La ópera mistérica de Wagner
Autor: Antonia de la Torre
La obra de Wagner constituye la encarnación de la ópera neorromántica cuyo camino habían preparado Weber, Marschner, Spontini, Mayerbeer y otros. Pero no debemos olvidar que sus óperas pronto fueron una obra de arte de una especie distinta. Aunque Wagner siempre se consideró un continuador de Weber y Beethoven, fue un músico de una categoría distinta a sus antecesores y contemporáneos.
Fue un revolucionario que conscientemente se puso frente al mundo, y un político de Estado de las artes que quería conquistar y que en verdad conquistó al siglo XIX. Puso la música al servicio del teatro con la finalidad de que los oyentes de sus obras sufriesen una transmutación alquímica en que el espectador salía de forma diferente a como entró, porque había conectado con otras realidades, transmisoras de los más antiguos Misterios.
Wagner, idealista y dramaturgo
Wilhelm Richard Wagner nació en un país de teatros, en la sajona Leipzig, el 22 de mayo de 1813, en el seno de una familia de organistas y sacristanes viejos, elevada a puestos burocráticos medios y atraída por la vida de la farándula.
Los años que van de 1848 a 1852 constituyen para Wagner una larga temporada de indigestión espiritual e intelectual. Su cerebro, demasiado receptor, absorbe más impresiones de toda clase que las que en realidad puede asimilar. El arte y la vida, la ópera y la política le atraían de forma extremada, aunque al mismo tiempo le aturdían y confundían. Empiezan a madurar en su mente nuevas ideas sobre la música y el teatro, pero aún no tiene un concepto claro de su dirección.
Todas sus esperanzas desaparecen ante el estallido de la guerra y los rifles prusianos, y el 9 de mayo tiene que salir huyendo. Desde su exilio suizo y parisino lanzó dos tratados: Arte y revolución y La obra de arte del futuro, en los que explica sus aspiraciones idealistas de una nueva Humanidad y un nuevo arte.
Wagner proclama que el arte debería ser la pura expresión de la alegría de una comunidad libre por sí misma. Debería ser accesible para todo el mundo, dejando a un lado la necesidad de mantenerse por medios comerciales, y elabora la teoría de que la comunidad, como un todo, crea el gran arte. El arte público de los griegos, que alcanzó su máxima cumbre en las tragedias, fue la expresión de la conciencia más profunda y noble del pueblo… Todo el pueblo era testigo de la tragedia griega; pero en nuestros orgullosos teatros solo los ricos pueden ver las obras. Entre los griegos, la representación de una tragedia era un festival religioso; en los Estados modernos solo es una diversión. A los griegos los educaban para que hicieran una totalidad artística de su cuerpo y de su espíritu; a nosotros solo nos enseñan para obtener ganancias en la industria. Para el público griego el arte era en realidad Arte; para nosotros es un oficio artístico. Wagner sostiene que con los griegos, la obra perfecta del arte –el teatro– era la suma y la sustancia de todo lo que podía expresar la naturaleza griega. Con la posterior decadencia de la tragedia, el arte fue perdiendo cada vez más su meta de ser la expresión de la conciencia pública; el teatro se dividió en sus partes componentes: retórica, escultura, pintura, ópera, etc. Entonces cada parte siguió su camino y su propia evolución, de manera autosuficiente, aunque también de modo solitario y egoísta.
Hemos perdido la gran “obra de arte unificada”; solo las artes desmembradas existen en la actualidad. Si la obra de arte griega comprendía el espíritu de una nación hermosa, la obra de arte del futuro debería comprender el espíritu de una humanidad libre que no tendrá nada que ver con las barreras de las razas. Cada una de las artes separadas anhela volverse a reunir con las demás: la danza anhela convertirse en sonido para volverse a encontrar y a reconocerse en él; el sonido, a su vez, recibe la médula de su estructura del ritmo de la danza… Pero la carne más viva del sonido es la voz humana; la palabra vuelve a ser, por así decirlo, el ritmo muscular y óseo de la voz humana. De esta manera, la emoción que se desbordó desde la danza al sonido encuentra su definición y su certeza en la palabra, gracias a la cual es capaz de revelarse con claridad. La unión de estos tres elementos constituye “la obra de arte unificada” cuya forma perfecta es el teatro.
En esencia, Wagner tenía un concepto decadente de la historia, y su esfuerzo se dirigía a la regeneración social e histórica mediante el retorno al momento de máxima plenitud, pero con los procedimientos contemporáneos a su alcance. De ahí ese aura religiosa, iniciática y ceremonial de lo wagneriano que tanta antipatía y rechazo más o menos racionalizados han provocado desde el Nietzsche agnóstico hasta nuestros días.
