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EL MITO DE DIONISOS¿Por qué los griegos utilizaban mitos para hablar de sus dioses? Porque los mitos están llenos de símbolos, y los símbolos son realidades a medio camino entre el mundo de los arquetipos, el mundo de las realidades esenciales, el mundo de las Ideas, como lo llamaba el gran Platón, el mundo de las leyes matemáticas, el mundo de lo que perdura más allá de los cambios y nuestro mundo.

Los mitos son el lenguaje primordial que, a través de imágenes y metáforas, expresa la emoción frente a las grandes formas de la realidad universal. La única forma de acercarnos a los mitos y a las verdades que contienen implica que dejemos de lado las ideas preconcebidas y que tratemos de elevarnos a su altura para poder escuchar su propio lenguaje.

El relato mítico de Dionisos

Nos cuenta el mito que en la ciudad griega de Tebas, vivía la princesa Sémele, hija del rey Cadmo y de la reina Armonía. Tan grande era su belleza que pronto fue objeto de la atención de Zeus. El dios acudía a visitarla al palacio de su padre disfrazado de mortal, hasta que un día la joven cedió ante una insinuación de Hera (la celosa esposa de Zeus) que, disfrazada de la nodriza de la joven doncella, sembró donde había confianza la duda de si quien la visitaba era realmente Zeus o si era un impostor que se había aprovechado de su inocencia.

De modo que, en su siguiente encuentro, la joven Sémele rogó al dios que se le mostrara en su olímpica majestad. Zeus accedió con mucho pesar ante la obstinación de la joven, consciente de que no podría soportar su divino resplandor, pero como le había dado la palabra de concederle lo que quisiera, tuvo que acceder a su ruego.

Fue así como la joven princesa pereció consumida por las llamas que desprendía Zeus, el señor del rayo. Dionisos, que estaba en el seno de la joven, hubiera perecido también si una tupida hiedra fresca y húmeda con que lo envolvió Gea, diosa de la Tierra, no se hubiese enrollado milagrosamente en las columnas de palacio, interponiendo su verde pantalla entre el niño dios y las llamas celestes.

Zeus recogió a Dionisos niño, para el que no había llegado el momento de nacer, y lo encerró en su muslo. Cuando el plazo se cumplió, extrajo a la criatura. Este doble nacimiento le valió a Dionisos el epíteto de “ditirambo”, que quería decir “el dos veces nacido”.

Entonces Zeus confió su hijo a Ino, hermana de la princesa muerta, que residía en Orcómeno con su esposo Atamante. Pero la diosa Hera, la engañada esposa celeste de Zeus, no había desistido de su deseo de venganza, por lo que trató de enloquecer a los tíos del niño dios. Pero Zeus consiguió salvar por segunda vez a su hijo transformándolo en cabrito y entregándolo al dios mensajero Hermes para que lo confiara en custodia a las ninfas de Nisa, una región montañosa mítica que no se corresponde con ninguna región griega conocida.

Dionisos, el niño dios, pasó su infancia en esta maravillosa región al cuidado de las ninfas. Las musas, las ménades, los sátiros y los silenos también contribuyeron a la educación de Dionisos. Con una corona de hiedra sobre sus sienes, el joven dios corría por montes y bosques en compañía de las ninfas, y las montañas le devolvían los ecos de sus risas y gritos. Mientras tanto, el viejo sileno se ocupaba de la educación del joven dios.

Cuando fue mayor, descubrió la vid y el arte de obtener el vino. Cuenta el mito que, al principio, bebió sin moderación, por lo que Hera aprovechó para llevarlo a un estado de locura divina del que sólo se recuperó al consultar el oráculo dedicado a su padre Zeus en el templo de Dodona.

Dionisos empezó entonces una serie de largos viajes, que lo llevaron desde Grecia hasta la India y otra vez de vuelta a Grecia, en su carro tirado por panteras y adornado por hiedra y vid, acompañado por los silenos, las bacantes y los sátiros, para enseñar a los seres humanos los misterios de su culto y los beneficios del vino.

