ESPIRITUS ELEMENTALES

JORGE Á. LIVRAGA RIZZI

Dada la finalidad de este pequeño libro, nos referiremos ahora a las formas que asumen a la visión y percepción humanas los Elementales.

Anteriormente hemos dicho que los Espíritus de la Naturaleza tenían por cuerpos formas de energía y que no eran estrictamente físicos o materiales en la versión común del término, aunque la energía es también material y a diario nos muestra sus efectos en el plano más denso de acción.

El hecho de que la llamada «electricidad» sea energía y normalmente invisible, no quita que al correr por la superficie de un cable metálico produzca fenómenos materiales traducidos en movimiento de pesadas piezas de una máquina, que a la vez mueve o traslada toneladas de materia. Y todos conocemos los fenómenos meteorológicos que se traducen en rayos y relámpagos, centellas y «luces de San Telmo». Por otra parte, la existencia de estados vibratorios intermedios entre la energía invisible y la materia visible, hace que según se rebasan estas fronteras, “de arriba abajo», la posibilidad de observación humana de los Elementales se potencie, aun sin proponérselo. Pero normalmente los Elementales tienen su parte más densa o «cuerpo» en el plano energético, pudiendo en condiciones favorables ya citadas reflejarse hasta cierta corporeidad en las zonas etéricas, que son mezcla y enlace entre lo que podemos llamar energía –cuya característica es la carencia de forma perceptible por nuestros sentidos– y la materia, cuyas características nos son evidentes y fácilmente registrables. De ello podemos colegir que los Elementales tienen como propiedad una plasticidad mucho más «veloz» que la nuestra, siendo sus formas más inestables y dinámicas. Cuando esas formas se lentifican es cuando se corporizan y su visión se vuelve más fácil, bien por factores naturales que mencionamos anteriormente, o bien por la voluntad de quien quiera verlos, voluntad que ha de ser fuerte pero no agresiva, pues cualquier inestabilidad en ella repercute en los Espíritus de la Naturaleza y los ahuyenta hacia sus «refugios» energéticos y a los juegos ópticos propios de su extraordinario poder para disimularse en los mismos elementos en que habitan.

Aunque sus variedades son prácticamente infinitas, como también lo son las de todos los seres vivos, podemos citar algunos ejemplos clásicos de Elementales.

Los de la tierra: gnomos, hadas y enanos

Denominación extraída del griego, genomos, o ‘el que vive dentro de la tierra’. La variedad de estos Espíritus de los Elementos es, como en todos los demás, tan grande que abarca desde ciertos monstruos (que así podríamos llamarlos basándonos en el latín, en el sentido de «prodigios» o «alteraciones de lo normal», y siendo para ellos la tierra sólida el ámbito en el que se mueven, como para los humanos lo es el aire, no encuentran otra resistencia en las más duras rocas que nosotros ante las ráfagas de viento), hasta los pequeños enanos que refleja el folclore de todos los pueblos. De los primeros podemos decir que están en continuo movimiento, en expansión y retracción, pudiendo alcanzar tamaños semejantes al de los más grandes mamíferos conocidos. Los segundos, de aspecto humanoide, no suelen levantar del suelo más de un par de palmos.

Estos últimos son los más conocidos: enanos u hombrecillos inocentes, bondadosos y crueles como los niños. Carecen de toda conciencia ética y no podríamos decir de ellos que son «buenos» ni «malos».

Traviesos por naturaleza, gustan burlarse de quienes los buscan torpemente y son, en cambio, sumisos servidores de los verdaderos Magos. Aunque los tiene que haber de ambos sexos, ni las narraciones ni mi propia observación registran hembras. El aspecto suele aparentar una edad madura, aunque no representa lo que nosotros llamamos «edad», pues viven siglos y no conocen, como nosotros, los estados de niñez, adultez y vejez. Sus apariencias son siempre las mismas.

Salvo la cabeza, grande en relación con el cuerpo como en el caso de los enanos humanos, son bien proporcionados.

Van siempre vestidos y parece ser que, sobre un «patrón» de ropa a la manera campesina, copian las modas humanas que les son contemporáneas cuando nacen, y así las guardan todos los siglos que duran sus vidas. No existe apariencia de desgaste en dichas ropas, aunque no dan la sensación de ser nuevas sino arrugadas y ajadas como si fuesen muy viejas, pero indestructibles.

Aun en los mayores grados de materialización, obtenidos tan solo en condiciones especiales y en lugares no frecuentados por los humanos, no emiten sonidos ni los perciben.

Huyen del Sol y aman la luz de la Luna, de los pequeños candiles y de las luciérnagas. Apacibles, suelen estar mucho tiempo inmóviles.

