Los templarios y el Camino de Santiago
Autor: José Carlos Fernández
En el momento actual se tiende a revalorizar (quizás porque nos hallamos en los umbrales de un nuevo milenio y también, al decir de cada vez mayor número de investigadores y filósofos, de una nueva Edad Media) la función vitalizante que supuso el Camino de Santiago.
Este papel civilizatorio que encontramos en el Camino de Santiago lo es en lo comercial, reabriéndose antiguas vías; en lo humano, con una fusión y encuentro de distintas culturas y pueblos de la actual Europa; en lo artístico, con una amplia difusión del románico y primeros ensayos del gótico; y en lo místico, haciendo que un ideal común iluminase a tantos y tantos peregrinos, que unificase ambiciones, anhelos, que guiara variadas tendencias de los hombres en estos momentos de la Edad Media, armando, casi nos atrevemos a decir, la estructura de una nueva civilización.
Nadie duda ya de la importancia de la misión asignada a los templarios en este proceso de reconstrucción del viejo Imperio romano, con una renovada savia mística surgida de Oriente. Valientes, impecables, misteriosos, plenos de ígnea pureza, con el triple hábito de castidad, pobreza y obediencia, se convierten en custodios de los caminos sagrados, en defensores a ultranza de aquello que haga crecer al hombre y comprender y vivir la unidad de esfuerzos humanos; propagadores fieles, comprometidos y responsables de una nueva fe que hace estallar en el corazón de sus adeptos los principios de una caballería celeste, bajo el humilde hábito de la túnica de blanca pureza y la cruz roja de regeneración universal. Forman a las gentes sencillas en profesiones artesanales, los cobijan bajo su ordenada, férrea y generosa administración y los llevan de nuevo, en armonía con sus creencias, a las prácticas de una religión más natural, en un folclore de indudables raíces paganas.
¿Quiénes conforman esta enigmática Orden del Temple?
Esta orden se funda en Jerusalén, a la sazón en poder de los cruzados. Nueve caballeros, «los pobres soldados de Cristo», se instalan en las ruinas del Templo de Salomón. Nueve años después, en el Concilio de Troyes, el abad Bernardo de Clairvaux se encargó del destino de estos caballeros, haciendo que el Papa reconociese esta nueva orden, de doble finalidad: religiosa y militar. Poco a poco, la orden fue ganando en riquezas materiales, necesarias para su subsistencia y para el cumplimiento de la misión que se habían impuesto. Al principio, fueron donaciones que luego se vieron acrecentadas por la habilidad con que los propios templarios administraban sus bienes. Además, los papas exceptuaron a la orden de cargos y diezmos.
Durante doscientos años, la orden crece y se extiende por Europa y el Mediterráneo, desde el Reino Latino de Jerusalén, con sus aledaños, Anatolia o Armenia, hasta los confines del Mar Tenebroso en las Islas Británicas. Desarrollará una perfecta organización económica, religiosa y militar, con una gran fuerza exotérica y profundas raíces esotéricas, que estará presente en las manifestaciones fundamentales de la cultura medieval.
Regida por una regla aprobada por el Papa, la «regla latina», es posible que existiese otra secreta que se transmitirían oralmente. Pero el desarrollo de la orden hizo crecer la envidia en la misma proporción, al punto de que en el siglo XIV el rey Felipe el Hermoso hizo que se suprimiese. Un largo y dudoso proceso, y no menos dudosos testigos, escogidos entre los hermanos excluidos de la orden por mala conducta, pusieron fin –al menos en lo formal– a esta congregación religioso-militar, con la cesión de sus bienes a la Orden del Hospital.
En el lema Non nobis, Domine, non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam (nada para nosotros, Señor, nada para nosotros, sino para la gloria de tu nombre) hallamos la fundamental importancia que daban a la humildad, la caridad, el servicio y el amor a su ideal.