En su largo recorrido, protagonizó aventuras de gran belleza, como aquella en la que un día, cuando el dios paseaba por la orilla del mar, fue raptado por unos piratas que se lo llevaron cautivo en su navío. Creían que se trataba de un príncipe y esperaban obtener un buen rescate por él. En vano se esforzaban por atarlo con pesadas cadenas; estas se soltaban y caían por sí mismas. Entonces se produjeron unos hechos prodigiosos: a lo largo del sombrío barco empezó a correr un vino delicioso y perfumado, y una vid trepó por la vela abrazándola con sus hojas. Mientras se adhería una oscura hiedra en torno al mástil, los remos se convirtieron en serpientes y resonaron flautas invisibles. Ante tales prodigios, los piratas, aterrados, se tiraron al mar, quedando transformados en delfines, lo que explicaría de forma simbólica por qué los delfines son amigos de los hombres y se esfuerzan por salvarlos en los naufragios, puesto que serían aquellos piratas arrepentidos.

En otros episodios de sus viajes se nos narran las dificultades con las que este dios se encontraba para que sus ritos y fiestas fueran aceptados por las gentes. Por ejemplo, cuando Dionisos regresó a Grecia después de su largo periplo, cuando estaba, de hecho, en su ciudad natal, Tebas, el joven dios introdujo sus fiestas, a las que todo el pueblo se sumó, siendo presa de delirios místicos. Pero el rey Penteo se opuso a ritos tan ajenos a las costumbres. Intentó encarcelar al dios y a sus sacerdotisas, las bacantes, y fue castigado por ello, así como su madre Ágave, que tampoco reconocía al dios. Ágave, en pleno delirio místico, desgarró con sus propias manos a su hijo y rey de Tebas, Penteo, en el monte Citerión.

Tras todas estas luchas para ser reconocido entre los mortales y para implantar su culto entre los humanos, el dios pudo ascender al Olimpo, terminada ya su misión. Pero antes de ello, descendió al Hades, lugar donde, según la tradición griega, residían las almas de los muertos, en busca de su madre, Sémele, para llevarla también junto a él a la compañía de los dioses inmortales.

Dionisos o la vida en estado puro

¿A qué realidades trascendentes de la vida se está refiriendo simbólicamente el mito? El niño dios es hijo de una mortal y del padre Zeus, el más grande de los dioses. Sémele simboliza la tierra madre, que es fecundada por el relámpago del dios del cielo, dando nacimiento a Dionisos, cuya esencia se confunde con la vida en estado puro surgida de las entrañas del suelo. Dionisos simboliza el milagro de la vida en estado puro y de la fuerza vital que recorre el universo, de la inteligencia o las leyes que han traspasado la materia desde el origen de los tiempos.

Por eso, la hiedra verde, siempre verde más allá de las estaciones, es su símbolo. Esta corona la cabeza del dios, le protege en su nacimiento y también le ayuda en su aventura con los piratas. Dionisos es la vida en estado puro, y es la fuerza vital que recorre la vida y que no muere nunca tras la maravillosa danza de las transformaciones, donde las formas se suceden, nacen y mueren, y parecen realidades distintas, pero, en el fondo, son las diferentes caras de esa Vida Una, de esa fuerza vital, de ese hilo verde que las traspasa y que sí es eterno, y que sí es trascendente.

Otra de las características que nos sorprende de la vida es su prodigalidad. Todo aquello que está vivo tiende a reproducirse a la mayor escala posible. Por ello, su cetro simbólico. El atributo del dios es el tirso, una vara con hiedra entrelazada que acaba coronada con una piña de pino cargada de semillas, símbolo de la fecundidad y la abundancia de la vida.

