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La imagen era preciosa. Un rompecabezas con millones de seres humanos y otros tantos sueños. Cada pieza encajaba perfectamente y todas juntas conformaban una sociedad. Una comunidad con tristezas alegrías.

Hoy el idilio se resquebraja, el rompecabezas no puede armarse nuevamente. Algunas piezas han desaparecido y otras no pueden encajarse.

Sociólogos, antropólogos y filósofos, aquellos a quienes la sociedad paga para establecer una visión general y encontrar explicaciones, no dudan: una crisis profunda afecta, al menos, a toda la cultura occidental.

Algunos opinan que es absurdo hablar de crisis en un momento en que, aparentemente, el paro desciende y las empresas se dedican a producir artículos de bienestar para una sociedad en la que los regalos son más grandes, más caros y en mayor cantidad que nunca.

Pero no es así como se puede medir una crisis, o precisamente, es por estos signos superficiales por los que se puede percibir la magnitud de la misma, en una sociedad en constante escapismo, en una búsqueda desesperada por encontrar nuevos espacios, después del vacío dejado, entre otras cosas, por la caída del muro de Berlín y la pérdida de valores de la sociedad postindustrial.

Comunidad

Cuando miramos hacia atrás sin nostalgias, encontramos una sociedad en la que el ser humano quizás llevaba una vida dura, pero en la que tenía metas, un objetivo vital, aunque fuese simplemente que la siguiente generación pudiese vivir mejor.

Tenían un objetivo común: un mayor bienestar. Según el sociólogo francés Dominique Bouchet, no tenía ninguna importancia si esta lucha se hacía bajo el signo del liberalismo o del marxismo. Era una lucha en palabras y medios para alcanzar un objetivo común, una vida con abundancia para todos: La sociedad corría sobre rieles. Vendimos el modelo a todo el mundo, incluso África soñaba con la industrialización.

Pero algo ha cambiado. La razón de marca de la sociedad occidental –la gran clase media– merma poco a poco, y tiende a ser sustituida por los dos extremos: el fondo y la cima. Un muro se ha alzado entre estos dos grupos.

Integración

Miles de refugiados intentan encontrar un nuevo país. Una sociedad multiétnica puede ser un desafío con muy buenos resultados. Precisamente la pluralidad está a la orden del día, aun en el mundo de los negocios, donde diversas culturas tienen que dialogar conjuntamente, tanto internacional como internamente. El problema no son los refugiados, el problema es cómo integrar a los extranjeros en una sociedad ya de por sí dispersa y frágil.

Bouchet remarca que esto será más difícil cada día, aun cuando se procure empaquetar todo en algodón, ya que es fundamental para el ser humano aportar algo a la comunidad en la que se integra.

Identidad

Tal como muchos extranjeros, muchos nacionales no se sienten parte de la comunidad. Es extraño –dice una joven estudiante universitaria danesa– siento que tengo mucho más en común con un amigo argentino residente en Buenos Aires que con muchos de mis compañeros.

Si se observan los libros, las películas, la música con la que somos bombardeados, sólo se encuentra mediocridad y desilusión. Si no se entiende construir una identidad mediante el diálogo, se construye sin el aporte del mismo. Esto es lo que crea el fundamentalismo. Se necesita una identidad y se construye y se encuentra donde se puede. Por eso hay menos respeto a los demás y una mínima comprensión de totalidad.

Esta falta de identidad se observa en nuevas formas de lucha en la sociedad occidental, una lucha en la que muchas veces es difícil poder identificar al enemigo, pero donde la víctima es la comunidad. Todos somos rehenes de algo o alguien y es difícil observarse a sí mismo en el contexto. Todo ello muestra que tanto lo político como lo social están en crisis, y una sociedad sin visión de futuro tiene una identidad muy frágil.

Fundamentalismo

Cuando el ser humano no cuenta con un proyecto vital y pierde su identidad, busca nuevos valores. Un pueblo, y en consecuencia una nación sin identidad, busca valores fundamentales, y esta búsqueda puede resultar un fundamentalismo cultural.

Según el filósofo norteamericano Samuel Huntington, esto es justamente lo que sucede en gran parte del globo en estos momentos. Con su teoría sobre el enfrentamiento de las culturas, Huntington prevé una crisis mundial y el peligro de una guerra atómica. Opina que el enfrentamiento del futuro no estará basado en una lucha económica, sino entre civilizaciones. Entre ellas el Cristianismo y el Islam.

