El hechizo de Eros
DOLORES VILLEGAS
¿Hay algo más sublime, mágico y bello que el amor? Mueve y mantiene el mundo, atrae unas cosas hacia otras, buscando la armonía, la unión perdida, la evolución. Las embellece, vitaliza, ennoblece. Él solo, con su espíritu, vuelve sublime, trascendente, algo normal y corriente aparentemente. Hasta que él llega, todo duerme y latente espera el beso de Eros para despertar, vivir y brillar bajo la luz del Sol.
Será la mirada del amante, su voz enamorada, la vida que trasmite, el agente mágico productor del prodigio para un corazón que soñaba el encuentro con lo Bello desde siempre.
¿Qué percibió él, que a los demás se esconde, qué nota pulsó que despertó el alma, qué recuerdos evocó, qué esperanzas acuden, qué tiene su presencia que todo se ilumina, palpita y enciende? El milagro es Eros vivo en el pecho del amante, que impulsa a la búsqueda de la belleza y el bien, y allí donde algo percibe de lo que añora y anhela, posa sus alas, cual mariposa que en la belleza se detiene a libar el néctar que le falta y necesita. Así, de flor en flor, como diría Platón, el amante de lo Bello aprende a distinguir los diferentes tipos de belleza, su calidad, lo esencial de lo fugaz y transitorio; en una palabra, la belleza como reflejo, y lo Bello en sí como esencia permanente, que impregna con su luz la materia ciega embelleciéndola, haciéndola vehículo por momentos de su poder y fuerza.
Nos recordaba Platón que hay dos tipos de Eros; el terrestre y el celeste. El primero nos llevaba a la búsqueda del goce, la satisfacción del instinto. El celeste nos empujaba a buscar la unión con el Alma del Mundo. Porque el amor es la búsqueda de la Unión Primordial perdida. Por esto recomienda pasar del amor a los cuerpos al amor por las almas bellas, los hechos, las hazañas virtuosas; más arriba aun, el amor por las leyes de la Naturaleza, por las ciencias, hasta llegar a la Idea misma, al Arquetipo, lo Bello en sí, que desplegándose como belleza lo impregna todo con su Ser.
Pero afina más Platón y nos recuerda que no solo podemos fecundar cuerpos, y dice así: “Los que son fecundos con respecto al cuerpo buscan, si son hombres, a las mujeres, y si son mujeres, a los hombres para procrear”. Pero los que son fecundos con respecto al espíritu, buscan la sabiduría y demás virtudes, con las que luego poder fecundar a otras almas, dándoles la posibilidad de desarrollo de la vida en otros planos de conciencia superiores al físico.
El amante y el amado se necesitan mutuamente para producir la alquimia del amor, la trasformación de la apariencia en ser. El amante, con su arrobamiento o devoción, facilita al amado descubrir su verdadero rostro, su verdadero ser, lo despierta y vivifica. El amado, esforzándose por estar a la altura de esa imagen que contempla en los ojos del amante, crece, se desarrolla, despierta sus potencias latentes. El amante, lleno de Eros, ve, capta con su Amor el espíritu tras la forma, el arquetipo, el Ideal que “duerme” en su interior. El amor, como puente y mediador entre lo terrestre y lo celeste, nos facilita y muestra lo que las cosas son realmente, más allá de los velos de la materia, que lo encubren como prueba.
Sobran las palabras; en silencio, el amante contempla el objeto de su amor, la Naturaleza toda, lo Bueno, y extasiado ante tanta belleza desvelada por el poder del amor, por un momento se siente retornar, fundido su ser con el Ser de la Creación. Y sabe que este instante mágico, peldaño a peldaño, escalando el Cielo, será eternidad para el alma enamorada.
Eros, sonriente, nos tiende su mano, y con sus hilos dorados nos atrae hacia el centro, cada día un poco más cerca del Misterio.
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