El bonsái, arte y naturaleza
Autor: M.ª Dolores F.-Fígares
Cultivar bonsáis puede resultar una actividad gratificante en sentido espiritual, tal como la concibieron sus creadores chinos, o quedarse en una simple afición jardineril un tanto exótica.
De un tiempo a esta parte se ha extendido como la pólvora una nueva moda para el tiempo libre entre los nuevos yuppies o gentes con ganas de disfrutar nuevas ambiciones: se trata de cultivar y coleccionar bonsáis. La fama alcanzada por este viejo arte oriental ha despertado todo tipo de reacciones.
Por una parte, los aficionados de tradición tratan de aclarar que su afán no es de ahora, sino de hace varios años. Otros, sin temor al qué dirán, aprovechan la popularidad alcanzada por el hobby presidencial y se entregan a él, por si guardase alguna relación con el éxito en la vida.
Los hay también que sacan beneficios rápidos, vendiendo plantoncitos con apariencia de árbol como si fueran bonsáis auténticos y viejos. Están también los detractores de una práctica que consideran «torturadora» para las plantas, que desvirtúa las especies vegetales, haciéndolas sufrir.
Por último, habría que citar a los que intentan con el bonsái aproximarse a una vía sugestiva de conocimiento de la Naturaleza, un poco rodeada de un misterio muy oriental. El caso es que abundan ya en España las escuelas de bonsáis, potenciadas incluso por algunas universidades, que imparten cursos a los interesados, y también pequeños talleres donde los aficionados se reúnen, consultan dudas y se enriquecen con la experiencia de otros más veteranos.
Cuidar macetas con estilo oriental
Algunos entendidos piensan que cuidar bonsáis no es muy distinto de cualquier otra tarea de jardinería, solo que más elaborada y pensada y que, por tanto, está bastante al alcance de cualquiera que sienta una inclinación por las cosas naturales, que sepa apreciar la satisfacción de dar forma a un árbol, recreando paisajes, montañas y bosques.
Por otra parte, las viviendas actuales, con poco espacio, no permiten un disfrute de la jardinería que, sin embargo, sí es posible con los árboles en macetas. Como en todo, lo mejor es no complicarse excesivamente la vida y enfocar el asunto con sencillez, tal como se debió de plantear en principio, y romper con la opinión de que cultivar bonsáis es dedicarse a torturar a unos pobres arbolitos enanos. Después de todo, siempre se ha acostumbrado a guiar el crecimiento de los árboles y las plantas, con elementos como alambres, estacas, etc., sin que por eso nadie haya levantado la voz de alarma acerca de la tortura que se les aplicaba. Lo esencial es, sin duda, tener algunos conocimientos de botánica, los suficientes como para no dejarse deslumbrar por las terminologías latinas, que tanto abundan en catálogos y exposiciones de bonsáis, y por supuesto, familiarizarse con las técnicas de tratamiento de las plantas bonsái, que, muy al modo oriental, están perfectamente sistematizadas, a través de una práctica que ha ido acumulando experiencias de siglos.
Y es que lo interesante no es gastarse un dineral comprando un bonsái que presuntamente tiene veinte o treinta años, sino hacerlo uno mismo, convertir un plantón de alguna especie vegetal que sea receptiva en un árbol en miniatura, capaz de expresar toda la inmensa gama de matices que ofrece la Naturaleza y transmitir ideas y formas al que lo contempla, reflejo de las que, a su vez, intentó conferirle en años de paciente trabajo y cuidado.
Lo importante es lo que no se ve
Más allá de sus elementos técnicos elaborados y de los resultados visibles que se obtengan en el tratamiento de una planta, se podría decir que lo más importante de un bonsái es su contexto filosófico, que se basa en un origen religioso. Este origen, o por lo menos lo más antiguo que se conoce del bonsái, parece centrado en China, en relación con la religión taoísta, con su mensaje de comunión con la Naturaleza, porque todo el universo está gobernado por el Tao, que es como el sentido de la vida, la armonía interna de todo lo que existe, su razón de ser. Para los taoístas, además, las miniaturas son capaces de condensar la energía natural y, por lo tanto, guardan una especie de poderes especiales, sobre todo si están contorsionadas o configuradas por condiciones adversas.
