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La búsqueda de la Felicidad ha sido siempre uno de los impulsos más legítimos del ser humano. Pero cuando uno se detiene a intentar definirla se vuelve harto difícil apresarla en conceptos racionales. Más allá de las definiciones, se nos ocurren ejemplos muy diversos de situaciones satisfactorias que identificamos como felicidad, lo conceptual cede ante lo experiencial. Aunque nos resulte difícil definir la felicidad todos reconocemos muchos momentos de felicidad.

Cada cual entiende una forma de ser feliz. Hay quienes identifican la felicidad con el placer o la satisfacción; encontraremos quienes la identifiquen con la tranquilidad o serenidad psicológica; quienes entiendan la felicidad como un estado de plenitud del alma, y quienes piensen que la felicidad no es “planta de esta tierra”. Lo cierto es que la felicidad siempre se ha identificado con una gran cantidad de aspectos que buscamos dentro de nosotros y todos a la vez. Cuando identificamos ese estado en nosotros nos sentimos felices en parte, pero nos gustaría que todos los aspectos nuestros, todas las partes que tenemos sean felices, he ahí la gran dificultad de la felicidad de ese buscar la plenitud en todas las cosas.

¿Qué sucede? Que como objetivo en la vida no siempre está claro dónde está el problema, no hay una definición concreta, no sabemos muy bien qué buscar para ser felices, y a veces ni siquiera lo buscamos.

Realmente nuestro deseo de felicidad no es muy activo, el hombre a veces ni siquiera hace cosas para ser feliz, simplemente espera a que la vida le traiga los elementos que se lo permitan.

Son muchas las cosas que se plantean en torno a la felicidad del ser humano, y lo que vamos a tratar de hacer con este pequeño librito es recoger esas pequeñas pistas y reflexiones que ha planteado la filosofía clásica a lo largo del tiempo, Tratando de aportar elementos para que cada uno se pueda trazar un mapa precioso que le sirve para recorrer el camino de la vida con un poco de felicidad. En cualquier caso, sí es segura una cosa, el hecho de que el camino lo tiene que recorrer cada cual, no parece que la felicidad sea algo que nos pueda conceder otra persona.

Un recorrido por la filosofía clásica

El objetivo de este libro no es ofrecer una historia de la filosofía en torno al tema de la felicidad y la serenidad, nada más lejos, pero un breve recorrido por algunos grandes filósofos, de sus planteamientos, será un buen preámbulo a la selección de pensamientos, máximas y reflexiones que hemos querido reunir en este ramo de tan agradable perfume.

La escuela pitagórica

Es muy interesante la manera simbólica en que la escuela pitagórica aborda el tema de la felicidad, de la mano del símbolo y el mito. Para los pitagóricos, la plenitud del hombre estaba relacionada simbólicamente con dos dioses, Orfeo y Dionisos.

De Orfeo extraían la idea de que el hombre lograría la felicidad a través de la belleza y la armonía (que también podría emparentarse con Apolo) y de Dionisos, a través de la pureza y del entusiasmo.

De la unión de esos cuatro elementos surgía la felicidad en el hombre. De la belleza y de la armonía el hombre debía extraer la proporción. El hombre que se volvía armónico, es decir bello, se volvía saludable. En el mito de Orfeo se nos habla del poder que tenía su lira, con cuya música, era capaz de apaciguar la agresividad, de dominar a las fieras, provocar la paz, curar el alma, purificar la psique de la gente, y curar las enfermedades. Esto encierra un gran simbolismo. El hombre que logra establecer una buena proporción interior, un equilibrio, de alguna manera vuelve a la salud, al centro, a la satisfacción interior y exterior. Además de esto, se hablaba de la pureza y del entusiasmo de Dionisos.

Se relacionaba el entusiasmo como Dios en nosotros, como un fuego, una suerte de fuerza luminosa que pone brillo en todas las cosas, y que eleva la conciencia del hombre rompiendo todas las trabas, todas las miserias, todos los miedos (de ahí la idea del entusiasmo relacionado con el vino, como aquello que vence las barreras entre los seres humanos).La pureza era concebida como la carencia de imperfecciones, es decir la carencia de elementos que son ajenos a nuestra naturaleza. Un mineral se entiende que es puro cuando su naturaleza está intacta, es más «autentico». Dionisos simbolizaría esa fusión entre entusiasmo y pureza.

Este planteamiento lleva a los pitagóricos a decir que el hombre feliz es el hombre sabio, pero entendiendo por sabio el que ha integrado dentro de sí pureza, entusiasmo, belleza y armonía, tornándose entonces el concepto de sabiduría no en sinónimo de vastedad o cantidad de conocimientos, sino en el saberse conducir por la vida acorde a las leyes del Universo.

