Para estudiar el mundo antiguo es necesario profundizar algunos conceptos que marcaban el proceder del ser humano en sus relaciones sociales o políticas. Uno de esos conceptos fundamentales es el de oikos, del griego οἶκος, el equivalente al término “casa” en la Grecia Antigua, pero que tiene otras significaciones mucho más amplias e importantes en el mundo antiguo, de las que podemos rastrear su huella hasta los albores de la edad contemporánea.

El oikos, en una primera lectura, era una unidad económica y social autárquica, el centro a cuyo alrededor estaba organizada la vida cotidiana, un eje a partir del cual no solo se satisfacían las necesidades materiales sino también las normas y los valores éticos, los deberes, obligaciones y responsabilidades, las relaciones sociales y las relaciones con los dioses.

Antigua GreciaSiguiendo a P. Soriano[1], la palabra oikos proviene de las vigas maestras de madera que sostenían todo el maderamen de la chimenea. El concepto de familia, dice, se divide en Grecia en dos palabras: oikos que significa la propiedad del jefe de familia (el telestai micénico), en donde se incluye a sus miembros, los esclavos, los animales y las cosas de valor, y el génos, que significa la pertenencia por filiación sanguínea a un grupo mayor que comparte el mismo antepasado genitor. De la palabra oikos deriva la palabra oikia que se refiere a la edificación que alberga al grupo doméstico, oikeios los familiares y oiketai a los servidores. El Oikos (grupo doméstico, casa) entonces, se complementa con la eschara (hogar) materializados por un eje vertical central en la edificación, que representaba el centro del mundo existencial de la familia. Incluso, existe otra palabra griega que servía para referirse a la familia, es la palabra epistion, que significaba lo que está cerca del hogar.

El oikos está íntimamente relacionado con los grupos aristocráticos. Las comunidades griegas[2] estaban formadas por grupos consanguíneos, con vidas aisladas unos de otros y con un territorio sobre el que se consolida el poder de los basileis, que capitalizan a su favor las relaciones gentilicias. La situación social de sus miembros venía dada por su parentesco y por la pertenencia o no al oikos. Esto entra en conflicto con otro concepto fundamental en el mundo griego que es el de polis. El cambio de un sistema político-social por otro, el paso del oikos a la polis supone un cambio sustancial en la sociedad griega que Solón[3] describe de la siguiente forma:

Así, pues, los atenienses durante mucho tiempo compartieron la vida en el campo en un régimen autonómico, y, una vez que se unificaron políticamente, aun así, la mayor parte de ellos, tanto antiguamente como después, hasta nuestra guerra, siguieron viviendo en los campos con toda su familia debido a la fuerza de la costumbre… soportaban mal el dejar sus casas y sus templos, que siempre habían sido suyos como una herencia de sus padres desde los tiempos de su antigua organización política…”

El sinecismo[4] o proceso histórico por el cual una serie de grupos o poblaciones antes separados se unen formando o una ciudad-estado y que supuso la aparición de las polis en la Antigua Grecia, no significó la unificación urbana de las poblaciones del Ática, sino un proceso específicamente de orden político. En etapas sucesivas, identificadas con los héroes epónimos de los aristoi de Atenas, Cecrope y Teseo, se formaron asociaciones menores en núcleos de población dispersos, que se agrupaban en un sistema propio del oikos aristocrático, para concluir en un orden político que integraba a toda la población del Ática en un única polis. Con Solón, la parcela de tierra deja de ser el signo concreto de la ciudadanía, y con Clístenes, el nombre que habla de la pertenencia al grupo de los hombres libres ya no es el oikos, sino el demo.

Clístenes y sus asesores terminaron por demoler el sistema de oikos, suplantándolo por una audaz y radical forma de gobierno. El aspecto más radicalmente innovador fue la abolición de las tradicionales divisiones tribales de génos y fratías de la población, con sus oportunidades de clientelismo aristocrático, reorganizando a los ciudadanos en demos, locales y territoriales.

Las fuentes

Las primeras referencias literarias del concepto de oikos las encontramos en las obras de Jenofonte y Aristóteles. Ambas reflejan la mentalidad griega del siglo IV a.C. En su obra Económico[5] Jenofonte, a través de las palabras de Sócrates, se refiere al oikos como la administración de la hacienda, equiparándola a un saber o ciencia del mismo nivel que la medicina.

