Apolo, rey de los lobos
JOSÉ CARLOS FERNÁNDEZ
Sin polos, el Único, es el dios de la luz, de la medicina, de la armonía y también el misterioso que hiere de lejos. Es la oscuridad primera, señor de los Hiperbóreos, a quien rindieron culto los dorios.
Como en toda divinidad o símbolo, son numerosas las claves que permiten acceder a los significados que evoca. Existen claves matemáticas, por ejemplo, que unen a Apolo con Artemisa, como la relación matemática que existe entre la luz solar y la luz lunar. El nombre-número de Apolo en relación con el nombre-número de Artemisa nos da la proporción matemática fi, el Número de Oro. Platón, en el Crátilo, insiste en que lo más destacado de Apolo es que se trata del dios de la adivinación, de la medicina, de la música y del arte de lanzar flechas, y que las palabras con las que se designa a este dios están en relación con:
1.- Lavar, purificar.
2.- Liberar de los males del alma y del cuerpo.
3.- Lo simple y lo verdadero.
4.- Lanzar siempre aei ballón.
5.- Movimiento que tiene lugar con igualdad, y que por ello designa la armonía del canto y el movimiento de los cielos, dado que los versados en la música y en la astronomía afirman que ambas se mueven con la misma armonía
6.- La armonía como aquello que imprime un doble movimiento entre los dioses y los hombres
7.- La indagación y la filosofía por ser señor de las musas.
Los nombres con que se rendía culto a este dios dicen a su vez de los distintos atributos y modos de comportamiento de la luz: Karneios es el radiante (como el Karna-sol, hermano de Arjuna en el Mahabharata); Febo significa luminoso, brillante; Delio, claro; Plutón, abundante; Aidoneo, invisible; Faneo, lúcido; Teorio, observador; Pitio, indagador, por ser un dios-serpiente; Ismenio, conocedor; Lesquenorio, conversador; Ameibo, el cambiante, porque la luz del Logos-Sol asume toda la forma de la naturaleza. Precisamente en relación con este nombre se le llama constructor de murallas, lo que refuerza el significado anterior, o sea, el constructor de formas. Incenso, que significa el que inflama. Epibateiros, el que favorece el regreso, pues como símbolo de la unidad hace que todos los caminos converjan en él; por eso dice el Himno Órfico a Apolo: …tuyo es el principio y el final que tenga que acontecer… Alexíkako, el que aleja los males. Kerdóo, el poseedor. El Nomio o legislador, porque la luz otorga la medida. Esmínteo, como señor de las ratas por la relación que tienen los dardos de muerte-flechas de Apolo de la peste con las ratas y también por esotéricas relaciones de los laberintos en la tierra con el resurgir de un nuevo sol. Así por ejemplo, en Egipto se representa en papiros mágicos a la musaraña siempre en relación con signos solares y gestando al Sol. Argenetes, el brillante. Prestes, el relampagueante, zigzagueante. Teoxenios.
Más allá de este fárrago de ideas, lo que sí es evidente es que los dones de Apolo son la luz que ilumina la inteligencia, la luz que cura las almas y aparta los males morales (a diferencia de Asclepios, quien restablece la salud como armonía vital), la luz que purifica y también la luz que renueva todo lo que existe, todo lo que vive. Este es el significado de Apolo Hiperbóreo, la luz de la primavera que da un nuevo vigor a todo lo que vive y canta en la naturaleza. Es el rayo verde que da luz a las almas y fuerza a los actos.