Se ha insistido mucho en el aspecto esotérico y ritual de los templarios, del que se conoce muy poco y se especula mucho, pero es necesario no olvidar el impulso civilizatorio. Parafraseando a Rafael Alarcón: desbrozaban, roturaban, desecaban pantanos, explotaban salinas, canalizaban los ríos y lagunas, cultivaban, abrían nuevas vías de comunicación o reconstruían otras fuera de uso –especialmente calzadas romanas– reduciendo el peaje o eliminando este y otros impuestos que obstruían el comercio, protegiendo a comerciantes y peregrinos; establecían mercados de los que eran beneficiarios, fundan nuevos pueblos con colectividades humanas de diversa procedencia, repueblan territorios enteros. Sus economistas revolucionan el sistema mediante la introducción de la letra de cambio, con lo que se podían hacer transacciones nominales y viajar tranquilos sin miedo a los robos de los valores en metálico. Pagan rescates a princesas y reyes, financian la construcción de los grandes edificios góticos, colaboran en la fusión de las culturas cristiana y árabe (con la consiguiente transmisión de conocimientos de estos a aquellos), consiguen en los territorios por ellos regentados el sincretismo y la tolerancia entre cristianismo, islamismo y judaísmo; resucitan las milenarias tradiciones esotéricas, fomentan los contactos entre filósofos e intelectuales de las tres grandes religiones, activan polémicas constructivas, fundan universidades y centros de cultura (Escuela de Traductores de Toledo, Escuela Náutica de Segres, Instituto Luliano de Mallorca, Universidades de Palencia y Coimbra…); actúan con admirable eficacia en lo político: independencia de Portugal, Cortes leonesas de 1188, en la Concordia de «Sotofermoso» entre Alfonso IX de León y Alfonso VIII de Castilla, y en la educación de futuros monarcas como Jaime I de Aragón o Federico II de Alemania.
Respecto al Camino de Santiago, que es el tema que nos ocupa, en él se instalaron y se erigieron en guardianes, fomentando el culto y las peregrinaciones tanto a Santiago como a los diversos santuarios de interés trascendente intercalados en las rutas principales. Edifican sus propios santuarios en las encomiendas del Camino y entronizan diversas devociones a la Virgen Madre Negra.
Analicemos algunas de las distintas construcciones atribuidas a los templarios y que se hallaban en el Camino de Santiago, pues son estos perennes documentos en piedra los únicos que poseemos para desentrañar el misterio de la actuación de esta prden de monjes guerreros en el Camino Jacobeo.
Nuestra Señora de Eunate
Se halla en la provincia de Navarra, a tres kilómetros de Puente la Reina (importante encomienda templaria, donde se juntan el Camino navarro y el francés, procedentes de Somport y Roncesvalles respectivamente).
Para el peregrino, el camino que lleva a Eunate es penoso. El efecto del paisaje en el verano es desolador y, como ocurre con el emplazamiento de otras construcciones templarias, es tal la «tensión» del lugar, la austeridad de sus líneas de construcción, que provocan (al menos, esta fue mi experiencia personal y la de otros peregrinos con los que conversé de esto mismo) una especial sensación de extraño cansancio y «aplastamiento», que imagino debía preceder a un alumbramiento a otra realidad más sutil, imperiosa, inconmovible.
Eunate significa en vasco «Las cien puertas», haciendo referencia a los arcos de que está rodeada esta iglesia octogonal atribuida al Temple. Durante el Medioevo, se celebraba en el equinoccio de primavera una romería desde Puente la Reina hasta Eunate. Aunque se desconoce el ritual que llevaban a cabo, es muy posible que en él se efectuase una danza de entradas y salidas por cada una de las puertas, dibujando figuras geométricas relacionadas con la ruta del Sol en su aparente recorrido en el año.
En 1142 los templarios se instalaron en Puente la Reina y construyeron esta enigmática iglesia poligonal irregular (tan propia de los templarios). Podemos destacar en ella varios elementos de interés en relación con el Temple:
1. El trazo poligonal irregular de su planta, un octógono, tensado por las nervaduras de la cúpula que dibujan una doble cruz templaria, superpuesta, giradas 1/8 de círculo la una sobre la otra. Según Atienza, esas nervaduras que parten de la cúpula y van a dar a los ángulos de la capilla, si se prolongan idealmente, cortarán con toda limpieza los ángulos exteriores de la capilla, los de la columnata y hasta los de la tapia exterior, marcando en línea recta una dirección que, prolongada, parece apuntar a importantes núcleos mágicos y enclaves templarios.
2. Los signos grabados en su piedra. Destaca un abacus o bastón o mango espiral. Una figura extraña, que parece que se quiere destacar especialmente. Es una marca que en el Medioevo representaba una pieza de ajedrez (la torre) y que recuerda al gorro de los bufones. Lo encontramos en muchas construcciones templarias, especialmente en Tarragona, donde aparecen seis de estos signos en un escudo heráldico nobiliario, sobre una pila bautismal octogonal en una antigua casa del Temple. Es, con toda seguridad, el símbolo de las plumas de Amón, que con idéntica forma representaba al Dios del Sol Oculto en el Antiguo Egipto. Dice, por lo tanto, del carácter ritual y solar del templo. Además aparece sellando justamente una de las columnas de la entrada principal.