El hombre tiene más posibilidades de felicidad en la medida en que sabe conducirse por la vida, y eso no es algo con lo que se nace, si bien puede existir predisposición, sino que es algo que se conquista, que hay que desarrollar, lo cual exige que el hombre se conozca a sí mismo. Esta felicidad, la del sabio, estaría en contraposición con la «felicidad» del ignorante que aún no tiene una clara noción de su existencia.

Platón

«La mezcla dosificada de placer y de sabiduría armonizados en la vida, darán como resultado la felicidad que el hombre es capaz de disfrutar e intuir.» (Platón)

Platón plantea que la felicidad absoluta no se puede conseguir en esta vida, aunque el hombre puede acceder a un cierto grado de felicidad. Esa felicidad surge de su doble naturaleza, la celeste y la terrestre. Para Platón el ser humano es un ser que no pertenece a este mundo físico, sino que ha caído del mundo celeste, el mundo de las ideas, donde existe lo Bueno, lo Justo, lo Bello. Convivirían en el hombre una parte animal, fruto del contacto con este mundo físico, y otra parte celeste, que es el alma, que tiene las «alas quebradas», y ante determinadas cosas despierta, siente una especie de cosquilleo, de recuerdo. La satisfacción que proviene del contacto con cosas bellas y justas es un recuerdo que hace al alma añorar su patria celeste, el mundo de los arquetipos.

El hombre bruto, cuya alma está excesivamente dormida, entiende por felicidad la simple satisfacción de sus apetencias, pero para el que tiene el alma despierta y añora cosas que no puede ver, la felicidad va a ser la búsqueda de elementos afines a su naturaleza superior, y buscará no tanto el placer material, sino el placer del alma. Las almas más sensibles son más felices en la medida en que estén en contacto con la belleza, la justicia, la bondad propias de su patria perdida. Platón nos va a hablar también de que en la combinación de esas dos partes, se mezclan varios metales: hierro, bronce, plata y oro, en proporciones distintas para cada ser humano. Lo importante es que cada uno encuentre y descubra su propia naturaleza, y se conozca a sí mismo para que pueda encontrar su destino en la vida.

Aristóteles

Para Aristóteles en cambio, la felicidad como Ideal no existe. A la felicidad solo se accede por la virtud, pues es la única capaz de soportar la adversidad. Aristóteles se satisface con la idea de que la vida ha de transcurrir sin mucho sufrimiento, sin mucho dolor.

Epicuro

Una etapa curiosa en la filosofía helenística la constituye Epicuro, con la búsqueda a ultranza del placer, aunque su concepto de placer difiera del de nuestros días. Epicuro no va a creer en la trascendencia ni en la inmortalidad, pero sí en la idea del alma como inteligencia o psique, considerando que lo importante es que el hombre encuentre el placer en la simple existencia. Pero para eso hay que desarrollar el placer, el placer entendido como la ausencia del dolor, conseguir que el hombre no sufra. Esto se lograría a través de la sublimación de los deseos.

Epicuro clasifica los deseos en trés tipos: el deseo natural y necesario, el deseo natural y no necesario, y el deseo que no es ni natural ni necesario. Los primeros son los que buscan la mera satisfacción de la supervivencia, evitando el sufrimiento. Serían el deseo de comida, de bebida, evitar el frío, cosas muy básicas, porque el mundo epicúreo es muy simple, y el placer se consigue teniendo pocas necesidades. Son propias de la naturaleza del cuerpo.

Los segundos son naturales, pero no necesarios, como la comida muy elaborada, o el sexo, que no son imprescindibles, no eliminan un dolor, solo eliminan lo mudable de los deseos, sin obedecer a una necesidad real y grande como el comer, por ejemplo, o eliminar una enfermedad.

Los terceros, nacen de las ideas equivocadas o vacías, como la riqueza, la gloria, los honores, la muerte…

La ascesis de los deseos, placer estable y sereno, sería la satisfacción del primer deseo, la contención en el segundo, y la erradicación de los terceros. Esta búsqueda del placer no es la mera satisfacción del cuerpo, sino la eliminación de lo que nos perturba, la simplicidad que no necesita prácticamente nada.

«Gracias sean dadas a la bienaventurada naturaleza que hizo que las cosas necesarias sean fáciles de obtener y que las cosas difíciles de alcanzar no sean necesarias.»(Epicuro)

Los epicúreos harán la observación de que hablar de placer no es hablar de los placeres viciosos o de la disipación de los que interpretan mal su doctrina, sino de no sufrir dolor en el cuerpo, ni estar perturbados en el alma.

Los estoicos

Quizás sea de los estoicos de los que tenemos más enseñanzas escritas que de una forma u otra traten el tema de la felicidad. Epicteto, Marco Aurelio, Séneca o Cicerón, son de las más recomendables lecturas para inundar de paz nuestra alma.