¿Qué es, entonces, esta faceta de Apolo que queremos destacar? ¿Por qué recibe otros nombres no tan corrientes como el Oscuro, Skotios, o Aidoneo, el Invisible o Apolion, el Destructor y, sobre todo, Loxias, que significa el de torva mirada, el Oblicuo, el de mirada indirecta, el ambiguo por la dificultad de interpretar sus oráculos, el indirecto (aunque algunos etimólogos derivan esta palabra de Logos, el señor de la palabra). Y Lycios como señor de los lobos. Muy enigmática esta relación que se establece entre la deidad de la luz y la juventud permanente y el animal-emblema de la noche y de la muerte. Pero ya en Argos nos encontramos medallas en las que se muestra la faz de Apolo en el anverso y un lobo coronado por rayos en el reverso. Decíase en Delfos que en la época del diluvio de Deucalión, algunos hombres se habían librado de la invasión de las olas al ser guiados por los aullidos de los lobos hasta la subida del Parnaso, donde fundaron la ciudad de Lykoreia en homenaje a dichos animales. Es evidente que en este mito se narran acontecimientos muy lejanos en los que la humanidad es salvada por Apolo, el viejo rey de los lobos. Salvada de la inundación moral que disuelve todos los valores y que impide el crecimiento del loto de una nueva civilización. Aquí el aullido del lobo es símbolo del Grito en la Oscuridad, una forma de último recurso o última reserva de espiritualidad.
En el santuario del dios en Delfos se veía junto al ara un lobo de bronce vigilando el tesoro del templo. Como el Anubis protector del arca sagrada. También en la Argólida Apolo envía a un lobo a combatir contra un toro. En todas estas formas de Apolo Lycio, el lobo es símbolo de luz. Pero se trata de la luz invisible, aquella que ilumina pero no se ve, la luz que protege, la luz espiritual, la luz que combate las tinieblas. Apolo Lycio es también una forma de Apolo como Pastor-Lobo, el que vigila y protege el ganado. El ganado o rebaño representa aquí a las almas humanas; por eso el viejo nombre del Pastor, Poimén, siempre en la Antigüedad es el de gobernante. El mismo Cristo, recogiendo una tradición egipcia, es el buen pastor. Dice H.P.B. que el rebaño celeste representa también la sabiduría oculta, y aquí el lobo es símbolo del dorado Mercurio, a quien los hierofantes prohibían nombrar, el custodio de la sabiduría secreta. El emparentar el rebaño con las almas humanas o con la luz de las estrellas es una muy antigua costumbre indoeuropea. Por ejemplo, en la India, Sarama y Sarameya son los vigilantes que guardan el ganado dorado de estrellas y rayos solares. Indra, rey de los dioses y, por tanto, rey del mundo, debe rescatar las almas que a él están encomendadas, las vacas Go o los rayos de luz que han sido dispersados por los fríos dedos de la niebla. Otra vez el Rey es el protector, encauzador y el que dirige a las almas a su seguro refugio.
Existen también representaciones míticas que se refieren a Apolo como señor de la muerte. Es representado en antiguos monumentos recibiendo en los Infiernos a las almas de los Iniciados. Pero la muerte de Apolo es una muerte dulce, repentina y, tratándose de él como el dios de las asambleas, es también la muerte por epidemias. Aparece como guía de las Parcas, intérpretes del destino humano, y como dios de la destrucción. A él también se ofrecían sacrificios humanos expiando las culpas morales de toda la ciudad. En Leucade, cada año, llegada la fiesta de Apolo, se le sacrificaba un hombre precipitándole al mar desde un elevado promontorio. La víctima escogida, generalmente un delincuente, era envuelta entre plumas y se le ataban aves a su cuerpo. Se ha querido entender con esto que los antiguos pensarían que es más fácil salvarse estando atado a las aves y con los atributos propios de ellas, pero creo que el significado es más bien que aquel que se lanza al abismo ni los dioses, ni las ideas superiores, ni nada puede salvarlo. Los dioses ayudan a descender y recorrer el abismo, pero nada pueden hacer para quien se abandona a sí mismo.