1 – En cierta ocasión le oí mantener la siguiente conversación sobre la administración de una casa: — Dime, Critobulo, preguntó, ¿es acaso la administración de una casa el nombre de un saber, como la medicina, la herrería y la carpintería? — Yo creo que sí, respondió Critobulo.
2 – Y de la misma manera que podríamos señalar la actividad de cada una de esas artes, ¿podríamos también decir cuál es la propia de la administración? — Me parece, dijo Critobulo, que la actividad propia de un buen administrador es administrar bien su propia hacienda.

Aristóteles, en su texto Política[6] además de hablar sobre la administración de la casa, “pues toda ciudad se compone de casas”, lleva su discurso a la comparación entre la comunidad proveniente del oikos y la comunidad que se genera en la polis, entre la comunidad familiar y la comunidad política. Sitúa al mismo nivel al gobernante de una ciudad que al administrador de su casa, “en la idea de que en nada difiere una casa grande de una ciudad pequeña”. La comunidad constituida naturalmente para la vida de cada día es la casa y la comunidad resultante por la unión de varias casas es la aldea.

El hombre, dice Aristóteles, es un ser social, “más que cualquier abeja y que cualquier animal gregario”, ya que es el único animal que tiene palabra, que tiene voz, para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, lo justo de lo injusto, el sentido del bien y del mal y demás valores. El hombre necesita vivir en comunidad de alguna forma, ya que “el que no puede vivir en comunidad, o no necesita nada por su propia suficiencia, no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios”.

La idea del oikos está relacionada con la herencia de la propiedad, el legado testamentario que en la Antigua Grecia tenía su procedimiento establecido. Según S. Perea Yébenes[7], si el varón ateniense tenía cierto patrimonio en propiedad, pero no tenía hijos varones, según la legislación de Solón, podía adoptar a un varón al que traspasar sus bienes por testamento. El padre buscaba con ello transmitir su patrimonio a alguien de confianza, generalmente un pariente […] El hijo adoptivo, cualquiera que sea su edad, debía ser incluido en el “registro civil” del demo del padre adoptante, haciendo los ritos habituales, como cuando un hijo propio alcanza la mayoría de edad. Ello significaba – para todas las partes – que se admitía la entrada de ese varón en la familia “patrimonial”, en el oikos, sobre todo en el aspecto legal, que era el prioritario, y consecuentemente quedaba roto el vínculo legal/jurídico del varón adoptado con su padre natural, si es que estaba vivo.

El estudio del oikos no ha escapado del ámbito artístico teatral y así E. Grüner[8] investiga la dimensión política de la Tragedia griega y relaciona el oikos con el fundamento arcaico que excede a la Ley y no puede ser completamente sometido a ella. En la Tragedia, dice, se hace sentir la necesidad de esa negación del oikos, del fundamento arcaico y singular, y la necesidad de generación de un orden exclusivamente “político” en el sentido más o menos moderno: de un Logos “consciente” y activamente humano, que opere una eficaz represión de aquel fundamento, de aquel “afuera del discurso”.

La Tragedia, dice, es una suerte de antropología de lo político, situada en la transición conflictiva entre la cultura basada en el sacrificio (orden “arcaico”) y un orden racional. Representada en la figura de Edipo, ese héroe “anómalo” y “laico” que no se somete a la tradición sagrada, enigmática e indescifrable representada por la Esfinge, inaugura un orden político desacralizado que se aparta del fundamento arcaico y disocia la polis del oikos, crea una Ley pretendidamente universal a la que debe someterse toda singularidad.

Los dioses del oikos

El oikos tiene una dimensión profana y una dimensión sagrada. La dimensión sagrada está marcada por los dioses que establecen la relación entre lo que está dentro y lo que está fuera de la casa. El hombre griego, en el devenir de su periplo a lo largo del mundo conocido, siempre regresa a la calidez de la diosa del hogar, que siempre espera escuchar sus relatos. Son principalmente cuatro dioses los que aportan elementos puntuales a ésta.[9]

Cibeles se representa siempre usando Kalathos, una especie de corona amurallada. Las murallas se usaban para proteger la ciudad contra posibles invasores, y por tanto ella era la protectora de todo aquello que se mantenía en el interior de la polis: como las casas, las cosechas y las riquezas. Cibeles marcó el límite entre el interior y el exterior, y demarcó las fronteras entre lo salvaje y aquello que ha sido cultivado o mantenido dentro de la sociedad.

Hestia fue literalmente la diosa del oikos, quien cuidaba del interior del hogar. Dentro de sus características, aparece como la representación de un núcleo circunscrito, y según Jean-Pierre Vernant, tenía el rol de contener en el hogar al grupo humano. “El rol de Hestia era hacer del hogar un centro estable, permanente, un interior donde se acumulen, bajo la custodia de la diosa, las riquezas atesoradas en el fondo de la morada”[10]. Hestia era cálida, acogedora, dedicada al cuidado de su estado juvenil como representación pacífica de la pureza y el autocontrol necesarios en una mujer para, en un futuro, ser buena administradora.

