Zambrano - Hacia un saber sobre el alma

Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la dolencia del alma». Epicuro

El alma y la filosofía

El término «alma» tiene numerosos significados de carácter religioso, teológico, filosófico, psicológico, etc. En la actualidad, «alma» es usado preferentemente en contextos religiosos y teológicos, pues tanto la Psicología como la Filosofía usan términos como «psique» o «mente», debido a las connotaciones derivadas de las tradicionales disputas acerca de la relación entre el alma y el cuerpo.

A lo largo de la historia del pensamiento han destacado clásicamente tres concepciones del alma:

  • Un soplo, aliento o hálito, equivalente a la respiración; cuando falta tal aliento, el individuo muere.
  • Una especie de fuego; al morir el individuo, este fuego -que es el calor vital- se apaga.
  • Una sombra, presentida o de algún modo entrevista durante el sueño.

En el mundo clásico, la primera interpretación de alma como ánima, es la más común, aunque la segunda comparte con ella ese concepto de «principio de vida», y es por lo tanto similar en su significado. Sin embargo, con el transcurrir del tiempo se impone en las especulaciones filosóficas el concepto de un doble propio de cada uno de los hombres, que puede salir incluso durante el curso de la vida.

Posteriormente, posiblemente por influencia oriental, se comenzó a creer que hay en cada hombre una realidad de orden divino, la cual ha preexistido al cuerpo y perdurará tras la muerte y corrupción del cuerpo. Representantes de esta nueva tendencia son el orfismo, Pitágoras o Empédocles. El alma puede entrar en el cuerpo y salir de él, sin identificarse nunca completamente con el cuerpo, que puede ser concebido como una especie de cárcel, o sepulcro, del alma. La misión del hombre es liberar su alma por medio de la purificación o de la contemplación.

Platón recogió estas ideas, defendiendo un dualismo casi radical del cuerpo y el alma. El alma aspira a liberarse del cuerpo para regresar a su origen divino y vivir entre las ideas, en el mundo inteligible. El conocimiento es reminiscencia, pues el alma recuerda las ideas que había contemplado puramente en su vida anterior.

Para Aristóteles el alma es la causa o fuente del cuerpo viviente: «si el ojo fuera un animal, la vista sería su alma, pues la vista es la sustancia o forma del ojo». El alma es el ser y principio de los seres vivientes, por cuanto esos ser y principio consisten en vivir. En el caso del alma humana, el modo de operación principal es la racional, que distingue esta alma de otras en el reino orgánico.

En el cristianismo se tendió a una espiritualización y a una personalización del alma. Para los cristianos, el alma es el aspecto espiritual de la persona. San Agustín rechaza la concepción del alma como entidad material y subraya su carácter pensante. Todas las funciones del alma (voluntad, memoria, etc.) lo son de una función principal, de una realidad espiritual indivisa que se manifiesta por medio de lo que San Agustín llama «la atención vital».

La filosofía en el siglo XXI

A la vista de algún que otro libro de filosofía en las listas de los más vendidos, podríamos pensar que la filosofía está de moda en este nuevo siglo. El libro de Lou Marinoff, «Más Platón y menos Prozac», parece una especie de vademécum para atinar en la vida o en una suerte de manual de autoayuda en busca del equilibrio mental y de la autoestima perdidos. También Alain de Botton con «Las consolaciones de la filosofía» parece tener el mismo objetivo, aunque la crítica haya sido más benévola con él.

No es extraño que en estos tiempos obsesionados por la salud, la filosofía se convierta en terapia para ahuyentar los males del alma, y la lectura de los clásicos de la filosofía en vía para eludir la depresión, el miedo a la pobreza o las amarguras del fracaso amoroso. La filosofía ha sido desde sus orígenes griegos, sabiduría de la vida, búsqueda de la salvación en un mundo inhóspito. Platón, Epicuro, Séneca, Agustín y tantos otros nos ofrecen sabios consejos para orientarnos en la vida y alcanzar el sosiego, la serenidad y, tal vez, un poco de felicidad.

Sin embargo, creo que enfocar la filosofía de forma utilitaria no es lo más adecuado. En primer lugar, la filosofía no sólo ha de ser práctica, sino que ha de practicarse. Esta aclaración, que seguramente sería obvia para los filósofos de la Grecia Clásica, es necesaria ahora, después de las corrientes excesivamente racionalistas que convirtieron a la filosofía en una elucubración teórica, propia de juiciosos eruditos encerrados en su biblioteca, y sin siquiera salir de su ciudad, como Kant. La práctica de la filosofía debe reflejarse no sólo en esa obsesión terapéutica, sino en un estilo de vida más equilibrado y alumbrado por una finalidad atemporal, estableciendo contacto, como dice María Zambrano, con un pensamiento último, revelador. En segundo lugar, en contraposición a esa obsesión individualista del siglo XX, y sin menospreciar los métodos de autoayuda y auto perfeccionamiento, creo que, dado el carácter social del ser humano, es necesario también aprender a convivir con filosofía y a compartir la búsqueda filosófica.

Es la filosofía, dada la incapacidad de la ciencia o el enfoque sesgado de las religiones, la que debe ocuparse de devolver al alma al lugar que debe ocupar entre cuerpo y espíritu. Reconozcamos la importancia de la sabiduría del alma, de la filosofía de los valores y de la razón poética, que debe ocupar el destacado lugar que se merecen en este errático