El paso de esta práctica de China al Japón motivó que se le aportasen nuevos enfoques, tanto técnicos como filosóficos y religiosos, pues pronto fue adoptada por el budismo zen. Los monjes zen se convirtieron en grandes maestros del bonsái y, desde el principio, le confirieron una mayor ritualización y jerarquía. A pesar de su popularización, todavía sigue siendo un arte que se aprende de una relación práctica entre maestro y discípulo, un poco al estilo de los talleres de los artistas del Renacimiento en Europa. El respeto y veneración por un maestro bonsái es tal, que un árbol tratado por uno de ellos alcanza altísimas cifras cuando es puesto a la venta. Se cuenta, por ejemplo, que a alguien que ya tenía jerarquía de maestro se le ocurrió una vez poner en un bosque un árbol muerto, cosa que ninguno había hecho antes. Hizo varios con ese elemento, pero en secreto, y sólo los expuso a la vista de la gente cuando su propio maestro le dio permiso para ello.
En la actualidad, esta rigidez normativa ha dado paso a una mayor elasticidad, a lo que sin duda contribuye el hecho de que el bonsái haya pasado de los monasterios zen a las modernas terrazas de los apartamentos occidentales.
Cuando en 1909 se realizaba por primera vez en Europa, concretamente en Londres, una exposición de bonsáis, se abría una nueva etapa para este árbol oriental, cuyos primeros testimonios datan del siglo XIV en China. En todos estos siglos, numerosos estilos se han sucedido en la práctica de un arte que, más allá de una simple afición de jardinería, busca expresar estados de ánimo, ideas y formas, además de estar en comunicación con la Naturaleza.
Otra forma de ver las cosas
Uno de los signos que parecen desprenderse de la presencia del bonsái en Occidente es que va perdiendo su carácter religioso o filosófico que tuvo en sus orígenes, cuando los monjes zen lo practicaban para desarrollar la capacidad de concentración y meditación.
Aunque no deja de mantener su carácter enigmático, no cabe duda de que los maestros orientales se han visto sustituidos por los clubes de aficionados de Occidente y las revistas especializadas. Se atiende a la perfección y eficacia de las técnicas empleadas, a la espectacularidad de los efectos logrados, y hasta a la competición que se establece en exposiciones diversas, más que a la idea que el bonsái, en un plano más espiritual, intenta transmitir.
Por otra parte, la forma de apreciar el tiempo que se tiene en Occidente, tan diferente a la oriental, se ve reflejada, por ejemplo, en lo que se considera en la actualidad un buen bonsái: debe tener aspecto de árbol fundamentalmente, aunque sea un ejemplar inmaduro de cinco años. Sin embargo, antes se decía que para que un árbol fuera perfecto necesitaba, por lo menos, cincuenta años de maduración.
El cariño que tenían los japoneses por sus bonsáis se ve ejemplificado en el argumento de una obra de teatro «noo», en la que el labrador Tsuneyo, que no tenía más que tres bonsáis –un pino, un cerezo, y un albaricoquero–, los quemó una noche de nieve para calentar a un ilustre huésped que se presentó de improviso en su casa y que luego resultó ser un gran sabio.
Variados estilos
Una de las cualidades que desarrolla el bonsái es la capacidad de observación y de apreciar los detalles. Así, el que se acerca por primera vez a contemplar una colección de estas plantas, quizá al principio piense que todas son más o menos iguales. Sin embargo, pronto apreciará que existen distintos estilos, maneras muy diversas de tratar y dar forma a una planta.