Hermes es el proveedor y comerciante, el pastor que aporta todo aquello que se cultiva en el exterior, dedicado a diversas labores públicas que le exigen un constante tránsito entre el interior y el exterior. Dice J. P. Vernant que Hermes era el amo de las transacciones y transiciones de toda clase, era pastor, guía, mensajero, comerciante, patrono de los encuentros y los cambios, incluso de las palabras y las riquezas. “Atravesando muros y puertas, franqueando fronteras conduce a los vivos hasta la morada de los muertos; permite pasar de la vigilia al sueño; preside en la cámara de bodas la noche que transforma a la virgen en esposa, sigue de ida y de vuelta el camino que conduce de los dioses a los hombres” . Siguiendo a F. Schwarz[11], el dios Hermes es la divinidad protectora de lo que es específicamente humano: la imaginación. Es el Dios del examen interior, aclara los límites de las casas, establece las justas dimensiones, da la visión del lazo entre las cosas, rige la ciencia de las analogías, es decir el pensamiento simbólico. Es el guía de los desplazamientos, el que, en las puertas de las casas, es el guardián de su integridad, así como el dios de los goznes, él asegura las aperturas. Se mueve constantemente en un espacio intermediario y él es el mediador. Ya sea a nivel del casamiento, de los viajes o de la palabra.

Deméter, a diferencia de Hestia, aparece entregada a los dones de su fertilidad, tanto en el ámbito doméstico como en función de las labores agrícolas, las cuales dependieron de la procreación y el cultivo ordenado, no sólo de las tierras, sino también de los hijos. Agricultura y crianza de los hijos, ambas estrechamente relacionadas con la supervivencia, la extensión de la especie, la formación de la cultura griega, y el cultivo del amor por la tierra de los ciudadanos griegos. Según el canto homérico, Perséfone, hija de Deméter, fue raptada, llevada al Hades, y en medio de la profunda tristeza la tierra quedó desolada. Zeus busca la conciliación, de modo que en primavera sube la savia de las plantas y Deméter, feliz, cubre la tierra con un manto de vegetación durante el verano hasta que las semillas caen al suelo y se hunden en la tierra. Después del rapto, el vínculo que une a Deméter con Hades es la tierra. En palabras de P. Grimal[12], el oro de los propietarios del hogar se solía guardar bajo la casa, probablemente debido a que estando allí oculto podría ser resguardado en los dominios de Hades, y nadie entraría a buscarlo porque este era aborrecido por todos.

 

Notas:

[1] Soriano P. Historia del habitar público y privado. Vol. 2. (2005) Buenos Aires. Nobuko. Págs. 47-48.

[2] Vega, M. J. H. de la, Abengochea, J. J. S., Hervás, J. M. R. & de la Vega, M. J. H. (1998). Historia de La Grecia Antigua. Ediciones Universidad de Salamanca.

[3] Tucídides. (1996). Historia de la Guerra del Peloponeso I-II. Gredos.

[4] Soriano P. op. Cit. Págs. 82 a 85.

[5] Jenofonte. Económico. (1993). Biblioteca Clásica Gredos, 182. Editorial Gredos

[6] Aristóteles, 1988. Política. Madrid: Editorial Gredos S.A. págs. 46 y ss.

[7] Perea Yébenes S. Vida y civilización de los griegos. Sílex ediciones. Madrid 2020. pág. 413 y ss.

[8] Grüner E. La Tragedia, o el fundamento perdido de lo político. Edu. Ar. Retrieved December 31, 2022, from https://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20100613123714/2gruner.pdf

[9] Tamayo Duque E. A. El cuidado de sí desde el oikos nomos: hacia un restablecimiento del vínculo entre ética y economía. Edu.co. Recuperado el 8 de enero de 2023, de https://repository.upb.edu.co/bitstream/handle/20.500.11912/2520/Tesis%20Edward%20Tamayo_El%20cuidad%20de%20s% C3%AD%20desde%20el%20oikosnomos.pdf Págs. 38 y ss.

[10] Vernant, J. P. Entre Mito y Política. Fondo de Cultura Económica. 200

[11] Schwarz F. Rol, estilo y función del dios Hermes. Funciones y cualidades del dios Hermes. Instituto Internacional Hermes.

[12] Grimal, P. Diccionario de mitología Griega y Romana. Madrid: Espasa, 2005