Hipócrates de Cos (460-380? a.C.) considerado como el padre de la medicina fue, según autores antiguos y modernos, la más alta manifestación médica del llamado “milagro griego”.

Con este genio sucede lo que con otros muchos sabios antiguos; sus datos biográficos son pocos y en algunos casos dudosos, como por ejemplo, la fecha de su muerte, aunque se sabe que fue longevo. Fue coetáneo de Demócrito y unos diez años más joven que Sócrates.

Ejerció la actividad médica en Tracia y Tesalia, así como en la isla de Taos y murió a una edad avanzada en Larisa.

Su fama profesional la acumuló “derrotando a las enfermedades con las armas de Higia y consiguió inmensa gloria, no por azar sino con su ciencia” (fragmento del epitafio honorífico recogido en la Antología Palatina). Esto nos hace pensar en las alabanzas que se le rinden a un noble guerrero, vencedor del dolor, el sufrimiento, entre otras batallas. Lo que nos permite agregar -en total acuerdo con los profesores Littré, Laín Entralgo, García Ballester, García Gual, Martiny, Joly y otros-, que el Maestro de Cos, sin duda alguna, no era un guerrero solitario, sino que su profesionalidad se inscribe dentro de una larga tradición en la historia de Grecia.

Ya en los poemas homéricos hay testimonios del gran prestigio de algunos médicos en siglos anteriores, quedando patente el hecho irrefutable de que, desde entonces, la medicina griega se había desarrollado sobre unos supuestos empíricos y técnicos desvinculados de supersticiones populares y de la medicina mágico-creencial o religiosa.

Hipócrates
Ilustración realizada con IA y extraída de https://hablaconlahistoria.es/personajes/hipocrates/

Antes de Hipócrates hubo médicos afamados y escuelas médicas de reconocido prestigio en Crotona, Epidauro, Cirene, Cnidos y en Cos, Así, podemos considerar a nuestro protagonista, no como un “fundador” o “padre” de la ciencia médica, sino como un digno heredero de técnicas y conocimientos que él y algunos de sus coetáneos allegados y discípulos, harían avanzar mediante una mayor aplicación metódica y una concepción más ambiciosa y globalizadora, convirtiéndola en un saber causal sobre la salud y las enfermedades. Para este progreso, fue decisivo el impulso de la Filosofía Presocrática, cosa que también reconocen los más renombrados estudiosos hipocráticos.

Hipócrates el Grande, de la familia de los Asclepíades (sacerdotes de Esculapio o Asclepios), que hacían remontar sus orígenes a Asclepios y a Heracles, transformó su escuela original en la más famosa de todas durante mucho tiempo.

Según la tradición, el Santuario de Cos ya era muy renombrado a comienzos del siglo VI a.C., rivalizando con otros como el de Cnidos, Rodas, Pérgamo, Cirene, Tarento, en fin, con casi todos salvo Epidauro. Algunos especialistas de nuestro tiempo llevan la antigüedad del culto a Asclepios a comienzos del s. VI a.C. pero sólo en Epidauro, y los datos históricos más recientes aseguran que en las escuelas médicas de Cos no hubo ni templos ni culto a Asclepios hasta después de Maestro de Cos.

En este asunto encontramos un paralelismo con otros ejemplos similares; no siempre los humanos que alcanzan notoriedad lo hacen a la sombra de un culto o templo físico, sino que, al parecer, el buen trabajo en la tierra atrae la presencia de lo sagrado.

Antecedentes presocráticos

Sería injusto olvidar, en este contexto, que Hipócrates no fue el pionero en expresar una concepción filosófica de la enfermedad, de la salud y del ser humano como un ente complejo sometido a la acción de diversos factores naturales.

Apenas a una generación anterior pertenecen Alcmeón de Crotona, Empédocles de Agrigento y Diógenes de Apolonia –por citar sólo a tres renombrados presocráticos-, todos ellos médicos de oficio y muy cercanos temporalmente a Hipócrates.

Las teorías de que el cerebro es el centro de la actividad mental son de Alcmeón; también lo son la concepción de la salud como equilibrio interno y de la enfermedad como un excesivo predominio de un elemento sobre otros. La teoría del pneuma vital es de Diógenes, y la teoría de la proporción armónica del alma (Tratado Sobre la dieta) es de procedencia pitagórica, probablemente transmitida a través de Filolao o Alcmeón mismo, que era muy joven cuando el maestro Pitágoras ya era mayor.

En Crotona, el médico-filósofo-pitagórico Alcmeón destacaba como físico, biólogo y, lo más excepcional en su época, como anatomista, ya que practicaba la disección en cadáveres humanos.