Los hay no mayores que la altura de un puño, no más altos que un pulgar, como dicen los cuentos para niños. Estos son muy difíciles de percibir por los adultos, aunque ellos han de creer todo lo contrario, pues en presencia o cercanía de los humanos se «esconden» tras las cosas, en los rincones menos iluminados o, aprovechando su poder de pasar a través de la materia, en los cajones de los muebles que no han sido abiertos en mucho tiempo. Gustan de la cercanía de los niños y les sugieren lugares y posiciones para sus juguetes, bailes y cantos, rondas y juegos de escondrijos. Traviesos, hacen encantamientos psíquicos que evitan a los adultos el hallar pequeñas cosas como ser lapiceros, gafas, agujas, clavos. Retirado el «velo», se divierten viendo cómo se encuentran las cosas perdidas, a veces en lugares distintos a los que estaban, lo que presupone en ellos una cierta posibilidad de traslación, aunque es mucho más corriente que sus propios encantamientos, unidos a los desconciertos, angustias y apuros que provocan sus travesuras en los humanos, hagan que sean las mismas personas las que lleven el objeto en la mano y lo coloquen en otras partes sin ser conscientes de ello.

En las épocas de las corporaciones laborales, cuando el hombre no había automatizado su posibilidad de trabajo y cuando ponía verdadero interés en él –tal cual lo vuelven a poner los artesanos–, los pequeños gnomos eran sus invisibles compañeros de taller, sus ayudantes de tareas. En casos excepcionales, algunos ocultistas lograron con su magia hacer trabajar ejércitos de gnomos, materializados por lo menos en parte, en su auxilio; pero tal tipo de trabajos forzados desagradan a los Elementales, los que gustan tener cierta iniciativa que es un equivalente al juego o diversión.

También se han registrado en Oriente una variedad de gnomos, o simplemente mutaciones de los mismos, que llegan a tener una apariencia humana normal y que ayudan a los viajeros en los caminos, pueden hablar y dar consejos, aunque no comen ni duermen como los humanos y tampoco envejecen. En estos casos están siempre solos y son confundidos con monjes. La misma versión la encontramos en la antigua Grecia, pues los monakhós eran los emisarios de Hermes que, en las encrucijadas de los caminos, tenían sus escondrijos y cuidaban las primitivas ermitas. Se decía de ellos que no comían ni amaban, ni hablaban casi, prefiriendo hacerse entender por señales. La tradición quiere que tuviesen algo en su anatomía diferente a la de los humanos: las puntas de las orejas, lo que los emparentaba con otro tipo de Elementales de los bosques que luego fueron llamados silvanos. El típico gorro de Hermes servía para ocultar esta anormalidad, que muchas veces fue relacionada con el mito del rey con orejas de burro y dotado de poderes parapsicológicos, como Midas.

Los gnomos u hombrecillos pueden, si lo desean, trasladarse con enorme velocidad y estar instantáneamente donde quieren estar. Y así, hacen pequeños servicios a los Magos que están en relación de trabajo con ellos, como avisos en base a ligeros golpes dados en muebles, y otros que veremos más adelante. A pesar de no tener un alma en grado de diferenciación, como la humana, logran la apariencia de ella bajo la influencia de un ocultista práctico que pueda comunicarse efectivamente con ellos.

Las hadas son asimismo Elementales de la Tierra, aunque sus múltiples variedades y la tradición literaria y popular las exalta de tal manera que, en numerosos países, la denominación es sinónimo de hechicera o maga, como en la versión de la Baja Edad Media y la renacentista del mito de Merlín en la saga de Arturo, en donde Morgana aparece como un hada.

De apariencia similar a la humana, sus tamaños varían entre el diminuto y el de una persona normal.

Regidas asimismo por la Luna, gustan reunirse en lugares alejados de toda presencia humana y bailar en círculos en los prados circundados de bosques. La especial forma de reproducción de las setas, que configuran una expansión de la especie en forma de anillo, ha emparentado estos vegetales, en la tradición popular, con los círculos de las hadas. Es que, ciertamente, son las hadas muy expertas en el conocimiento de las virtudes ocultas de las plantas y de los minerales. Hábiles en encantamientos, magias y hechicerías, inspiran a los curadores naturales sus extrañas y a la vez rudas artes, en donde se mezcla la intuición con el recuerdo mutilado de una ciencia perdida. Cierta variedad está estrechamente ligada a los humanos, y en las viejas monarquías solían dar a los recién nacidos sus regalos en forma de bendiciones, o de maldiciones si había circunstancias negativas de por medio. Gustan de los niños en general, sugiriéndoles juegos y protegiéndolos de los peligros, e inspirándoles telepáticamente las acciones que los preserven vivos y alegres.

Son atraídas por las golosinas y dulces, cuyo perfume y «doble» las tienta a correr con la para ellas no siempre grata compañía humana. Gustan de los sonidos armónicos y de las figuras geométricas circulares. De aspecto femenino, no conozco si las hay varones. No son las contrapartes femeninas de los gnomos, como vulgarmente se cree, pues sus características y naturalezas son distintas y se «ignoran» los unos a los otros, como pasa con los animales de diferentes especies.

Texto extraído del libro Los Espíritus Elementales de la Naturaleza