Para los antiguos clásicos de Grecia y Roma, España fue cuna de civilizaciones. Emplazada en el lugar en que muere el sol y casi una isla, sujeta a Europa por el brazo fuerte y pétreo de los Pirineos, Iberia (Hispania para los romanos) se asoció desde el principio con las míticas Hespérides, la tierra luminosa en los confines del mundo, la morada de la sabiduría, de la luz y de la eterna juventud.

España era el mágico lugar donde Atlas sostiene el Mundo. Donde vigila el dragón los frutos de la sabiduría; las manzanas de oro que otorgan el perenne entusiasmo. Y donde las ninfas Hésper, Vesper, Aretusa y Aglaia danzan y tejen sus encantos y guirnaldas. Ellas velan y esperan donde el Manzano[1] sagrado extiende sus brazos hinchados de frutos al sol del poniente.

Es así que pronto se identificó a Iberia con la morada de los gigantes. Aquí combatió Hércules al gigante de tres cabezas, Gerión (que aparece en el escudo de La Coruña) y contra el descomunal Anteo, que obtenía sus fuerzas de su madre Tierra.

Dolmen de Menga - AntequeraLa Arqueología ha demostrado con pruebas evidentes que la cultura de los dólmenes y los megalitos -la llamada Cultura de los Vasos Campaniformes– nació en España y se extendió hacia el Oriente, abarcando desde el norte de África hasta Inglaterra e Irlanda por el norte y la India por el este. Se trata de las primeras construcciones realizadas por la mano del hombre que reconoce la Arqueología, con una antigüedad de hasta 7.000 años.

Se ha dicho que todo el conocimiento llega desde donde nace el sol: «ex oriente lux». Pero podemos añadir que las culturas que han sido la expresión más neta de vigor físico y espiritual nos llegan desde donde muere el sol: «ex occidente fors». Y son testigos de vigor las huellas de estos gigantes, los megalitos (lit. «grandes piedras»), miles de enigmáticos templos enclavados en el suelo materno de España.

Los megalitos no se encuentran dispersos al azar sino en torno a lo que debieron ser sus montañas y valles sagrados. Apenas se conservan en España menhires (monolitos, piedras enhiestas), ni cromlechs (menhires formando anillos), pues fueron sometidos a una destrucción sistemática por la Iglesia Católica en los últimos siglos[2], el único modo de barrer un culto antiquísimo tan clavado en la conciencia de los pueblos como estos megalitos en la tierra.

En el momento presente, en Europa se consideran los megalitos del sur de España y Portugal como los más antiguos, con un fechado de hasta el quinto milenio a.C. Valencia de Alcántara es uno de los lugares privilegiados que conservan aún muchos de estos dólmenes, «gigantescas mesas de piedra», y el Ayuntamiento ha organizado varias rutas turísticas de megalitos. Es necesario proveerse de un buen manual que indique dónde se hallan enclavados, o seguir al pie de la letra las instrucciones que dan en la oficina de turismo de dicha ciudad, pues es muy fácil perderse por sus montes de exuberante vegetación.

No muy lejos, en Portugal, se halla el dolmen más grande de la Península Ibérica, con un trazado poligonal de paredes megalíticas de hasta cinco metros de altura. A pocos kilómetros del mismo, un cromlech- ¿el único intacto de la Península Ibérica?-, formado por un anillo de piedras monolíticas de forma ovoide. Pero de esta ruta tan llena de encanto y misterio trataremos en otro artículo.

¿Qué son estos dólmenes, para qué fueron construidos? Varias son las teorías que se han barajado: tumbas, centros rituales, monumentos conmemorativos y de reunión, potenciómetros de energías telúricas. Quizás todo ello a la vez. Pero quiero recordar el excelente trabajo de “La Doctrina Secreta” de H.P. Blavatsky. En esta obra la genial e incansable viajera extrae de unos libros sagrados que le enseñaran en el Tíbet el siguiente fragmento:

«El Gran Dragón sólo tiene respeto a las Serpientes de Sabiduría, aquellas cuyos agujeros están ahora bajo las Piedras Triangulares».

Explica Blavatsky que este Gran Dragón tiene el mismo significado que el Diluvio Universal presente en la memoria de todos los pueblos, y que ambos se refieren a la catástrofe geológica que hundió la Atlántida y que describe Platón en el Critias y en el Timeo.

Dice también que las Serpientes de Sabiduría se refieren a los Sabios Iniciados que salvaron el conocimiento y las semillas de civilización de este gran hundimiento. Las Piedras Triangulares son, explica, las «pirámides de los cuatro extremos del mundo», y añade:

«Pues tales pirámides existen en los cuatro extremos del mundo y no fueron nunca monopolio de la tierra de los Faraones, aun cuando verdaderamente, hasta cuando se encontraron esparcidas en las dos Américas, sobre y bajo tierra, debajo y en medio de selvas vírgenes, así como también en llanuras y valles, se creía generalmente que eran propiedad exclusiva de Egipto. Si ya no se encuentran verdaderas pirámides geométricas perfectas en regiones europeas, sin embargo, muchas de las supuestas cuevas primitivas neolíticas, muchos de los menhires enormes y triangulares, piramidales y cónicos del Morbibán y generalmente en Bretaña; muchos de los túmulos daneses y hasta de las Tumbas de Gigantes de Cerdeña, con sus compañeros inseparables, los nuraghi, son copias más o menos groseras de las pirámides.»

Podemos sumar a estas construcciones piramidales las navetas de Menorca, el Partenón de Atenas[3] y la casi totalidad de los dólmenes de la Península Ibérica.