3. Una escalera helicoidal en la linterna o torrecilla sur, que no conduce a ninguna parte.
Así, a pesar de la carencia de datos escritos que afirmen la procedencia templaria, los símbolos en piedra identificados en otras construcciones y las tradiciones populares pesan muy a favor de esta idea. De todos modos, los datos más antiguos que poseemos no son anteriores a 1520.
En Eunate encontramos una serie de símbolos lapidarios. Desconocemos su significado: ¿harán referencia, quizás, a la misteriosa reina que según la leyenda muy antigua albergaría? La portada principal, en el noroeste, está flanqueada por dos capiteles que sostienen la cornisa en que nacen las arquivoltas. Representan dos cabezas humanas de enormes ojos abiertos. Rostros con grandes barbas enrolladas que forman en conjunto cuatro espirales. Estos rostros sorprenden al peregrino como un viento gélido que desnuda el alma. La doble espiral de sus barbas, presente en la misma cruz templaria, es la espiral que succiona hacia la tierra en un sentido, y que eleva hacia el infinito en el otro, y en medio queda el aspirante, símbolo del hombre en la eterna encrucijada, representado en un capitel cerca de la puerta antedicha, en la galería de arcos; es un Cristo propio de los templarios, carece de cruz, él mismo es el hombre cruz.
Las columnas, como lotos que abren sus pétalos solo en lo más elevado, reproducen la vida del templario, su continua soledad de transmutación, su vigoroso crecimiento vertical para abrir su alma en dimensiones y vivencias que le unen a sus hermanos del Temple en profunda e indisoluble fraternidad. En la piedra, en su propio ascenso, el sello que indica la presencia de Dios como viento espiritual, como sol de justicia, el símbolo que reproduce el más antiguo del dios Amón egipcio.
Portada de Eunate
La portada NE se abre en una serie de nueve arquivoltas (sin contar el arco de la puerta propiamente dicho, que consta de once piedras). En la novena arquivolta hay una serie de doce imágenes, más una central. Extrañas imágenes que podrían representar los doce signos del Zodíaco más el Sol (la imagen central con cabeza de Bafomet).
En la simbología románica, la portada representa el cielo. Las arquivoltas son, entonces, distintos cielos hasta el último (el noveno), donde estarían impresos los signos del Zodíaco. En la tercera arquivolta vemos imágenes de plantas. En la quinta, una sucesión irregular y aparentemente caprichosa de seis estrellas y medias esferas (que podrían representar los nueve planetas más seis estrellas fijas de interés en astrología). Si desde el centro de la portada trazamos radios sobre estas estrellas y esferas, se proyectan sobre cada una de las imágenes de la arquivolta exterior (menos sobre la imagen del templario). ¿Significará esto, quizás, que nos hallamos frente a una representación del Zodíaco? Las posiciones de estrellas y semiesferas (planetas) hablan de un momento especial en que el cielo tuvo esa disposición, o son un emblema de poderosas enseñanzas, en cuanto los signos zodiacales representan los arquetipos, y los planetas o estrellas, la canalización activa de los mismos. Los ángulos exactos que conforman dicen también de un exacto y trascendental mensaje, legible solo por el iniciado.
En el pueblo de Olcoz, a diez kilómetros de distancia, encontramos una portada que es casi simétrica respecto a la antedicha. Presenta las mismas imágenes que las de Eunate (salvo dos, una especie de cisne y un pájaro con cola de serpiente). El perfecto estado de conservación en que se halla, a pesar de estar expuesta a los vientos del norte, y la forma simétrica respecto a la de Eunate, hacen pensar que dicha portada no debe de llevar mucho tiempo allí y que correspondería con la puerta sur de Eunate. En esta portada aparece también una cara con doble espiral y, grabado sobre la columna interior derecha, un cordero (puede ser otro cuadrúpedo). Y en el tímpano de esta última, el crismón, símbolo este que merece especial atención. Si este símbolo lo descomponemos en sus símbolos fundamentales, aparece un hacha de doble filo (el laber) y una Tau con una serpiente ascendiendo. El alfa y el omega inscritos se refieren al principio y fin que, dispuestos en un círculo, dicen de la circulación continua, el flujo eterno del Todo en el Todo. En la parte superior del símbolo, la letra griega P, que entre los pitagóricos era símbolo del número 100, o sea, 10 x 10.
Destacamos entre las imágenes de ambas portadas la de un caballero que viste el hábito de los templarios, larga túnica y capa cerrada por un broche en forma de serpiente, apoyándose sobre un rostro grotesco que saca la lengua. La capa asemeja dos alas plegadas que dicen de la naturaleza celeste del «templario» o del hombre que ha reencontrado su propia inmortalidad, y que permanece en el mundo con las alas perfectamente desarrolladas, pero plegadas, para ayudar a sus semejantes. Lleva la cabeza cubierta por un extraño gorro de ceremonias, a la manera del casco de Ptah, dios del fuego en Egipto.
