Merecen un elogio, cargado de gratitud, los esfuerzos que están realizando numerosas instituciones, tanto públicas como privadas, para seguir ofreciendo programación cultural de calidad. En estos tiempos que corren es aún más encomiable que unos y otros realicen ejercicios de imaginación, para ajustar presupuestos y demostrar que no todo lo paga el dinero en este mundo, especialmente cuando se trata de las cosas del espíritu. Bien es verdad que, junto a los que consiguen mantener sus programas, también están los que se dieron por vencidos y simplemente se han esfumado de las agendas, dando a entender que la cultura es algo superfluo y prescindible.
Detrás de cada “entrada libre” hay grupos de personas, dedicadas a cuidar todos los detalles, hay artistas que esperan que el público aprecie sus obras, muchas horas de ensayos, o de intentos en el taller, momentos robados al ocio, o a la familia, cultivando una afición, convertida en pasión irrenunciable.
Entre tales ofertas, los programas de actividades culturales de los centros que promueve Nueva Acrópolis brillan con luz propia, gracias al esfuerzo voluntario y constante de sus socios y amigos: exposiciones, recitales poéticos, conciertos, representaciones teatrales, viajes, debates, tertulias, presentaciones de libros, conferencias y charlas coloquio, un amplio abanico de posibilidades para todas las aficiones y gustos.
No todo está perdido, si se siguen exponiendo cuadros, editando libros, transmitiendo ideas y conocimiento, experiencias estéticas. Las actividades culturales nos ofrecen alimento para el alma, como decían los neoplatónicos de Florencia. Todo ello es lo que nos hará salir adelante y atravesar los tiempos difíciles.
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