Describió dos clases de vasos en la circulación del cuerpo humano: las venas, que contienen sangre oscura (negra) y las arterias que se vacían de sangre roja. Por desgracia se perdió este “descubrimiento” y el mismo Hipócrates confundía aparentemente los dos tipos de vasos.

También, estudiando los órganos de los sentidos, Alcmeón descubrió algunos canales (nervios) que comunicaban estos diferentes órganos con el cerebro, receptáculo de todas las sensaciones. Este fue un hecho conocido y aceptado por Hipócrates y por el mismo Platón. Alcmeón distinguía la sensación de la inteligencia, y la recepción de los sentidos de la elaboración racional.

También hizo incursiones en el terreno de la embriología, buscando –como Tales, Anaxímenes y Pitágoras- la explicación de la vida. Sostuvo que el sexo de un niño está condicionado por la preponderancia de la semilla paterna o materna, siendo la mujer portadora y emisora de un “semen o licor materno” (evidentemente, el óvulo). Esta teoría la recogió Hipócrates.

La doctrina de la salud de Alcmeón, hace honor al origen de esta Ciencia en el marco de lo sagrado. Pensaba que la Justicia es el estado normal del mundo. La salud se debe al equilibrio de las potencias y a las proporciones justas de cualidades diversas: húmedo, seco, frío, caliente, salado, dulce, ácido y amargo. El estado anormal, la injusticia, tiene su origen en el exceso de una de estas cualidades, lo que produce el desequilibrio. Así, la enfermedad es provocada por el exceso de calor o sequedad, por la sobreabundancia o carencia de alimentos. La enfermedad puede residir en la sangre, la médula espinal (el sistema nervioso) y el cerebro. También procede de causas externas: la naturaleza de las aguas, la configuración geográfica, la fatiga pasajera o prolongada.

Antes de Alcmeón, en las enfermedades se otorgaba un gran papel a la cosmología y poco al estado del ser humano, pero a partir de él, se lleva a un primer plano la importancia de la fisiología.

De la escuela de Crotona, y unido a Alcmeón, Filolao puede considerarse como un precursor destacable del “hipocratismo” y del “platonismo”. Sus teorías médicas se apoyan sobre la analogía absoluta entre el hombre y el Universo. Así como el mundo tiene su Fuego centra, también el cuerpo tiene su principio en el calor. Este calor debe ser “armonizado” por el frío; por ello se inspira el aire externo, y para no destruirse por exceso de frío, la espiración restituye el aire a su lugar natural. El ritmo de la respiración se debe a la influencia recíproca y alternada de dos elementos contrarios: el frío y el calor. La alteración de este intercambio actúa sobre la sangre y los humores, siendo estas modificaciones las que provocan las enfermedades.

Entre los eleatas es conocida la influencia que en las doctrinas hipocráticas tuvieron Jenófanes, Parménides, Leucipo y Zenón. Algunos eruditos piensan que este último contribuyó, con su método de reducción al absurdo (Aquiles y la tortuga) , a liberar al Maestro de Cos de algunas concepciones artificiales de sus predecesores, acercándolo a la observación natural de las cosas concretas.

De Empédocles le llevaron los estudios sobre la formación de los sexos, la formación del feto a partir de la unión de los licores germinales del hombre y la mujer, el papel nutritivo de la placenta y la duración casi exacta del embarazo.

Obras

Redactadas en prosa jonia –la forma griega considerado como el medio de comunicación intelectual más prestigioso en esa época-, hay una colección de 53 tratados contenidos en 72 libros, que reciben la denominación general de Corpus Hippocraticum (C.H) o Tratados Hipocráticos. En su mayor parte fueron escritos por el mismo Hipócrates y otros médicos de la escuela de Cos de su misma generación, desde los últimos decenios del siglo V hasta comienzos del siglo IV. Otra cantidad mucho menor se atribuye a la primera generación inmediata de discípulos de la Escuela que dirigió el mismo Hipócrates.

Aunque los libros que conforman los Tratados Hipocráticos son generalmente breves, su totalidad hace una colección importante para su época, en la que, precisamente, el texto escrito se impone como vehículo de la tradición cultural, relegando en gran parte la transmisión oral, que irá quedando aparentemente como un método arcaico de comunicación.

Son estos escritos los que nos llevan a un viejo problema: la “cuestión hipocrática” sobre si el mismo Hipócrates escribió algo, y si fue así, qué libros o tratados son auténticamente suyos. Sobre este asunto, que merece un estudio aparte, diremos que desde muy antiguo se advirtió la gran diversidad temática, ideológica y estilística de los tratados agrupados en el C.H. Este se reunió por primera vez, históricamente, unos 200 años después de la muerte de Hipócrates, y tras una ruptura en la continuidad escolar de su escuela médica de Cos, se formó la colección alejandrina.

