Nueva Acrópolis - Jung - EnigmaLa mente se siente dispuesta siempre a penetrar los vericuetos de la sabiduría, aunque sabe que muchos de esos caminos aparecen con frecuencia envueltos en sombras densas e inquietantes. Sin embargo, el hombre es el único ser conocido que se atreve, desde su pequeñez, a explorarlo todo, incluso lo imprevisible.

La mente humana presiente que las leyes naturales no pueden ser abarcadas totalmente, porque son muchas, quizá infinitas, imposibles de entender en su totalidad. Aunque la especie humana viviera muchos millones de años, el hombre alcanzaría un saber mínimo de la total esencia de la Creación.

Nos sabemos una parte infinitamente pequeña de la Omnipotencia divina, pero deseamos entender, y partiendo de la ciencia heredada, de la intuición, del análisis de los arquetipos tradicionales de los módulos intelectuales de la Tradición y de una fuerte voluntad, pretendemos descifrar el complejo simbolismo de la realidad existencial.

Cada tiempo ofrece elementos de observación cultural eminentemente crítica. El siglo actual, ya en sus postrimerías, ha intentado recuperar el conocimiento del futuro desde supuestos científicos, se lucha por recuperar la introspección de los valores «sobrenaturales» que otrora tuvieron preeminencia; se intenta explorar lo superpermanente, y se presiente ya un postmodernismo que viene a lomos de contiendas contradictorias. Hoy se admite que la realidad vital se expresa, sin saber cómo, en incomprensibles planos que incluso son percibidos extrasensorialmente por sujetos que tienen videncias enigmáticas próximas a fenómenos de la ya advertida ciencia de lo paranormal.

Desde la Edad Media, el mundo del saber, dirigido por muy pocos intelectuales, intentó calmar la mente, condicionando su praxis a estadios medidos con cautela. La Inquisición, como un cuco peligroso, avizoraba estas tendencias desde las bardas de sus siniestros corrales.

Actualmente, la mente no vive esa calma retrógrada, aunque por desgracia ciertas tendencias intentan demoler las investigaciones sobre extrasensorialidad, sobrenaturalidad, espiritualidad. También surgen movimientos que pretenden explorar hasta lo indiscutible. Es evidente que se suceden fenómenos físicos, psíquicos y mixtos que avalan la razón de la necesidad de ser estudiados. La realidad actual atenaza al hombre que quiere saber. Es preciso, pues, dar una vuelta de tuerca al sistema del saber, para fijar bien la mirada en signos que se tenían olvidados. En un reflexivo retorno al pasado comprenderemos, –trascendentalismo, esoterismo– las múltiples coordenadas de futuro que se nos vienen encima. Es triste que estemos viviendo muchos misterios y que no queramos reconocernos en ellos.

Estudiemos más, siquiera sea para remediar males, para no tener que vestir de luto el planeta Tierra. Porque bueno será desfanatizar mitos, pero igualmente será bueno que acertemos a entrar en el reino de la Verdad, para ver de cerca los eternos polos de la Vida.

Hace poco se evocaba el hallazgo del llamado Busto de la Dama de Elche, escultura que, según se dice, es ibérica. Si pertenece a la cultura ibérica, es indudable el alto grado de saber artístico que ya tenían los iberos. Si es de un personaje de tiempos anteriores, la opinión se hace más confusa. Acaso la data temporal de esta figura se determine por el estrato geológico en que se encontró; pero esto no basta. Sin embargo, el misterio de tal escultura es otro. Surgen en torno a este busto muchos interrogantes: ¿Es una mujer deificada, una Diosa, o es una reina? La elegancia que aureola tal rostro, de lujo, desmiente la idea de que en aquel tiempo, –más de dos mil años–, tal lujo no parece usual entre los pueblos ibéricos. ¿Puede ser el busto de un hombre, donde eso que llamamos lujo venga a ser una escafandra o un casco repleto de mecanismos preparados para entenderse o comunicarse con otros de su especie, acaso seres de otros mundos? Más correcto sería decir que el busto representa un personaje no bien entendido, quizás venido de no se sabe dónde, en un tiempo pretérito uno de cuyos representantes fue capaz de esculpir una traza tan bella.

Es nuestra intención recrear una breve evocación de cuatro personajes, algunos plenamente históricos, otros difuminados entre la historia y el mito, que servirán a nuestro propósito de plantear las diferentes rutas del enigma del conocimiento.

