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A principios del siglo XX, los etnólogos adoptaron la costumbre de emplear indistintamente los términos de chamán, hombre-médico, hechicero o mago para designar a determinados individuos dotados de prestigio mágico-religioso y reconocidos en toda sociedad «primitiva». Por extensión, se ha aplicado la misma terminología en el estudio de la historia religiosa de los pueblos «civilizados» y se ha hablado, por ejemplo, de un chamanismo hindú, iranio-germánico, chino e, incluso, babilónico, refiriéndose a los elementos «primitivos» testimoniados en las respectivas religiones.

Por muchas razones, semejante confusión tiene que perjudicar la inteligencia misma del propio fenómeno chamánico. Si se designa con el vocablo «chamán» a todo mago, hechicero, hombre-médico o extático que se halla en el curso de la historia de las religiones y de la etnología religiosa, se llegará a una noción extraordinariamente compleja e imprecisa a la vez, de utilidad muy dudosa, puesto que ya se dispone de los términos «mago» y «hechicero» para expresar nociones tan dispares y vagas como las de «magia» y «mística» primitivas.

ChamánHabría que limitar, pues, el uso de los vocablos «chamán» y «chamanismo» para evitar, justamente, los equívocos; porque, desde luego, el chamán es él también un mago y un hombre-médico: se cree que puede curar, como todos los médicos, y efectuar remedios, como todos los magos, sean primitivos o modernos. Pero es, además, sacerdote, y puede ser también místico y poeta.

En toda la inmensa área que comprende el centro y el norte de Asia, donde el fenómeno del chamanismo se desarrolla más profundamente, la vida mágico-religiosa de la sociedad gira alrededor del chamán. Esto no quiere decir, claro está, que él sea el único manipulador de lo sagrado, ni que la actividad religiosa esté totalmente absorbida por él.

En muchas tribus el sacerdote sacrificador coexiste con el chamán, sin contar con que cada jefe de la familia es también el jefe del culto doméstico. Sin embargo, el chamán continúa siendo la figura dominante porque en toda esta zona, donde la experiencia extática está considerada como la experiencia religiosa por excelencia, el chamán, y sólo él, es el gran maestro del éxtasis.

Definición

Una primera definición de tan complejo fenómeno y, quizá, la menos aventurada, sería esta: el chamanismo es la técnica del éxtasis.

Así ha sido reconocido y descrito por los primeros viajeros en las diversas comarcas del Asia central y septentrional. Más tarde, se han observado, en América del Norte, en Indonesia, en Oceanía y en otras partes, fenómenos mágico-religiosos similares. Con todo, debemos hacer aquí una observación imprescindible: la presencia de un complejo chamánico en una zona cualquiera no significa necesariamente que la vida mágico-religiosa de tal o cual pueblo haya cristalizado alrededor del chamanismo. Puede presentarse este caso, pero no es lo más corriente.

Por lo común, el chamanismo coexiste con otras formas de magia y de religión. Y aquí es donde se aprecia lo ventajoso que es emplear el término chamanismo en su sentido riguroso y propio porque, si uno se preocupa en diferenciar al chamán de otros «magos» y medicine-men (hombre-medicina) de las sociedades primitivas, la identificación de complejos chamánicos en tal o cual religión adquiere, de pronto, una significación importante.

En todas partes del mundo hay magia y hay magos, mientras que el chamanismo entraña una «especialidad» mágica particular: el «dominio del fuego», el vuelo mágico, etc. De aquí que, aunque el chamán sea, entre otras cosas, un mago, no importa que el mago no pueda ser calificado como chamán.

Idéntica distinción se impone a propósito de las curaciones chamánicas: cualquier medicine-men es curandero, pero el chamán utiliza un método de su exclusiva pertenencia. En cuanto a las técnicas chamánicas del éxtasis, desde luego, no agotan todas las variedades de la experiencia extática atestiguada en la historia de las religiones y la etnología religiosa, pero no se puede considerar a un extático cualquiera como chamán; este es el especialista de un trance durante el cual su alma se cree que abandona el cuerpo para emprender ascensiones al Cielo o descendimientos al Infierno.

