La marea blanca… de la solidaridad
Autor: Mª Dolores F.-Fígares
En este gozne del tiempo, que cierra un año y abre el siguiente, nos ilumina la hazaña de los esfuerzos solidarios de miles de ciudadanos, inasequibles a ese sentimiento de impotencia que uno experimenta ante la magnitud de los desastres.
Una vez más, el equilibrio de la vida natural se ha visto amenazado por la codicia y la insensatez humanas, y se ha puesto en evidencia la fragilidad de la belleza y el peligro que acecha a tantos rincones que habitamos, y a la inmensidad azul del mar.
En medio de los infortunios suele haber ocasión para que salgan a relucir valores que, de otra manera, permanecen ocultos en la normalidad de la carencia de acontecimientos destacados y no cabe duda que la generosa disposición de tanta gente para ofrecer su tiempo y su energía, para una lucha tan desigual, tiene algo de épico. Si viviésemos en una época más entusiasta, alguien cantaría sus nobles hechos, para ejemplo de la multitud adocenada, que solo es capaz de mirar, asombrarse y temer.
En todos los rincones del país se organizan grupos de voluntarios, dispuestos a cruzar la península, de sur a Norte, de Este a Oeste, para dedicar las horas disponibles a sumarse a esa guerra espantosa contra las mareas negras y viscosas que matan y envenenan la belleza y la prosperidad. Son conscientes de que su esfuerzo no puede ser más que pequeño y limitado, pero también saben que incorporarse a esa otra marea blanca, humana y valiente, significa que hacemos algo, que no nos resignamos a las desgracias, aunque sólo podamos poner unos cuantos granos de arena de trabajo a disposición de los otros.
No quieren pararse a pensar en la desproporción de su humilde contribución, pues ya se ha visto que actitudes así son las que levantan el ánimo y consiguen lo que se proponen. En respuesta a esa ofrenda, los lugareños de tantos parajes de la costa amenazada y herida, corresponden con un acogedor agradecimiento y surge algo muy parecido a la concordia.
Es nuestro deber echarles una mano, para que no se detenga esa nueva marea, magnífica y solidaria y colaborar, cada uno en la medida de lo posible para que ese flujo cálido de ayuda y fraternidad permanezca siempre activo y vigilante, presto a intervenir cada vez que el dolor y la desgracia se precipitan sobre los seres humanos. Si no fuera por ese espíritu generoso, nuestro horizonte, en este nuevo año que ahora empieza estaría desoladoramente negro.
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