Obra filosófica y mística
En los mitos de las obras de Wagner se hallan comprendidos los más valiosos tesoros de la filosofía tradicional. No en vano la vocación originaria del futuro creador del drama lírico fue literaria, no musical.
Wagner recibió una fuerte influencia de las filosofías orientales, especialmente budista y brahmánica, que comenzaban a ser conocidas en Europa. Este hecho se vio reforzado tras su descubrimiento de la filosofía de Schopenhauer, imbuida igualmente de conceptos orientales. Llevado por la fascinación que sobre él ejerce el budismo, llegará incluso a esbozar un drama de inspiración y temática budista. El proyecto no pasó, sin embargo, de un simple y breve esbozo.
El teatro de Bayreuth
El sueño de Wagner de erigir un teatro para representar sus obras fue posible gracias al monarca Luis II de Baviera, admirador y mecenas del músico, quien sufragó la construcción del teatro y de Wahnfried, la villa que fue el primer y único hogar que Wagner pudo llamar suyo. En Wahnfried, cuya traducción sería “Paz de la ilusión”, halló reposo para su largo peregrinaje y sus locas ilusiones. Aquí consiguió su propio teatro y lo inauguró contra viento y marea en 1876 con el estreno mundial de su tetralogía El anillo del Nibelungo ante el emperador Wilhelm I.
El enorme éxito artístico y la resonancia mundial alcanzados coincidieron, sin embargo, con un resultado financiero casi ruinoso, razón por la cual la tetralogía no se volvió a representar en Bayreuth hasta el año 1896. Seis años más tarde se abrieron las puertas del teatro para la representación de la última obra de Wagner, Parsifal. En el legado testamentario del autor se confiaba la exclusiva de esta ópera al teatro de Bayreuth por un plazo de treinta años. Esto creó toda una moda cultural, la del peregrinaje a Bayreuth para poder escuchar Parsifal, inaudible en otro lugar. Parsifal fue compuesto y oficiado como el último códice sagrado de la nueva revelación. Por eso Wagner quiso asegurar que se representara sólo en su Fetspielhaus, y frente a su voluntad, sólo las leyes convencionales de la propiedad la convirtieron en dominio público a partir de 1914.
En cuanto a los detalles del edificio del teatro de Bayreuth, el escenario es mucho más grande que la parte dedicada al público. La razón está en la gran cantidad de artilugios escénicos necesarios para crear los efectos maravillosos y sobrenaturales del teatro wagneriano. La orquesta ocupa un plano inferior a la platea con el doble objetivo de no distraer en absoluto la concentración del público sobre los acontecimientos escénicos y, al mismo tiempo, hacer más envolvente y tímbricamente poco brillante el sonido de la orquesta, de modo que no tapase la voz de los cantantes. Los decorados tenían que adornarse con los frescos colores de la naturaleza, con las cálidas luces del éter. En las primeras representaciones y al terminar la ópera, en el escenario aparecía el propio Wagner dando las gracias a todos los entusiastas que habían hecho posible el cumplimiento de la ardua y colosal labor.
Wagner reclamó la condición sagrada del arte rescatando las incomprendidas enseñanzas de la leyenda y el mito y poniéndolas al servicio de sus dramas musicales, que constituyen una introducción a los misterios menores iniciáticos, semejantes a los representados en la Antigüedad. De sus grandes obras (Rienzi, Tannhäuser, Lohengrin, Tristán e Isolda, la tetralogía de El anillo del Nibelungo, Parsifal) podemos extraer enseñanzas acerca del diluvio, de civilizaciones perdidas como la Atlántida, el problema del destino humano, la magia, la evolución, la Iniciación… y en definitiva, todo el gigantesco archivo de la ciencia tradicional. Richard Wagner fue sin duda un gran artífice del más puro arte, consagrado en el templo de Bayreuth.
Bibliografía
Los misterios de las grandes óperas, Ed. Kier.
Antología del ocultismo. Kanters, R. Y Amadou, R. Ed. Edaf.
Wagner, André Gauthier. Ed. Espasa-Calpe.
Wagner, mitólogo y ocultista, Mario Roso de Luna. Ed. Eyrás.
Wagner, el hombre y el artista, Ernest Newman. Ed. Taurus.
La música en la época romántica, Alfred Einstein. Ed. Alianza.
La gran música (de Rossini a Wagner). Editorial Prensa Española.
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