Ibn Hazm, filósofo cordobés se refería frecuentemente a la Filosofía como la ciencia y arte de hallar las causas de la salud y armonía, la filosofía como Medicina de las Almas.

Para él, como para la mayor parte de los verdaderos filósofos de la antigüedad clásica, es la filosofía al alma como la medicina a los cuerpos. Es el conocimiento y vivencias armónicas de sí y el entorno similar a la salud de los organismos. No hay mayor ruptura de la armonía que la ignorancia de vida que lleva a la pérdida de la conciencia moral.

La sabiduría lleva a la reinserción en la corriente vital que da salud a las almas y a los cuerpos. La ignorancia y deformación moral llevan a la insensibilidad, al hombre objeto, a la masa humana, carne de esclavitud y de manipulación.

Ibn Hazm fue certero en sus juicios cuando escribió “El libro de los caracteres y de la conducta, de la medicina de las almas” allí declara hacer frente a las manipuladas corrientes de opinión y pensar por sí mismo, tener criterio propio que es el único modo de ejercer la libertad. Dice en esta obra, traducida al castellano por Miguel Asín Palacios:

“En cuanto a la acusación que contra mí lanzan mis enemigos, diciendo que cuando yo tengo una cosa por verdadera no me importa el ponerme enfrente de cualesquiera, aunque estos cualesquiera sean todos los hombres que ocupan la superficie de la tierra, y que tampoco me cuido de acomodarme a muchos de los usos y costumbres adoptados sin causa razonable por mis compatriotas, esta cualidad de que me acusan es para mí una de mis mayores virtudes, que no sufre comparación con ninguna otra de mis cualidades(…) Y lo mismo aconsejo a todo aquel a quien lleguen estas palabras mías: ningún provecho sacará de seguir a los demás en las cosas vanas y superfluas, cuando con ello provoque la ira de Dios o defraude los fueros de su propia razón o se perjudique en el alma o en el cuerpo o se imponga un trabajo penoso, completamente inútil”.

Ibn HazmEn este libro, Ibn Hazm (994- 1064), que tantas dificultades y vicisitudes tuvo que presenciar, condensa sus enseñanzas de vida. El filósofo, que fue testigo del fin de los omeyas y de la guerra civil que arruinó la otrora capital del mundo, trata en la soledad de su retiro de preguntarle a la Vida, poderosa esfinge, y halla en ella respuestas, perlas de sabiduría:

El que crea poder estar libre de las maledicencias y calumnias de las gentes es un loco.

No desdeñes al que busque tu amistad; porque, en cierto modo, es una injusticia y una indignidad el no corresponder a la benevolencia del prójimo con tu benevolencia.

Los buenos amigos no se adquieren, sino mediante la dulzura de carácter, la liberalidad, la paciencia, la fidelidad, mostrándoles un afecto sincero, haciéndoles copartícipes de todo lo que poseemos, absteniéndonos de molestarlos con peticiones, dándoles, en cambio, cuanto tengamos con espontánea generosidad, comunicándoles nuestra ciencia, y, en general, mediante todo linaje de cualidades laudables.

No contraigas con tus amigos ni parentesco ni relaciones de comercio, pues jamás he visto que ambas cosas produjeran otro resultado que la ruptura de la amistad.

La constancia, que equivale a la seriedad o formalidad en los compromisos, y la constancia, que equivale a la obstinación, se asemejan tanto entre sí, que sólo es capaz de distinguirlas el que conoce bien la modalidad de los hábitos morales.

Cuatro son los elementos de que se componen todas las virtudes: justicia, ciencia, fortaleza y generosidad.

