Este arte milenario oriental de la cría y cuidado del bonsái o árbol de maceta o de bandeja, como se le denomina en otros casos, tiene unos orígenes difíciles de precisar en cuanto a fechas.

Es probable que su cultivo se iniciara en China hace más de mil años y como consecuencia del taoísmo. Los seguidores de esta religión creían que los fenómenos naturales, como por ejemplo las montañas, los árboles y las piedras, estaban cargados de poderes, y que los ejemplares diminutos los poseían de forma concentrada. También pensaban que una forma retorcida y nudosa representaba los cuerpos de los que habitaban el mundo de los espíritus, en el cual habrían alcanzado una edad avanzada. A partir de estas creencias ha surgido una forma de horticultura: el bonsái.

La preparación del bonsái se ha desarrollado mucho más en Japón que en China, en especial a causa del trabajo de los monjes zen del período Tokugawa. El zen es una forma de budismo mayoritariamente japonesa. Más que una religión es una forma de vida, una filosofía, en la que destaca la importancia de la autodisciplina, la contemplación y las asociaciones libres de ideas, y se aspira a la tolerancia y a la paz mental que se alcanza a través de la práctica de la meditación.

El lento cultivo del bonsái y la paciencia que, por consiguiente, se requiere para hacer crecer los árboles, constituían para los monjes una forma de ejercitar la meditación. No se sentían frustrados por el hecho de saber que los árboles seguirían creciendo y desarrollándose incluso después de que ellos murieran; por el contrario, esto los ayudaba a apreciar la identidad del hombre con la naturaleza.

En la enseñanza de este arte era importante la relación que se establecía entre el maestro y el discípulo porque durante el largo proceso de aprendizaje, el respeto por el maestro se transfería también hacia un respeto por el propio bonsái, y se establecía una comprensión de carácter intuitivo.

A veces aparece un sentimiento semejante entre los occidentales que cultivan bonsáis durante muchos años. El amor inicial por la naturaleza y el interés por probar una forma nueva de jardinería termina por convertirse en la satisfacción de ser responsable del crecimiento de un bosque en miniatura, que constituye al mismo tiempo un ejemplo de belleza, atemporalidad y tranquilidad.

Los primeros bonsáis fueron árboles enanos que crecían en las montañas y que se recogían cuando ya eran viejos. Al principio, se dejó que estos arbolitos conservaran su forma natural pero, en un país donde las condiciones topográficas son tan variadas, durante la dinastía Ming (1388-1644) aparecieron estilos diferentes de bonsáis. Se introdujeron sistemas de preparación para obtener especímenes de copa plana, en forma de pagoda o de otras formas.

En Japón la historia del bonsái abarca un período un poco más breve, ya que el primer registro auténtico es un dibujo realizado sobre papiro en 1309 por Takakane Takishina, conocido como el Kasuga gogen genki. Existen otros registros contemporáneos que indican que, durante el período Kamakura (1180-1333), la aristocracia tenía bonsáis en tiestos de cerámica hechos especialmente a tal efecto, y que situaban en los balcones de sus casas.

Entre 1603 y 1867, Japón disfrutó de un período de paz, durante el cual las artes, incluidas aquellas que se relacionaban con la horticultura, se desarrollaron de forma considerable. La jardinería paisajística alcanzó nuevos niveles de excelencia, y aumentó el alcance del cultivo del bonsái, a raíz del interés por la escuela de pintores del sur, que dio origen al estilo literario.

Tras la caída del gobierno feudal en 1867, hubo en Japón un período de gran expansión. Junto con la libertad para explorar nuevas ideas, la naciente sociedad liberada se apresura a disfrutar de la belleza del bonsái, hasta entonces patrimonio de los ricos.

Con el tiempo, lo que era algo muy restringido se va popularizando y, a comienzos del siglo XX, los japoneses exportan bonsáis, y en 1909 se celebra en Londres la primera exposición de bonsáis. Se despertó en el público un apreciable interés por los pequeños arbolitos y empieza a llegar a Occidente algún que otro ejemplar aislado hasta que, progresivamente, se van comercializando en todo el mundo hasta llegar a nuestro momento actual.

FRANCISCO DELGADO