Estoicismo en España
Autor: Juan Carlos del Río
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Filosofía en España
Nos sería difícil mencionar filósofos españoles de la historia. Algunos podríamos recordar a Ortega y Gasset. Pero aparte de él, no se nos ocurren muchos otros nombres, e incluso los más reconocidos ni siquiera los identificamos como españoles: Séneca, Averroes, Maimónides, Spinoza. Y otros, que sí lo fueron, han caído en el olvido como Luis Vives, Jaime Balmes, Baltasar Gracián o Francisco Suárez.1
Sobre ello escribe María Zambrano y dice que “habiendo habido filósofos, no ha existido la filosofía en España”. No hemos tenido una filosofía con orden y concierto, una filosofía como la germana. No significa que no tengamos nada que comunicar, ni que no tengamos pensamientos que ofrecer, sino que no hemos construido escuelas filosóficas. Nuestros sentires se han mostrado a través de individuos, no hemos fundado escuelas.
AI no tener pensamiento filosófico sistemático, el pensamiento español se muestra dispersamente en la pintura, la novela o la poesía. Existe una filosofía, e incluso una metafísica, genuinamente españolas, en las obras literarias o poéticas de la tradición. Si consideramos como auténtica filosofía libros como el Quijote, las novelas de Benito Pérez Galdós, la poesía de Machado, etc., entonces, sí ha habido filosofía española, porque la literatura española, frente a las ocasionales apariciones de obras filosóficas, sí goza de continuidad y de vigencia. Si por el contrario, hacemos uso de un concepto de filosofía más estricto y restringido, que haga referencia a un pensamiento sistemático, discursivo y racional, entonces, hemos de concluir que no hay o no ha habido filosofía en España.
En el mismo sentido que Zambrano, decía Unamuno: “abrigo cada vez más la convicción de que la filosofía española, está líquida y difusa en nuestra vida, en nuestra acción, en nuestra mística y no en sistemas filosóficos.”
España no ha tenido como base el conocimiento racional. El alma poética de España no puede encajarse dentro de un sistema filosófico. Nuestros sentires y saberes los vemos mejor situados en los refranes o en las coplas, en el saber popular. Definen más al pueblo español dichos populares como: «matar el tiempo», «quedarse viendo visiones», «armarse de paciencia» que ningún sistema estructurado de pensamiento.2
El personaje simbólico y representante de la vida y el sentir español no fue de carne y hueso sino una ilusión; Don Quijote de la Mancha. Un héroe que nos dejó una estética, un método, una lógica, una epistemología práctica de “conocer para actuar”, y sobre todo, una esperanza dentro de lo absurdo racional. Siendo vencido, venció.
Carácter estoico del pueblo español
Aparte de Don Quijote, si algún nombre de sabio vive en la memoria de nuestro pueblo, como encarnación de la sabiduría misma, es Séneca el estoico. El estilo de nuestra vida sobria, vida de hombres silenciosos enteros y pensativos, sentados a la puerta de su casa o caminando a solas con sus pensamientos, parece estar de acuerdo con esta doctrina estoica que el mundo olvida y recuerda alternativamente.
España no es un país de eruditos ni de especialistas, pero es uno de los más cultos de Europa, como apreciamos en algunos de los rasgos que definen nuestro temple:
- Fatalidad y aceptación del fracaso: esa sensación de fracaso de Don Quijote, desde el desastre de la Armada Invencible a las derrotas de la selección de fútbol, pasando por la pérdida de Cuba o de Filipinas.
- Importancia de la sociedad y la familia, donde vivir es fundamentalmente convivir.
- Un conocimiento poético que desea lograr un saber unificado, incluyendo las dimensiones racionales como las irracionales de la existencia, frente a la abstracción del pensamiento europeo.
- Conducta estoica ante los infortunios.