Estos estilos diferentes llegaron a plantear encendidas polémicas y hasta corrientes distintas o «escuelas» en el arte del bonsái. Por ejemplo, al principio, los cultivadores más tradicionalistas solo admitían como bonsáis especímenes tomados de la Naturaleza en situación límite, pues crecían en suelos pobres y condiciones adversas, que habían modificado su nivel de desarrollo. Otro estilo que hizo furor fue el llamado «literario», pues se buscaba que la forma de las ramas y la silueta en general de la planta siguiese las líneas de determinado «kanji» o ideograma de la escritura china, por supuesto en relación siempre con la idea que el bonsái intentaba transmitir.
No obstante, y aunque actualmente predomina una mayor elasticidad y libertad para elegir el estilo y forma que uno quiera darle, hay una serie de elementos que siempre deben tenerse en cuenta. Estos elementos son de dos órdenes: metafísicos y técnicos. Entre los primeros, los manuales de bonsáis suelen coincidir en citar los siguientes: unidad, verosimilitud, movimiento y gesto, potencia sugestiva y contenido lírico.
Por lo que se refiere a los segundos, se deben tener en cuenta: el formato, los puntos, las líneas, las masas, los ritmos y simetría, la perspectiva, la entonación y los contrastes. Se recalca que lo fundamental es que, antes de todo, exista una idea bien clara, que vendrá a presidir todo el trabajo y a ser como el tema de una composición; por ejemplo, la serenidad, la capacidad de superar las adversidades o la unidad dentro de la variedad, principio este que resulta esencial en la filosofía bonsái.
El desarrollo de los formatos sigue también esquemas bien definidos. Puede ser rectangular, cuadrado, ovalado, circular o triangular. Estas figuras adoptan fórmulas matemáticas siguiendo la llamada proporción áurea. Una expresión de estos cálculos, que se percibe a simple vista, es que el tronco principal del bonsái nunca surge desde el centro de la maceta, sino que aparece ligeramente desviado, consecuencia de las medidas áureas y de que se emplea la llamada simetría equivalente.
Las líneas que van a seguir tronco y ramas en su crecimiento controlado tienen también asignado un simbolismo expresivo perfectamente definido, que según un maestro de bonsái español, se puede resumir de la siguiente forma: la línea recta expresa fuerza que se lanza sin encontrar obstáculos. Si es vertical asociada a masas verticales y rectangulares, fuerza ascendente, vigor, acción, decisión mental, alegría, idealismo, crecimiento. Si tienden a la horizontalidad, hablaría de una «fuerza vencida por la gravedad», por lo tanto, reposo, estabilidad, calma, severidad, negación, sueño y muerte.
Por su parte, las líneas inclinadas muestran inestabilidad, movimiento, inquietud, provisionalidad. Las curvas simbolizan lo acabado y perfecto, elasticidad, flexibilidad y vitalidad, femineidad, amor. Las espirales expresan la fuerza que se repliega para lanzarse, y las quebradas, el movimiento fulgurante, energía, violencia y poder.
Muchos árboles autóctonos pueden convertirse en bonsái
El ojo del aficionado al bonsái, que se ejercita en contemplar y se aficiona a descubrir pequeños detalles que son reflejo de lo que la Naturaleza produce «a gran escala», no desdeña las formas caprichosas de ciertas piedras o pequeñas rocas, para incorporarlas a sus composiciones. De hecho, una variedad muy valorada del bonsái, llamada «saikei» o paisaje, va a darle la oportunidad de recrear pequeñas montañas, precipicios, valles y bosques, que quizá contempló alguna vez e impactaron su espíritu. Una piedra que en principio se considera «interesante» debe guardarse a tal efecto, pues puede recibir un tratamiento que la incorpore al mundo del bonsái. Hay quienes se hacen cortar determinado fragmento de una piedra, que es el que sirve, o recomponer varias, pegándolas con resina, hasta lograr el efecto buscado. No sirven los cantos rodados, porque su capacidad expresiva es muy limitada, y se prefieren piedras más bien tipo rocas, con aristas y concavidades.