Es también de interés una representación de la Madre-Tierra como una mujer desnuda en cuyo cuerpo se enrosca una serpiente que surge de sus pies y va a beber en una copa que sostiene entre las manos.
Otro elemento muy interesante en esta construcción es el de las asimetrías y desviaciones de los ejes. Como en la casi totalidad de las construcciones medievales, estos expresan el principio pitagórico de que lo par, lo simétrico, es la muerte, mientras que lo impar, lo asimétrico, es el desequilibrio y, por lo tanto, la vida. Estas desviaciones lo son de 9 grados, 27 y 36, todos ellos múltiplos de 9, con lo que es posible que este sea el número mágico que preside toda la obra de Eunate, como expresión del 9=8+1; la propia construcción octogonal de Eunate y el espíritu de unidad que lo habita.
Puente la Reina
Pequeño pueblo navarro en el punto de confluencia del Camino francés y el navarro. Allí, la Orden del Temple edificó un hospital de peregrinos y la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos hacia el año 1130. La situación de ambos es la siguiente: a la derecha, la iglesia; a la izquierda, el hospital; y en el centro, el Camino de Santiago, que pasa bajo un arco abovedado entre ambos edificios.
El peregrino experimenta tensión en el ambiente, una ciudad llena de melancolía, una congelación del presente en el pasado, desde el fatídico año del proceso de estos monjes guerreros y constructores.
La templaria iglesia de Nuestra Señora de los Huertos se convertiría en la sanjuanista Iglesia del Crucifijo, como se conoce ahora. Primero se edificó la nave mayor en estilo románico y en caracteres arcaicos, con el interesante detalle de tener quebrado el eje longitudinal según el principio simbólico de asimetría. Con posteridad se levantó el pórtico y la portada, plena de signos románicos, con arquivoltas que son ya del gótico inicial. Finalmente de construyó un segunda nave, más pequeña, al norte, con el propósito de albergar cierto crucifijo… Y aquí nos encontramos con uno de los grandes misterios de Puente la Reina: el crucifijo de la Pata de Oca, Cristo de origen germano, donado por unos peregrinos (¿templarios?) en agradecimiento a la hospitalidad recibida, en calidad de exvoto.
Los brazos laterales de la cruz forman una Y (letra símbolo de los pitagóricos y de los maestros constructores), mientras que el palo central se prolonga hasta la altura de dichos brazos. Los maderos semejan un árbol sin labrar al que simplemente se le ha despojado de las ramas secundarias. La corona está constituida por dos gruesas sogas trenzadas de grandes espinas. Los pies son desproporcionadamente grandes: es el símbolo del alma, como peregrino de las infinitas y polvorientas sendas, a la manera del Edipo griego, el de los pies hinchados. En ausencia de documentos concretos, hay, sin embargo, muchos datos que inducen a pensar que este Cristo llegó a esta iglesia cuando estaba regentada por los templarios.
Es un Cristo que representa en su forma singular de Y la intersección de los dos caminos, la Gran Elección, la Encrucijada; encontramos también la Pata de Oca, símbolo de reconocimiento de las antiguas fraternidades de constructores, que dice de las huellas de Dios como ave celeste sobre la Tierra.
En la iglesia de Santiago, también en Puente la Reina, hallamos junto a la portada la imagen de un guerrero matando a una fiera, imagen que nos muestra la mística templaria. Antes de penetrar el hombre en lo sagrado, debe combatir las pasiones, la inercia, el miedo, representados por el animal. Y en la portada, observamos una serie de columnas rematadas con un capitel con forma de cabezas humanas, con rasgos de distintas razas, que habla de otro de los ideales templarios; son los hombres-columna, verticalizados al convertirse en encarnación de ideales superiores; nada queda en ellos salvo un camino de ascenso, y su parte superior esférica, perfecta; dice también de la unión de diferentes razas y pueblos para constituir unidos en lo superior un Imperio-Confederación de hombres armonizados, objetivo de los templarios en Europa y en Oriente, y quizás también en América. (Ante el escepticismo que pueda despertar esta afirmación, deberíamos preguntar a los símbolos de reconocimiento templario en las carabelas de Colón).