Cuando en España se dice, o le dicen a alguien, que «hay que ser filósofo», todo el mundo entiende que de lo que se trata es de soportar serenamente algo muy difícil. Para el pueblo español ser filósofo tiene que ver con los reveses y tropiezos de la vida, y no con el conocimiento, abstracto y racional, de instancias metafísicas. El filósofo y el sabio son en España maneras de vivir, y no de conocer, y se es más filósofo cuanto más desfavorables son las circunstancias con las que se ha de enfrentar. La filosofía no es pues un afán de saber, sino una conducta. El estoicismo constituye el fondo de nuestro ser, aquello que da unidad a nuestra historia, continuidad a nuestra moral, estilo a nuestros actos.
Para María Zambrano el nuestro es un país de estoicos. Zambrano piensa que puede detectarse este carácter estoico del español en la serenidad, la entereza y la naturalidad con las que atraviesa los trances amargos. También es indicio de la raigambre del estoicismo la peculiar manera con que popularmente se entiende la noción de filósofo o de sabio, que equivale a la profesada por los estoicos: la búsqueda de un equilibrio armónico, para la cual los españoles han inventado incluso la expresión «una de cal y otra de arena». Es saber moverse entre la relatividad sin descanso que es la vida humana.
¿El estoicismo es filosofía?
Dice Zambrano que la filosofía estoica busca el consuelo. Consuelo y alivio de la enfermedad, de la muerte de un ser querido, de la pérdida de la fortuna, del destierro, de la ausencia. Pero cuando una filosofía se preocupa de todo eso, ¿es de veras filosofía? ¿O no está ocupando el lugar de algo que no es filosófico?
El estoicismo no es ni razón sistemática, ni pura filosofía, ni religión, sino algo que participa de la naturaleza de ambas. Dice M. Zambrano que el estoicismo no es una religión, pues nos llega más allá de la confianza y del esperar3 . Mas tampoco es enteramente una filosofía, si por filosofía entendemos «el saber universal» que dijo Aristóteles. Es una mezcla de ambas, algo que siendo filosofía funciona como religión o una religión de contenido filosófico.
El estoicismo se manifiesta y surge de manera más evidente en los momentos de crisis. El ideal del estoico es el ideal del sabio: un hombre caracterizado por el autodominio, la constancia y la sencillez. El conocimiento no es un mero ejercicio de la mente, una ocupación más, sino que es la razón primera y última de vivir. La serenidad es para el estoico la virtud esencial del ser humano.
Aunque aparentemente el estoicismo nos recomienda conformarnos con cada cosa que no nos guste, no es así en realidad. Lo que propone es que si no podemos controlar lo que ocurre fuera de nosotros, ¿qué sentido práctico tiene que nos enfademos? Porque si algo caracteriza al estoico es la idea de que todo sucede de acuerdo a una profunda necesidad y una inevitable finalidad que impide tomar otra dirección.
Hablando de filosofía en España, y de estoicismo, es preciso mencionar al filósofo español considerado como el más sabio, Séneca.
Séneca
Lucio Anneo Séneca nació en Córdoba, 4 a. C. y murió en Roma, 65 d. C. Hijo de Marco Anneo Séneca, procurador imperial, que durante la guerra civil romana permaneció en Córdoba, donde casó con Helvia, una dama de noble familia. Séneca fue discípulo del pitagórico Sotión y del estoico Atalo.
Fue cuestor, pretor, senador y cónsul durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de tutor y consejero del emperador Nerón. Entre los años 54 y 62, durante los primeros años de Nerón, Séneca gobernó el Imperio romano junto con Sexto Afranio Burro. Esto le granjeó numerosos enemigos, y se vio obligado a retirarse de la primera línea política en el año 62. Acusado de participar en la conjura de Pisón contra Nerón, su antiguo alumno lo condenó a muerte, y se suicidó en el año 65.
Características de su filosofía.