Para Epicteto, la felicidad dependía de la duración y la estabilidad. Un gran enemigo de esta duración y estabilidad es el deseo, por lo que se entiende que no podrían convivir deseo y felicidad

El deseo es un impulso inestable, que se escapa a la voluntad del hombre, nos hace trabajar y dirigirnos hacia una satisfacción, que cuando se logra desaparece, y cuanto más se alimenta, más necesidad crea. Es un animal insaciable, que provoca inquietud y nos esclaviza cada vez más.

Epicteto habla de cómo las cosas que dependen de nosotros pueden hacernos felices, y las que no dependen de nosotros por lo general nos conducen a la insatisfacción si nos aferramos demasiado a ellas.

«No existe nuestro bien ni nuestro mal sino en nuestra voluntad».

Para los estoicos, lo bueno y lo malo está en la actitud con la que enfrentamos el destino. No quiere decir esto que el bien y el mal sean relativos y que todo vale, sino que en nosotros está el tomarnos las cosas que nos hacen sufrir como pruebas útiles para desarrollar en nosotros aspectos que de no ser utilizados nunca saldrían a la luz; de ahí que el hombre puede enfrentarse a la adversidad dándole la vuelta, y tornando un mal en un bien.

“De todas las cosas del mundo, unas dependen de nosotros y otras no. Dependen de nosotros nuestros juicios, opiniones, movimientos, deseos, inclinaciones, nuestros actos. No dependen el cuerpo, los bienes materiales, la fama, los honores. Lo que depende de nosotros son libres por su propia naturaleza, y las que no dependen son débiles, esclavas sujetas al destino y a mil circunstancias e inconvenientes, ajenas por completo a nosotros. Recuerda pues que si tomas por libres las cosas que por su naturaleza son esclavas y por propias las que dependen de otros no encontrarás nada más que obstáculos por doquier, te sentirás turbado y entristecido a cada paso y tu vida será una lamentación continua contra los hombres y contra los dioses.”

Para Epicteto el hombre será feliz si se esfuerza en lo que depende de él. Nos exhorta a ser felices en el esfuerzo, en el camino, y no a motivarnos por medio de la recompensa. En Occidente hemos renegado del esfuerzo y del trabajo, consideramos que es un «castigo divino». Pero en verdad el esfuerzo y la dificultad en el camino no son negativos, la felicidad está en cómo recorramos ese camino. No es en el final en donde se cristaliza la felicidad, sino que esta se halla oculta tras cada recodo de nuestra vida, dependiendo siempre de cómo la vivamos y nos hayamos realizado en cada momento.

Sigue diciendo Epicteto:

“Guárdate mucho viendo a alguno colmado de honores, o alcanzar las más elevadas dignidades de considerarlo como un hombre feliz”. Porque si la esencia del verdadero bien está en las cosas que dependen de nosotros, ni la envidia ni la emulación ni el deseo tendrán cabida en ti, y no desearás ser general ni senador, ni cónsul, sino libre«.

“Es infeliz el caballo por no poder cantar.” Lo sería en todo caso por no poder correr libremente. ¿lo es el perro por no poder volar? Tampoco. Lo que tal vez deplorase sería la falta de sentimiento. ¿Será desgraciado el hombre por no poder despedazar leones y no poder hacer otras grandes empresas contrarias a su naturaleza? De ninguna manera. Porque no fue creado para tales cosas, pero si será desgraciado y como tal debe considerarse si pierde el pudor, la bondad, la fidelidad, la justicia, y otras excelencias que imprimieron en su alma los dioses.?

El hombre será feliz en la medida en que desarrolle su naturaleza humana, no la animal, sino la que le diferencia, es decir, la conciencia de sí mismo y su capacidad de reflexión sobre la vida.

Marco Aurelio, el Emperador escribió:

“Si cumples tu cometido en el presente con la recta razón, con cuidado, alegría y serenidad, sin distraerte en nada extraño, si conservas puro el ingenio divino que te anima, como si tuvieras que restituirlo en cualquier instante, si unes a estas excelencias el no verte atado por el deseo o el temor, si te limitas o haces lo que haces conforme a la naturaleza de tu ser y decir sencillamente la verdad en todos tus discursos, en todas tus palabras, vivirás feliz, y ciertamente nadie podrá impedir el que te conduzcas de este modo.”