Es igualmente necesaria una distinción del mismo género para precisar la relación del chamán con los «espíritus». Por todas partes, tanto en el mundo primitivo como en el moderno, hay individuos que pretenden sostener relaciones con los «espíritus», ya sean «poseídos» por estos últimos, ya sean ellos los que los dominan. La distinción entre posesión y chamanismo es, frecuentemente, cuestión de vocabulario. Con todo, parece conveniente diferenciar los fenómenos, aunque sea en un plano teórico.

En las técnicas chamánicas hay abandono del cuerpo, o bien cambio del cuerpo. En los fenómenos de posesión, el cuerpo se «comparte» con el visitante, o bien este anula la psique del individuo en trance.

En el primer caso, el sujeto visita una región extraña; en el segundo, un espíritu utiliza un cuerpo como instrumento para entrar en relación con el medio ambiente.

Todo esto nos lleva, como instrucción, a una justa comprensión sobre el tema del chamanismo.

Origen

Por mucho que el chamanismo domine la vida religiosa del Asia central y septentrional, no es, sin embargo, la religión de esta área inmensa. Únicamente la comodidad o la confusión han podido, en ocasiones, llegar a considerar como chamanismo la religión de los pueblos árticos o turco-tártaros. Las religiones del Asia central y septentrional rebasan por todas partes el chamanismo, del mismo modo que una religión cualquiera rebasa la experiencia mística de algunos de sus miembros privilegiados. Los chamanes son «elegidos» y, como tales, tienen entrada en una zona de lo sagrado inaccesible a los demás miembros de la comunidad. Sus experiencias extáticas han ejercido, y ejercen aún, una poderosa influencia en la estratificación de la ideología religiosa, en la mitología y en el ritualismo.

Pero, para adentrarnos en la historia o, mejor dicho, en el origen del chamanismo, nos guiaremos por la sabiduría de H. P. Blavatsky (gran filósofa del siglo XIX). La voz chamán nos viene del sánscrito shaman o sramana. H. P. B. nos dice en su Glosario teosófico:

«Los chamanes son una especie de sacerdotes magos, o como dicen algunos, sacerdotes hechiceros de la Tartaria o Mongolia. No son budistas, sino sectarios de la antigua religión Bhon del Tíbet.

Viven, principalmente, en la Siberia y en los países limítrofes. Tanto los hombres como las mujeres pueden ser samaneos (chamanes). Todos ellos son magos, o mejor dicho, sensitivos o médiums artificialmente desarrollados.

Hoy día, aquellos que actúan como sacerdotes entre los tártaros son, por regla general, muy ignorantes, y están muy por debajo de los faquires en cuanto a saber y educación».

Pero ella profundiza más y nos dice, en su gran obra Isis sin velo:

«Muy poco sabe hasta ahora el común de las gentes acerca del chamanismo. Generalmente, se cree que el chamanismo es el culto pagano dominante en Mongolia, cuando, precisamente, es una de las más antiguas modalidades religiosas de la India. Se funda el chamanismo en la creencia de que después de la muerte persiste la individualidad del hombre, aunque se haya desprendido del cuerpo físico, y que sigue viviendo en naturaleza espiritual. Es el chamanismo una derivación de la primitiva teúrgia, que mezcla el mundo invisible con el visible. Cuando un mortal desea comunicarse con los hermanos invisibles, le es preciso, según la doctrina chamánica, elevarse hasta el plano en que residen, de modo que de ellos recibe energía espiritual, en tanto que, por su parte, le da él a ellos energía física, a fin de que puedan manifestarse espectralmente.

