Los límites de la ciencia
Autor: José Manuel Escobero Rodríguez
¿Cuál es el límite de conocimiento al que podemos acceder a través de la ciencia?
Podemos seguir dos caminos para intentar responder a esta simple pregunta. En el primero, deberemos comenzar por preguntarnos qué estructuras son las que predominan en nuestro universo. Si tal hacemos, la respuesta es obvia; a nivel macrocósmico serán las galaxias. Si pormenorizamos una región del infinito, entonces deberemos concluir que las galaxias se encuentran constituidas a su vez por estructuras millones de veces menores a ellas mismas, que oscilan entre el rango de un asteroide y el de una estrella gigante. Nuevamente deberemos plantear si existe un umbral inferior de complejidad, por el cual podamos acceder al estudio de alguna estructura inferior, y, continuando con esta línea de razonamiento, fácilmente se desemboca, al final, en el átomo.
Pero tal no es así. El átomo posee ya unas particularidades que le hacen muy difícil de estudiar, aunque no imposible. Una vez establecida la composición de la materia en unidades químicamente indivisibles, los átomos, físicamente se comprobó que dichas unidades se componen a su vez de partículas más pequeñas, principalmente protones, electrones y neutrones. Protones y neutrones se agrupan en un núcleo atómico, que ocupa casi una millonésima parte del átomo, mientras los electrones, 1840 veces más pequeños que un protón o un neutrón (equivalentes en masa, más o menos, entre sí), se encuentran dando vueltas alocadamente alrededor del núcleo. Además de lo sugerente de la imagen y de su comparación con múltiples modelos físicos, químicos y biológicos, ahora sí hemos alcanzado un nivel de división difícilmente rebasable, pero que a su vez plantea otros dos enigmas.
A grandes rasgos, el uno establece que, siendo el electrón la partícula con masa más pequeña que podemos manejar, es imposible estudiarlo con un mecanismo que no sea otro electrón. Es decir, para estudiar la energía o la posición de un electrón, solo puedo usar otro electrón. Pero si hago chocar un electrón objeto de estudio con otro que lanzo contra él, es matemáticamente imposible definir dónde y con qué energía voy a tener al electrón estudiado. Esto es lo que se conoce como principio de incertidumbre de Heisenberg, y acabó derivando en la idea de que las partículas que componen el átomo no son estrictamente materia, sino que responden unas veces como materia y otras como energía.
De aquí se pasó al segundo problema. La definición de las partículas fundamentales, y de otras descubiertas posteriormente (constituyentes del átomo, y por tanto, de lo material), dejó de ser el estudio de la materia para comenzar siendo el estudio de la energía. Protones, neutrones, electrones y otras partículas son estudiadas como ondas energéticas y definidas como complejas construcciones matemáticas, donde muchas veces se confunde una definición de la realidad con una teoría de explicación de cómo se comporta la realidad.
Aquí hay ya un límite de la ciencia. En el mundo ultramicroscópico de la mecánica cuántica, el científico aspira a que sus modelos de explicación del universo respondan a unos parámetros de comportamiento. Si lo que plantea y prevé coincide en un porcentaje alto con su modelo, puede estar satisfecho, pero rectamente no debería identificar la naturaleza última de la materia con sus teorías de cómo se comporta esta.
Si seguimos un camino más o menos contrario, el hombre se reconoce como tal e intenta averiguar el porqué de las cosas. A través de su conciencia y de su mente, estudia los componentes constitutivos del cosmos, y desde las estructuras atómicas, explica las interacciones moleculares y macromoleculares. Posteriormente establece otros niveles de complejidad, y poco a poco plantea una teoría que da cuenta del origen de la vida, y de la evolución de esta a lo largo de eones en el universo. Luego, con hipótesis científicas suficientemente contrastadas y mejores de las que antes disponía, da cuenta del origen del hombre, e incluso del funcionamiento del pensamiento. Sus modelos de explicación avanzan, pero al llegar aquí, roza el siguiente límite. Con un modelo de funcionamiento de la mente, ¿puede explicarse el funcionamiento de esta? El esfuerzo que nuestra conciencia humana ha venido haciendo desde el fondo de la historia por explicar cómo funcionan las cosas, ¿basta para saber a ciencia cierta en qué consiste esa conciencia?
Obviamente no. Cualquier científico honrado, y yo ya he oído a varios, dirá que no. Por lógica, un nivel de organización no puede comprenderse sino desde otro más complejo, o simple. Si no, los ordenadores hace tiempo que hubieran alcanzado eso de la inteligencia artificial.
La ciencia abarca los cómo. Los porqués pertenecen a un campo de trabajo donde ni siquiera la mente humana es un instrumento suficiente de trabajo.
Deja una respuesta