Los griegos no se inventaron la figura de Dionisos, personificación de la fuerza vital que recorre el universo, porque tenían miedo de aquello que no conocían. Los griegos, como tantos otros pueblos de la Tierra, abrieron sus ojos y su entendimiento y se maravillaron, igual que lo seguimos haciendo nosotros, ante ese misterio y, al mismo tiempo, milagro de la vida, que cuanto más la conocemos, más se nos escapa y nos sorprende. Una de las preguntas más difíciles para la biología sigue siendo definir la vida, y sobre su origen no tenemos más que teorías. Los griegos cantaron y bailaron a Dionisos, lo tuvieron como una de las ideas centrales de su civilización, porque cantaban y bailaban a ese enigma que nos supera y traspasa que llamamos Vida Una, si entendemos la vida como movimiento, crecimiento, expansión y danza constante entre las leyes y la materia.

Dionisos o estar poseído por la divinidad

Pero ¿qué nos aporta el mito a nivel humano? Si Dionisos simboliza el misterio de la vida en estado puro y la fuerza vital que la recorre en toda la Naturaleza, ¿qué es esa vida en estado puro y esa fuerza vital en el ser humano? ¿Por qué Dionisos tiene que realizar un verdadero periplo por la Tierra para ser reconocido por los seres humanos? ¿Qué significado tienen las dificultades que Dionisos tiene que superar? ¿Por qué tantas veces intentan apresarlo o matarlo? ¿Por qué aquellos personajes que, como el rey Penteo, se resisten a reconocer y dar cabida al dios acaban despedazados? ¿Por qué los seres humanos que sí siguen el culto del dios parece que pierden la razón, que se vuelven locos en las fiestas dionisíacas? ¿Por qué el vino se considera un regalo de este dios a la Humanidad? ¿Por qué se asocia a él? ¿Cómo es que este dios, aparentemente tan extraño para el habitual y apolíneo “nada en exceso” del pueblo griego, fue tan querido y venerado en toda la Hélade? ¿Cómo es que este pueblo, amante de las ideas, podía rendir un homenaje tan grande a este dios, cuyos cultos y fiestas parecen estar tan alejados de la razón profunda que tanto amaban los griegos?

Dionisos en el hombre es la semilla de lo divino, es la semilla de Zeus en la Tierra, en la Sémele de lo humano, es esa maravillosa virtud del entusiasmo. Su raíz etimológica, de origen griego, nos recuerda que entusiasmo proviene de “en Teos”, literalmente “Dios en nosotros” o estar inspirado por la Divinidad.

Y aquí todo cobra sentido en el mito porque las razones del dios de ninguna forma son las razones humanas. Si un ser humano está inspirado por el dios, si está entusiasmado, siempre parecerá que es un loco para los otros seres humanos. De ahí el dilema de nuestro querido hidalgo don Quijote de la Mancha. ¿Cuál es la verdad?, ¿vivió loco y murió cuerdo, como les pareció a los que lo conocieron, o vivió cuerdo y murió loco? ¿Don Quijote, en su locura, confundía molinos con gigantes o es que los gigantes, cuando los embestimos, se convierten en simples molinos, como le quiso explicar a su escudero?

La gran epopeya hindú y tesoro filosófico de la Humanidad, el Bhagavad Gita, en su segunda estancia, llamada “de enseñanza profunda», nos dice: “Lo que para la multitud es luz, es tiniebla para el sabio. Y lo que a la multitud le parece negro como la noche es luz meridiana para el sabio”. El gran Esquilo, el gran autor de tragedias griegas, decía: “Parecer estar loco es el secreto de los sabios”.

Platón nos explica en su diálogo Fedro o De la Belleza, en boca de Sócrates, que “los antiguos, cuando le pusieron nombres a las cosas no consideraron la locura (manía) como algo vergonzoso ni como algo despreciable, siempre que tuviera origen divino. Que es más hermosa la locura que procede de la Divinidad que la cordura que tiene su origen en los hombres”.

Platón nos habla de tres tipos de divinos locos. En primer lugar, las profetisas de los oráculos de los templos griegos que, por unos instantes, eran capaces de ver la Historia en marcha y así guiar a los pueblos con pasos certeros. En segundo lugar, los artistas, cuya locura procedía de las musas. Y en tercer lugar, se hallaría el amante; el que ama de verdad se vuelve también loco, entra en un estado de conciencia como el del artista, en el que no existen los límites, en el que las realidades ordinariamente importantes dejan de tener valor, excepto aquello que es objeto de nuestro amor.