Este temporáneo intercambio de condiciones es una operación teúrgica; pero quienes no la comprenden acusan a los chamanes de hechicería y de evocar los espíritus de los muertos en ayuda de sus artes necrománticas.

Sin embargo, el verdadero chamanismo floreció en la India tres siglos antes de Cristo, en la época de Megathenes, y no cabe juzgarle por las degeneradas derivaciones que actualmente practican los chamanes de Liberia, así como tampoco es posible juzgar el budismo por las supersticiones fetichistas de los siameses y birmanos. Hoy día, el chamanismo o comunicación teúrgica con los espíritus desencarnados se profesa en las principales lamaserías de Mongolia y Tíbet, pues el budismo lamaico ha conservado cuidadosamente los primitivos conocimientos mágicos, y opera en los tiempos presentes tan maravillosos fenómenos como en la época del Kan Kublai y sus magnates…

El chamanismo o culto de los espíritus es la más extraña y, a la par, menos conocida de las religiones anteriores al cristianismo. No tienen los chamanes culto externo, ídolos ni altares y celebran una sola ceremonia ritualista en el solsticio de invierno, sin permitir la entrada a los profanos.

Celebran estos chamanes sus ceremonias religiosas al aire libre, en la cumbre de una colina o en lo más escondido de la selva, a semejanza de los antiguos druidas. Las ceremonias del nacimiento, matrimonio y muerte son parte secundaria del culto religioso, y consisten en ofrendas de esencias y leche, derramadas en el fuego del sacrificio al ritmo de conjuros mágicos que entona el celebrante y corean los fieles.

El traje de los sacerdotes es de piel de gamuza u otro animal de virtudes magnéticas, y está adornado con numerosas campanillas de hierro y bronce, que sirven para ahuyentar a las malignas entidades aéreas. También se valen para este propósito de un bastón cubierto de jeroglíficos y guarnecido de cascabeles, hacia cuyo puño queda atraída por misteriosa fuerza la mano del sacerdote o sacerdotisa cuando se comunica con el espíritu, y a poco se ve levantado por los aires hasta considerable altura, desde donde vaticina el porvenir. Ejemplo de ello nos da el chamán que, en 1874, desde un apartado lugar de Liberia, predijo con todos sus pormenores la guerra de Crimea, ocurrida seis años más tarde.

Aunque por lo general no conocen la astronomía ni siquiera de nombre, predicen los eclipses y otros fenómenos astronómicos, y descubren a los culpables de robos y asesinatos. Los de Liberia son todos analfabetos, y entre los del Tíbet y Tartaria predominan los de cultura empírica y autodidacta, que no se someten a la influencia de las energías psíquicas. Los primeros son médiums, y los segundos, magos.

No es extraño, por lo tanto, que cuando los chamanes comunican en estado de trance con los espíritus, digan las gentes supersticiosas que están poseídos del demonio. Como en el caso de las bacantes y los coribantes de la antigua Grecia, el frenesí de los chamanes se manifiesta en violentísimos gestos y turbulentas danzas que, por contagio, imitan los espectadores, atacados también del mismo frenesí, cuyas consecuencias suelen ser fatales en algunos individuos, que acaban por caer rendidos al sueño.

El chamán iletrado es víctima de las entidades psíquicas y, mientras se halla en trance, suele ver a los circunstantes en figura de diversos animales y les contagia sus alucinaciones. En cambio, los chamanes educados en los colegios sacerdotales saben ahuyentar a las entidades elementarias que producen las alucinaciones, y las ahuyentan por procedimiento análogo al de los hipnotizadores, o sea, por el conocimiento que tienen de su índole y naturaleza».

Iniciación y ritos

Los múltiples poderes del chamán son resultado de sus experiencias iniciáticas. Gracias a las pruebas soportadas durante su iniciación, valora el futuro chamán la precariedad del alma humana, y aprende los medios para defenderla; también conoce por experiencia los dolores provocados por las diversas enfermedades y logra identificar a sus autores; sufre una muerte ritual, desciende a los Infiernos y a veces sube al Cielo.