Su filosofía es una terapia para el alma y un consuelo para los momentos difíciles de la vida, que conocía bien, pues siempre tuvo una salud frágil. Séneca continuamente hace alusiones a la curación. Quiere saber para enseñar, para ser útil a los demás, para consolarles, para darles remedios curativos que son sus enseñanzas filosóficas.
La terapia filosófica de Séneca pretende que confiemos la dirección del timón de nuestra alma a nuestra mejor parte, a la razón. Si lo específico del hombre es la razón, las acciones propiamente humanas serán las que tienen su origen en la parte superior del alma. La razón ennoblece al hombre, da sentido a su vida, le hace semejante a Dios; en cambio, la pasión es inmoderación, desequilibrio interior, pérdida de voluntad, y nos aleja de nuestra verdadera naturaleza. La tarea de la ética es gobernar la vida por medio de la razón.
La filosofía de Séneca es práctica. Le interesa más la filosofía como forma de vida que como especulación teórica, y gira en torno a la figura del «sabio». La sabiduría y la virtud son la meta de la vida moral. La sabiduría consiste en seguir a la naturaleza, dejándose guiar por sus leyes y ejemplos. Y la naturaleza está regida por la razón.
Obedecer a la naturaleza es obedecer a la razón, y poder de este modo ser feliz. La felicidad consiste en adaptarse a la naturaleza, y para ello mantener un temple anímico equilibrado que nos deje a salvo de las veleidades de la fortuna y de los impulsos del deseo que oscurecen la libertad.
La libertad consiste en la tranquilidad del espíritu, en la imperturbabilidad del ánimo que hace frente al destino, la ataraxia. Es vivir de acuerdo con ese “logos” que determina nuestro destino, pues necesariamente todo ocurre según el plan de la naturaleza, excluyente del azar. Solo es feliz el que, dejándose guiar por la razón, ha superado los deseos y los temores.
La virtud es la expresión de la razón, que es a su vez de la naturaleza, del logos divino. La virtud debe desearse por sí misma, no por otra cosa; el premio de la virtud es la misma vida virtuosa y razonable que nos pone al abrigo de las turbaciones. La moral exige extinguir los deseos desordenados, especialmente la ira. El sabio debe esforzarse por mantenerse impávido. No se le exige una insensibilidad, pues perdería su condición humana, pero debe soportar las adversidades.
La muerte no es un bien ni un mal, puesto que es algo inexistente. Puede ser una liberación cuando las circunstancias de la vida condenan al hombre a una esclavitud incompatible con la libertad. Entonces el hombre tiene el camino abierto para dejar la vida. Sólo ha de temerse lo incierto, pero la muerte viene con necesidad absoluta y nadie se libra de ella.
Séneca recomienda la administración del tiempo. Su moral no es la de la quietud, es la moral de la actividad; y su primera regla es el trabajo; el sabio no puede permanecer jamás inactivo, pues siempre puede hacer algo. En el estoicismo recomienda el esfuerzo por practicar la virtud y alcanzar así la suma libertad del ánimo tanto ante las dificultades y penas de la vida como ante la muerte.
Séneca español
Ha habido autores, como Américo Castro, que mostraron lo ficticio que es convertir a Séneca en español cuando ni lo era, por haber vivido más tiempo en Roma, ni tenía siquiera la posibilidad de serlo, puesto que, en el siglo I todavía no existía la nación española como tal. Pero esto no ha supuesto un impedimento para que los autores españoles de todos los siglos lo hayan rememorado continuamente, hasta integrarlo en la tradición filosófico-literaria española.
Dice M. Zambrano que Séneca es el más español de los filósofos o el más filósofo de los españoles. «Muy español fue Séneca en hallar su camino fuera de España; lo español a menudo se desarrolla mejor lejos de su origen.» Cuando le llegó la desgracia, su ánimo ya estaba preparado por esta filosofía ética.
