Había una vez dos monjes que paseaban por el jardín de un monasterio taoísta. De pronto uno de los dos vio en el suelo un caracol que se cruzaba en su camino. Su compañero estaba a punto de aplastarlo sin darse cuenta cuando le contuvo a tiempo. Agachándose, recogió al animal. «Mira, hemos estado a punto de matar este caracol, y este animal representa una vida y, a través de ella, un destino que debe proseguir. Este caracol debe sobrevivir y continuar sus ciclos de reencarnación.» Y delicadamente volvió a dejar el caracol entre la hierba.

«¡Inconsciente!», exclamó furioso el otro monje. Salvando a este estúpido caracol pones en peligro todas las lechugas que nuestro jardinero cultiva con tanto cuidado. Por salvar no sé qué vida destruyes el trabajo de uno de nuestros hermanos.

Los dos discutieron entonces bajo la mirada curiosa de otro monje que por allí pasaba. Como no llegaban a ponerse de acuerdo, el primer monje propuso: «Vamos a contarle este caso al gran sacerdote, él será lo bastante sabio para decidir quién de nosotros dos tiene la razón.»

Se dirigieron entonces al gran sacerdote, seguidos siempre por el tercer monje, a quien había intrigado el caso. El primer monje contó que había salvado un caracol y por tanto había preservado una vida sagrada, que contenía miles de otras existencias futuras o pasadas. El gran sacerdote lo escuchó, movió la cabeza, y luego dijo: «Has hecho lo que convenía hacer. Has hecho bien». El segundo monje dio un brinco. «¿Cómo? ¿Salvar a un caracol devorador de ensaladas y devastador de verduras es bueno? Al contrario, había que aplastar al caracol y proteger así ese huerto gracias al cual tenemos todos los días buenas cosas para comer. El gran sacerdote escuchó, movió la cabeza y dijo «Es verdad. Es lo que convendría haber hecho. Tienes razón.»

El tercer monje, que había permanecido en silencio hasta entonces, se adelantó. «¡Pero si sus puntos de vista son diametralmente opuestos! ¿Cómo pueden tener razón los dos?» El gran sacerdote miró largamente al tercer interlocutor. Reflexionó, movió la cabeza y dijo: «Es verdad. También tú tienes razón.»

 

Extraído de Bernard Werber. «El día de las hormigas». Ed. Plaza & Janés. 1994

Ana Albo

Ver comentarios

  • Un Juez justo, tiene que aplicar la Razon, aunque no se tenga Razon para que la sin razon encuentre la respuesta a travez de la Logica, sin esperar que por Logica, tampoco tenga la Razon.

  • creo que los tres monjes tenían su forma de ver la situación y cada uno tomo la resolución que su conciencia dicto. El primer monje fue compasivo, el segundo monje aunque pensó en el bienestar de los demás hermanos, no dejo de pensar en él y el tercer monje solo se abstuvo a escuchar al Maestro pues esperaba tomar partido por alguno de los dos dependiendo de la sentencia del Gran Sacerdote. Por lo tanto, no deberíamos juzgar las decisiones de los demás. Gracias por el cuento!

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