En resumen, todos los poderes del chamán dependen de sus experiencias y conocimientos de orden «espiritual»; logra familiarizarse con todos los «espíritus»: almas de los vivos y de los muertos, dioses y demonios, las figuras innumerables –invisibles para el resto de los humanos– que pueblan las tres regiones cósmicas.

Un hombre llega a ser chamán:

  1. por vocación espontánea (la llamada o la «elección»);
  2. por transmisión hereditaria de la profesión chamánica;
  3. por decisión personal o, más raramente, por la voluntad del clan. Pero, independientemente del método de selección, un chamán no es reconocido como tal sino después de haber recibido una doble instrucción:
    1. de orden extático (sueños, visiones, trances, etc.) y
    2. de orden tradicional (técnicas chamánicas, nombres y función de los espíritus, mitología y genealogía del clan, lenguaje secreto, etc.).

Esta doble instrucción, de la que se encargan ciertos espíritus y los viejos maestros chamanes, constituye la Iniciación. Puede ser pública, pero la ausencia de tal ceremonia no implica en modo alguno una falta de Iniciación, ya que esta puede haberse operado en sueños o en la experiencia extática del neófito.

No es difícil reconocer el síndrome de la vocación mística. El futuro chamán se singulariza por su comportamiento extraño: se vuelve soñador, busca la soledad, gusta de vagar por bosques y parajes desiertos, tiene visiones, canta durante el sueño, etc.

Este periodo de incubación se caracteriza a veces por síntomas realmente graves. Entre los yakutos, por ejemplo, sucede que el joven se vuelve furioso y pierde fácilmente el conocimiento, se refugia en los bosques y se alimenta de corteza de árbol, se arroja al agua y al fuego, se hiere con cuchillos. Incluso si se trata de chamanismo hereditario, la elección del futuro chamán va precedida de un cambio de comportamiento.

Las almas de los antepasados chamanes eligen a un joven de la familia, que se vuelve como ausente y soñador, siente una necesidad imperiosa de estar solo, tiene visiones proféticas y sufre en ocasiones ataques que le dejan inconsciente.

Durante ese tiempo –piensan los buriatos–, el alma es arrebatada por los espíritus, y recibida en el Palacio de los Dioses, donde es instruida por los antepasados chamanes en el secreto del oficio, las formas y los nombres de los dioses, los nombres y el culto de los espíritus, etc. Sólo después de esa primera Iniciación se reintegra el alma al cuerpo.

La vocación mística implica, con mucha frecuencia, una crisis profunda, que viene a constituir una Iniciación. Pero toda Iniciación, del orden que sea, lleva consigo un periodo de segregación y un cierto número de pruebas y torturas.

La «locura» de los futuros chamanes, su «caos psíquico», significa que el hombre profano está en trance de «disolverse» y que está a punto de nacer una nueva personalidad. El síndrome de la «enfermedad» sigue a veces muy cerca el ritual clásico de la Iniciación. Los sufrimientos del «elegido» se asemejan punto por punto a las torturas iniciáticas. Del mismo modo que el novicio es muerto en el curso de los ritos de la pubertad por los demonios, «Señores de la Iniciación», el futuro chamán se siente cortado y despedazado por los «demonios de la enfermedad». El enfermo experimenta la muerte ritual en forma de descenso a los Infiernos; ve en sueños cómo su cuerpo es despedazado y los demonios le cortan la cabeza, le arrancan los ojos, etc.

Generalmente, cuando el neófito yace inconsciente, la familia llama a un chamán, que más adelante actuará como instructor. En otros casos, después de su «desmembramiento iniciático» el novicio parte en busca de un maestro para aprender los secretos del oficio. La enseñanza es de carácter esotérico, recibida muchas veces en estado de éxtasis.