Ni siquiera Galeno nos resulta fiable al tratar de atribuirle la autoría de algunos tratados, ya que él escribe demasiado tarde (500 años después) y es sabido que no había destacado por su exactitud en la investigación histórica, por más que se considerara digno heredero del legado del Maestro de  Cos. Y nosotros no lo pondremos en duda, ya que también pensamos que lo que Plotino representó para Platón, Galeno lo fue para Hipócrates.

Si alguno de los textos llamados hipocráticos fue escrito o no por él, es un problema que ha dejado de preocupar, ya que la respuesta al caso ni menosprecia ni realza la grandeza del autor. Basten para nosotros los testimonios, cercanos en el tiempo, del Maestro Platón, alabando y poniendo como ejemplo el método científico y las teorías de Hipócrates. Platón nunca cita a ningún autor con indiferencia, sino que lo destaca cuando es muy interesante para la “ortodoxia filosófico-mistérica”, como la hacía con Heráclito, Anaxágoras, Parménides, Pitágoras y otros. La mayor referencia, la más extensa, está en el Fedro, donde Platón postula el procedimiento del análisis y de la atención a las partes y al todo, procedimiento válido para el cuerpo (medicina hipocrática) y para el alma (doctrina mistérica).

Otra referencia más breve pero contundente se encuentra en el Protágoras, donde la nombra ejemplo de un Maestro en su oficio.

Doctrina hipocrática

Como muchos filósofos anteriores, Hipócrates parte de un principio vital llamado soplo o pneuma, que es a la vez lo que se mueve y lo que se respira. Es a la vez el Aire y el Espíritu Animador. El Aire imprime fuerza a las cosas y da la vida a los hombres. También en el Aire se producen las enfermedades (miasmas). La influencia del soplo sobre el cuerpo es muy grande y tiene gran poder sobre la economía animal (Sobre los aires, las aguas y lugares).

Junto con el Aire, otros elementos van a animar la vida por su perpetua contradicción: son el Agua y el Fuego.

“Estos dos principios bastan para hacer funcionar todo el resto y mantenerlo. El uno sin el otro no serviría para nada ni serían suficientes… El Fuego es la fuente de todo movimiento… El Agua es la fuente de toda nutrición…”. (Sobre la dieta).

Algunos autores piensan que podríamos equiparar estos dos elementos con la materia (Agua) y la energía (Fuego). El Aire, el Agua y el Fuego van a generar al cuarto elemento: la Tierra, convirtiéndola en matriz y masa de la vida. En los cuatro elementos, está toda la gestación. El origen del hombre se encuentra en ellos y, por herencia, en cada criatura aparecen estos cuatro elementos mezclados.

La existencia de los humores, en la que Hipócrates creía firmemente, tiene un significado más mistérico que fisiológico. Se trata más bien de una alquimia del alma, y esta doctrina humoral y alquímica estaba incrustada en su propia conciencia. Su clara intuición nunca fue en desmedro de su fina y objetiva observación de la Naturaleza y del hombre, como buen sabio racionalista y dialéctico que era.

Respecto de los humores expone, como Sócrates, que hay un alma sensible, común al hombre y los animales. El alma une el cuerpo con el espíritu y es lo que le da unidad temporal al ser vivo y da sentido a los humores.

Los cuatro humores son:

ATRABILIS, es el Agua sutil bajo la luz fría del Fuego; es la imaginación seca de la tierra sin materia, es la melancolía como emoción esencial que desea el Aire vivificante

PITUITA, es la Tierra de grano fino, humedecida por el Agua espesa, es el movimiento lentificado del Aire disuelto ese el hálito frío que desea el Fuego fecundante.

SANGRE, es el Aire sutil, mezclado con lo más pesado de la Tierra, es el ardor impulsivo del Fuego. Es el hálito caliente que desea el Agua refrescante.

BILIS, es el Fuego celeste, mezclado con el Aire potente, es el Agua evaporada, inmaterial, es el hálito creador que desea la Tierra fecundable.

En el mismo texto, (Sobre la dieta, Libro Primero), encontramos reflexiones que cobran una enorme significación aún en nuestro tiempo:

“Los hombres no saben aprovechar las cosas visibles para meditar sobre las invisibles… Las cosas semejantes tienen sus diferencias; los iguales, su desigualdad.  Lo que habla, tiene silencio. La razón, su locura. Cada cosa tiene en sí misma su contrario. La Ley y la Naturaleza, a quienes debemos todo, tan pronto se armonizan como no se armonizan, porque los hombres han imaginado la Ley sin conocerla…”.