Las siete etapas de la formación de un bonsái
Una vez que se tiene la idea clara sobre lo que uno quiere expresar y transmitir con un bonsái, se puede empezar a trabajar. Es preciso antes hacer esquemas y bocetos de la forma, tamaño, líneas y proporciones que se quieran en armonía con la idea, pues lo que caracteriza al bonsái es que la espontaneidad natural que puede verse en uno ya logrado y maduro no es más que el fruto de un trabajo cuidadoso, en el que nada se produce sin que sea querido y dirigido por el cultivador. Cada hoja, cada brote, estará donde deba estar, según el plan trazado por el hombre, que a su vez deberá entablar una especie de diálogo o comunicación con la planta, en orden a estar capacitado para interpretar sus necesidades, sus «deseos» y no forzar excesivamente su naturaleza. Quizá este aspecto sutil sea uno de los más difíciles de conseguir y, sin embargo, garantiza el eventual éxito del cultivador con su bonsái. Además, deberá conocer lo máximo posible sobre la especie de planta con la que quiere trabajar, tipo de tierra que requiere, grado de humedad, etc., con el fin de tener una base de la que partir con el tratamiento bonsái.
Ni que decir tiene que la maceta es de capital importancia. Los aficionados prefieren las japonesas, especialmente diseñadas al efecto, dotadas de los agujeros necesarios, que deberán servir para sujetar las raíces de la planta, y con la porosidad del gres, que es la justa para conseguir y conservar el grado de humedad que se requiera.
Generalmente, se tienen en cuenta siete etapas en la formación de un árbol bonsái y cada una de ellas requiere la aplicación de las diferentes técnicas específicas. Son las siguientes: obtención del tronco apropiado, obtención de las raíces vistas, obtención de las ramas principales, obtención de las ramas secundarias, obtención del ramaje y de la masa del follaje, reducción de las hojas y aplicación de las técnicas del bonsái para mantener el resultado conseguido. Habría que añadir una condición que debe mantenerse todo el tiempo: no tener ninguna prisa, pues un error producido por el apresuramiento puede condicionar resultados de años.
Convertir en bonsái un árbol común
Aunque consideran los especialistas que un verdadero bonsái siempre es el que ha sido tratado en Japón, la verdad es que hay bastantes especies vegetales que admiten este tipo de tratamiento, sea a partir de sus semillas o recogiendo plantones que se encuentren en estado silvestre. En general, se puede decir que son aptos los que tienen hoja pequeña, con enramado frondoso. Estas cualidades las tienen por ejemplo los olmos, endrinos, espinos y abedules, que se pueden obtener con relativa facilidad a partir de semillas. También se incluyen los robles, hayas, castaños de indias y manzanos silvestres. En cuanto a los cerezos, almendros, melocotoneros y ciruelos, que son todos del género «prunus», son también árboles que resultan fáciles de cultivar con el sistema bonsái. Se suele aconsejar que se haga a partir de semillas porque así crecen más despacio y es más fácil darles forma.
Hay otros árboles que arraigan a partir de esquejes y que también son aptos para este tratamiento, tales como los jazmines de invierno y los membrillos, los sauces y los arces, de Japón o Canadá.
Las coníferas son una especie casi «tradicional» del cultivo bonsái. De estos árboles, son aconsejables los alerces, los pinos escoceses y los silvestres.
La encina es otro de los árboles de hoja perenne que resulta fácil de cultivar; tanto si se obtiene a partir de bellotas recién cogidas como de un plantón, tolera muchos tipos de tierra y resulta fácil dirigir sus ramas.
El boj común de los jardines ofrece muy buenos efectos al tratamiento bonsái, pues sus hojas son pequeñas. Lo mismo sucede con el «tejo común» y con los cedros.
Una vez elegida la especie, queda por delante un largo aprendizaje de podas y esquejes, de injertos y riegos. Los maestros japoneses tienen a los aprendices varios meses pinzando los brotes de los bonsáis, primera lección que debe aprender cualquier novato, con los dedos y sin herramientas. Humilde y simple manera de acercarse a un arte que, más allá de las técnicas jardineras, tiene un trasfondo mucho más complejo y rico.
M.ª DOLORES F.-FÍGARES
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