La comunicación animal y humana
Autor: Paloma de Miguel
La comunicación no es solo una posibilidad del hombre
Si antes de entrar en el campo psicológico, nos permitimos, aunque sea brevemente y de modo general, filosofar acerca de la comunicación, habremos de reconocer que hay un mínimo indispensable para que esta sea posible, y es la existencia de un emisor.
Para que exista la comunicación debe haber, como mínimo, una dualidad. En la unidad no hay comunicación. Uno no comunica, no podría hacerlo. La comunicación existe a partir de dos, pudiéndose incluir o extender, desde aquí, a los varios o a los muchos.
La comunicación es un puente, un vehículo de contacto, un factor de conexión, una forma de acercamiento, una modalidad de intercambio, un elemento de unión, lo que implica la existencia de una separación, una distinción, una diferencia, una desigualdad entre al menos dos partes, aspectos, elementos, seres o sujetos, y en este último caso tal vez una sensación de carencia, un sentimiento de incompletura por parte de alguno de ellos o de ambos.
La comunicación, desde este punto de vista, tendría que ver con la relación, con la vinculación que se establece entre las partes, elementos o seres que contactan, por lo que no es posible abordar la comunicación sin considerar tal hecho.
Sentadas estas premisas, la comunicación se constituye en una aceptación de la distinción, en un reconocimiento de la separación y en una re-unión, en un búsqueda de acercamiento con lo separado, con el/lo(s) otro(s), que en muchos seres es intencionada y que al menos en el ser humano es, o puede devenir, consciente.
Emisor, mensaje y receptor son los conceptos claves en la comunicación
Comunicación es una palabra muy actual, un término de moda, del que se han ocupado la gramática, la lingüística y con ellas la semiótica; la psicología, el psicoanálisis, la antropología, la sociología y hasta la cibernética. Hay toda una teoría elaborada (de la que muchos psicólogos suelen ser bastante adictos) que es la teoría de la comunicación. No en vano se nos dice, se nos comunica, vivimos en la era de la comunicación, y por cierto, bien rodeados o inundados por los medios de comunicación, los canales por los que circula el objeto de la comunicación para llegar a su destino.
En sentido amplio, podríamos argumentar que todo en la Naturaleza se comunica, en tanto en cuanto un aspecto, un elemento, una parte, un ser del conjunto se acerca, se relaciona, contacta, intercambia con otro u otros y les transmite algo. Este aserto ya porta en sí la idea de un universo móvil, activo, dinámico.
Todo lo vivo se comunica. Así lo hacen los elementos químicos que discurren por las diferentes vías internas de los seres vivos, o que circulan entre estos y su ambiente; así proceden las células de los tejidos vegetales y animales, de tal modo que los procesos de enfermedad y salud podrían entenderse incluso como «un asunto de comunicación»; así operan las plantas con su medio, lo mismo que los animales entre sí y, por supuesto, al igual que hace el ser humano, que puede dirigirse tanto hacia dentro de sí mismo, hacia su mundo interior, como hacia los otros seres.
¿Cuáles son los medios, los intermediarios, los portadores, los canales de la comunicación?
Vamos a seguir un pequeño recorrido por estos elementos, estas posibilidades, estos medios de comunicación, desde las manifestaciones más simples a las más complejas y evolucionadas, dentro del ámbito animal.
Intercambios que se realizan mediante la electricidad
Aunque nos parezca extraño, muchos animales se comunican por la electricidad. La utilizan, además de como un atributo personal o señal de identidad, como un eficaz mecanismo defensivo, bastante útil, por cierto, para mantener a raya a elementos amenazantes.
Así proceden, por ejemplo, algunos seres acuáticos, como las lampreas o las anguilas, quienes parecen opinar que una buena descarga eléctrica a tiempo es un método contundente e inequívoco de solucionar posibles discrepancias con los contrincantes, una forma de dejar claro con quién se las está tratando aquel cuyas intenciones parecen dudosas, una estrategia para poner «agua por medio» si la situación se hace crítica, mientras el agredido se recupera del ataque, y hasta una manera de evitar futuras molestias esperando que los inoportunos hayan aprendido la lección y se lo piensen dos veces antes de intervenir.
Los humanos utilizamos las señales eléctricas como medio de comunicación, aunque no solemos emplearlas sobre la piel de los otros, salvo en algunos tipos de terapia. Sobre todo, las usamos para que transporten, decodificados, nuestros mensajes, a través de la gran diversidad de artefactos que hemos fabricado. A este respecto, tenemos a mano en nuestro mundo moderno una ingente cantidad de aparatos que, utilizando este principio, así lo testifican.
