Champollion y la piedra Rosetta
Autor: Julián Palomares
Desde el siglo XVII muchos investigadores habían tratado de interpretar los jeroglíficos que se hallaban a la vista de todos, grabados en templos y tumbas, pero que guardaban celosamente su secreto; tanto que entre los mismos egipcios estaba extendida la superstición de que encerraban eternas maldiciones para quien intentara descifrarlos. A lo largo de los siglos, alguno de estos signos, como la serpiente, habían sido incluso mutilados para evitar su supuesto efecto maléfico.
El gran protagonista del descifrado será Jean François Champollion, nacido en Figéac, Francia, el 23 de Diciembre de 1790. Se cuenta una curiosa historia acerca de su nacimiento. Parece que su madre estaba paralítica y que su padre, un librero que había acudido sin resultado a todos los médicos posibles, decidió a mediados de 1790 recurrir a un curandero llamado Jacqou. Éste le hizo acostarse sobre un lecho de hierbas y beberse un brebaje de vino caliente. A continuación anunció su curación inmediata y el nacimiento de un niño de fama imperecedera. La enferma se levantó tres días después y al poco tiempo daba a luz al pequeño Jean François. Se dice que el médico que reconoció al recién nacido se asombró al comprobar que tenía la córnea amarilla, característica propia de los orientales y extraordinaria en un centro-europeo. Por otra parte, siempre se ha insistido en que su tez era oscura, casi parda, y sus rasgos algo orientales, lo que, junto con la orientación de sus estudios, le valió toda su vida el sobrenombre de “el egipcio”.
Tenía doce años cuando su primo, el capitán Champollion, le muestra una de las dos copias en tinta de la Piedra de Rosetta que llegaron a París por orden de Napoleón. Y este hecho orienta para siempre el destino de Jean François, encaminando su vida entera al descifrado de esta escritura.
Resulta asombrosa su capacidad para aprender idiomas. A los trece años, además del griego y el latín, que eran obligatorios en la escuela, aprende árabe, hebreo, sirio y arameo. Pero el estudio de estas lenguas tiene una finalidad: Egipto. Todas estas lenguas eran necesarias para entender lo que había en ese momento de la historia egipcia.
A los 18 años se traslada a París y aprende el persa y sobre todo el copto, ya que está seguro de que esta lengua es una supervivencia de la antigua lengua egipcia. Decía: Quiero saber el egipcio como el francés. Hablo copto yo solo, ya que nadie me entendería.
La piedra de Rosetta ha sido la clave para entender la civilización egipcia. Es una losa de basalto negro que fue hallada en 1799 cerca de la aldea de Rosetta por las tropas de Napoleón durante la ocupación de Egipto. Se trata de un fragmento de estela, fechada en el 196 a.C., que reproduce un decreto de Ptolomeo V (208 – 180 a.C.), en el que aparecen tres inscripciones diferentes: los primeros catorce renglones en caracteres jeroglíficos (utilizados en Egipto en los monumentos y templos), los treinta y dos centrales en escritura demótica (una escritura simplificada y popular empleada en Egipto desde alrededor del año 1000 a.C.) y los cincuenta y cuatro restantes en griego.
No vamos a dar cuenta de todo el proceso que siguió, pero si conviene resaltar la magnitud de su empresa al enfrentarse con una escritura que contaba con tres tipos de signos: fonéticos, de palabras y de ideas, que había evolucionado a lo largo de 3000 años; y que hay que leer de derecha a izquierda, de izquierda a derecha o de arriba abajo según la época a que pertenezca.
Años de laborioso y continuado esfuerzo, sin aparente fruto, terminan por minar la salud y el bolsillo de Champollion. Presa del pesimismo y la desolación, teme que alguien se le adelante y le robe finalmente la gloria de descubrir la clave de los jeroglíficos; ese alguien era Thomas Young.
Champollion, al comparar las inscripciones entre sí, consigue finalmente demostrar que la escritura cursiva es en realidad una mera simplificación de la jeroglífica. A su vez, los caracteres demóticos no son sino la última degradación a la que, con el paso del tiempo, llegaron los signos originales. Acababa de descifrar la piedra.
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