Amor con mayúsculas no es el amor a un ser humano, aunque un ser humano verdaderamente enamorado roza esa locura dionisíaca, sino que esa locura es mucho mayor cuando el amor es mucho mayor. El amor con mayúsculas sería el amor a la Humanidad en su conjunto, a las grandes ideas, a los grandes ideales, a las grandes leyes de la vida, a las grandes verdades. Platón lo expresa de forma sintética hablando de lo Bello, lo Verdadero, lo Bueno, lo Justo. Por este motivo, el amante con mayúsculas es el filósofo, el que ama (filo) la sabiduría (sofos).

La búsqueda de los eternos ideales no es precisamente racional o, mejor dicho, no responde a las razones comunes de tener más dinero o más prestigio social. Como decía Einstein, ¿qué sería de la Humanidad sin todos los divinos locos que han luchado por esos eternos ideales? Todos los grandes hombres y mujeres de la Historia, todos los grandes artistas, científicos, filósofos, místicos y reformadores sociales han sido poseídos por ese espíritu dionisiaco, todos han sido poseídos por el dios o por los grandes ideales, que es lo mismo.

Marie Curie, ya enferma y después de haber perdido a su querido esposo Pierre, seguía trabajando sin descanso porque tenía un sueño, tenía una gran idea, creía firmemente que la ciencia debía estar alejada de los mezquinos intereses humanos particulares o de Estados y, en cambio, se debía al servicio de la Humanidad toda. Esa mujer, cuando desarrolló, tras el descubrimiento del radio junto con su esposo, la máquina de rayos X no quiso patentarla, no quiso ganar nada con aquel invento que tenía que mejorar las condiciones de vida de la Humanidad toda. Estaba realmente “loca”.

Era tal la “locura divina” de un Sócrates por conocer la Verdad que, cuando un discípulo le preguntaba algo que no sabía, podía estar un día de pie hasta dar con la respuesta. Su ejemplo vital ha inflamado el corazón de generaciones.

Siddharta Gautama, el Buda, príncipe del antiguo país de Kapilavastu, dejó atrás todo lo que un ser humano puede desear (dinero, juventud, poder y amor) por encontrar la causa del dolor humano. Estaba loco para la mentalidad común, pero divina locura que ha dejado uno de los mensajes éticos y filosóficos más grandes de la Humanidad.

Beethoven, ya enfermo, viejo, solo, sin dinero, no podía más que seguir siendo instrumento de aquella fuerza que lo poseía, porque todo aquel que ha sido poseído o inspirado alguna vez por el dios sabe que su pequeño mundo personal no es nada y que, simplemente, se convierte en canal de una fuerza, de una idea superior a él o ella.

De la misma forma, todo ser humano sueña con realizar obras que queden para la posteridad, independientemente de que su nombre sea recordado o no. Cada vez que un ser humano queda conmovido profundamente por una gran obra de arte que lo eleva, cada vez que un ser humano entiende una realidad profunda y duradera de la vida, está rozando el espíritu de lo dionisiaco.

Cuando observamos una puesta de sol o el amanecer ante el océano o en la montaña, rozamos la belleza de lo que es eterno; por unos minutos quedamos locos, fuera de nosotros desde el punto de vista de lo cotidiano, y entendemos que hay una corriente de vida –esencia de Dionisos– sobre la materia, que se expresa en forma de ciclos. Es la continua danza de la vida. Este era el sentido profundo de esas danzas y fiestas dionisiacas: rozar lo eterno, lo que perdura a través de los ciclos de la materia, durante unas horas, para luego volver a sumergirse en lo cotidiano renovados, habiendo rozado lo eterno a través de lo múltiple. Por este motivo, Dionisos, en una clave, es el dios del vino. Por la capacidad embriagadora de esta bebida que hace salir de lo cotidiano y entrar en otro estado de conciencia.