La figura de Séneca, tan española, tan humana, es la de «curandero filosófico». Es el filósofo español «por antonomasia», porque es a quien el español dirige su mirada en los momentos de crisis y el que proporciona al pueblo una guía eficaz para proseguir su camino histórico. El estoicismo constituye el «fondo más íntimo del ser español», lo que da «unidad a su historia», «viva continuidad a la moral» y «estilo a sus actos».
«Fue Séneca un español que logró hablar, expresar en clarísimas palabras la integridad de su alma profunda, cumplir en su vida, y más en su muerte, la integridad de su destino, recorrer hasta el fin el camino que él descubriera, convertir sus contradicciones internas, reducir sus pasiones a un solo designio, hacer de su vida un camino».
Influencia en generaciones posteriores.
El estoicismo senequista ha formado parte no solo del pensamiento poético-literario, sino incluso del estrictamente filosófico.
Durante la Edad Media se pierden muchas de sus obras, pero posteriormente es recuperado, junto a las de Cicerón. Como muchas de sus enseñanzas son compatibles con la doctrina cristiana, los padres de la Iglesia como San Agustín lo citan a menudo. San Isidoro de Sevilla, influido filosóficamente por el estoico Posidonio, retoma la clasificación clásica de las disciplinas liberales de aquellos. Alfonso X el Sabio también menciona a Séneca, como el más grande filósofo español.
En cierta medida, podemos decir que Maimónides, Averroes e Ibn Arabi fueron conocedores de las ideas estoicas, posiblemente por el acceso a los textos de Séneca.
Durante el Renacimiento no fue muy conocido en España hasta que llegaron las traducciones, entre otros de Fray Luis de León. Fue admirado y venerado como un oráculo de edificación moral; un maestro de estilo literario y un modelo de vida. La influencia de Séneca se deja ver en todo el humanismo. Su afirmación de la igualdad de todos los hombres, la propugnación de una vida sobria y moderada como forma de hallar la felicidad, su desprecio a la superstición, sus opiniones antropocentristas, etc. se harían un hueco en el pensamiento renacentista.
El primer difusor de las ideas renacentistas en España, Fernando de Córdoba, fue un reconocido filósofo neoplatónico y también estoico. Citemos también a otros pensadores del Renacimiento español, posiblemente influidos por el estoicismo: fray Luis de Granada, el humanista Fernán Pérez de la Oliva, y el matemático Juan Pérez de Moya.
Las Coplas de Jorge Manrique están elaboradas sobre un pensamiento estoico, en la medida en que expresan una meditación suscitada por el dolor, y actúan a modo de consuelo. En estos versos se nos ofrece una interpretación «natural» de la vida («Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir…»), que rememora también aquella sabiduría estoica que enseña a aceptar resignadamente lo que es inevitable y natural, la muerte.
Luis Vives, filósofo y humanista, aprecia especialmente las obras de Séneca, dando muestras de ello en su obra “Introducción a la Sabiduría”. Menciona que su virtud más destacada es la “mansedumbre”, entendida como docilidad y suavidad de carácter.
Siglo de Oro: Las traducciones y comentarios sobre Séneca abundaron durante el siglo XVII. Se atribuye sentido senequista a Cervantes, a Mateo Alemán, a Calderón, a Quevedo, a muchos de nuestros místicos. Francisco de Quevedo no sólo fue lector y traductor de Séneca, sino que profesaba un estoicismo amargo. Refleja sus enseñanzas en obras como “Doctrina moral del conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas”.
Otros escritos son los «Ejercicios espirituales» de Ignacio de Loyola, que, como las Epístolas y Consolaciones de Séneca ponen de manifiesto la aniquilación del yo.
Uno de nuestros filósofos afamados, y más reconocido fuera de España, fue Baltasar Gracián. De él se puede decir sin duda alguna que es un estoico cuando nos recomienda llevar una vida regida por la virtud, basada en la naturaleza y la razón, sin dejarse conducir por la pasión. Menéndez Pelayo hablaba de él como un «moralista para laicos», en una época de teólogos.