Desde el punto de vista interno, fisiológicamente, nuestro sistema nervioso utiliza señales eléctricas para transportar la información entre los diferentes receptores sensoriales y el cerebro. Este es un buen ejemplo de procesamiento de la información, concepto fundamental en teoría de la comunicación.
Un mensaje que llega a cualquiera de los receptores sensoriales y que los estimula, es traducido a otro código, es decodificado, y luego transmitido mediante impulsos eléctricos hasta el cerebro. Merced a una serie de intercambios químicos en los que juegan un importante papel los neurotransmisores y eléctricos, si es el caso, los impulsos llegan finalmente a la corteza cerebral, donde hay una recodificación, produciéndose finalmente un reconocimiento de aquello que nos ha impresionado sensorialmente, provocando o produciendo, por lo general, una respuesta determinada, susceptible de ser integrada en un concepto específico.
Pasamos por las «buenas vibraciones»…
No hay duda de que muchos animales son capaces de captar señales de la Naturaleza a través de las vibraciones del terreno que les sostiene o les circunda. Sutiles variaciones en la composición atmosférica, alteraciones electromagnéticas del entorno, pueden «predecir» la inminencia de una catástrofe, como un terremoto, por ejemplo. De hecho, entre nosotros, los hombres, ¿quién no recuerda la tópica imagen del indio americano que, oído en tierra, efectúa alguno de estos cálculos?
Hay animales que se comunican casi exclusiva o principalmente por medio de las vibraciones producidas en su hábitat. Muchas arañas ciegas saben cuándo van a disfrutar de una apetitosa comida a través de la información que les transmiten las vibraciones de su tela estratégicamente extendida, señal inequívoca de que alguna víctima se ha quedado allí presa, o está a punto de estarlo. Los topos y otros habitantes habituales del mundo subterráneo (que tampoco gozan precisamente de buena vista) utilizan las vibraciones transmitidas por la roca y procedentes del subsuelo o de la superficie para «mantener una conversación» con algún congénere o para percatarse de quién circula más o menos impunemente por sus dominios y poner en marcha las medidas oportunas.
En otro sentido y con un sistema de funcionamiento algo diferente, el murciélago que es capaz de dirigirse a la mariposa para cazarla o que esquiva hábilmente y en el último momento un escollo en su ruta, la ballena o el delfín que se comunica con un compañero o que conoce la situación de algún barco, se sirven de las variaciones en las ondas acústicas transmitidas a través del aire o del agua como medio de recepción de la información. De esta forma conocen la posición y la distancia de sus presas y de sus obstáculos.
Algunos aparatos detectores de objetos, como nuestros radares o sónares, operan de un modo similar al de los murciélagos, ballenas o delfines (a quienes, en justicia, habría que reconocerles la patente del diseño).
Y es que, en última instancia, los recursos de la Naturaleza son infinitos, y cualquier medio de comunicación vale para transmitir impresiones o informarse, a condición, claro está, de que se disponga de los receptores adecuados para evaluar los datos.
Algunas consideraciones filosóficas
Comunicar tiene relación con transmitir, contactar, expresar, participar o intercambiar algo, manifestar e informar, aunque hay muchos medios de comunicación que trascienden la palabra. De hecho, esta es un medio más de comunicación específicamente humano.
La danza es una forma de comunicación «muy movida»
Muchos seres vivos se comunican bailando. Mediante la danza (precisamente aquella que en justicia podría denominarse «danza del vientre», ya que el abdomen juega aquí un papel primordial) informan las abejas a los suyos de la localización y la cualidad de las fuentes de alimento. Por una especie de danza, constituida por un encadenamiento de movimientos rituales, dirimen sus diferencias muchos animales, como hacen las elegantes gacelas. A través de, a veces, complejas coreografías (tan complejas que requieren un largo aprendizaje, como es el caso de los manarquines, unos pequeños pájaros tropicales, por ejemplo), manifiestan sus intenciones a la concurrencia las aves o los mamíferos que quieren contraer matrimonio.
Por la danza se pretende atraer al otro sexo, focalizando su atención, fascinándolo, encantándolo, como hace el ave del paraíso. Danzando se formaliza y se cohesiona el vínculo de la pareja, como si jugaran con el tiempo al sincronizar sus ritmos vitales y adecuarse sus movimientos. Será también danzando como en los animales monógamos se reactualicen aquellas primeras ceremonias, rememorando los momentos de su elección, como forma de avivar el lazo entre ellos.