Entre los yakutos, el maestro toma consigo el alma del novicio en el curso de un largo viaje extático. Comienzan por subir a una montaña, desde cuya cima muestra el maestro al novicio las bifurcaciones del camino desde donde parten otros senderos hacia las crestas: allí residen las enfermedades que atormentan a los hombres. Luego, conduce el maestro a su discípulo hasta una casa, donde se revisten de las vestiduras chamánicas.

El maestro le revela el modo de reconocer y curar las enfermedades que atacan a las diversas partes del cuerpo. Finalmente, conduce a su discípulo al mundo superior, entre los espíritus celestes: el nuevo chamán dispone, en adelante, de un «cuerpo consagrado», y está ya en condiciones de ejercer su oficio.

Hay también ceremonias públicas de Iniciación, especialmente entre los buriatos, los goldes, los altaicos, los tonguses y los manchúes. Las ceremonias de los buriatos se cuentan entre las más interesantes. El rito principal incluye una ascensión. Se fija en la yurta un abedul fuerte, con las raíces en el hogar y la copa saliendo por el agujero del humo. A este abedul fuerte se le da el nombre de «guardián de la puerta», pues abre al chamán el acceso al Cielo. El aprendiz trepa hasta la cima del abedul y sale por el agujero del humo, a la vez que grita con fuerza para invocar la ayuda de los dioses. Luego, se dirigen todos los asistentes en procesión hacia un lugar alejado de la aldea donde ha sido plantado la víspera un gran número de abedules con vistas a la ceremonia. Cerca de uno de estos abedules se sacrifica un macho cabrío, y el aprendiz, con el torso desnudo, es ungido con la sangre en la cabeza, los ojos y los oídos, mientras otros chamanes tocan sus tamboriles. El maestro chamán trepa entonces a un abedul y practica nuevas incisiones en lo más alto. El aprendiz, seguido de los demás chamanes, trepa a su vez, y mientras asciende, todos ellos entran o simulan entrar en éxtasis. Según cierta fuente de información, el candidato debe subir a nueve abedules que, al igual que los nueve cortes, significan los nueve cielos.

El abedul o el poste se asimilan al árbol o a la columna que se alzan en el centro del mundo y unen las tres zonas cósmicas.

En resumen, el árbol chamánico posee todo el prestigio del axis mundi o árbol del mundo.

Mitos

Los mitos sobre el origen de los chamanes ponen de relieve dos temas altamente significativos: 1) el «origen chamán» fue creado por Dios (o por los dioses celestes); 2) pero a causa de su maldad, los dioses limitaron severamente sus poderes.

Según los buriatos, los tengri decidieron dar a la Humanidad un chamán para luchar contra la enfermedad y la muerte, introducidas por los malos espíritus. A tal fin, enviaron al águila, que vio a una mujer dormida y tuvo comercio con ella. La mujer dio a luz un hijo, que fue «el primer chamán».

Los yakutos comparten esta misma creencia, pero en este caso el águila lleva el mismo nombre que el ser supremo, Ajy (creador) o Ajy Tojon (creador de la luz). Los hijos de Ajy se representan como espíritus-pájaros posados sobre las ramas del árbol del mundo; en lo más alto, se halla el águila de dos cabezas, que personifica, probablemente, al mismo Ajy Tojon. Los antepasados de los chamanes, cuyas almas desempeñan un cometido propio en la elección e iniciación del aprendiz, descienden de aquel «primer chamán» creado por el Ser Supremo aparecido en forma de águila.

Sin embargo, ese cometido de los antepasados en el chamanismo actual es considerado por algunos como un signo de decadencia. Según la tradición de los buriatos, en los tiempos antiguos recibían los chamanes sus poderes directamente de los espíritus celestes; solo en nuestros días les son comunicados por sus antepasados.