Torres del Río: iglesia del Santo Sepulcro
Situada a 50 kilómetros de Eunate, entre Estella y Logroño, en los bordes de una gran falla tectónica que le da un importante valor telúrico. Como en otros lugares del Camino, también aquí carecemos de documentos que acrediten la pertenencia al Temple. Solo existe la tradición popular, la leyenda y la estructura octogonal, tan cara a los templarios.
De esta planta octogonal casi regular, su estilo es de transición románico-gótico de fines del siglo XII o comienzos del XIII, con una división en su alzado de tres paños. El último de ellos, con una rica decoración simbólica en sus capiteles: máscaras con pájaros y serpientes que susurran a sus oídos (la sabiduría que alimenta al alma alada); pájaros con el cuello entrelazado (símbolo de la unión y completura de las almas gemelas impulsadas por un mismo vuelo, por la luz del mismo ideal, amor que es fraternidad, fraternidad que es amor). Centauros disparando flechas (símbolo de los grandes sabios, como el centauro Quirón de la mitología griega, que dirigen sus anhelos, sus pensamientos hacia los más altos fines, o hacia el dominio de las fuerzas inferiores de la Naturaleza).
El resto de la estructura se completa con una torrecilla cilíndrica al oeste, frente al ábside, que alberga una escalera que da acceso al tejado, sobre cuyo centro se alza un edículo que es una maqueta a escala reducida del edificio.
En el interior, la austeridad templaria, sus paredes sin decorar, ausentes de una estética de superficie. Sin embargo, sus medidas, las figuras geométricas que traza la piedra, el silencio sobrecogedor en su interior elevan la mirada del alma y nos remontan a mundos desconocidos, a extraños recuerdos, a melancólicos anhelos de un mundo distinto del actual… La bóveda es de tipo califal, con nervios que no se cruzan en el centro y que trazan una cruz templaria.
Mirando en la penumbra encontramos un capitel que muestra dos estilizados monstruos que comparten una sola cabeza, dos ménsulas de cabeza leonina, escrutadoras, una de ellas devorando un cordero. También, un pájaro de cabeza humana y cola de serpiente, símbolo quizás de la sabiduría acabada, que asciende alada a la contemplación de las luminosas formas primeras, en el Reino de la Incesante Armonía, pero que también desciende a la tierra de la acción cotidiana y se desliza sin dificultad en sus asperezas y oquedades, guía a la acción eficaz, separa lo verdadero de lo falso, penetra la superficie de las cosas, extrayendo de ellas su quintaesencia. Inteligencia celeste ante el resplandor de la Idea, inteligencia en la acción cotidiana ante la luz del mundo, admirable símbolo del pájaro-serpiente que recordaba, a todos aquellos que con el alma serena le contemplaban, la eterna fugacidad de las cosas, pero también su oculta armonía, su belleza invisible. Entre los capiteles que sostienen el arco triunfal que da paso al ábside, y a manera de guardianes ante la bóveda celeste, nos hallamos, a la izquierda, con un «descendimiento»; y en el capitel de la derecha, “Las tres Marías ante el sepulcro vacío». En el «descendimiento», tres personajes parecen tratar de descolgar la persona del Crucificado; pero en realidad se aferran al cuerpo santo y tiran de él en distintas direcciones, como queriendo trocearlo. Representan el triángulo inferior de la psique que apresa, sepulta, mortifica y desgarra el Cristos interior (la luz de Dios en el propio corazón).
El capitel de «Las tres Marías ante el sepulcro vacío» trata de la purificación, verticalización y deificación de esta misma psique, aureolada de gracia y santidad, y de la personalidad entera como la vaciada piedra cúbica que es el abierto sepulcro. Es el estado de perfección del hombre, con el sepulcro de la personalidad abierto a la luz del sol.
En este último capitel, la tapa flota por encima sin soporte alguno, y del sepulcro cuelga un trozo del santo sudario, testigo de la presencia de Dios en el hombre. Del interior escapan formas vaporosas que se resuelven en figuras espiraladas y que dejan ver tras de sí un edificio o torre de tres cuerpos con arcadas, símbolo de la ciudad celeste, o representación de la misma capilla poligonal. Representan quizás las potencialidades ocultas en el hombre, despiertas al abrir el sepulcro de la propia personalidad egoísta potencias que participan de la naturaleza del Cielo y de la Tierra, y por ello se resuelven en la imagen sintética de la espiral.
Castrojeriz
En Burgos, pueblo eminentemente jacobeo, que duerme hoy recordando sus días gloriosos, encontramos la Colegiata de la Virgen del Manzano (cantada por Alfonso X el Sabio), restos de monasterios, y lo que más nos interesa ahora, el convento de San Antón, de origen templario, del siglo XIII, y la iglesia de San Juan, también templaria.