Dionisos o la eterna juventud

A Dionisos se le representa como un dios enigmáticamente joven y sonriente, y este es otro de sus dones. Dionisos es símbolo de la eterna juventud. Igual que Dionisos está relacionado con el verde de la vida, con la fuerza vital que perdura más allá de los ciclos y las transformaciones, la eterna juventud sería esa capacidad latente que tenemos los humanos de traspasar los ciclos de la existencia. Lógicamente, la eterna juventud no tiene nada que ver con la juventud del cuerpo, sino con la juventud del alma que, más allá de los cambios de la vida, más allá de los problemas, de los altibajos, de las enfermedades, de la vejez física, más allá de todo ello, se mantiene joven, entusiasta, porque está poseída por el dios, por esos arquetipos, por esas leyes, por el amor a la sabiduría, por aquello que no muere nunca, más allá de lo cambiante.

Por eso, en el mito, cuando Dionisos regresa a Tebas, su abuelo Cadmo, que sí lo reconoce como dios, danza como un joven en las fiestas en su honor, a pesar de ser un anciano. Todos los “divinos locos” de la Historia que hemos mencionado, desde una Marie Curie a un Sócrates, podían pasar por encima de los problemas materiales, de las enfermedades, porque vivían rozando el cielo, porque eran poseídos por los más elevados ideales humanos, fuentes de la verdadera juventud.

Por este mismo motivo, hay un elemento simbólico que se repite en el mito. Los hombres y mujeres que inicialmente no siguen al dios, que no le reconocen, acaban despedazados. La muerte siempre ha sido símbolo de transformación, de pasar de un ciclo de la vida a otro. Tiene que morir el niño para que nazca el joven, tiene que morir el joven para que nazca el adulto. De igual forma, quien está entusiasmado muere para lo común, muere para lo aparentemente razonable, la pequeña vida propia es cabalgada por la gran Vida.

Es curioso que uno de los epítetos del dios era el de ditirambo, que quería decir “dos veces nacido”, el que había nacido de mujer (Sémele) y el que había nacido del dios, del muslo del dios (Zeus). Así, la muerte a lo común, la rotura, el despedazamiento, el fin violento en lo común puede dar paso a una vida superior.

La fuerza vital en el ser humano: el entusiasmo

En el ser humano, Dionisos es esa inmensa fuerza que llamamos entusiasmo. El entusiasmo no es un elemento material; es el reflejo de lo infinito en nuestro interior. Es un fuego inmenso vertical, vivo, que busca rozar las estrellas. Un fuego interior que ilumina y eleva todas nuestras acciones, sentimientos y pensamientos. Al igual que el amor, no puede razonarse completamente, solo se puede vivir entusiásticamente. La razón lo contamina, lo ahoga, lo entorpece, como el barro ensucia las aguas de un río claro.

Dionisos es esa semilla de lo grande, de lo bueno y de lo bello que tenemos dentro y que nos hace buscarlo incansablemente fuera. Es esa semilla que sueña con crecer y elevarnos, igual que la fuerza vital de una planta la hará buscar siempre la luz del sol.

A los seres humanos no nos basta con vegetar como una planta, tampoco nos basta con experimentar el mundo sensible, el mundo de los sentidos y satisfacer los instintos. Los seres humanos necesitamos entender la vida, necesitamos dar un sentido profundo, trascendente a la vida. Necesitamos luchar por fines perdurables y nobles. Necesitamos alimentarnos, además de con comida, con un poco de belleza, con un poco de bondad, con un poco de sabiduría, con un poco de justicia.

Dionisos es esa llama interior que busca abrirse camino en la materia con lucha, con esfuerzo, como tuvo que luchar Dionisos a lo largo de toda su vida para ser reconocido como dios entre los humanos. A veces, las vidas se hacen oscuras y pequeñas porque dejamos morir ese fuego divino que tendría que estar presente siempre en nuestro corazón profundo. Ser entusiasta es atreverse a ser un “loco divino”, a dar vida a nuestros más nobles sueños, a luchar por los grandes y eternos ideales que han dejado, como huella, las más grandes obras humanas sobre la Tierra.

BIBLIOGRAFÍA

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