Érase una vez, en un país no muy lejano, un príncipe muy infeliz.

Vivía en un palacio donde, hasta hacía muy poco tiempo, había reinado la belleza y la felicidad.coraje de la risa

Pero eso, ya no sucedía: una mañana, cuando el príncipe despertó en un día de sol radiante con el canto de los pájaros, el resplandor de las flores, se sintió diferente.
Al mirarse en el espejo se dio cuenta de que ya no era el mismo, que sobre él debía de haber caído una maldición, pues no conseguía ver reflejada su sonrisa.

Durante estas reflexiones lúgubres, la desesperación lo dominó. Hizo entonces todos los esfuerzos posibles para cambiar, intentó que su boca se abriese dibujando una sonrisa, intentó que en sus ojos brillase la alegría… forzó, forzó, forzó en su pecho la explosión de la carcajada… pero nada cambió en aquel espejo mudo.

Sin conseguir despertar por sí mismo los mecanismos de la risa, ordenó la venida de los mayores funambulistas, cómicos, bobos… mandó esparcir a los cuatro vientos la noticia de que cubriría de oro aquél que consiguiese devolverle la risa perdida.

En vano lo intentó, por su cara, así como su espíritu se mantuvieron impasibles.

La infelicidad, el miedo, el odio… lo dominaron. Un decreto de sus ministros, que intentaba mitigar la cólera de su señor, mandó prender a todas las brujas y hechiceros de su reino, obligándolos a buscar en la magia, en los amuletos, en todo su saber algo que le sacase de tal estado.

¡Pero, todas las tentativas fracasaron!

Ante la imposibilidad de reencontrar la risa, la felicidad, decretó que la risa era una enfermedad maligna para el pueblo, y todos los que osaran reír dentro de su reino serían castigados, como conspiradores, con la pena capital.

Nunca se había visto reino más triste, pues la risa, la felicidad, la alegría de vivir tuvieron que desaparecer del rostro de sus habitantes.

Los pocos extranjeros que se atrevían a entrar en el país, sentían algo que nunca antes habían sentido en el mundo.

Al regresar no sabían decir si eran hombres los que ahí vivían, o si era una extraña raza animal.

Lo peor es que no eran sólo los seres parlantes los que eran diferentes, sino también todo el resto.

No recordaban haber visto el sol, las flores o los pájaros. La única cosa de la que se acordaban era de las sombras, fantasmas del miedo y de la persecución, fantasmas de la maldad humana…

Cuando el príncipe dejó de buscar la risa, se apartó de la humanidad, desvirtuando el sentido de la justicia, de la libertad… el monarca abandonó sus trajes elegantes, prefiriendo un uniforme de general.

Se colocó unas gafas negras, y gobernaba su reino desde una torre inaccesible.

Mas un día, tal vez un día de primavera en el resto del mundo, una hada buena cruzó inadvertidamente el cielo de aquél reino, y sonrió al ver a un niño nacer.

El niño al verla sonreír (porque sólo los niños tienen el privilegio de ver a las hadas), sonrió también, originando como un breve rayo de luz…

Aquella breve sonrisa, fue como una melodía en el firmamento del reino, un eco que hizo despertar un leve recuerdo del gozo de una risa…, de la felicidad de una carcajada…, de un grito de libertad de la vida…

 

Si yo tuviese «ingenio y arte» de escritor, esta podría ser una de las historias de príncipes y hadas que se cuentan a los niños, historias de esas donde varias veces nos aparecen príncipes/personas que perdieron la risa.

Mas, curiosamente, no recuerdo ninguna que nos cuente de alguien que haya perdido la tristeza, pues nunca las lágrimas se secan de las caras áridas de los hombres.

Tal como Chacal, el hombre precisa llorar, para lavar de sus manos…

El lloro sirve también para mitigar el odio que germina en su alma, o para aplacar el miedo a la miseria, del sufrimiento a que su hermano lo condena.