En el templo de Delfos las máximas que los sabios inspirados por el dios consagraron en su pórtico nos recuerdan siempre la medida y la cordura: Conócete a ti mismo, Nada en exceso, Sé prudente, dicen de Apolo como del dios de la razón, la cordura, la salud de las almas. Pero ¿existe algo más? Si Apolo es quien hace del hombre un Hombre, ¿podemos hallar una raíz mística más poderosa, más viril, más severa, más relacionada con las tinieblas que también Apolo representa? Dice Plutarco que además de las máximas ya referidas, en su templo existía una ofrenda en forma de E, al principio de madera, que luego los atenienses cambiaron por una de bronce y que Livia, la esposa de Augusto, cambió por una de oro. También en las monedas délficas de la época de Plutarco se observa una letra E como emblema de Apolo. Varias son las interpretaciones que refiere Plutarco en su obra: 1) la partícula desiderativa; 2) la conjunción que liga la causa al efecto; 3) la afirmación tú eres, dirigida como un saludo al dios; y 4) el número símbolo del universo, el cinco, matrimonio entre el primer par y el primer impar; por tanto, representante perfecto del andrógino divino.
Precisamente, en este número cinco está la clave de la cuestión. El cinco es la letra número-símbolo de la estrella, del éter o espacio en el que navegan las barcas-estrellas. El cinco es el número entre los fenicios y entre los hebreos que simboliza la ventana o la matriz, aquella que da nacimiento o aquella que permite el pasaje al cielo. En este sentido, el cinco es el número-símbolo de la conciencia humana. Recordemos el mito egipcio en que las muescas que deja el hacha de Anubis en el laberinto son estrellas de cinco puntas.
Entonces aquí Apolo Lycio, o Apolo regente de los lobos, representa a todo aquello que puede salvaguardar la conciencia humana. Es, por ejemplo, el Apolo Soranus al que rendían culto en la cumbre del monte Soraste. Cuenta la leyenda que cierto día, dispuesto el sacrificio para el dios, arrebató una manada de lobos las víctimas del altar. Los pastores que salieron en su persecución perecieron repentinamente al llegar a una caverna de donde se desprendían vapores venenosos, y desde aquel día la comarca fue devastada por la peste. El oráculo prometió salud a aquellos moradores si consentían en vivir como los lobos, de la rapiña y más allá de toda norma social. Esto nos refiere la difícil supervivencia del alma cuando las relaciones sociales y lo cotidiano sumergen el alma en la indefinición moral. Todo aquello que se halla en los umbrales de la oscuridad, oscuridad como muerte y misterios, debe encontrarse con ese lobo que narra la leyenda. Hay un componente de fuerza y misterio en estos símbolos porque nos estamos refiriendo a un Apolo que rige los límites, los umbrales y la muerte. En Esparta se aseguraban de que los adolescentes se convirtiesen en jóvenes atravesando esa pequeña muerte que permite el renacimiento. Durante tres días debían vivir como los lobos, más allá de la ley y desafiando a la muerte. Esto les permitía la inserción en el seno de la sociedad de los adultos. Eso es un eco de tradiciones mistéricas e iniciáticas de los tres días que debe pasar el Sol en el reino de la muerte, o de los tres días en que el Sol-Iniciado descendía a los infiernos y experimentaba terribles pruebas con las que adquiría su condición plena de conquistador de la sabiduría. Los rayos del sol del amanecer del tercer día ungían el alma del Iniciado, quien al sentir el beso de este Sol de Resurrección pronunciaba la frase ritual de “¡Oh, Sol, cómo me has glorificado!”.
Sin embargo, en Pausanias también aparecen referencias al Apolo matador de lobos, el Apolo Nomios o Apolo como Sol de Justicia.
Debe de ser este Apolo aquel más interno, profundo, que nos explica Ovidio en Las Metamorfosis: Yo revelo lo que ha sido, es y será.
El Apolo invisible se convierte en el fundamento del Apolo que otorga la alegría y la bondad de corazón, aquel que ajusta los versos a la música, el conductor del coro de las musas que fue representado por el laurel. Como el laurel no envejece jamás, arde y crepita al primer contacto con el fuego, Apolo se convirtió en el símbolo de la perenne juventud, a quien los adolescentes otorgaban sus cabellos al llegar a ella.
Y es con este Apolo como señor de la alegría, como queremos terminar este artículo con los versos de Píndaro:
[…] Oh tú, divino Apolo, tus remedios tan llenos de salud liberan a los hombres y a las mujeres; tú nos diste la lira, y tú dispensas a tus favoritos los dones de la musa e introduces en los corazones la paz y la concordia.[…]
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