El voluntario siente una inclinación natural a ayudar a los demás por variados motivos. Unos desean aportar apoyo solidario por conciencia ética, otros por un sentimiento religioso; hay quienes lo hacen por un sentido de justicia social o como un reto profesional, mientras que otros lo realizan por disponer de un tiempo libre que pueden ofrecer.

De todo ello obtienen indefectiblemente enseñanzas humanas y experiencias personales, ganan en formación, tienen la posibilidad de conocer otras gentes, lenguas y culturas diferentes, y algunas veces, sin esperarlo, obtienen el reconocimiento de su comunidad.

En un mundo en plena crisis del modelo del bienestar, que requiere cada vez mayores cuotas de servicios y atenciones que se consideran básicas, los Estados son conscientes de su imposibilidad de atender todas las demandas sociales. En esas circunstancias se precisa de la ayuda voluntaria y desinteresada de quienes sienten como suyas las carencias que perciben.

Por ello, todos los seres humanos tienen algo que ofrecer a los demás, y son doblemente útiles cuando dicho esfuerzo se canaliza en el marco de una forma organizada. Se reconoce el valor solidario de quienes sienten el impulso idealista, por ejemplo, de ayudar a un vecino, de propiciar mantas a los indigentes, de entregar ropa usada a quienes no disponen de ella, pero si estos actos no tienen continuidad, la legislación actual no los toma por acciones de voluntariado. Si dichos actos no se hallan inmersos en una secuencia de esfuerzos colectivos, serios y comprometidos, serán meros impulsos altruistas que no remediarán los males de nuestra sociedad, ni mejorarán sus carencias. Así, las actitudes impulsivas o esporádicas no son consideradas por la legislación como acciones de voluntariado, aunque sean actitudes altruistas.

Voluntario es quien actúa de un modo desinteresado, solidario y altruista, en base a una decisión meditada, y claramente comprometida con su comunidad. Su esfuerzo ha de enmarcarse en unos fines fijados previamente, nobles, socialmente útiles y humanitarios.

Codo con codo, trabajando junto a otros poderes públicos —los cuales siguen teniendo la responsabilidad frente a la sociedad de paliar las carencias sociales—, junto a otros profesionales cualificados, el voluntario no es tampoco una persona que por no tener remuneración alguna no deba estar a la altura de su trabajo o misión. El calor humano que mueve sus actos ha de impulsarlo a una formación continuada, a una entrega modélica, al trabajo consciente. Así, el voluntario ha de ser competente en lo que emprenda, no ser frágil interiormente ni vulnerable ante las circunstancias, de modo que sepa enfrentar problemas, evaluar situaciones, y mantener una autonomía de comportamiento.

El voluntario no es tampoco un ser aislado, sino que trabaja en equipo, con objetivos claros. Por sus características personales lo precisa, se auto alimenta con la fuerza del conjunto, de ahí la importancia de ser consciente de que la cadena es tan débil como lo es cada eslabón.

En la tarea voluntaria, para poder restaurar las carencias de nuestro mundo, se precisa de la comunicación, del intercambio de la información, y sobre todo de habilidades sociales y profundos valores humanos. Las requiere quien atiende a los ancianos para crear lazos mediante la empatía; las precisa quien apoya en los trances difíciles, como el psicólogo o el asistente social; los siembra quien educa en valores y aporta el sentido de la vida, como el filósofo; los lleva en mitad del pecho, donde reside el verdadero coraje, quien se dedica al salvamento de vidas o al socorrismo; los fija en su mente quien sueña a diario con un mundo nuevo y mejor.

Un voluntario lucha contra los pies de barro de un mundo caduco, y ofrece no solo esperanzas y buenas intenciones, sino resultados claros que ayuden a los colectivos más vulnerables, fomentando un entramado social positivo, una verdadera red de ayuda, una trama solidaria. Su acción se encamina hacia cualquier edad sin preferencias, a restañar las tanto heridas individuales como a mejorar las ideas, los valores y recursos del entorno.

El voluntario no pretende dar peces, sino enseñar a pescar; no pretende ser como Dios, sino vivir como un ser humano y enseñar a otros la dignidad de serlo. Voluntario es aquel que ayuda a quienes lo necesitan, sin distinciones de razas, de nacionalidades, de credos ni de condiciones sociales; voluntario es quien ama la naturaleza y gusta de comprender sus ocultos designios y enseñanzas; voluntario es quien ama el saber que transforma internamente a las personas, quien respeta las creencias, las tradiciones y los valores de los diferentes pueblos, tratando de enhebrar con todo ello un collar multicolor, donde la diversidad no atente contra lo esencial, a sabiendas de que se proyecta hacia un futuro esforzado, en donde tan sólo lo que se siembre es lo que habrá de fructificar.

Ana Albo

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