabra de la Verdad. A la momia se la rociaba con incienso y agua lustral para lavarle de sus impurezas, y se entregaba a los colckyti, que eran los encargados de entregarlas a los familiares, en presencia de los sacerdotes, que realizaban la última ceremonia, la apertura de la boca con el hacha Nu y del vientre.
El sacerdote aproxima su cara al muerto para comunicarle su fluido vital, pronunciando la última frase del ritual de embalsamamiento:
«Tú resucitas, tú resucitas para siempre, estás aquí de nuevo, joven para siempre».
Colocaban a la momia junto con los vasos canópicos en la barca funeraria, que a través del Nilo era conducida al Valle de las Tumbas, realizándose festines y danzas rituales; ya ubicada en sus última morada, era colocada en el sarcófago en postura vertical. Con todo este sagrado y mistérico proceso de la momificación se permitía al difunto efectuar, en las mejores condiciones posibles, su viaje al Más Allá, para acceder a la Inmortalidad.
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