También los humanos nos expresamos mediante el baile. La danza puede ser para nosotros un contacto, una vinculación, un modo de adecuación, una forma de ligazón, de armonización con la Naturaleza y con sus seres, una participación activa en el universo que nos rodea, pretendiendo reproducir sus características y movimientos y constituyéndose, por tanto, en un acto mágico. Así obran, desde la Antigüedad más remota, muchas danzas religiosas, y en otro orden de cosas, cinegéticas.
La danza es también entre los hombres una forma de desahogo emocional, un modo de canalización de tal energía, una expresión afectiva y un acto social. El júbilo, la exaltación, y en ocasiones la pena o el furor se vierten en los pasos de baile. Bailando se transmutan los sentimientos. Bailando en comunidad se han abierto y se han cerrado tradicionalmente muchas de las más importantes ocupaciones humanas. El baile ha preparado a los hombres para combatir, para trabajar, y por supuesto, para conquistar a la pareja.
También se puede decir mucho con la expresión corporal
La expresión del cuerpo transmite, casi siempre verazmente, características personales, sentimientos, afectos e intenciones. Por la importancia que tiene para ellos, a veces cuestión de vida o muerte, los animales son unos eficaces lectores de la dinámica corporal. Casi todos entienden a la perfección lo que significa que el otro se encoja como si se hiciera más pequeño, o se estire como si pretendiera duplicar su tamaño.
El primer gesto, representante de la postura cerrada, es índice de miedo y de sometimiento, y también de pesar; es una forma de repliegue, de ocultación, el primer paso hacia la huida o la inmovilidad, una manera de ofrecer menos espacio corporal al adversario, de apaciguarle evitando el enfrentamiento, la confrontación, de manifestarle vulnerabilidad, inferioridad. El segundo gesto, representante de la postura abierta, transmite potencia, fortaleza, dominio, en ocasiones cólera, y por lo tanto, preludia acometida, actividad, ataque, arrojo, y la confianza personal en estas características.
Ambas posturas forman parte del interjuego de dominio-sumisión, muy ritualizado, por el que se organizan socialmente los animales. Por él establecen sus jefaturas, rangos, jerarquías y posiciones dentro del colectivo. Un gorila que quiera hacer saber a los suyos que se siente capaz de situarse a la cabeza de su grupo, que piensa mantener tal posición hasta que pueda y que no está dispuesto a tolerar «golpes de estado» por parte de sus súbditos, se enfrentará con sus posibles rivales estirado en todo su tamaño y con el pelo totalmente erizado, preludio de la acción si los otros no toman buena nota del mensaje, con lo que parece mucho más grande de lo que es.
Este mismo animal si, por desgracia, ha sido posteriormente destronado, se presentará con mayor contracción muscular y una postura, en general, más humilde ante sus superiores, pareciendo ostensiblemente más pequeño, de modo que un observador ocasional tal vez podría pensar que la pasión del poder es tan intensa que incluso hace crecer y menguar físicamente a los seres vivos.
Los animales superiores tienen una amplia gama de gestos que les permiten una comunicación básica, pero clara y sólida. Intervienen los movimientos de las orejas (en tensión: alerta; caídas: en calma) y el hocico (tenso, contraído y enseñando dientes y colmillos como muestra de temor o preludio de una amenaza; más relajado, con las comisuras de los labios estiradas hacia atrás y enseñando brevemente los dientes, si su estado es relajado). El rabo es un apéndice corporal realmente útil en los animales. No solo es una herramienta en muchos de ellos, sino que expresa por sí solo o matiza gran cantidad de mensajes. Erguido en determinada posición puede indicar prepotencia.
Cuando se porta de un modo alto y relativamente relajado es que siente seguridad y una digna confianza. Se estira cuando su dueño se sorprende. o se siente a la expectativa de un acontecimiento. Se tensa cuando el animal se siente amenazado. Se mantiene caído cuando hay calma, se encoge (a veces como si quisiera desaparecer entre las patas) cuando hay miedo, oscila cuando existe ambivalencia, rabia, furia, alegría, etc., dependiendo de lo que digan por su parte las distintas señales del rostro como resultante de los diversos juegos musculares y la mirada.
Casi ningún animal mira de frente y con fijeza. La mirada directa a los ojos es interpretada como amenazante, como señal de violencia. Por eso los animales suelen evitar la confrontación de las pupilas y rehúyen los ojos del otro, porque sostener la mirada es un signo de reto. La Naturaleza utiliza este recurso para defender a sus hijos, y coloca en el manto de algunas mariposas lo que pudiera ser el dibujo de unos ojos abiertos e inmóviles como medida disuasoria frente a posibles depredadores. Los animales buscan la economía de esfuerzos.