“El alma humana, que es invisible, se manifiesta en el niño, a medida que crece, por los conocimientos que toma en las cosas visibles. Aprende a juzgar el porvenir por el presente. Distingue la vida y la muerte por las diferencias que encuentra entre las dos… Los alfareros hacen girar su rueda, que no avanza ni retrocede, pero que va, sin embargo, hacia delante y atrás. La rueda imita, en sus revoluciones, el movimiento del universo. Sobre la rueda, los alfareros hacen sus obras de muchas formas, que no se parecen unas a otras. Lo mismo sucede con los hombres y otros animales sobre la superficie de la tierra: todos los llevados por un movimiento circular, mientras cada uno cumple su destino diferente”.

“La naturaleza es una. Ser o no ser. Existe lo positivo y lo negativo”. (Aforismos).

En síntesis, el filósofo y el científico cohabitan en el Maestro Hipócrates. Se preocupó por conocer el cuerpo y su fisiología, e ignorando casi todos los detalles, fue capaz de captar los sistemas. Demostró tener un don de observación muy fino y selectivo; una gran sensibilidad para sentir o adivinar; y sobre todo, una intuición excepcional, que no sólo aparece en sus doctrinas embriológicas, sino que resalta a nivel psicológico y antropológico, entre otros.

Como psicólogo resulta asombroso por el valor de su racionalismo analógico y la profundidad de su positivismo. Y, aunque los comentaristas modernos en general no han valorado suficientemente su carácter prelógico-intuitivo, es muy probable que, a su manera, haya sido el precursor-inspirador de Freud, de Jung, de Fromm, de Bachelard y otros. Recordemos que para la Grecia del siglo V a.C. la psicología era, por definición, la parte metafísica que trataba los problemas del alma.

En los Tratados de los Sueños y Sobre la generación y la naturaleza del niño, encontramos gran parte de las teorías psicológicas del C.H. Algunos textos podrían tener la firma de Freud o de Jung, ya que con las mismas palabras, o a veces sólo conceptualmente, encontramos protagonistas de la psiquis como la libido, el erotismo, la represión, la infraconsciencia, la supraconciencia, el ego, el superego, y hasta el “Pienso luego existo” de Descartes.

También destacan las descripciones concretas y el detalle de los tipos constitucionales de las tipologías mórbidas y personalidades psicopáticas, tal como se podría hacer hoy.

En sus indicaciones terapéuticas, generalmente propone purgar el cuerpo antes que purgar el alma. Los psicoanalistas actuales encuentran gran cantidad de observaciones útiles en las innumerables descripciones de los sueños, que les permiten profundizar en su saber.

Aunque se olvida, el Maestro ya dijo que una vida mental anormal o desequilibrada, engendra la neurosis, y aún la psicosis, para las que prescribía “psicofármacos” (eléboro) o “psicoterapias” (catarsis). También afirmó que la meditación es al espíritu lo que los paseos al aire libre son al cuerpo.

En lo antropológico, como naturalista, esboza una teoría de la evolución. Estudia las etnias y la constitución individual, y sobre todo, el temperamento del ser según la edad, el medio ambiental, el clima y los ritmos biológicos y estaciones. Creía en la influencia del medio sobre el ser humano, y al mismo tiempo, es evidente que percibió el mecanismo de la selección natural, sostenido por Darwin más de dos mil años después.

Asombrosas resultan también sus descripciones de usos y costumbres, dignos de cualquier estudio etnológico desarrollado y completo nada más demostrativo y contundente que leer los textos como los Tratados: Sobre los aires, aguas y lugares. Sobre la naturaleza del niño. Sobre los humores, Epidemias y Aforismo, sólo por mencionar algunos.

Como antropólogo –uniendo sus otros muchos conocimientos como clínico, morfólogo, filósofo y psicólogo- sentó las bases de la observación biotipológica, incluyendo las constituciones, que desarrolló en lo estático (la constitución lo es en sí misma) y en lo dinámico y fisiológico que no es la constitución sino el temperamento, mezcla templada de los humores. Esta concepción hipocrática de los seis temperamentos está en relación con la noción de identidad de la Naturaleza y naturalezas de evolución y de interacción del Cosmos sobre el individuo. (Ver Tratado sobre la dieta).

Mucho más podríamos señalar, citar y agregar a lo ya referido, pero lo dejamos para especialistas. En todo caso, cuanto más se conocen sus obras y comentarios, el eterno Hipócrates el Grande, además de eterno, se nos vuelve infinito, fuente inagotable que llega a la actualidad, conservando toda la frescura de su propia época, integrándose así en la cadena mágica del tiempo.

Dr. Antonio Alzina

Medicina para el Cuerpo y para el Alma