En la primera, el sello indiscutible del Temple en un rosetón en la fachada oeste con (ocho más cuatro) doce cruces tau (con forma de un trébol de cuatro hojas en el interior de un octógono).
La iglesia de San Juan es como una pétrea caja de resonancia espiritual. En uno de los ventanales, un pantaclo invertido, símbolo de la magia práctica, del conocimiento y dominio de los poderes ocultos de la Naturaleza, símbolo del descenso de las energías celestes en la materia, muy caro a los templarios. En el interior, es de destacar una bóveda nervada, y en la intersección de los nervios, caras circulares. Nos expresan el misterio del hombre, representado como una síntesis de fuerzas de distintas naturalezas, el hombre como una ilusión, gestado en el cruce de distintas líneas espirituales, en el impacto de distintas entidades.
Villalcázar de Sirga
En la provincia de Palencia, este pueblo surge de la llanura, dominado por una inmensa iglesia, encomienda del Temple. Se trata de un templo gótico, algo tosco en el exterior por un apedreamiento vandálico e iconoclasta. Destaca en el friso superior, en el centro, un extraño pantocrátor, donde se ha sustituido el toro por un cerdo arrodillado, en actitud de rezar a Cristo, y el león mira más bien al cerdo.
También, otro de los temas que se repiten profusamente en la catedral de León: tallos que salen de la boca de una máscara y que terminan en una flor, o en una hoja, o en fruto. Símbolo del florecimiento interior, del despliegue de las internas cualidades, que de dentro afuera sobrepasan la máscara de la personalidad. Símbolo también del poder de la palabra, de su capacidad de objetivar la Idea, de expresar lo subjetivo y producir frutos en quienes lo escuchan.
En el interior de la iglesia, tres grandes naves de piedra blanca en proporciones que emanan fuerza y sobriedad, soberbia elegancia. Esculturas de caras, una de ellas con rasgos orientales, insertadas en el muro. Capiteles pequeños, en lo alto, con imágenes de reyes que sonríen, una mujer de gran belleza, tallas de músicos celestes (que tan magistralmente se hallan en las vidrieras de la catedral de León). Cuatro vírgenes custodian el sepulcro vacío de don Juan de Pereira, caballero templario, ¿Gran Maestre?, acompañado del Infante Felipe y de doña Leonor. Delimitan las vírgenes un espacio sagrado, como antaño, en otras civilizaciones, en las tumbas de los Reyes Iniciados. Entre ellas, Ntra. Sra. la Blanca, milagrosa y celebrada por el rey Alfonso X el Sabio, sonríe enigmáticamente. En otro de los ángulos, otra Virgen, también sorprendente, pues, con el Cristo niño en la mano, está a punto de dar a luz (¿otra vez?).
Al decir de Marín y Cobreros: «El silencio luminoso de este templo, primitivo, potente, inspirado, nos habla de ideales inquebrantables, de caballería, de peregrinación; en definitiva, de búsqueda de Dios, de uno mismo».
Ponferrada
En El Bierzo. Inmensa fortaleza (más de 10.000 m2), resulta desproporcionada para la misión que desempeñaban los templarios en esta región. Porta los signos de reconocimiento con que los templarios señalaban sus «grandes tesoros». Triple muralla (símbolo de los votos de pobreza, castidad y obediencia que hacían los templarios, de las tres etapas de la alquimia, de los tres colores simbólicos, blanco de sus túnicas, rojo de sus cruces, negro del hábito de sus sargentos y de la cruz del estandarte de guerra). La cruz tau en la puerta y en sus habitaciones principales, en las torres y en la muralla.
El trazado de acuerdo a planos astronómicos. Con doce torres, todas diferentes, que tienen la forma de las constelaciones del Zodíaco, pero no en el orden natural, sino alterado, seguro para señalar un momento especial, o una canalización especial de energías, o la expresión de una Idea Celeste.
En la portada principal existió una piedra, clave de arco, donde la tau está inscrita en una gran estrella geométrica de ocho puntas y flanqueada por un sol helicoidal y por una estrella. Es la Rosa de la Regeneración Espiritual, formada por dos cuadrados entrelazados. También nos encontramos con el Bafomet, figura en forma de cabeza que era obligatorio poner en la entrada de las casas mandadas por comendadores.
¿Qué protegía esta gigantesca construcción? ¿Acaso la riqueza de yacimientos de hierro y oro? ¿O, además de estas, otras posesiones que serían confiadas a este castillo? Recordemos a Fulcanelli en sus Moradas filosofales: «El Santo Grial estaba custodiado por doce templarios (como las torres del castillo); estos doce custodios recuerdan los signos del Zodiaco».