Generalmente, nunca persiguen a un animal sano y en plenitud de fuerzas. Así, además de permitir la supervivencia de los más aptos, ahorran energías dirigiéndose a ejemplares débiles o enfermos. Así actúan los grandes depredadores. Hay un ave, el chorlitejo grande, que conoce perfectamente esta máxima animal, y cuando está cuidando a sus polluelos, camuflados en un poco consistente y apenas fiable nido situado en un terreno rocoso, y descubre una potencial amenaza, sale arrastrando débilmente pero con ostentación una supuesta ala rota y cojeando como si se dirigiera a su enemigo, comunicándole que no se moleste más en buscar un almuerzo cómodo, que en él está la presa que espera, que apenas puede moverse…
Con tales mensajes camina un trecho (en dirección diametralmente opuesta a donde están sus hijos), y cuando considera que ya hay la suficiente distancia de seguridad entre ellos y el agresor, se recupera «milagrosamente» y vuela a toda velocidad, en la plenitud de sus fuerzas, escapando del peligro, abandonando a su supuesto captor, que se las prometía muy felices, dispuesto a interpretar de nuevo la pantomima cuantas veces sea necesario.
Muchas de las pautas de comunicación no verbal del mundo animal tienen su símil en el hombre. Quizá por eso es posible entender a los animales, porque compartimos con ellos algunos modos de expresión, aunque el ser humano les supera en riqueza expresiva. ¿Qué no podrán decir, por sí solas, nuestras manos?
El ser humano utiliza continuamente su expresión corporal para comunicarse… aunque no quiera. No en vano un experto en teoría de la comunicación humana ha dicho que «no existe y no es posible la no comunicación»; es más, se comunica comunicando y se comunica «no comunicando». Hasta un buen dominio de nuestro mundo interior que facilite la serenidad de nuestros gestos transmite información.
El lenguaje del cuerpo humano es muy rico y variado. En el cuerpo se graba nuestra historia, ahí está inscrito nuestro pasado, la modalidad de lo vivido, la historia de nuestras experiencias emocionales. Nuestros músculos, corporales y faciales, según rigideces y tensiones, a través de bloqueos energéticos relacionados con vivencias afectivas, pueden llegar a modelar las formas somáticas de una determinada manera, que, a su vez, dicen algo a los que nos observan acerca de nosotros mismos y de nuestra forma de ser. Del mismo modo, es corriente atribuir a nuestros semejantes mal humor, cólera, recelo o desidia según una rápida, y a menudo inconsciente, lectura efectuada a través de los rasgos de su rostro o las características de sus movimientos.
Si nos sentimos fuertes y seguros en algunas circunstancias de nuestra vida, es muy posible que nuestra postura corporal sea firme, abierta, erguida la espalda, con los hombros hacia atrás. Pero es posible que a través de nuestras vicisitudes personales hayamos querido reaccionar siempre con resolución ante los problemas de la vida, que hayamos deseado no eludir nunca los conflictos, admirando a aquellos que se comportan con seguridad y quizás con algo de dureza, de manera que nuestra actitud se haya hecho permanente, estable, como un rasgo de carácter, y tal vez haya llegado a tornarse incluso rígida; entonces puede que nuestro cuerpo exprese igualmente de un modo fijo, continuo, tal tendencia interior, y que toda la expresión somática transmita esta constelación interna.
Otras experiencias pueden hacernos sentir inseguros, temerosos, desbordados, como si estuviéramos oprimidos por ellas, como si los acontecimientos se tornaran negativos y pesaran como el plomo sobre nuestras almas; seguramente entonces nuestros gestos, espejo de nuestro interior, reflejarán el abatimiento que nos domina, nuestra cabeza tenderá a inclinarse, tal vez a contraerse los músculos de nuestros hombros y a tensarse nuestra nuca. Si por las diversas circunstancias de nuestra vida no nos parece muy sencillo nuestro paso por el mundo, no nos sentimos muy satisfechos del trato que nos proporcionan nuestros semejantes o hemos tendido a sentirnos de modo habitual víctimas de un destino difícil, obligados a soportar agobiantes problemas que nunca parecen terminar de disiparse, nuestro cuerpo se habrá hecho cargo de tal modo permanente de sentir y opinar, y permanentemente expresará tal sensación de agobio con un conjunto de gestos relacionados con la tristeza.
Ambos modos estables de expresión somática forman parte de un amplio abanico de posibles manifestaciones corporales, solidificadas, basadas, conformadas según nuestros pensamientos y afectos, que se construyen a modo de defensa frente a nosotros mismos y frente a nuestro exterior y constituyen lo que en bioenergética socioanalítica se conoce como coraza caracterial.
PALOMA DE MIGUEL
Deja una respuesta