Séneca va a ser uno de los filósofos que más va a escribir de la felicidad interior del ser humano. Nos recuerda que las pasiones no van a conducir al hombre a la felicidad, estableciendo una diferencia entre el impulso desbocado de la pasión y la pasión del alma, o la afección por las cosas sensibles, (ese gusto que nos conmueve a la búsqueda de determinadas cosas, pero siempre controlado y guiado por el ser humano). Es pasión abandonarse a las sensaciones y permitir un movimiento fortuito, no racional. Séneca habla del mal humor, de la tormentas interiores que afloran y nublan la felicidad parcial del hombre:

“Para no encolerizarse con cada ser humano hay que perdonarles a todos, hay que conceder el perdón al ser humano, si te encolerizas con los jóvenes y los viejos por sus errores, hazlo también con los niños pues lo harán.”

Cada uno tiene que llevar su camino, y no lamentarse ante lo inevitable. Se trata del difícil arte de vivir y dejar vivir.

“Es una vida feliz la que va con la propia naturaleza. Esta no puede ser si la mente no es cuerda, y si es decidida y apasionada y sublime en sus sentimientos, si se adapta a las circunstancias, y no está preocupada por su cuerpo, está pendiente de las cosas que constituyen la vida sin sentir admiración por ninguna, dispuesta a utilizar los bienes de la fortuna y no esclavizarse a ellos”.

El resultado es una serenidad perpetua, la libertad, el saber afrontar el destino. Esto es continuo en los estoicos. Piensan que la fortuna, el azar, es una rueda presta para presentarnos trabajos, dificultades, donde el problema no es la experiencia que viva el hombre, sino el que vayamos construyéndonos a nosotros mismos, aceptando el destino, siendo feliz sencillamente con todo lo que sucede, siendo todo una prueba para crecer, para demostrarnos lo que somos. No está la felicidad en eludir la dificultad. La felicidad sabe enfrentar y resolver el conflicto, no porque siempre sale airosa, sino porque sabe navegar a través de ellos.

Plotino

Plotino también plantea que la felicidad es un estado de conciencia que no depende de los hechos, sino de cómo afrontamos esta vida. Encontramos personajes históricos que han sido felices y sin embargo han tenido una flecha clavada en el pecho, o han estado sufriendo penalidades, y otros que lo han tenido todo, pero se han sentido vacíos. Plotino diferencia entre el placer, el bienestar y la felicidad. Habla, desarrollando a Platón y a Pitágoras, de que en el hombre hay una doble naturaleza, un yo superior y un yo inferior animal. Cada una de esas partes busca una serie de satisfacciones. El placer sería la satisfacción más sencilla, más simple; el bienestar sería una cierta tranquilidad y serenidad psicológica, pero ni en el placer ni en el bienestar estaría la verdadera felicidad, sino que estaría en un estado superior de conciencia, que se complace en la vida intelectual, espiritual, en el desarrollar una serie de cualidades profundas.

La felicidad es ese estado de conciencia del yo superior que busca el filósofo, que aunque en conflicto con el inferior, está por encima de las vicisitudes de la vida, vence los miedos y se enfrenta a la vida como si fuera un teatro donde todo es “falso”, donde todo pasa y queda solo el poso, la experiencia. El estado final del filósofo es la serenidad, no le afectan los conflictos, aunque se vea obligado a resolverlos.

Boecio

Boecio, en el siglo VI plantea que solo la filosofía puede consolar el sufrimiento del hombre. En su libro “La consolación de la Filosofía”, se produce un diálogo entre su personaje y la filosofía, que se presenta para consolarle, porque está preso y sufriendo. La filosofía le reprocha que se haya olvidado de ella y se esclavice a sus lamentaciones, siendo como es aquella la verdadera fuente de felicidad. Le recuerda que el filósofo ha de seguir la escala de la sabiduría, conduciéndose en la vida, ocupando su lugar, y venciendo sus miedos.

Giordano Bruno

Por último nombrar a Giordano Bruno, que habla de la importancia de la imaginación en el desarrollo y la búsqueda de la plenitud del hombre. El Hombre debe cuidar su imaginación, las imágenes que se producen en su mente, sus pensamientos, pues son la óptica de su interpretación de la vida y polarizan el resto de los aspectos del ser humano. Dependiendo de las imágenes con que se rodea, del ambiente, objetos, sonidos, etc., va creando una polarización del orden, del equilibrio de toda nuestra naturaleza, siendo tal la fuerza del pensamiento que puede incluso modificar los acontecimientos. Nos aconseja el optimismo antes que el pesimismo dado que las imágenes mentales condicionan lo que sucede en la vida como un imán tremendo, con un cierto poder sobre nuestro propio futuro.

Son muchos los elementos de la filosofía que aportan pistas al hombre para su felicidad.

Como conclusión, diremos que quizás de tantos consejos y enseñanzas, podamos extraer aquello que nos ayude a construir el filósofo dentro de nosotros, ese que sabe, que busca y encuentra la felicidad, cubriendo las necesidades básicas en la medida de lo posible, pero siempre apoyándose en elementos trascendentes y sublimes que impulsan el alma a una felicidad estable y duradera