El deseo de celebridad es un deseo de ilusión, un deseo de algo que carece de sentido, un deseo de algo perfectamente inútil. Lo único que el hombre discreto debe desear es aumentar el caudal de sus virtudes y de sus buenas obras, con el cual se hará acreedor a la fama, al elogio, a la alabanza y a la gloria propios de la virtud, y aproximándose más y más a su Creador, conseguirá hacerse digno a sus ojos del verdadero renombre, del renombre provechoso, cuya utilidad perdurará sin menoscabo por eternidad de eternidades…

Ibn Hazm dedicó su juventud a la política y a la poesía. Su padre formó parte de los colaboradores directos de Almanzor y él mismo escribe de este caudillo militar recuerdos memorables. Sumido en el caos civil y enfrentamientos de árabes y bereberes que siguió a la muerte de Almanzor y al asesinato de Abdalmalic, sirvió como visir en Córdoba en el gobierno de Abderrahman V durante mes y medio, pues Abderrahmán fue ejecutado y él encarcelado.

Amargado de la política, dedicó el resto de su vida, siempre perseguido y censurado, a los estudios jurídicos y teológicos, históricos y literarios. El cortesano se convirtió en moralista radical. Se dice que llegó a escribir más de 80.000 páginas, que componían más de 400 volúmenes entre los que destaca su Fisal o Historia crítica de las ideas religiosas, una verdadera enciclopedia crítica y comentada de las creencias religiosas.

Sin embargo, una de sus obras más conocidas fue escrita en su juventud. Es “El collar de la paloma”, tratado sobre el amor en que además de profundizar en la filosofía platónica y el amor cortés, traza un cuadro costumbrista de sin igual valía y gracia. Es en estas páginas que recuerda a Córdoba, su ciudad natal, joya de al-Andalus y capital del mundo islámico; y también su derrumbamiento, desgarrada por la codicia y fanatismo, en una guerra civil de amargos frutos.

«Uno de los que han venido hace poco de Córdoba, a quien yo pedí noticias de ella, me contó cómo había visto nuestras casas de Balat Mugit, a la parte de poniente de la ciudad. Sus huellas se han borrado, sus vestigios han desaparecido, y apenas se sabe dónde están. La ruina lo ha trastocado todo. La prosperidad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad espantosa; la belleza, en desparramados escombros; la tranquilidad, en encrucijadas aterradoras. Ahora son asilo de los lobos, juguete de los ogros, diversión de los genios y cubil de las fieras los parajes que habitaron hombres como leones y vírgenes como estatuas de marfil, que vivían entre delicias sin cuento. Su reunión ha quedado deshecha, y ellos esparcidos en mil direcciones. Aquellas salas llenas de letreros, aquellos adornados gabinetes, que brillaban como el sol y que con la sola contemplación de su hermosura ahuyentaban la tristeza, ahora invadidos por la desolación y cubiertos de ruina son como abiertas fauces de bestias feroces que anuncian lo caedizo que es este mundo; te hacen ver el fin que aguarda a sus moradores; te hacen saber a dónde va a parar todo lo que en él ves, y te hacen desistir de desearlo, después de haberte hecho desistir durante mucho tiempo de abandonarlo.

Todo esto me ha hecho recordar los días que pasé en aquellas casas, los placeres que gocé en ellas y los meses de mi mocedad que allí transcurrieron entre jóvenes vírgenes como aquellas a que se inclinan los hombres magnánimos. Me he imaginado en mi interior cómo estarán estas vírgenes debajo de tierra, o en posadas lejanas y comarcas remotas desde que las separó la mano del destierro y las dispersó el brazo de la distancia. Se ha presentado ante mis ojos la ruina de aquella alcazaba, cuya belleza y ornato conocí en tiempos, pues en ella me crié en medio de sólidas instituciones, y la soledad de aquellos patios que eran antes angostos para contener tanta gente como por ellos discurría. Me ha parecido oír en ellos el canto del búho y de la lechuza, cuando antes no se oía más que el movimiento de aquellas muchedumbres entre las cuales me crié dentro de sus muros. Antes la noche era en ellos prolongación del día por el trasiego de sus habitantes y el ir y venir de sus inquilinos; pero ahora el día es en ellos prolongación de la noche en silencio y abandono. Mis ojos han llorado, mi corazón se ha dolorido, mis entrañas han sido lastimadas por estas piedras, mi alma ha aumentado en angustia……”

José Carlos Fernández