La risa, «esa bendición dejada a los hombres cuando los ángeles sellaron las puertas del paraíso» –como tan poéticamente escribió Agustina Besa Luis–, es un «don divino» que libera a la humanidad del mundo, que la intenta ahogar.

Cuentan que también la hiena ríe, más en el fondo no pasa de ser una «onomatopeya», y sólo el hombre tiene la inteligencia para poderlo hacer.

La risa normal, no el resultado de «doença», no es un rictus mecánico, sino el resultado de una reflexión intelectual.

Claro que, también se puede describir la risa como una serie de espasmos («dezoito», según los especialistas en anatomía) del diafragma, contracciones de los músculos faciales, alteraciones en el sistema arterio-vascular, provocación de un cierto rubor, y al mismo tiempo del desencadenamiento del sistema lacrimal.

La risa también es todo esto como resultado, como factor mecánico.

En el aspecto psicológico, citando a André Maurois, la risa es un doble movimiento psíquico: en un primer momento algo o alguien provoca una reacción de susto, temor-respeto; en un segundo momento el consciente percibe que el «espantajo» no es, ni tan terrible, ni tan respetable como había dado a entender.

En este proceso se verifica una liberación contra lo que se teme, y a veces contra lo que se admira, siendo esta liberación expresada por la explosión de la risa, y de esta manera «cada pueblo ríe de lo que más teme y de lo que más admira».

Una constante en los estudios sobre este fenómeno, o sobre el humor, es el que muestra la violencia como una reacción negativa al miedo, a un sentimiento de inferioridad, en cambio la risa es una mirada de superioridad sobre el humor, es una aniquilación de los falsos pavores cosmológicos.

A través de la risa, se liberan miedos y temores, se hacen conscientes los hechos, no se muestran recelos por el prójimo, más bien al contrario, se muestra la igualdad, o la misma superioridad, en relación a la falta de inteligencia del otro.

La risa es la inteligencia humana al despuntar su «grado de divinidad».

Afrânio Peixoto, un teórico de la risa, dice que :»La risa es un desahogo, una «revolta», una «vigança» de nuestra personalidad, constreñida a la «atençao», a la coherencia, al respeto, al miedo, que nos son impuestos por nosotros mismos o por los otros».

El caricaturista Leal da Câmara va más allá, y se interroga:

«¿Por qué es que la risa no será el estado intermedio entre eso dos estados psíquicos opuestos, o sea la conjunción del placer y del dolor, produciendo este fenómeno «bizarro» que es el humorismo que, por la alegría, hace aumentar la fuerza vital y por la tristeza, produce la amargura que es la expresión de la austera crítica, a veces mordaz y hasta panfletaria?».

En estas dos citas hay una constante, el número dos, o sea, la existencia de, al menos, dos personas y dos sensaciones psíquicas para que la risa sea provocada.

Siendo un acto social, esta confrontación entre sensaciones psíquicas, provoca la destrucción de ideas, la creación de «verdades», lo que lleva a la risa a ser una opinión tan «verdadera» que nos puede destruir.

Por ese motivo el hombre ríe, mas no «gusta» de pensar porqué, no encarando con seriedad la risa, el humor, o las respectivas formas de creación.

Lo «serio» es entonces el contrapunto de la «risa», un estado base del espíritu, o de la moral, sobre el cual se desenvuelve lo «trágico» y lo «burlesco».

En esa comodidad espiritual y política, que es lo serio, unos juegan en la teatralidad de la tragedia, como una explotación máxima de la moral, sobre la inteligencia menor de la sociedad; en cambio, otros juegan en la libertad de la irreverencia, que es la consciencia de la necesidad humana en dominar el mundo que nos subyuga, es el deseo de rasgar y ver que nos envuelve en el misterio de la «sorte», de lo sacro, de la naturaleza cosmológica, de la pasividad, por el «coraje» de la risa.

 

Osvaldo de Susa, «Del Humor de la Caricatura»
Fuente: http://www.nanopublik.com