La cortina de hierro ha sido reemplazada por una barrera cultural entre la Europa occidental cristiana, por un lado, y la Europa oriental ortodoxa y el Islam por el otro. Esta barrera ha crecido desde la finalización de la guerra fría. Naturalmente que se encuentran intereses económicos, pero no tienen una importancia central. Los seres humanos luchan y mueren por su creencia y se identifican con su cultura –es la cultura la que los mantiene unidos– hoy más que nunca, afirma Samuel Huntington. Una joven, perteneciente a la segunda generación de inmigrantes en Dinamarca y madre de dos hijos, fundamentalista islámica y con un flamante título de jurista, dice: yo no me siento violenta contra Dinamarca, lo que me irrita es la idiosincrasia contra los musulmanes y el Islam. La persecución y el odio que impera contra nosotros. Pero yo no puedo decir que percibo a Dinamarca como mi hogar, porque no lo hago, y tampoco al país del que soy originaria. Yo siento que no tengo ninguna nacionalidad. Yo pertenezco al Islam.

El futuro

Globalización, falta de integración, caída de las ideologías, el final de la sociedad industrial, es mucho lo que nos afecta a la vez. Estamos en un mundo en crisis. Una crisis es un gozne, un período de transición. Pero, ¿hacia dónde?

Huntington asevera que nunca hemos estado tan cerca de un colapso como lo estamos ahora. Se paga a los filósofos para encontrar una coherencia de conjunto, pero quienes tendrían una verdadera necesidad de ello –economistas, juristas y médicos– no muestran ningún interés.

En su controvertido libro The clash of the civilisation, Huntington describe una decadencia general y divide el mundo en ocho culturas: la occidental, la islámica, la china, la japonesa, la hinduista, la ortodoxa-eslava, la latinoamericana y la africana. Esta decadencia cultural no se opone a los crecientes nacionalismos y autonomías que se observan en tantos países. Los chechenos no luchan solamente para liberarse de Rusia económica y políticamente, lo hacen sobre todo por su derecho a su propia cultura chechena e islámica.

En el conflicto de los Balcanes este enfrentamiento de culturas juega asimismo un rol de gran importancia. Lo mismo sucede en el conflicto palestino-israelí, en la guerra civil de Sudán, en los disturbios en el norte de India y en tantos otros conflictos. Como Huntington afirma, que la gente coma hamburguesas y escuche música occidental no significa que nuestra cultura y nuestros valores culturales hayan ganado, como muchos pueden llegar a creer. Casi se podría decir que la victoria nos ha llevado al infierno. Esto significa, lo cual es muy evidente, que en nuestra cultura necesitamos investigar y discutir cómo reaccionar y actuar frente a estas nuevas tendencias.

La filosofía como medio

La solución es la comprensión.

Antes de comenzar un debate, antes de poder hablar de visiones y de una nueva comunidad y antes de volver a rearmar el gran rompecabezas disperso.

La interesante teoría de Huntington y el desarrollo de la misma, nos sitúa ante el enfrentamiento entre diferentes ideales de vida, en el gozne de un nuevo milenio. Según los cálculos del Banco Mundial, en el año 2020 China habría sobrepasado tanto a la Unión Europea como a EE.UU. como la mayor potencia económica del mundo. India estaría en un quinto lugar, seguida por Indonesia, Corea del Sur y Tailandia. Y en cuanto a Hispanoamérica el propio Huntington afirma que no se siente seguro, porque si tenemos en cuenta que una civilización se distingue por los rasgos culturales entre los que se incluye la lengua, la historia y las costumbres y normas convencionales, la cultura hispanoamericana está muy cercana a la occidental, pero habría que contar con ella con otros puntos de apoyo, y existen normas y pautas en esta cultura que la apartan de la occidental, acercándola a la oriental y conformando una civilización en sí misma, que lentamente comienza a encontrar su propio rol.

El rol de Occidente es, según Huntington, permanecer unido y adaptarse a las nuevas condiciones en el mundo. Y aquí, como ya ha sido mencionado, juega la Filosofía –como ciencia integradora– un rol fundamental. Supone un proceso unificador que nos permite leer en el pasado, comprender y vivir en el presente y construir al mismo tiempo el puente hacia una nueva etapa civilizatoria. Comprensión, tolerancia, convivencia y concordia.

Bibliografía

The clash of the civilisation, Samuel Huntington.

Kulturer og organisationer, Geert Hofstede.

Jyllands Posten (artículos del 10, 15 y 31 de diciembre de 1996 y enero de 1997).