A pocos kilómetros, siguiendo el Camino de Santiago y ya pasada Villafranca del Bierzo, nos encontramos vigilante en imponente actitud de desafío el castillo de Sarracín. Probablemente se trata del nunca encontrado Castillo de Antares. Si es así, recibe el nombre de la estrella de primera magnitud en la constelación de Escorpio, y la planta poligonal de este castillo la reproduce en su forma.
Iglesia de Santa María del Templo, Mellid. Ya en las amables tierras de Galicia nos encontramos con esta iglesia del siglo XII, en Mellid, La Coruña. De nuevo, el lenguaje indescifrado de los templarios se manifiesta en las misteriosas inscripciones en las caras interior y exterior de la arquivolta más exterior de la portada oeste. Son 48 signos repartidos en dos grupos de 24 equis, cruces invertidas, círculos, líneas curvas, rombos, enrejados, un misterioso lenguaje de figuras geométricas. Puede tratarse de símbolos, de muy profundos significados en su clave numérica. O quizá también de figuras, cristalizaciones gráficas de hondas meditaciones, y llaves a su vez de otros estados de conciencia (como lo fuera el lenguaje jeroglífico egipcio, o el «lenguaje enochiano», o los símbolos de los tatvas).
También en Mellid, en la iglesia de San Julián, templaria, el misterio nos alerta en once piedras rectangulares, a modo de friso, sobre la portada románica, con signos geométricos sin descifrar.
Iria Flavia
Hemos atravesado Santiago de Compostela y, rumbo siempre hacia el poniente, encontramos el enclave mágico de Iria Flavia, hoy apenas un barrio de la ciudad de Padrón. Importante esta en la tradición del Camino, porque en ella se halla, en la Iglesia de Santiago, el «pedrón», de ahí el nombre del pueblo donde los discípulos de Santiago habrían amarrado la barca que contenía su cuerpo santo. Esta piedra es, en realidad, una de aquellas arae solis con que los romanos sembraron las costas del Mar Tenebroso.
En la iglesia de Santa María, reedificada y actualmente con rango de colegiata y «segunda silla compostelana», encontramos una serie de cruces, repartidas rítmicamente en las paredes exterior e interior. Se trata de una serie de cruces céltico-templarias de cuatro modelos distintos. Ahora solo hay 13, pero el número original era de 27, y el que sean de distinta configuración determina quizás un recorrido de alto contenido mágico y simbólico, por el exterior e interior del templo. Paseo o danza ceremonial que reproduciría un recorrido solar, una especie de inmersión en el corazón del laberinto y resurrección radiante.
Frente a esta iglesia y junto al actual cementerio, otro mucho más antiguo con lápidas de época medieval y aun anteriores, suévicos, paleocristianos y compañeriles. Y en la piedra las perennes inscripciones de cruces paté en círculos, cruces visigodas, patas de oca dobles o sencillas, escuadras con el compás y el péndulo, etc. Imágenes que el tiempo quiere desdibujar, imágenes que susurran el misterio, que nos refieren otros tiempos, otros hombres, otros anhelos… Y en medio de ellas nos preguntamos con lacerante inquietud, otra vez más, la eterna pregunta: ¿qué es el hombre?
Noya
Pueblo rodeado de frondosas colinas, importante ya en tiempo romano, mira a la ría gallega que lleva su nombre. En él habría desembarcado Noé, cuya nieta Noela fundó la primitiva villa y a la que puso su nombre. Ciudad-término occidental del recorrido de Santiago, acuden a ella peregrinos desde tiempos inmemoriales. En el escudo de la ciudad, un arca de Noé flotando sobre las aguas y una paloma que la sobrevuela con una rama en el pico.
Lo más importante aquí es el cementerio medieval de Santa María, con las famosas y enigmáticas lápidas donde se agolpan extraños símbolos, tantos que saturan la imaginación. Y, en este cementerio, un pequeño templete cuadrangular, a cielo abierto, rodeado de tumbas y con un cruceiro en su interior, rematado en su parte superior por una bóveda piramidal, que se apoya en cuatro pilares.
Se cuenta que el templete fue donación de un soldado del Temple de regreso de las Cruzadas trayendo consigo tierra de los Santos Lugares con la que se dice que está relleno el cementerio.
