Fomentar el voluntariado social
Autor: Cristóbal Sánchez Blesa
En muchos países, con el apoyo decidido de Naciones Unidas y de otros organismos, iglesias e instituciones internacionales, se fomenta de manera sistemática el Voluntariado Social. Una forma sencilla y eficaz de que los ciudadanos ejerzan la solidaridad hacia sus vecinos más débiles y marginados. Una forma, por otro lado, urbana, democrática y más apta para sociedades con las necesidades básicas cubiertas.
Muchos gobiernos, sobre todo a partir de que en 2001 se celebrara el Año Internacional del Voluntariado, han apostado decididamente por convertirlo en una fórmula moderna de practicar la solidaridad. Todavía el voluntariado no ha ejercido el componente de crítica social, a veces revolucionaria, que lleva en su ADN y que algún día asustará a muchos dirigentes. Todavía no se ha cuestionado la razón fundamental de las políticas sociales que ejercen muchos de los gobiernos que hoy lo bendicen.
España, por ejemplo, ha sido uno de los últimos países de la Comunidad Europea a los que ha llegado el ideario del voluntariado social. Y, sin embargo, en poco tiempo ha llegado a porcentajes de población enormes y se ha convertido en un espejo del que se desprende una imagen ética de la ciudadanía.
Por la naturaleza del voluntariado social, el apoyo de la administración pública no siempre supone una buena estrategia de crecimiento para el sector. En buena medida, significa que las organizaciones de voluntariado no han tenido capacidad de autorregulación. El trabajo en red, por ejemplo, cuando se fomenta desde el gobierno se inicia con plataformas o coordinadoras multisectoriales y estatales cuando es más eficaz la coordinación entre pequeñas áreas afines, temática o geográficamente. O por sinergias más espontáneas que crezcan a un ritmo natural.
En muchos territorios el voluntariado social está aún en proceso de definición. Se crece en infraestructura, en miembros, en organizaciones, pero sin el suficiente debate interno y externo sobre conceptos esenciales, objetivos, causas, etc. Esto le hace no tener claro su papel decisivo en la búsqueda de una democracia social en la que participen también los marginados.
Cualquier medida que se adopte por parte de los gobiernos o por el de las organizaciones debe conducir hacia una simplificación de los métodos de gestión del voluntariado. El voluntario trata de cubrir ámbitos de las relaciones humanas que tienen mucho que ver con la afectividad y con los sentimientos. Las medidas para regular su eficacia y sus compromisos no pueden llevar hacia la rigidez en las formas. A la larga, la estructura puede condicionar a la persona y será el principio del fin de esta forma concreta y actual de solidaridad. Acumulación de leyes, incentivos, formación excesiva, profesionalismo mal entendido… son formas de burocracia innecesaria.
En la medida en que las organizaciones de voluntarios, como sociedad civil organizada que pretenden ser, tomen la iniciativa en las cuestiones que les afectan, se evitará el clientelismo. No sólo el económico, legítimo por otra parte, de la financiación pública. También el psicológico, de considerar que la administración debe ser árbitro y promotor en una actividad de la casi exclusiva responsabilidad del ciudadano de a pie. El voluntariado es una de esas acciones y visiones sociales que completan, amplían y corrigen a diario la democracia formal de las urnas.
No hay que olvidar que el voluntariado es una actividad relacional, subsidiaria, con “vocación suicida”, ya que quiere desaparecer cuando desaparezcan los problemas que afronta. Es una actividad que surge de la naturaleza humana cuando ésta siente en el próximo la soledad, la pobreza, la humillación, la desigualdad injusta. El protagonista de la acción voluntaria es el excluido, es el pobre, es el enfermo. Si éste se convierte en comparsa y el focus del interés se desvía hacia el voluntario, recaemos en la beneficencia estéril, en los lavados de conciencia y en perpetuar las causas que producen la marginación y los males contra los que luchan los voluntarios.
Por eso hay que estar muy atentos a si los logros en el fomento del voluntariado van parejos a los avances en la inserción de los grupos sociales más desfavorecidos. La política social directa hacia los excluidos debe primar sobre cualquier medida de fomento al voluntariado.
* Cristóbal Sánchez Blesa es Periodista
Extraído del Centro de Colaboraciones Solidarias.
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