LOS MISTERIOS DE MITRA

JOSÉ LUIS MOLINA

Mitra, divinidad masculina de culto remoto entre persas e indios, simbolizaba la luz y la verdad, y era protector de los hombres. Se le representaba tocado con un gorro frigio o tiara, y sacrificando a un toro con un largo puñal. Su culto fue importado a Europa por los soldados romanos que combatieron en Cilicia (Asia Menor), a las órdenes de Pompeyo. Por este contacto a través de las legiones romanas, se extendió luego por toda Roma.

Mitra es el dios de los contrastes. Al hacer promesa de adorarle, su devoto se compromete a no romper nunca los pactos y contratos firmados en cualquier orden de cosas. Pero también es un dios guerrero que abate a los impíos con su maza, vazra, y al mismo tiempo procura la fertilidad de los campos y ganados. Tiene 10.000 oídos y 10.000 ojos, es decir, que lo ve todo y lo sabe todo, como un dios soberano. Mitra fue promocionado por el mazdeísmo, sobre todo como un dios campeón en la lucha contra los impíos, y por ello es obligación de todo mazdeísta luchar contra las fuerzas del mal.

Poco a poco, Mitra fue calando en el corazón de los bravos soldados de las legiones romanas y se convirtió en el gran dios de la época imperial. Su culto, que representaba fielmente el espíritu de la romanidad, estuvo a punto de imponerse sobre el naciente cristianismo. Este último no respondía al sentido guerrero del legionario, cuya vida en las fronteras no podía aceptar una religión que invitaba a poner la otra mejilla. Por su parte, en el culto de Mitra no se pedía, sino que se luchaba, se combatía, se conquistaba.

Pero la naturaleza mistérica del culto y las difíciles pruebas que tenían que pasar todos los que querían acceder a él, dio lugar a que no se pudiera difundir masivamente, y se convirtió en una religión de élites, exclusivamente al alcance de los que tuviesen el coraje de pasar sus difíciles pruebas guerreras. Este culto intentaba elevar, civilizar, hacer evolucionar a los hombres, y rebajarlo o simplificarlo hubiese sido hacerle perder fuerza y cohesión, desnaturalizarlo. En aquellos momentos había una necesaria corriente de masas que inclinaba a los hombres a abocarse a lo social, y la religión cristiana canalizaba mejor dicha inquietud.

Desde finales del siglo I d. C., el mitraísmo hace su entrada en Roma llevado por las legiones romanas asentadas en la frontera oriental del Imperio, y poco a poco se propaga por todas las fronteras. La valentía, el honor, la honradez, la templanza, la seguridad en la inmortalidad del alma, fueron los preceptos enseñados por los sacerdotes de Mitra.

Mitra siempre ha sido una figura que ha llamado la atención de críticos y
especialistas muy particularmente. No en vano es el dios que defiende las causas más allá del tiempo y las circunstancias.

Debido al secreto que debían mantener todos los iniciados del culto a Mitra, es muy poco lo que podemos saber sobre las ceremonias que realizaban.

Los miles de adeptos que pasaron por estas ceremonias demostraron gran integridad y el mantenimiento de la palabra empeñada, incluso en el secreto de estas ceremonias. Así, salvo leves indiscreciones, no sabemos nada. Estos misterios se celebraban casi siempre en cuevas, y consistían en purificaciones, mortificaciones, abluciones y sortilegios. A los iniciados se les ofrecía otra vida y se les hablaba de la inmortalidad del alma y de otras virtudes.

Los misterios comprendían siete grados, conforme las siete esferas planetarias, desde la caída en la materia hasta la ascensión triunfal.

Los que pertenecían a los primeros grados, posiblemente eran los servidores de los iniciados en los grados superiores (Mitra servido por los cuervos), y creemos que no tenían derecho aún a un nivel profundo de la doctrina ni a participar en las reuniones secretas.

El “cuervo” era una etapa de sufrimiento y purificación de la parte inferior del alma humana. Los “ocultos”, en cambio, solo aparecían en las ceremonias más solemnes. El tercer grado corresponde al “soldado” que combate en las filas de Mitra, que recibe duras consignas que comportan fatigosas renuncias. Cuenta Tertuliano que cuando se iba a pasar al grado de soldado, al neófito le ofrecían una espada y una corona, y este tomaba la espada diciendo: “mi corona es Mitra”.

El “león” tenía total participación en los misterios y, como símbolo eminentemente solar y agresivo, similar a Hércules, que se viste la piel del león de Nemea, probablemente se identificaba con él. El “persa” llegaba a una total conexión con los orígenes legendarios del mitraísmo y de la religión iránica de la luz, de suerte que vestía un hábito persa y un gorro frigio. El “mensajero del sol” se suponía muy cerca del dios y fiel compañero de Mitra. El “pater” era el Gran Maestro, el Gran Sacerdote; era siempre de origen persa, e invocaba mediante una oración la fuerza salvadora y sacramental para poderla transmitir después a sus hijos. Esta fuerza se identificaba con el principio regenerador de la conciencia que existía en cada hombre.

Entre sus ceremonias, la única de la que conocemos algunos detalles es la del sacrificio del toro. Consistía básicamente en un bautismo de sangre. Los mitreos se encontraban siempre en lugares subterráneos, ya que representaban la caverna inicial, el laberinto, el antro. Tenían dos recintos: el templo propiamente dicho, que se encontraba a un nivel siempre subterráneo, y otro por debajo de este, como una cripta donde se encontraba el neófito que había superado las pruebas iniciales y que iba a ser bañado desnudo con la sangre de un toro sacrificado por el sacerdote en la parte superior. Según algunas versiones, no debía lavarse esta sangre hasta que desapareciese naturalmente.

El iniciado tenía abierta la puerta de los misterios después de un severo juramento de silencio, y como en toda sociedad mistérica, los candidatos debían pasar una larga etapa de preparación antes de acceder a la verdadera iniciación. Este camino preliminar estaba jalonado de grandes ayunos y periodos de purificación. Se accedía después al bautismo, que simbolizaba la anulación de la naturaleza propensa al pecado, de la cual surgía un hombre nuevo capaz de iniciar una vida nueva.

La ceremonia completa, con la representación de la muerte del dios y con las pruebas de constancia y coraje, tenía momentos de verdadero dramatismo.

Los siete grados eran los siguientes:

Cuervo

Oculto / Soldado / León / Persa / Mensajero del sol / Padre

Estos nombres tenían relación con las vestiduras y símbolos que utilizaban los adeptos en las ceremonias como medio de reconocimiento y carácter mágico.