Siglo XIX y XX.
El individualismo de Larra, sus ideas sobre la libertad y la moral y la actitud ante la muerte son también senequistas. Menéndez Pelayo fue defensor del senequismo español.
Ángel Ganivet escribe en el «Idearium»: «Cuando yo, siendo estudiante, leí las obras de Séneca me quedé aturdido y asombrado, como quien, perdida la vista y el oído, los recobrara repentina e inesperadamente». «Yo soy entusiasta admirador de Séneca», afirma en «El porvenir de España». Para el escritor granadino, la unión del pensamiento español con el senequismo constituía la expresión más íntima de la personalidad española, por lo que Séneca puede ser el símbolo más representativo de su espíritu. Ganivet consideraba que el estoicismo cristiano y su derivativo español, la mística, constituían el centro de la formación esencial de España.
Antonio Machado ha fundido como nadie la doble vertiente del estoicismo a la que Zambrano se refería. Ha aunado lo culto y lo popular. Su poesía ha quedado transcendida con el tiempo. Es un ejemplo más del sabio estoico, del poeta pensador, del filósofo poeta y en estos dos sentidos leemos su poesía.
Camilo José Cela escribió: “Séneca fue en su día el freno del mundo” y Julián Marías, al cumplirse el segundo milenio de su muerte en 1996 dijo: “Vale la pena resucitar a Séneca; porque eso significa darle nueva vida, la nuestra, con una mirada que recree su actitud, su esfuerzo, su temblor humano y mida la enorme distancia que nos separa de él”.
Para María Zambrano la tradición filosófica más arraigada en España es el estoicismo, una tradición especialmente asentada en Andalucía. Puede que se trate de una constante más bien popular, pero es una constante filosófica. Séneca es un personaje espiritual que reaparece en los momentos críticos como «guía» que señala el camino a seguir. Así, el estoicismo es considerado como sustrato de la conducta colectiva de los españoles, especialmente apreciable en las situaciones de crisis.
La filosofía de María Zambrano es una disciplina orientadora de la vida, un saber vital, como sentenciaron sus maestros Ortega y Unamuno. La filosofía debe ser una práctica ética. Por eso Zambrano gusta de aquellos filósofos que apuntaban hacia los problemas existenciales del ser humano, renunciando a un enrevesado lenguaje filosófico por acercarse más a un lector no familiarizado en la jerga filosófica, en sintonía con el pueblo.
Escuelas de filosofía en España
Para terminar esta breve exposición, me gustaría volver a la pregunta inicial: ¿existen escuelas de filosofía en España? Y como dije al principio, a lo largo de la historia no ha habido en nuestro país un interés por el estudio sistemático y abstracto de la filosofía. Pero sin embargo sí hay un interés práctico y vital por la filosofía, no como estudio teórico, sino como vivencia práctica. Y precisamente, desde donde estamos hablando, en Nueva Acrópolis, tenemos ese afán por la búsqueda de la sabiduría, no para ser más eruditos, sino para conocernos a nosotros mismos y así entender los misterios de la Naturaleza y el Universo.
NOTAS:
Bibliografía
Murcia Serrano, Inmaculada: “María Zambrano y el estoicismo senequista español”. Thémata. Revista de filosofía. Núm. 34, 2005. Páginas 271-284.
Sánchez Ortiz de Urbina, Ricardo. “Lucio Anneo Séneca”, en la Enciclopedia de la Cultura Española, tomo 5, páginas 264-265. Editora Nacional, Madrid 1968.
Zambrano, María. “El pensamiento vivo de Séneca”. Ediciones Cátedra, Madrid, 1992.
Zambrano, María. “Pensamiento y poesía en la vida española”. Web Cervantes Virtual, http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/pensamiento-y-poesia-en-la-vida-espanola–0/html/ff16a76e-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html.
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