El enigma de los Cagots
Autor: Luis Martín
Los cagots son conocidos por muy diversos nombres, dependiendo de la región en que habitaron: gafos (de ahí el dicho «eres un gafe», «traes mala suerte»), cagotes, agotak, christiaas o crestias, agotes, colliberts, y algunos más.
Enclaves o asentamientos de estos individuos hasta finales del siglo XVIII eran el sur de Francia, norte de España y el País de Gales. En España se los encontraba en Guipúzcoa, la alta Navarra, alrededores de Jaca, noroeste de Aragón, etc., pero donde más abundaban era en el sudoeste de Francia, en Gascuña, Landas y Gironda, Finisteré, Morbihon, el alto Languedoc y el Bearne, provincia en cuya parte montañosa se encuentran al parecer todavía algunos raros ejemplares.
Estos cagots o agotes fueron durante mucho tiempo objeto de una reprobación general, siendo considerados como una raza maldita. ¿Se trataba de un grupo étnico? ¿De una casta? Eran, en todo caso, «intocables», una especie de parias. Eran objeto de sagrado horror, y víctimas de una segregación tan severa como quizá no se haya visto nunca, al decir de la gente.
Tanto en las ciudades como en el campo, vivían en barrios aparte, llamados las «cagoterías» y sólo un pequeño número de oficios les estaba permitido: a las mujeres el de tejedoras y poco más, y a los hombres les estaban reservados los oficios de carpintero, ebanista, tonelero, leñador, deshollinador, sepulturero, cordelero, albañiles y picapedreros o canteros. Bajo diversas penas se les prohibía ejercer de molineros, pasteleros, vendedores de carne u otras substancias alimenticias y mercaderes de lana. Eran considerados como siervos de la Iglesia, y a veces se colocaban bajo la protección de algún señor feudal para el que trabajaban.
Eran muy hábiles, y ayudaron a edificar algunas de las más hermosas iglesias: del Bearne y de Conninges, así como el barrio de Montant, en Toulousse, enteramente obra suya.
Algo muy curioso es su Senhal (su «señal»), pues en sus vestidos llevaban un distintivo especial, una pata palmeada en paño rojo cosida sobre la espalda izquierda o sobre el hombro. Este dato serviría para investigar paralelismos con tradiciones y leyendas donde aparece esta pata de pato.
Prácticamente se les tenía apartados del resto de la sociedad y hasta se les enterraba en cementerios aparte. No podían llevar armas, ni servir en la guerra, a no ser como obreros. Los gitanos, a diferencia de los cagots, sí fueron a veces contratados como mercenarios, demostrando valiosas cualidades en este campo.
Los cagots no podían casarse más que entre ellos, pues como escribía Martín de Biscaye: «Cientos de años han transcurrido sin haberse visto hombre ni mujer tan miserable y de pensamientos tan bajos que se hayan unido a ellos, sea legítimamente, sea de otro modo».
Carecían prácticamente de derechos en la ciudad, y no podían ejercer tampoco cargos públicos. En algunos lugares se les reservaba el oficio de verdugo pero en otros se les prohibía. En el País de Gales su testimonio no era válido en justicia, y en otros lugares se necesitaban siete testigos cagots, en casos donde bastaba un testigo ordinario.
Incluso en las iglesias debían entrar por una puerta a ellos reservada, mojando la mano derecha en una pila de agua bendita especial, y ocupando sitios separados en el fondo del templo. Al comulgar, el sacerdote les tendía la hostia en la punta de una vara. Todavía pueden verse las puertas de los cagots en las iglesias de Luz, Libourne, etc., y una de aquella pilas de agua bendita, representando una cabeza de mujer, en el lado derecho de la portada de Saint-Bertrand de Comminges, en Saint-Savin, en la cual puede leerse: Cuando vas a la iglesia, te relegan detrás; nadie quiere meter el dedo en la pila de agua bendita después de un leproso de tu pueblo maldito.
Se les prohibía casi todo. El 4 de agosto de 1471, las autoridades de Moumour, en el Bearne, prohíben a un crestia o cagot, el maestro Ramón, carpintero de armar, así como a toda su familia: labrar, tener animales, entrar en el molino para llevar grano, poseer cuchillos puntiagudos, ir a lavar al lavadero y hasta andar descalzos y beber el agua de la fuente, bajo pena de ser hechos responsables de la infección, los daños, la deshonra y la vergüenza que podrían resultar de ello para los habitantes de Moumour.
En un diario de octubre de 1997 leo un artículo donde una niña gitana dice: no nos dejan coger ni agua de la fuente; es curioso lo poco que cambian algunas situaciones por mucho tiempo que transcurra.
