Un grupo de socios de Nueva Acrópolis realizó, en los primeros días del otoño, un viaje de fin de semana a Mérida, una de las poblaciones romanas más florecientes de su época a la que sus antiguos pobladores romanos bautizaron con el nombre de EMERITA AUGUSTA. Esta bella localidad extremeña fue fundada en el año 25 a.C. por el Emperador Augusto y se asienta junto a dos ríos, el Guadiana y el Albarregas. Tras el período visigodo sufrió un considerable declive quedando prácticamente relegada durante siglos, aunque desde 1983 Mérida ha recobrado el pulso de su grandeza ya que en diciembre de ese mismo año fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Nueva Acrópolis - MéridaNada más llegar a la ciudad, la historia nos saluda. Una estatua del Emperador Augusto, situado en uno de los extremos del puente de Calatrava, nos recuerda que Mérida fue capital de la región Lusitania, convirtiéndose así en centro administrativo, jurídico, económico, militar y cultural.

Nuestra primera visita es al antiguo Templo de Marte, sobre cuyos restos se levanta hoy una capilla dedicada a Santa Eulalia, patrona de la ciudad. Aún se pueden observar restos de su antigua ornamentación en los dinteles de sus columnas, con frisos adosados repletos de símbolos como hachas, corazas, elementos de combate, ruedas de carro, piezas de armaduras… y también animales como el gallo o el lobo, representaciones zoomórficas de la fuerza poderosa del señor de la guerra.

Pasear por Mérida es como entrar en una especie de túnel del tiempo, en donde los escenarios que dan vida a la historia son sus propias calles, impregnadas aún de vivencias y recuerdos. Entre modernos edificios se encuentra hoy el Templo dedicado a Diana, la diosa cazadora. O el Arco de Trajano, soberbio monumento bajo cuya bóveda de piedras centenarias pasaron alguna vez, cruzando el arco de la victoria, centurias de soldados. Desnuda está la piedra revestida en otra época de láminas del más exquisito mármol y es que ella al igual que el hombre, se despoja de su vestidura, su cárcel terrenal, para mostrar limpia y pura, aquello que es inmortal: el alma.

Un paseo nocturno por el Puente Romano que corona el río Guadiana puso fin a nuestra primera jornada. Desde 1993 es exclusivamente peatonal y aunque ha sido objeto de numerosas reconstrucciones, las primeras de las cuales se remontan a época visigoda, debe sin embargo su estado actual a la llevada a cabo durante el siglo XIX.

En las primeras horas del domingo nos dirigimos a la Casa Romana del Mitreo que recibe este nombre por las inmediaciones con la actual plaza de toros, donde se han encontrado restos arqueológicos relacionados con el culto al dios Mitra, mediador entre el cielo y la tierra, llamado por sus fieles «la luz del mundo», símbolo de la verdad, la justicia y lealtad. Por todo ello, algunos investigadores relacionan el conjunto arquitectónico con la posible existencia de un santuario mitraico. Numerosos y bellos son los mosaicos que pueden admirarse en la Casa del Mitreo, todos ellos reproduciendo fielmente los motivos tradicionales de la musivaria romana. Pero solo uno entre todos, el de mayor envergadura, es objeto de numerosas investigaciones y estudios. Es el mosaico Cosmogónico, obra de compleja composición que acapara la atención de los visitantes. Los personajes, representaciones divinas en su mayoría, se distribuyen en diferentes alturas con movimientos precisos que, lejos de dar al conjunto sensación de caos o desorden, lo armonizan, siendo cada uno de sus elementos parte inequívoca de un todo. Este mosaico despliega una amplia y rica gama de colores, consiguiendo recrear con precisión lo sutiles movimientos de los vestidos a través de series degradadas y estrategias tonales.

Cautivados aún por la belleza de la Casa del Mitreo, nos dirigimos hacia el Teatro Romano. Las gradas guardan en su memoria de piedra roída por los siglos, recuerdos de poesías, tragedias, comedias o piezas de oratoria. El teatro clásico tiene la poderosa virtud de provocar una transmutación en el espectador, un estado que deambula entre lo real y la ilusión, las dos orillas de la existencia. Y cuidadosamente esparcidos por el recinto, se distribuyen grupos escultóricos de dioses cuyos originales podemos encontrar en el Museo Nacional de Arte Romano, uno de los mejores y más completos de España que fue inaugurado en septiembre de 1986.

El edificio, obra del arquitecto Rafael Moneo, estructura la exposición en tres alturas: una planta baja con grandes esculturas a la izquierda y al fondo y naves transversales a la derecha con piezas de todo tipo; una segunda con vitrinas de pared que recogen piezas de hueso, vidrio, cerámica y monedas; y una última planta que nos muestra mosaicos adosados a la pared para que puedan admirarse en todo su esplendor. A través de la denominada Cripta (lugar donde se han depositado los restos encontrados en la construcción del museo) podemos acceder al conjunto arqueológico que forman el Teatro y anfiteatro romanos. Y también en la planta baja accedemos a una nave dedicada a la vida privada, así como a la vida oficial de los habitantes de la ciudad. Retratos imperiales (Augusto, Tiberio, etc.), lápidas conmemorativas de la inauguración del Anfiteatro, iconografía de los edificios de espectáculos (teatro, anfiteatro, circo), historia arquitectónica del teatro o la efigie del genio de la colonia son algunas de las piezas que podemos encontrar.

Y con este recorrido por los corredores y salas del Museo finalizó nuestro viaje. La visita a Mérida estuvo cargada de momentos de íntimo recogimiento. Durante dos días nos zambullimos en un período brillante de la historia de esta ciudad y en cierto modo, en un período de nuestra propia historia. Emérita Augusta es un viaje en el tiempo, es participar, aunque solo sea por unos momentos, del sueño de un imperio: Roma.