Saturno se considera un personaje mítico. Perteneció a esa nobleza que los misteriosos antepasados deificaron. Aunque creían en El Único, el Causa Causarum del extraordinario jurisconsulto Cicerón, creían también en los Dioses, potestades de extraordinario poder cuasi divino. En la Mitología, Saturno es un Dios; en la Historia era un Rey de Creta, destronado por su ambicioso hijo Júpiter. Abandonó su Reino y se refugió en una parte de Italia, donde entonces gobernaba Jano, que le dio una tierra, –parte de su Reino– llamada El Latium –Tierra escondida–, origen de los latinos. Organizó y gobernó tan justamente aquella región que la Divinidad –los Dioses– hicieron que allí los campos dieran abundantes cosechas y frutos diversos. Fue una Edad de Oro, al decir del poeta Virgilio (Georg. I) y de Tíbulo (Eleg. I,-3-43). Tan felices eran las gentes allí que las casas no tenían puertas, ni los campos linderos, de la mucha virtud de sus habitantes.

Ezequiel era hijo del sacerdote Buzi; se había instalado con su familia, como deportado, cuando Nabucodonosor invadió Israel, en la comarca del río Quebar, a poco del año 598 a.C. Allí próximo a Jeconias, el último Rey de Judá, tuvo la visión que narra en el Libro de sus profecías, escritas, según los historiógrafos, en lo que ahora es Tel-Aviv. En el quinto año de su cautiverio, Ezequiel narra lo que vio: «El día cinco del mes cuarto, se abrieron los cielos y tuve visión de Dios»… «Miré y vi venir del septentrión un nublado impetuoso, en torno al cual resplandecía un remolino de fuego»… «en el centro, había semejanza de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era éste: Tenían semblante de hombre, pero cada uno tenía cuatro aspectos y cada uno cuatro alas»… «todos marchaban de frente, a donde les impelía el espíritu, pero sin volverse para atrás»… «mirando a los vivientes, descubrí junto a cada uno, a los cuatro lados, una rueda que tocaba a la tierra»… «las ruedas parecían de turquesa, eran todas iguales y cada una dispuesta como si hubiese una rueda dentro de otra rueda»… «mirando, vi que sus llantas estaban todo alrededor llenas de ojos»…

No creo necesario transcribir todo el texto, que es muy extenso, aunque su lectura maravilla. Como estamos escribiendo sobre la idea de que nuestra mente va por las rutas del enigma, basta una muestra. Y nos hacemos estas preguntas: ¿Vio el profeta una nave interestelar? ¿Podía Ezequiel mentir a sus coetáneos, siendo él tan firme creyente en Dios? Es posible que para muchos Ezequiel sea un profeta; para otros, este profeta es un vidente.

Sócrates es conocido como el mejor filósofo –amante de la sabiduría–, de todos los tiempos. Fue acusado injustamente de «corromper a la juventud» con sus enseñanzas. Veámosle como vidente de un mundo espiritual superior. Esto sucedía el año 399 a.C. Razonando sobre su próxima muerte, dijo a sus discípulos: «O con la vida termina todo, y entonces la paz del sueño se trueca en paz eterna, o la vida prosigue en otro lugar, y entonces allí proseguiré mis preguntas y mis averiguaciones». En el juicio que le condenó, dijo a sus jueces: «Si efectivamente la muerte es el tránsito de este lugar a otro, si es verdad que allí se reúnen todos los que murieron en la virtud, ¿podríamos imaginar algo mejor?..». Condenado a muerte, pudo huir; se lo hubiera permitido el Tribunal, según cuenta su mejor discípulo, Platón; pero Sócrates no temía a la muerte; además, él, que fue un soldado ilustre, héroe meritísimo en la batalla de Potidea, no fue nunca un cobarde; en el diálogo llamado Critón, de Platón, Sócrates habla a Critón de un sueño que ha tenido: «En mi sueño he visto venir hasta mí a una mujer alta, muy bella, vestida de blanco, que, llamándome por mi nombre, me ha dicho: «Sócrates, pasado mañana, llegará a los fértiles campos de Ptía» (a nuestro «cielo»). Ese «pasado mañana» de Sócrates fue el día en que bebió la mortal cicuta. El sueño de Sócrates es la historia de una videncia que se cumplió.

Jung, contemporáneo nuestro, fue un eminente psiquiatra, discípulo de Freud. Jung entrevió la verdad de que los seres humanos estamos programados sobre dos estructuras fundamentales: la corpórea, formada de agua y minerales, y la espiritual, que nos impregna de una misteriosa energía que dirige un componente llamado Alma. Jung acertó en la visión del inframundo, experimentando, en ocasión de su cercana muerte, mediante videncia extrasensorial, el existir permanente del ser humano.

Vivimos asomados a un misterio, es justo que alguna vez sintamos la tentación de escribir sobre ello. Hablar es como escribir, meditar sobre las analogías del ser. Es lógico, pues, que alguna vez nos gocemos en dar de lado el tiempo rutinario presente, para volar al tiempo abstracto. Es evidente que nos afanamos por nuestro propio ser presente en vista a una más feliz esperanza.