Una vez muerto, el cagot no es mejor tratado que en vida. Se le entierra aparte de los cementerios, a veces en un foso de la carretera o a orillas del mar. En 1683 Luis XIV promulga en favor de los cagots un edicto que prohíbe la segregación, pero al enterarse la población, los ataca y tienen que batirse en retirada. En 1706, en Condom, muere la cagot Marie Arboucan. Su padre quiere llevarla al cementerio puesto que ya tiene derecho. Pero los habitantes expulsan el cortejo a pedradas. En 1718, en Riviere-Saas, doce cagots intentan entrar en la iglesia por la puerta grande, pero se amotinan los fieles y corre la sangre. Así podíamos seguir con muchos ejemplos. ¿Por qué esta repulsa? ¿Por qué este odio y segregación?
Se ha querido explicar la proscripción de los gafos o cagots por la sospecha de lepra, pero se ha demostrado que era falso; ni era hereditaria ni tenían disminuidas sus facultades intelectuales en ningún sentido.
Hace tiempo circulaba una leyenda, la cual, quizá por la fuerza de la costumbre, ha llegado hasta nosotros. Se decía que estos cagots eran descendientes de los constructores que puso el fenicio Hiram al servicio de Salomón, y que habían sido expulsados por éste por ser malos obreros en la construcción del Templo; se dice que habían fabricado la cruz de Cristo, pero que robaban los ataúdes para utilizar su madera en la construcción, y hasta que eran brujos. Queremos observar aquí un paralelismo con el pueblo gitano, el cual tiene un origen no clarificado, siempre han sido perseguidos, repudiados, apartados de la sociedad, y es curioso que tengan atribuida una leyenda que dice que fueron condenados a vagar errantes o en penitencia por no dar acogida a la Virgen María.
Sea lo que fuere de tantas leyendas, el origen de estos cagots y las circunstancias de su asentamiento principalmente en el país de Oc jamás han podido ser determinadas con certeza, siendo uno de los mayores misterios de la etnografía. Aclaramos que en este pequeño artículo tampoco pretendemos dilucidar el fondo de este misterio, sino solamente dar a conocer a estas gentes, que son una incógnita y un desafío curioso.
Este es un pueblo «maldito», como hay muchos otros; como los Maragatos que ocupan los montes de León y las llanuras hasta Astorga, zona un tanto misteriosa y desconocida, típica en antiguas ferrerías y en las artes de trabajar los metales, sobre todo el hierro (ésta fue una actividad maldita durante siglos, como si el conocimiento de las técnicas metalúrgicas supusiera el ejercicio de poderes diabólicos).
A los cagots también se les llamó «perros de Godos». Y hay una leyenda que cuenta prodigios atribuidos a los «buenos reyes Godos», cuyas espadas cambiaban de color en las manos de estos nobles, de suerte que unas eran verdes, otras amarillas, negras, y algunas de color rosa.
Y cómo no recordar a los gitanos caldereros que estañaban y ejercían con gran habilidad oficios en torno a los metales. Es curioso que maragatos, agotes o cagots y gitanos tengan un origen presuntamente oriental. Podemos relacionar también el carácter común de la herrería o forja y la carpintería (los cagots eran muy hábiles carpinteros de armar). En Vizcaya y Guipúzcoa, arotz quiere decir carpintero, y en la parte oriental del país, con la misma voz se designa al herrero; paralelamente, aroztegui es carpintería o herrería.
Es interesante constatar que hay leyendas que los unen, y coincidencias que nos inclinan a sospechar que muchos de estos pueblos tenidos como «malditos», y aun afincados en enclaves totalmente distintos y sin evidentes lazos que los liguen entre sí, pueden proceder de una misma rama de ese árbol frondoso que crece, sin orden aparente, a partir de un tronco común con sus raíces ancladas en hondas y oscuras procedencias.
Otra curiosidad es el hecho de que todos los pueblos tradicionalmente malditos de nuestra geografía se encuentren en las rutas que conducían al Finis Terrae o a sus proximidades inmediatas. Agotes y maragatos en el Camino francés, vaqueiros y pasiegos en los caminos del Norte, jurdanos y brañeros en la Vía de la Plata, baralletes y soliños en la Galicia finisterrana, los gitanos un poco más extendidos. Todos ellos tienen, en mayor o menor medida, la pasión por la trashumancia, pero sin abandonar nunca definitivamente su lugar de asentamiento «tribal».
Volviendo a los cagots, se han descrito algunos caracteres particulares y etnográficos, aunque no creemos que nos puedan sacar de dudas al respecto, pues hay infinidad de características y algunas contradicciones. Nos dice Gérard de Séde: «eran de baja estatura, muchos eran rubios, de ojos azules, y sobre todo, casi todos tenían las orejas desprovistas de lóbulo».