Aunque la primera impresión es que estos megalitos son toscos, nada más alejado de la verdad. Ocurre lo que con muchas obras de música clásica para un oído no educado. Hay una profunda y perfectísima armonía en estas aparentemente toscas construcciones. Repárese en la ligera concavidad de las paredes de los dólmenes, que los convierte en una imagen simbólica en piedra de la Gruta Primordial, de la primera concavidad que es el espacio virgen. También en la forma triangular y versátil que adoptan, como si fuesen «lenguas de fuego». No podemos olvidar la enseñanza platónica de que el triángulo es la esencia del fuego.

Colóquese el viajero a varios metros de estos dólmenes de Alcántara y compárese la forma del dorso de su mano -abierta y con los dedos juntos- con la de estos megalitos que forman las paredes del dolmen. Recrean en piedra la imagen de manos que se alzan y cobijan un fuego en su interior, en la cámara oculta, donde se supone que debía estar el aspirante a la Iniciación en sagrada ceremonia.

Con estos símbolos de mano-cueva primordial-triangulo (fuego) se puede recrear toda una cosmogonía de profundísimas evocaciones filosóficas. Piénsese también que muchas veces la piedra que hace de techo del dolmen pesa varias toneladas y está sujeta por tres puntos; los vectores de tensión que sujetan las piedras hacen de los dólmenes verdaderas pirámides de fuerzas. Tensa armonía, fruto de un equilibrio dinámico. Esto las convierte en un instrumento musical de piedra que resuena en frecuencias no audibles para el hombre. Golpéese suavemente con una moneda y escúchese.

Los clásicos griegos, refiriéndose a las armas atributo de los dioses, nombraban el Arco de Apolo, el Rayo de Zeus, el Tridente de Poseidón y la Lira de Cronos. Siendo Cronos el dios del Tiempo, que rige todo aquello que es inmóvil, de piedra, ¿no serían también estos dólmenes una imagen de esta mítica Lira de Cronos?

Blavatsky, refiriéndose a la primitiva religión griega de los Kabires, dice que Tubal-Caín (Túbal es el primer rey mítico de España, su Padre Espiritual o Dios Regente en los antiguos Cronicones que se emplearon como referencia exacta hasta el siglo XVIII), es un Kabir (un Dios-Rey), un «instructor de todos los artífices de bronce y en hierro», y lo relaciona con Jubal, el «Padre de todos los que manejan el arpa», el o los que construyeron el arpa de Cronos y el tridente de Poseidón.

Es muy frecuente que muchos Ayuntamientos erijan imitaciones de estos dólmenes en parques y plazas. Sigue esta imagen enraizada en nuestro inconsciente. Pero más allá de la funcionalidad mágica y ceremonial que los dólmenes de antaño pudieran tener, los «modernos» no son ni la sombra en el barro de la belleza de los antiguos.

No sabemos por qué los polígonos a que se ajustan los trazados de estos dólmenes son como son. Qué criterio hace que unos tengan un número de lados mayor que otro, o a qué se debe el mayor o menor tamaño, a qué la mayor o menor concavidad, a qué los petroglifos en forma de hacha o de nave, de Aguas Primordiales, de estrellas, de rayos, de círculos que tienen grabados en sus caras.

Es evidente que existió una Ciencia que determinaba cómo debía ser construido el dolmen en referencia exacta hacia quién o qué estaba consagrado o qué estrella regía su trazado. Si cada pirámide estaba consagrada a una estrella, como dicen ya los filósofos e historiadores árabes, también lo debían estar estos dólmenes. Algunos, antaño cubiertos por un montículo de tierra y piedras (cantos rodados) en forma de pirámide o de cueva, tenían su entrada abierta a un más o menos largo corredor orientado hacia la salida del sol. Durante todo el año permanecían sumidos en la más profunda oscuridad, sólo interrumpida por el primer rayo de Sol de Primavera que «fertilizaría» mágicamente dicho dolmen y a quien estuviese en ceremonia en su interior. ¿Quiénes se hallaban en su concavidad, y en qué momentos? ¿Aspirantes a la iniciación, como insinúa Blavatsky? ¿Sepultura de reyes o de guerreros?

Pero otros dólmenes están orientados hacia otras estrellas ¿Qué debemos pensar cuando en los textos sagrados -véase los Textos de las Pirámides en la Pirámide de Unas-, ciertos reyes se proclamaban hijos de tal o cual estrella? Quizás es cierto lo que enseñaban los egipcios, que el alma de cada Rey Iniciado es hija de una estrella, y que el destino de cada ser humano es convertirse en rey de su propia alma. ¿Qué testimonio callado ocultan los dólmenes sobre tan importantes enseñanzas? Esto es lo que debe preguntarse el viajero ante estos monumentos de tan severa y a la vez grácil presencia.

 

Notas:

[1] Manzano en griego significa «conocimiento», y ésta es una clave para entender el mito hebreo en que Adán (lo primero, el Hombre) recibe de Eva (Lo femenino, la naturaleza) la manzana, símbolo del conocimiento del Bien y del Mal, que obligará a que la Humanidad recorra su sendero con esfuerzo y sacrificio.

[2] Muchas catedrales y ermitas antiguas se hallan enclavadas sobre una cámara sagrada donde aún se halla enhiesto el menhir.

[3] Cuyas columnas convergen, triangularmente, en un ápex situado varias decenas de metros más arriba. El Partenón es una pirámide esbozada en sus líneas de fuerza.