Otra leyenda cuenta que el monumento fue donación de dos hermanos inseparables, «monjes del Templo del Señor de Jerusalén», que estaban combatiendo contra el infiel y quedaron separados en medio de una batalla. No volvieron a encontrarse más, a pesar de que el mayor estuvo buscando a su hermano durante siete años por tierras de moros. Al fin regresó a su tierra natal de Noya y mandó levantar el cruceiro en memoria del joven desaparecido, al que creía muerto. Pero este, al cabo de siete años, tras muchas peripecias, consiguió escapar y llegó al mismo sitio. Y mandó levantar el templete sobre el cruceiro como acción de gracias y en perpetua memoria del cariño manifestado por su hermano.
Nos sobrecoge el símbolo de la pirámide sostenida sobre cuatro pilares, y en su interior el símbolo del Hombre, el Cristo Crucificado. Las antiguas enseñanzas nos dicen que la pirámide es el símbolo perfecto del Fuego Espiritual sobre la Tierra y que representa a la Humanidad en su ascenso hacia las Ideas Celestes, a través de sus expresiones artísticas, filosóficas, científicas y místicas. Todo ello para devolver al Cristos Interior, la Luz de Dios en el corazón, que es el verdadero morador de la pirámide, representado por el Fuego. La enseñanza cabalística nos enseña que la típica inscripción INRI, que figura en la cara anterior de la cruz orientada a poniente, significa esotéricamente: Ignea Natura Renovatur Integra (toda la Naturaleza será renovada por el Fuego). En otra clave, la pirámide es un altar a la estructura y funcionalidad del sistema solar y del Logos, su última esencia. Esto queda confirmado por los dos símbolos astronómicos que aparecen en el foso de este templete, estructura que se apoya sobre los cuatro pilares y sobre los que descansa la pirámide de piedra. En el friso oeste aparecen representados cinco círculos unidos por unas bandas serpenteantes, entrelazadas geométricamente (símbolo del tiempo). Las figuras inscritas en los círculos son, sucesivamente, un trébol (esquema del ciclo solar), un libro abierto señalado por un «lapiz» (símbolo del gran libro de la Naturaleza) en el segundo; en el tercero, la imagen de un rostro con forma de luna; en el cuarto, otro libro abierto pero todo el círculo quebrado por una línea que le corta un tercio de la superficie; y en el quinto, una cara representando al Sol en tensa actitud. Quizás esté también queriendo significar el devenir cíclico de la Humanidad: las cinco humanidades de Tierra, Agua, Aire, Fuego y Éter, representando al cuerpo, la vitalidad, la psique, la mente egoísta y la inteligencia.
En el friso del lado este, mirando, pues, al poniente, la Montaña Occidental de sombras, unos grabados que representan de izquierda a derecha la figura de un hombre de rodillas y que se apoya en un gran perro, pero sujetando con la mano izquierda una correa, es decir, no lleva, sino que es llevado, mientras su rostro cadavérico se alza dolorido al cielo: el gran perro sujeto por el hombre parece morder el lomo a otro de menor tamaño (o es, quizás, un cervatillo) que le precede, quien a su vez hace lo propio con un tercero situado ante su hocico y más pequeño que él (¿un perro o qué otro cuadrúpedo?). La mirada hacia occidente, el perro que conduce, lo demacrado del hombre, nos recuerdan la vinculación de estos mismos elementos en Egipto con Anubis, el chacal, y su estrella regente Sirio, estrella que deseca las aguas de la personalidad, símbolo de la liberación del alma mediante la destrucción de los cuerpos materiales.
Quizás representen ambos frisos las dos formas de ascenso del hombre en la pirámide de la evolución: la evolución de las formas, en las sucesivas humanidades, mirando al Sol que nace, es decir, a la luz de la vida, y la evolución de la conciencia en un camino arriesgado, vertical, consumidor, mirando a la luz de occidente, a la luz del Sol que se sumerge en el Abismo, o sea, la luz de la conciencia que busca en lo más profundo de sí. El hombre de rodillas, consumido y en éxtasis de adoración es la personalidad dominada, el perro es la Mente Superior, y el ciervo, la fría llama de la intuición.
Este ha sido un breve recorrido por las construcciones y símbolos templarios en el Camino de Santiago. Puede que hayamos encontrado interpretaciones excediéndonos en el uso de imaginación, pero ¿qué es el hombre sino aquello que antes imagina? ¿No es la imaginación la facultad de tender puentes a lo desconocido, la primera puerta hacia el misterio que nos envuelve, la facultad de conocer intuitivamente aquello que la razón o la escasez de datos nos niegan? En palabras de uno de los más grandes filósofos del siglo XX, el profesor Livraga: “El hombre tiene la medida de aquello que se atreve a soñar”. Que sea este imaginario camino de símbolos templarios una ruta de ensueño que nos aproxime más hacia nosotros mismos.
JOSÉ CARLOS FERNÁNDEZ
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