De otros autores: «su cabeza es ancha, voluminosa, los rasgos groseros y salientes, los cabellos castaños, a veces rubios. La frente abombada, los ojos muy hundidos, el iris de color azul, oliváceo o gris más o menos claro, su nariz con alas anchas y planas, los labios verticales y rectilíneos, bastante gruesos, las orejas pequeñas, redondas y planas y lóbulo poco desarrollado o ausente, los pómulos anchos, salientes. La tez, blanca y sonrosada, se volverá con la edad como inflamada. Ordinariamente serían altos, fuertes y vigorosos; tendrían un humor sombrío y triste». Otros escritores los describen con la tez morena, el cabello negro y encrespado, los ojos grises y sombríos, la estatura mediana con el cuello corto, y la nubilidad precoz.
Los gafos llamados cabaneurs, de los pantanos del Sevre y el Lay, tienen el cabello castaño, la tez bronceada, los ojos pequeños, cráneo braquicéfalo.
Todos coinciden en la falta de lóbulo, se dice que por eso no podían llevar pendientes y era otra característica más a sumar. El origen histórico de los cagots es uno de los puntos más discutidos. Ya vimos el tema de la leyenda de los descendientes de los trabajadores en el Templo de Salomón. El primer texto que menciona a los cristias data de 1288, y hasta el siglo XVI no aparece la palabra cagot. Rabelais señala que existía en la Biblioteca de Saint-Victor una obra acerca de los cagots.
Se ha supuesto que eran los descendientes de un antiguo pueblo que vivía en la Bretaña y el Béarn antes de las invasiones bretonas o cantábricas. Pero los restos prehistóricos de esta raza en nada se parecen a los actuales gafos o cagots, y los ligures que habitaban aquellos países tampoco tienen sus caracteres antropológicos. Podrían también proceder de los celtas.
Cagotes, según Littré, es una mezcla de provenzal y alemán: cap gott (cabeza de Dios). Otros han creído que eran cruzados que a su regreso de Tierra Santa trajeron la lepra, pero esta enfermedad es muy anterior a las Cruzadas, y es mencionada ya por Gregorio de Tours y el Concilio de Orleans en el año 549.
El origen albigense de los gafos o cagots no puede admitirse por existir aquéllos mucho antes del siglo XIII en Francia. También se les ha atribuido un origen oriental o semítico, haciéndoles descender de judíos o musulmanes. Otros los identifican con los gitanos o zíngaros. Y otros creen que proceden de los visigodos que marcharon de España después de la invasión de Carlomagno.
Hay una vieja leyenda que afirma: «Antaño, en la Galimachia, más allá de Turquía, el rey Gripput tenía un lacayo horroroso cubierto de lepra de pies a cabeza y que se llamaba Gaheig-Agot-Giezi-Labenne».
Esta última versión dio lugar a una continuación en la que el horroroso lacayo se convirtió en el primer cagot establecido en tierra de Oc y se casó en Labaste, aldea de Chalosse. Si analizamos estos nombres se puede ver que «Gaheig» y «Agot» son variantes regionales de la palabra cagot, y «Labenne» es un nombre propio muy común entre los cagots; queda el nombre de «Giezi», y en Chalosse a los cagots también se los llamaba «Gézitains». Y en La Biblia, en el segundo libro de los Reyes (V.20-27), se cuenta que habiendo Eliseo curado la lepra al general arameo Naamán, a «Giezi», doméstico del profeta, se le ocurre reclamar al beneficiario del milagro el precio de la curación. Para castigarle por su codicia, Eliseo dice a Giezi: «La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu simiente para siempre». ¿Tendrá relación con los cagots? Seguramente nunca tengamos la certeza.
Sea lo que fuere, los últimos cagots, con su misteriosa pata de oca en el hombro y la escarapela encarnada en el sombrero, han desaparecido, llevándose consigo el enigma de sus orígenes.
Y en el aire queda ese halo de mal sabor de boca al pensar cuántos odios e intolerancias seguimos arrastrando a través de los siglos. ¿Alguna vez aprenderemos a respetar a nuestros semejantes? Al fin y al cabo, todos compartimos la misma Tierra, la misma vida una, la misma esencia de ser y de existir; qué importan los colores de la piel, lo importante se lleva en el corazón y en el alma. Ruego a Dios que estas cortas líneas hayan servido para romper un poco esas barreras invisibles que separan a los hombres de los hombres.
Bibliografía
Enciclopedia Universal Europeo Americana. Espasa Calpe S.A.
El Tesoro Cátaro. Gérard de Séde. Plaza y Janés.
Los Vascos. Julio Caro Baroja. Ediciones Istmo.
La Mística solar de los Templarios. Juan G. Atienza. Ed. Martínez Roca S.A.
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