Esta opinión refleja la creencia, atestiguada en toda Asia y en las religiones árticas, de la decadencia del chamanismo. En otros tiempos, los «primeros chamanes» volaban realmente por las nubes a lomos de sus «caballos» (sus tamboriles); podían asumir cualquier forma y realizar milagros que sus descendientes actuales no son capaces de repetir. Los buriatos explican esta decadencia por el orgullo y la malicia del primer chamán que, cuando entró en competencia con Dios, vio cómo le eran severamente reducidos sus poderes. En este mito etiológico podemos adivinar el influjo indirecto de las creencias dualistas.

En Corea encontramos también rasgos de la mitología chamánica, en la cual se hace referencia a Tan-gun o «Señor del Abedul», al cual se considera como una encarnación del Dios celeste en el cuerpo de un oso, que fue elegido e iniciado en lugar de un tigre, ancestro-dios de una tribu llamada Ye, que habitaba en el nordeste de la península.

En las culturas precolombinas encontramos, asimismo, un paralelismo con la mitología chamánica. El mito de Quetzalcoatl describe las pruebas del candidato y su descenso a los Infiernos en el caso el perro Xolotl. El Popol Vuh relata el descenso a los Infiernos de Xibalba y las pruebas sufridas en ellos por dos jóvenes hermanos. El mito de Naylamo, correspondiente a la costa peruana, se refiere a esta ascensión y a este descenso. Naylamo aparece en él transportado por un arco iris (elemento significativo entre los chamanes).

Es interesante descubrir el hecho de la utilización de los mitos a la hora de practicar la curación. Un ejemplo lo tenemos entre los Na-khi, población perteneciente a la familia tibetana, pero que habita desde hace siglos en la China del sudoeste y, especialmente, en la provincia Yün-nan.

Según las tradiciones, en un principio el universo estaba cuerdamente dividido entre los Nâgas y los hombres, pero una enemistad les separó más tarde. Furiosos, los Nâgas esparcieron por el mundo las enfermedades, la esterilidad y toda suerte de calamidades.

Los Nâgas pueden, igualmente, robar las almas de los hombres, poniéndoles enfermos. Si no se gana su benevolencia ritualmente, la víctima fallece. Pero el sacerdote-chamán, por el poder de sus encantos mágicos, es capaz de forzar a los Nâgas a liberar a las almas robadas y apresadas. El propio chamán es capaz de luchar contra los Nâgas solo porque el chamán primordial, Dtomba, con el concurso de Garuad, emprendió esta lucha en el tiempo mítico. Así pues, el ritual de curación consiste, propiamente hablando, en la recitación solemne de este acontecimiento primordial.

Conclusión

De manera general, se puede decir que el chamán defiende la vida, la salud, la fecundidad, el mundo de la «luz» contra la muerte, las enfermedades, la esterilidad, la desgracia y el mundo de las «tinieblas». Difícil nos resulta imaginar todo lo que este campeón pueda significar para una sociedad arcaica. Supone, ante todo, la certeza de que los humanos no están solos en un mudo extraño, cercados por los demonios y las «fuerzas del mal». Aparte de los dioses y los seres sobrenaturales a los que se dirigen las plegarias y se ofrecen sacrificios, existen unos «especialistas de lo sagrado», unos hombres capaces de ver a los espíritus, de subir al Cielo y entrevistarse con los dioses, de descender a los Infiernos y luchar contra los demonios, la enfermedad y la muerte. Pero la tarea más importante del chamán es curar.

Las enfermedades son generalmente atribuidas a un extravío o al «rapto del alma». El chamán la busca, la captura y la obliga a reintegrarse en el cuerpo del enfermo.

La enfermedad tiene, muchas veces, una doble causa: el rapto del alma, agravado por la posesión de los espíritus malignos. La curación chamánica incluirá la búsqueda del alma y la expulsión de los demonios.

En resumen, los chamanes desempeñan un papel esencial en la defensa de la integridad psíquica de la comunidad.

Antonia de la Torre Valdés